DIOS PRIMERO
“Hazme a mí primero...” 1 R. 17:13
El profeta Elías habló así no por egoísmo sino por mandato divino (véase 1 R. 17:9), y actuando oficialmente en Nombre de Dios. Dios nunca jamás aceptará el segundo lugar. La doctrina del señorío nos enseña que Él es Señor de todo, o no es Señor. El primer mandamiento del decálogo enfatizó esa lección a Israel. “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éx. 20:3). La viuda en Sarepta puso a Dios primero, y fue recompensada.
Tristemente para muchos de nosotros, nuestros propios intereses egoístas toman preferencia sobre las cosas de Dios, y colocamos los asuntos más importantes más abajo en nuestra lista de prioridades. ¿Es extraño, entonces, que en nuestras vidas faltan el poder y la bendición de Dios? Una vida egoísta es una vida malgastada, pero la vida consagrada, rendida al Señor, satisface.
La plenitud de esta grata devoción se ve en la vida del más grande y perfecto Siervo de Dios, Su propio Hijo, que dijo: “...he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Jn. 6:38). Para seguir bien al Señor Jesucristo cada uno de nosotros debe aprender esta lección, que la voluntad de Dios es la que vale. No podemos aprender esto sin sacrificio. Pablo dijo a los romanos: “...que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Ro. 12:1-2).
Meditemos en el ejemplo de nuestro Señor. Aunque agonizaba en el huerto de Getsemaní, y afrontaba los horrores de Gólgota, dijo: “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc. 22:42).
Dios primero es la ley del cielo. "Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra" (Mt. 6:10). Esta gran verdad es celebrada en el Salmo 103:20-21. "Bendecid a Jehová, vosotros sus ángeles, poderosos en fortaleza, que ejecutáis su palabra, obedeciendo a la voz de su precepto. Bendecid a Jehová, vosotros todos sus ejércitos, ministros suyos, que hacéis su voluntad".
Toma mi vida, Cristo Señor,
Tuya es la gloria, Tuyo el honor.
Dueño absoluto Tú quieres ser;
Transfórmame pues por Tu poder.
adaptado de la revista Assembly Testimony, marzo/abril 2020, pág. 41
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¿Somos Todos Hijos De Dios?
parte III
viene del número anterior
El apóstol Juan declara: “El que practica el pecado es del diablo” (1 Jn. 3:8). Todos los inconversos en el mundo, es decir, todo aquel que no ha nacido de nuevo, están en esta categoría. No importa que sean muy religiosos, pues aun la religion falsa es pecado. En el versículo 10 del mismo capítulo, tras una clara descripción, dice: “En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo”. El versículo 12 indica que Caín “era del maligno”, no un hijo de Dios.Pese a la opinión popular, está claro en la Biblia que no todos son hijos de Dios. De hecho, todos por naturaleza somos solamente carne, hijos de desobediencia, hijos de ira, hijos del diablo e hijos de este siglo sin futuro celestial. Es la condición de todo ser humano que no ha nacido de nuevo, y como Cristo afirma: “os es necesario nacer de nuevo”. Hay cosas opcionales, y cosas necesarias, y es necesario nacer de nuevo. Solo así podemos llegar a ser hijos de Dios. “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn. 1:12-13). Observa, si son “hechos hijos de Dios”, es que no lo eran antes. Pero la voluntad de Dios no es un misterio. Él no predestina a nadie, sino soberanamente determina salvar a “todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre”. ¿Quieres ser salvo y ser hijo de Dios? Recibe al Señor Jesucristo, como tu único y suficiente Salvador. Confía en Él, no en religiones, ritos, sacramentos u obras. Ninguna iglesia ni filosofía puede hacerte hijo de Dios. Para que le digas en verdad: "Padre nuestro", debes nacer de nuevo.
