Entradas populares

lunes, 30 de abril de 2018

EN ESTO PENSAD - mayo 2018

El Coro De Alabanza Universal

Texto: Salmo 103:19-22

Muchas veces meditamos sobre la primera parte de este hermoso salmo, y con razón, porque habla de la misericordia y el perdón de nuestro Dios. Pero la última parte del salmo también es importante, como hemos de ver. Queremos que Dios nos bendiga, y está bien, pero ¿queremos bendecirle? “Bendecir” no quiere decir darle bendiciones, sino "bien-decir" – eso es, hablar bien de Él. Es parte de la adoración – no es enseñanza, ni exhortación, ni "compartir", ni cantar himnos porque son nuestros favoritos, sino estar completamente ocupado con Dios, y hablar bien de Él, como por ejemplo vemos en Apocalipsis 4 y 5. Es una ocupación sublime del corazón y los labios humanos. Casi constantemente pedimos, pero ¿le bendecimos?
    El versículo 19 declara un principio. Hay alguien que gobierna el universo entero. “Jehová estableció en los cielos su trono, y su reino domina sobre todos”. Nunca ha habido otro trono en los cielos sino el de nuestro Dios. Y su dominio no es cuestión de votación, referendum, aceptación popular ni nada así. No necesita permiso de nadie, ya que Él es Dios y Creador de todo.
    El versículo 20 llama a los ángeles a expresarse: “Bendecid a Jehová, vosotros sus ángeles, poderosos en fortaleza, que ejecutáis su palabra, obedeciendo a la voz de su precepto”. Los ángeles son espíritus que sirven a Dios. Él los hizo poderosos en fortaleza, no para formar ligas y equipos competetivos, ni para ganar torneos y trofeos, sino para servirle. ¿Cómo sirven? “Que ejecutáis su palabra”. Son ejecutivos todos, porque ponen por obra la Palabra de Dios. Son hacedores, no sólo oidores (Stg. 1:22). La siguiente frase dice: “obedeciendo a la voz de Su precepto”. Con lo grandes y fuertes que son, y poseyendo poderes que nosotros no, esos ángeles obedecen. Y los ángeles son llamados a bendecir a Dios. ¡Qué no podrían decir ésos que contemplan Su gloria y hermosura, y viven en santidad! En los siglos que llevan con Dios, viendo Su gloria, oyendo Su voz, observando Su gran poder en la creación y Su sabiduría en todos Sus tratos con nosotros, los ángeles tendrán mucho que decir. En Apocalipsis 5:11-12 Juan escuchó "la voz de muchos ángeles" unidas a las voces de los seres vivientes y los ancianos, adorando y alabando al Cordero.
    El siguiente versículo del Salmo 103 exclama: “Bendecid a Jehová, vosotros todos sus ejércitos, ministros suyos, que hacéis su voluntad”. Esto seguramente incluye a los ángeles y todo otro ser en las huestes celestiales (véase Sal. 148:1-2). Aquí enfatiza que son “ministros suyos”. Viven para servirle y hacen Su voluntad. No hay conflicto de voluntades, como con nosotros.  ¡Qué victoria es cuando aprendemos a decir sinceramente: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”. Nuestro Señor quiere que imitemos a esos ejércitos, porque en Mateo 6:10 nos enseña a orar así: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”.  Esos ejércitos bendicen a Dios, y ¡que voz es la suya, porque es la voz de Sus siervos obedientes que estiman a Dios y Su voluntad por encima de todo. Isaías 29:13 acusa a Israel de honrarle con su boca y labios, “pero su corazón está lejos de mí”.  Es verdaderamente hermosa la bendición, alabanza y adoración que surge de los que conocen y obedecen a Dios de corazón.
    El versículo 22 continúa así: “Bendecid a Jehová, vosotras todas sus obras, en todos los lugares de su señorío”. Toda la creación es lugar de Su señorío, hasta el rincón más distante del universo. El señorío de Dios, de Cristo, no es tema de debate porque Dios declara que es universal. No es una filosofía o teoría, sino una realidad. El Salmo 19:1-2 declara: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría”. En el Salmo 148:3-10 leemos: “Alabadle, sol y luna; Alabadle, vosotras todas, lucientes estrellas. Alabadle, cielos de los cielos, y las aguas que están sobre los cielos. Alaben el nombre de Jehová; porque él mandó, y fueron creados...Alabad a Jehová desde la tierra, los monstruos marinos y todos los abismos; el fuego y el granizo, la nieve y el vapor, el viento de tempestad que ejecuta su palabra; los montes y todos los collados, el árbol de fruto y todos los cedros; la bestia y todo animal, reptiles y volátiles”. Es enorme ese coro de todas sus obras, que alaban y bendicen a Dios, y un día pronto lo escucharemos.
    Pero el salmista no lo deja así. La última frase del Salmo 103 es: “Bendice, alma mía, a Jehová”. Se apunta al coro, no se queda de espectador. Se habla y se anima: “alma mía”. A veces tenemos que hacer esto, hablarnos, animarnos, exhortarnos: “Bendice...a Jehova”. Si todo el cielo y la tierra le bendice y alaba, no nos quedemos callados. Tenemos más motivos, porque Él nos ha redimido con la sangre preciosa del Cordero de Dios. Nos ha dado vida, estando nosotros muertos en delitos y pecados. Nos ha hecho Sus hijos, nos ha dado Su Espíritu Santo, Su Palabra, la comunión de los santos, preciosas y grandísimas promesas, y tanto más. Tenemos motivos sobrados. Pensemos en Él. Hablemos de Él. “Bendecid a Jehová” dice el texto. ¿Te apuntas?