Resumiendo, solo los que nacen de nuevo por fe en el Señor Jesucristo, tienen vida espiritual, son hijos de Dios e irán al cielo. Los demás solo son carne. Pueden ser religiosos o no, pero solo son carne. “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3). Hay lugar en el corazón y la casa de Dios para todos, pero solo entrarán los que nacen de nuevo. El quiere “llevar muchos hijos a la gloria” (He. 2:10). ¿Quieres ser uno de ellos?
Carlos Tomás Knott
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"No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad". Mateo 7:21-23
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La Compañía de los Humildes
“Mejor es humillar el espíritu con los humildes que repartir despojos con los soberbios” (Pr. 16:19).
La humildad y la compañía de los humildes es preferible a la compañía de los soberbios, aunque ellos tengan despojos – bienes materiales. Siempre recordaremos al Señor Jesucristo, con amor y admiración, cómo se humilló a sí mismo, en la encarnación, en Su vida y ministerio, y en Su muerte en la cruz. No fue humillado – Él se humilló. Dijo: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde”. Romanos 12:16 nos exhorta así: “...no altivos, sino asociándoos con los humildes”. Es una calidad de carácter muy atractiva a Dios, porque es lo que Jesucristo hizo; vino y se asoció con nosotros, hasta morir por nuestros pecados.
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Los Ídolos En El Armario
“¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?” Por supuesto que lo es, pero nosotros no lo sabríamos a juzgar por la propaganda de hoy y por lo que la gente piensa que necesita conseguir.
Hay muchas personas en nuestra sociedad cuya mayor preocupación es su propio cuerpo —lo adornan, lo preparan, lo visten, lo ponen en un bonito coche, lo hacen vivir en una hermosa casa, lo llenan de comida, lo sientan en un confortable sofá, cuelgan de él un montón de joyas, lo suben en un yate, o a nadar, le enseñan a esquiar, lo llevan a un crucero y otras cosas más. Sin embargo, la esencia de la vida no está contenida en estas cosas, sino que trasciende todo lo externo. La vida viene de Dios —y la plenitud de ella, de Cristo Jesús...
...Para algunas personas, el lugar más importante es su armario. En lugar de tener miedo a no tener nada que ponerse —una preocupación común en los tiempos bíblicos— estas personas temen que no puedan lucir lo mejor de la última moda. La manía por la ropa cara y de marca es un pecado muy común en nuestra sociedad actual.
Siempre que camino por un centro comercial, me asombro mirando cuántas cosas hay en las tiendas. No sé cómo estas casas pueden hacer sus inventarios. Hemos hechos de la moda un dios. Nos permitimos gastar una verdadera fortuna en vestir nuestros cuerpos con cosas que no tienen nada que ver con la belleza de carácter: “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el ser interior de la persona, en el incorruptible ornato de un espíritu manso y apacible, que es de gran valor delante de Dios” (1 P. 3:3-4).
J. MacArthur, Enfrentando La Ansiedad, págs. 21, 28
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La Importancia de la Asamblea
y Nuestro Compromiso con Ella
parte 3
por David Rodgers
viene del número anterior
3. Edificio de Dios, Templo de Dios (1 Corintios 3:9; 16-17),
“Vosotros
sois...edificio de Dios” ... “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que
el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de
Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois
vosotros, santo es”.
Otra vez vemos la actividad de Dios y
la colaboración humana. La figura del edificio se une con la del
templo. Un principio común entre las dos figuras es la necesidad de
componer las piedras vivas en esta estructura espiritual. Cada creyente
es una piedra viva, y forma parte automáticamente de la Iglesia en su
aspecto universal. Pero aquí el contexto habla de la iglesia local, la
asamblea.
Para que puedan estar en comunión real y práctica, las
piezas deben ajustarse de tal forma que configuran algo sólido y
operante, cada una bajo la guía del Espíritu, y sometidas las unas a las
otras. Si no es así, no habrá una forma ni un trabajo armonioso.