    “En medio de las alabanzas de Su creación,
      Que se escuche mi voz también”.
 Carlos
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
             ¿SON SANAS Y SABIAS                 
TUS AMBICIONES?
¿Qué es una ambición digna para la vida? ¿Qué tipo de carrera resultará ser la más recompensadora cinco minutos después de nuestra muerte? ¿Cuál es la mejor forma de invertir nuestro tiempo, nuestros talentos, y nuestros bienes?
    ¿Estaremos de acuerdo en que el "hacerse rico" no es una meta conveniente para un cristiano?

    1. En primer lugar, el Señor mismo lo prohibe claramente (Mt. 6:19), y por lo tanto, es tan incorrecto como la inmoralidad y el homicidio.
    2. En segundo lugar, la abundancia material es un gran impedimento en los asuntos espirituales (Mr. 10:23-24).
    3. Las riquezas son engañosas (Mr. 4:19); parecen reales, pero se desvanecen rápida y repentinamente.
    4. El Señor Jesús, nuestro ejemplo, fue un hombre pobre (2 Co. 8:9). Él dijo constantemente que el siervo no es más que su señor (Mt. 10:24-25).
    5. Las riquezas no pueden ser llevadas al cielo (2 Co. 4:18).
    6. Hay un verdadero problema moral en cuanto a cómo un cristiano puede seguir siendo rico cuando ve toda la pobreza y necesidad del mundo a su alrededor.
    Hace algunos años, apareció el siguiente artículo en un periódico de Ontario:
     John Livingstone de Listowel fue en su muerte el hombre más rico en el Condado de Perth, Ontario. Sus propiedades estaban valoradas en $500.000. Además de esto, su vida estaba asegurada por $500.000. Él fue hermano de David Livingstone, el famoso misionero explorador escocés.
    En los años de su juventud en su hogar en Escocia, estos dos muchachos hicieron grandes elecciones para sus vidas. Juan dijo: "Me voy a Canadá para hacer mi fortuna". ¡Y lo hizo! David entregó su vida al Salvador, el Señor Jesucristo, y la dedicó a la gran labor de penetrar en el África para ganar a sus habitantes con el Evangelio. En la opinion del mundo, Juan fue un hombre sabio y David un necio. Pero el punto de vista mundanal es sumamente miope. Aun cuando Juan alcanzó éxito en los negocios y acumuló grandes riquezas, y David sepultó su vida en África y murió allí de rodillas en una cabaña solitaria, el resultado después de cincuenta o setenta y cinco años es que el nombre de Juan casi ha desaparecido de la tierra, mientras que el de David Livingstone es fragante donde sea que el Evangelio es conocido alrededor del mundo.
    Pero la búsqueda de las riquezas no es la única gran tentación. Otra fuerte atracción del hombre es la prominencia personal. Los hombres desean ser alguien, alcanzar renombre, llegar a ser ilustres.
    Algunos buscan esta gloria en los negocios o en la carrera profesional. Dan lo mejor de sí en estas áreas. Ellos adoran en el altar del comercio o la ciencia. Luchan incansablemente por el éxito en los campos que han elegido, mientras que la voz de Dios les dice: "¿Y tú buscas para ti grandezas? No las busques" (Jer. 45:5).
    Algunos buscan distinción en el campo del atletismo. Entrenan rigurosamente bajo la disciplina más rígida. Hacen sacrificios con el fin de alcanzar proezas. Luego en la carrera del certamen utilizan todos sus músculos para ganar el premio. Pero las Sagradas Escrituras declaran que Dios "ni se complace en la agilidad del hombre" (Sal. 147:10). Él no es un devoto de los deportes, porque las ventajas del ejercicio corporal sólo son para esta vida, pero la piedad afecta la eternidad así como el tiempo presente (1 Ti. 4:8).
    Otros buscan distinción especializándose en algún área del conocimiento, ya sea filosofía, historia, música, etc. Pero es una indecible tragedia ver a los cristianos gastando sus vidas en la preparación para convertirse en expertos en cosas que en el cielo serán de poco o ningún valor.

William MacDonald, del libro Piensa En Tu Futuro
continuará, d.v. 

"Mi corazón al mundo no quiero dar, y luego de tu amor hablar.
No quiero, sintiendo mis fuerzas desaparacer,
entonces tu servicio emprender".

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

Análisis: perfecto 
Paciente: muerto

“Salieron perfectos los análisis, pero murió el paciente”. Este fue el triste relato de un amigo no hace mucho. Un pariente suyo sufrió todos los primeros síntomas de un ataque cardíaco. Varios médicos le atendieron, y le hicieron realizar un análisis completo, como es costumbre en tales casos. Después de un tiempo en observación, lo mandaron a casa a esperar los resultados.
    A las cuatro de la tarde en punto el mensajero del laboratorio llamó a la puerte de la casa con los informes en la mano. ¡Buena noticia! Fulano no tenía ninguna de las enfermedades sospechadas. Sin embargo, el médico que recibió el informe del laboratorio tuvo que decirle al mensajero que el paciente había muerto un minuto antes. En la constancia oficial de los médicos tuvieron que escribir: “Murió de una enferemedad desconocida”.
    ¿Quién sabe? Tal vez era simplemente caso de una enfermedad nueva o de una rara combinación de síntomas. Los médicos procedieron sobre la base de sus conocimientos profesionales, los últimos de la ciencia moderna, pero ya que no se conoce todo, de vez en cuando fallará algún diagnóstico.
    La humanidad, medida por sus propias normas, no está enferma. Claro, confiesa que tiene problemas menores, cositas que dentro de poco van a encontrar su solución en la ciencia, la educación o la justa distribución de las riquezas. Pero esto es falso, y el paciente va a morir a menos que haga caso a tiempo al laboratorio divino.
    Dios a veces emplea la figura de la enfermedad para ilustrar y ayudarnos a entender nuestro verdadero problema, el pecado. Pero el pecado no es una enfermedad sino un crimen contra Dios (lea detenidamente Romanos 1:18-32) y somos todos culpables. Dice que el malestar humano es básicamente espiritual, y nos indica dónde está el problema: en nuestro corazón. En Marcos 7:20-23 el Señor Jesús termina declarando: “Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre” (v. 23). La religión, la filosofía, y la ciencia son inútiles para curarnos. La única cura está en la salvación que Cristo ofrece al individuo. “En ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). Él puede perdonarnos, limpiarnos y darnos vida nueva. El análisis es perfecto y verdadero, y ha llegado a tiempo. Amigo, responde a tiempo y serás salvo.