Cuando estudiamos el templo de Salomón, nos fijamos en la elaboración
prolija de las grandes piedras, hechas con tal precisión que calzaban
precisamente la una con la otra en su lugar en el edificio. Las piedras
no se producen así solas. Hablamos de cómo el Espíritu Santo trabaja con
nuestro carácter, despuntando, puliendo, transformándonos para que
podamos calzar bien con los demás hermanos en la asamblea. Nuestros
problemas raramente son por diferencias de doctrina, sino más bien por
conflicto de carácter. Tantas veces se escucha: “Bueno, así soy yo, y
los demás me tienen que aceptar así”. Lo único que tal declaración
exhibe es un concepto agrandado y atropellador de la importancia propia
de cada uno. Niega el señorío de Cristo, y desprecia a los demás
hermanos. Tales personas tienden a marcharse de la asamblea frente a
algún conflicto de opinión con otros hermanos. Exhortamos a los hermanos
que cuando se encuentren frente a tales situaciones, se sometan al
Señor y permitan que Él proceda con Su obra de moldearnos, ajustando
nuestras personas para que calcemos con los demás en la asamblea.
Leemos en Romanos 12:3, “Digo,
pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre
vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener,
sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios
repartió a cada uno”. La idea de “medida” no es tanto la cantidad de
fe – como mucha o poca – sino la “dimensión o calce”, dado que Dios ha
equipado a cada uno para servicio particular en la asamblea. Un ejemplo
sería de una pieza precisa de una máquina. Las dimensiones deben ser
precisas para que el conjunto funcione. Otro ejemplo es la idea que
vimos antes, de una piedra elaborada para estar en un lugar específico,
calzando con precisión, y así contribuyendo a la estabilidad
estructural, utilidad y hermosura del edificio. Si permanecemos en la
asamblea, permanecemos en Su lugar de actividad, bajo los cinceles del
Señor, porque nos interesa serle útiles en la prosperidad de lo que más
le importa – la asamblea – la entidad corporativa más importante en el mundo para Dios.
Con respecto a la asamblea como “templo de Dios”, es importante agregar que el vocablo griego es “naos”
o santuario interior, el lugar santísimo. ¡Qué tremenda solemnidad y
privilegio encierra esta figura! Dios mismo mora en la asamblea, y
nuestro aprecio y participación han de corresponder a aquella gran
verdad, como se desarrolla a continuación en el mismo capítulo. Salmo
93:5 exclama: “La santidad conviene a tu casa, Oh Jehová”.
4. Cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:27)
“Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular”.
Los miembros de un cuerpo vivo son necesariamente diferentes, y algunos más atractivos que otros. Tienen que ser diferentes para cumplir las diversas funciones, y todos los miembros son necesarios para el bienestar del conjunto, la asamblea. Si falta un miembro, todo se debilita, cojea o deja de funcionar de la manera deseada. Un punto de gran importancia en esta consideración es que este cuerpo carece de cabeza humana y terrenal. La Cabeza es el mismo Señor Jesucristo, tanto de la Iglesia en su aspecto universal, así como en su aspecto local, la asamblea. Él debe dirigir, y todos nos sujetamos a Él. ¡Cuán grande es nuestro privilegio de ser miembros aquí en la tierra. Somos Sus manos para servir y seguir haciendo bienes en el mundo, como Él hacía. Somos Sus pies, para seguir llevando el evangelio a todas partes. Ya vimos el pasaje en Tito 2:14 donde nombra la característica de “pueblo propio” de Dios que es “celoso de buenas obras”.
Hace poco una hermana nos compartió una experiencia. Ella acompañaba a los hermanos a una predicación al aire libre en una población humilde cerca del local. Allí vio a un grupo de madres cuyos niños asistían a la Escuela Dominical. Se acercó para saludarle. Una le preguntó: “¿Ustedes no hacen nada más sino solo predicar?” La pregunta le sorprendió a nuestra hermana, pero aprovechó la ocasión y preguntó de vuelta: “¿Qué más le gustaría que hiciéramos?” “Bueno”, respondió la madre, “Me gustaría aprender a coser. Así podría proveer ropa mejor para mi familia”. Resulta que nuestra hermana es una costurera experta, y pensó que sería una excelente oportunidad para trabajar con las mujeres del vecindario. Pero cuando conversó con los hermanos, planteándoles la posibilidad de usar el amplio sótano del local para eso, ellos solo pusieron pegas, obstáculos (no querían máquinas de coser en el local, etc. etc.), y le pusieron otras condiciones que hicieron imposible el trabajo. La hermana terminó consiguiendo el uso de un centro comunitario, y algo pudo hacer, pero la asamblea perdió la oportunidad de forjar una conexión inmediata entre el testimonio y los vecinos.