 
 - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
CRISTO EN LA BARCA
C. H. MacKintosh
Christ in the storm on the sea of Galilee, por Ludolf Backhuysen, 1695
En el momento de extremo peligro o de angustiosa necesidad en la vida del hombre es el momento oportuno para Dios. Éste es un dicho muy familiar en el mundo de habla inglesa, que citamos a menudo y que, sin ninguna duda, creemos plenamente; y, sin embargo, cuando a nosotros mismos nos toca pasar por un momento crítico, cuando nos vemos enredados en un gran aprieto, a menudo estamos poco dispuestos a contar únicamente con la oportunidad de Dios. Una cosa es exponer una verdad o escucharla, y muy otra realizar el poder de esa verdad. No es lo mismo hablar de la capacidad de Dios para guardarnos de la tempestad cuando navegamos sobre un mar en reposo, que poner a prueba esa misma capacidad cuando realmente se desata la tempestad a nuestro alrededor. Sin embargo, Dios es siempre el mismo. En la tempestad o en la calma, en la enfermedad o en la salud, en las necesidades o en las circunstancias favorables, en la pobreza o en la abundancia, Él es "el mismo ayer, y hoy, y por los siglos" (He. 13:8); Él es la misma gran realidad sobre la cual la fe puede apoyarse y de la cual puede echar mano en cualquier tiempo y circunstancia.
    Lamentablemente, ¡somos incrédulos!, y ésta es la causa de nuestras flaquezas y caídas. Nos hallamos perplejos y agitados cuando deberíamos estar tranquilos y confiados; buscamos socorro de todos lados cuando deberíamos contar con Dios; hacemos señas a los compañeros en lugar de poner los ojos en Jesús. Y de este modo, sufrimos una gran pérdida al mismo tiempo que deshonramos al Señor en nuestros caminos. Pocas cosas habrá, sin duda, por las que debamos humillarnos más profundamente que por nuestra tendencia a no confiar en el Señor cuando surgen las dificultades y las pruebas; y seguramente afligimos Su corazón al no confiar en Él, pues la desconfianza hiere siempre a un corazón que ama.
    Veamos, por ejemplo, la escena entre José y sus hermanos en el capítulo 50 de Génesis: "Viendo los hermanos de José que su padre era muerto, dijeron: Quizá nos aborrecerá José, y nos dará el pago de todo el mal que le hicimos. Y enviaron a decir a José: Tu padre mandó antes de su muerte, diciendo: Así diréis a José: Te ruego que perdones ahora la maldad de tus hermanos y su pecado, porque mal te trataron; por tanto, ahora te rogamos que perdones la maldad de los siervos del Dios de tu padre. Y José lloró mientras hablaban" (vv. 15-17).
    Triste respuesta a cambio de todo el amor y los cuidados que José había prodigado a sus hermanos. ¿Cómo podían suponer que aquel que les había perdonado tan libre y completamente, que había salvado sus vidas cuando estaban enteramente en sus manos, querría desatar contra ellos, después de tantos años de bondad, su ira y su venganza? Fue ciertamente grave el error de parte de ellos, y no es de extrañar que José llorara mientras hablaban. ¿Qué respuesta a todos sus indignos temores y a sus terribles sospechas! ¡Un mar de lágrimas! ¡Así es el amor! "Y les respondió José: No temáis; ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo. Ahora, pues, no tengáis miedo; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros hijos. Así los consoló, y les habló al corazón" (vv. 19- 21).
    Así ocurrió con los discípulos en la ocasión que estamos considerando. Meditemos un poco este pasaje. "Aquel día, cuando llegó la noche, les dijo: Pasemos al otro lado. Y despidiendo a la multitud, le tomaron como estaba, en la barca; y había también con él otras barcas. Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal" (Mr. 4:35-38).