Conviene que siempre nos preguntemos: “¿Qué haría el Señor Jesús?” En países de habla inglesa se puso de moda entre ciertos evangélicos llevar algo con los iniciales WWJD, que representan en inglés esa pregunta: “¿Qué haría el Señor Jesús?” No digo que lo llevemos puesto como prenda o adorno, pero sí, sería muy saludable que recordáramos siempre esta pregunta. La asamblea ha de manifestar fielmente las bondades, la voluntad y los designios de Cristo, funcionando como Sus miembros aquí en la tierra. Y nosotros debemos respetar profundamente a cada hermano y hermana, como indispensable miembro del mismo cuerpo.
Otra vez enfatizo que el contexto del servicio contemplado es la asamblea, la iglesia local. Los hechos de bondad y misericordia abren paso a un testimonio positivo en la comunidad.
continuará, d.v., en el siguiente número
David Rogers sirve al Señor en Chile
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el Cuerpo de Cristo y una Asamblea
2. Entramos en “el cuerpo” en el momento de la conversión, pero el patrón para entrar en una asamblea es que después de la conversión los creyentes deben bautizarse y entonces son añadidos a la comunión de la asamblea (1 Co. 12:13; Hch. 2:41-42).
3. En “el cuerpo” no hay varón ni hembra (Gá. 3:28), pero en una asamblea sí, hay muy claras distinciones entre varones y mujeres (1 Co. 11:1-16; 14:34; 1 Ti. 2:12-15) y sus funciones.
4. Damos gracias a Dios que ningún creyente puede ser separado del “cuerpo” (Ro. 8:38-39). Pero puede ser necesario sacar a una persona de una asamblea (1 Co. 5:11).
5. “El cuerpo” en Efesios es llamado “mi iglesia” por Cristo en Mateo 16:18. Nada falso puede entrar ahí, ni puede Satanás prevalecer contra ella. En cambio, lobos rapaces pueden entrar en una asamblea (Hch. 20:29), y Satanás puede corromperla (2 Co. 11:1-3).
6. Hay perfecta unidad en “el cuerpo” (Ef. 4:4), pero una asamblea puede ser dividida por disensiones (1 Co. 3:3).
7. La novia será presentada, sin falta, santa y sin mancha (Ef. 5:25-27), pero una asamblea puede ser quitada en juicio (Ap. 2:5).
8. La esposa será eternamente (Ap. 21:1-2), pero una asamblea continua solo “hasta que él venga” (1 Co. 11:26; Ap. 2:25).
9. Todo “el cuerpo” nunca está presente en un lugar hasta que venga el Señor y se reúna con Él (2 Ts. 2:1). Pero toda una asamblea debe congregarse regularmente (1 Co. 14:23; He. 10:25).
10. El Señor Jesús declaró: “edificaré mi iglesia” (Mt. 16:18), pero Pablo dijo que los hombres edifican una asamblea y que él mismo era perito arquitecto (1 Co. 3:10).
Se podría apuntar más distinciones, pero con éstas tenemos bastante para enfatizar las diferencias. De esas claras distinciones debemos sacar ciertas conclusiones. Primero, creemos que muchos amados hermanos han comprendido la gran verdad de “un cuerpo”, pero nunca han comprendido las distinciones entre él y una asamblea. Dios ha dado la los hombres la responsabilidad de mantener la pureza de una asamblea, pero la novia (aspecto futuro de la iglesia) es guardada sin mancha por Cristo en virtud de Su sangre. Entramos en “el cuerpo” como pecadores totalmente indignos que solamente merecen el juicio eterno del Dios santo. Pero un creyente entra en la comunión de una asamblea cuando da evidencia de vida nueva en Cristo. Debe estar claro a todos los que entienden la verdad de la comunión, que una asamblea recibe al creyente y que ese creyente también recibe a la asamblea. A eso el finado señor Fisher Hunter lo llamó “la recepción mutua”. Si recibimos a personas que no reciben a la asamblea, llámese como se llame, eso no es comunión. Lucas 5:10 describe a Jacobo y Juan como “compañeros” de Simón – eso es – socios suyos en el negocio. La palabra “compañeros” viene de la misma palabra traducida “comunión” , y sugiere que esa comunión es una colaboración completa y bilateral. No es ocasional ni con doblez.
Mencionamos antes el texto de Romanos 15:7, “Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios”. Es empleado para intentar demostrar que la recepción al cuerpo es todo lo que se requiere para ser recibido en una asamblea. Pero si queremos entender correctamente este texto, debemos examinar su contexto. Había al menos tres asambleas en Roma (Ro. 16:5, 14 y 15). En ellas había judíos y gentiles (Ro. 15:5-21), con fondos y normas muy distintos acerca de la dieta y días sagrados. Surgieron muchos conflictos sobre esas diferencias (vv. 1-7). Pablo escribió a las personas en esas asambleas para que tuviesen “un mismo sentir según Cristo Jesús” (v. 5). Ése es el contexto, y por eso nos asombra cuántas veces hermanos que son lectores cuidadosos de la Palabra de Dios usan esto para la recepción a la asamblea. Seguramente “los unos a los otros” en el versículo 7 significa lo mismo que las otras veces que aparece en el mismo pasaje (Ro. 14:13; 15:7, 14). En todos los otros casos habla de los creyentes que están en la comunión de la asamblea. ¿Puede significar algo distinto aquí? Es otro ejemplo de la importancia de siempre entender un texto en su contexto. La recepción de Febe en Romanos 16:2 es la recepción a una asamblea, y ahí el verbo “recibid” es diferente del verbo usado en 15:7.
A menudo se emplea una ilustración que creemos equivocada. Dicen que el cuerpo es como una naranja o una manzana dividida entre varias personas. Nadie tiene toda la naranja, pero todos tienen naranja. Sueña bien, y parece basarse en 1 Corintios 12:27, pero en la ilustración cada uno tiene una parte de la naranja y si se juntaran todas las partes la naranja estaría entera. ¿Esto realmente se aplica al “cuerpo de Cristo” y las asambleas? ¿Es una asamblea “una parte del cuerpo”? Y si se juntaran todas esas asambleas, ¿tendríamos “el cuerpo”?
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¡EL VIVE!
“No está aquí, pues ha resucitado, como dijo”. Mateo 28:6
Oír que Él estaba vivo no debía haberles sorprendido. Muchas veces Él predecía Su crucifixión y resurrección. La importancia de Su resurrección es tan grande como la de Su muerte. Jesucristo “fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:25). En Su muerte pagó por nuestros pecados. Su resurrección nos da una esperanza viva, la prueba de que Sus promesas son verdad (1 Pedro 1:3). Sin un Salvador vivo, no habría esperanza. “Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados” (1 Corintios 15:17). ¡El vive! “Yo soy... el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades” (Apocalipsis 1:17-18).
Jesucristo resucitado es el Señor y Salvador de los creyentes, pero el Juez de los incrédulos. ¿Cuál es tu relación con Jesucristo? ¿Es solo un personaje histórico para ti? ¿Te has arrepentido de tus pecados y confiado en Él para tener perdón y vida eterna? “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). Un mero personaje histórico no puede cambiar tu vida ni prometerte nada, pero Jesucristo vive, y está sentado a la diestra de Dios en la gloria. Hebreos 7:16 afirma que Él vive en "el poder de una vida indestructible".
Él vive, y es el único que puede salvarte. "Puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos" (Hebreos 7:25).
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