      Tenemos aquí una escena interesante a la vez que instructiva. A los pobres discípulos les toca vivir un momento de extremo peligro, una situación límite. No saben qué más hacer. Una recia tempestad, la barca llena de agua, el Maestro durmiendo. Era realmente un momento de prueba y, si nos miramos a nosotros mismos, seguramente no nos extrañará el miedo y la agitación de los discípulos. De haber estado en su lugar, sin duda habríamos reaccionado de la misma manera. Sin embargo, no podemos sino ver dónde fallaron. El relato se escribió para nuestra enseñanza, y debemos estudiarlo y tratar de aprender la lección que nos enseña. 
    No hay nada más absurdo ni más irracional que la incredulidad, cuando la consideramos con calma. En la escena que nos ocupa, la incredulidad de los discípulos es, evidentemente, absurda. En efecto, ¿qué podía ser más absurdo que suponer que la barca podía hundirse con el propio Hijo de Dios a bordo? Y, sin embargo, eso es lo que temían. Se dirá que precisamente en ese momento no pensaban en el Hijo de Dios. A la verdad, pensaban en la tempestad, en las olas, en la barca que se llenaba de agua, y, juzgando a la manera de los hombres, parecía una situación desesperada. El corazón incrédulo razona siempre así. Mira las circunstancias y deja a Dios de lado. La fe, en cambio, no considera más que a Dios, y deja las circunstancias de lado. ¡Qué diferencia! La fe se goza en los momentos de extremo peligro o de angustiosa necesidad, simplemente porque los tales son una oportunidad para Dios. La fe se complace en concentrarse en Dios, en encontrarse sobre ese terreno ajeno a la criatura, para que Dios manifieste su gloria; en ver que las "vasijas vacías" se multipliquen para que Dios las llene (2 R. 4:3-6). Podemos afirmar ciertamente que la fe habría permitido a los discípulos acostarse y dormir junto a su divino Maestro en medio de la tempestad. La incredulidad, por otro lado, los hizo estar sobresaltados; no pudieron permanecer tranquilos ellos mismos, y perturbaron el sueño del Señor con sus incrédulas aprensiones. Él, cansado por un intenso y agobiador trabajo,  había aprovechado la travesía para reposar durante unos instantes. Sabía lo que era el cansancio. Había descendido hasta todas nuestras circunstancias, de modo que pudo familiarizarse con todos nuestros sentimientos y debilidades, habiendo sido tentado en todo según nuestra semejanza, a excepción del pecado. En todo respecto fue hallado como hombre y, como tal, dormía sobre un cabezal, balanceado por las olas del mar. El viento y las olas sacudían la barca, a pesar de que el Creador se hallaba a bordo en la persona de ese Siervo abrumado y dormido. ¡Profundo misterio! El que hizo el mar y podía sostener los vientos en Su mano todopoderosa, dormía allí, en la popa de la barca, y dejaba que el viento le tratase sin más miramientos que a un hombre cualquiera. Tal era la realidad de la naturaleza humana de nuestro bendito Señor. Estaba cansado, dormía, y era sacudido en medio de ese mar que sus manos habían hecho. Detente, lector, y medita sobre esta maravillosa escena. Ninguna lengua podría hablar de ella como conviene. No podemos detenernos más en este punto; sólo podemos meditar y adorar.
    Como ya lo hemos dicho, la incredulidad de los discípulos fue la que hizo salir a nuestro bendito Señor de su sueño. "Y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?" (Mr. 4:38). ¡Qué pregunta! "¿No tienes cuidado?" ¡Cuánto debió de herir el sensible corazón del Señor! ¿Cómo podían pensar que era indiferente a su angustia en medio del peligro? ¡Cuán completamente habían perdido de vista Su amor –por no decir nada de su poder– cuando se atrevieron a decirle estas palabras: "¿No tienes cuidado?"
     Y, sin embargo, querido lector cristiano, esta escena ¿no es un espejo que refleja nuestra propia miseria? Ciertamente. ¡Cuántas veces, en los momentos de dificultad y de prueba, esta pregunta se genera en nuestros corazones, aunque no la formulemos con los labios: "¿No tienes cuidado?"! Quizá estemos enfermos y suframos; sabemos que bastaría una sola palabra del Dios Todopoderoso para curar el mal y levantarnos, pero esa palabra no la dice. O quizá tengamos dificultades económicas; sabemos que el oro y la plata, y los millares de animales en los collados son de Dios, que incluso los tesoros del universo están en Su mano; sin embargo, pasan los días sin que nuestras necesidades se suplan. En una palabra, de un modo u otro atravesamos aguas profundas; la tempestad se desata, una ola tras otra golpea con ímpetu nuestra diminuta embarcación, nos hallamos en el límite de nuestros recursos, no sabemos qué más hacer y nuestros corazones se sienten a menudo prestos a dirigir al Señor la terrible pregunta: "¿No tienes cuidado?" Este pensamiento es profundamente humillante. La simple idea de lastimar el corazón del Señor Jesús, lleno de amor, con nuestra incredulidad y desconfianza debería producir la más profunda contrición.
    Además, ¡qué absurda es la incredulidad! ¿Cómo Aquel que dio Su vida por nosotros, que dejó Su gloria y descendió a este mundo de pena y miseria, donde sufrió una muerte vergonzosa para librarnos de la ira eterna, podría alguna vez no tener cuidado de nosotros? Y, sin embargo, estamos prestos a dudar, o bien nos volvemos impacientes cuando nuestra fe es puesta a prueba, olvidando que esa misma prueba que nos hace estremecer y retroceder, es mucho más preciosa que el oro, el cual perece con el tiempo, mientras que la fe es una realidad imperecedera. Cuanto más se prueba la verdadera fe, tanto más brilla; y por eso la prueba, por más dura que sea, redundará, sin duda, en alabanza, gloria y honra para Aquel que no sólo implantó la fe en el corazón, sino que también la hace pasar por el crisol de la prueba, velando atentamente sobre ella durante todo ese tiempo.
    Pero los pobres discípulos desfallecieron a la hora de la prueba. Les faltó confianza; despertaron al Maestro con esta indigna pregunta: "¿No tienes cuidado que perecemos?" ¡Ay, qué criaturas somos! Estamos dispuestos a olvidar diez mil bondades en cuanto aparece una sola dificultad. David dijo: "Al fin seré muerto algún día por la mano de Saúl" (1 S. 27:1). ¿Qué ocurrió al final? Saúl cayó en la montaña de Gilboa y David ocupó el trono de Israel. Ante la amenaza de Jezabel, Elías huyó para salvar su vida, ¿y cómo terminó todo? Jezabel fue arrojada por la ventana de su aposento y los perros lamieron su sangre, mientras que Elías ascendió al cielo en un carro de fuego (véase 1 R. 19:1-4; 2 R. 9:30-37; 2:11). Lo mismo ocurrió con los discípulos: tenían al Hijo de Dios a bordo, y creían que estaban perdidos; ¿y qué pasó al final? La tempestad fue reducida al silencio, y el mar se allanó como un espejo al oír la voz del que, antiguamente, llamó los mundos a la existencia. "Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza" (Mr. 4:39).
    ¡Cuánta gracia y majestad juntas! En lugar de reprochar a sus discípulos  por haber interrumpido su sueño, reprende a los elementos que los habían aterrorizado. Así respondía a la pregunta: ¿No tienes cuidado que perecemos? ¡Bendito Maestro! ¿Quién no confiaría en ti? ¿Quién no te adoraría por tu paciente gracia, y por tu amor que no hace reproches?
    Vemos una perfecta belleza en la manera en que nuestro bendito Señor pasa, sin esfuerzo alguno, del reposo de su perfecta humanidad a la actividad de la Deidad. Como hombre, cansado de su trabajo, dormía sobre un cabezal; como Dios, se levanta y, con Su voz omnipotente, acalla al viento impetuoso y calma el mar.
    Tal era el Señor Jesús ¡verdadero Dios y verdadero hombre!, y tal es hoy, siempre dispuesto a responder a las necesidades de los Suyos, a calmar sus ansiedades y alejar sus temores. ¡Ojalá que confiemos más simplemente en Él! No tenemos más que una débil idea de lo mucho que perdemos al no apoyarnos más de lo que lo hacemos en los brazos de Jesús cada día. Nos aterrorizamos con demasiada facilidad. Cada ráfaga de viento, cada ola, cada nube nos agita y deprime. En vez de permanecer tranquilos y reposados cerca del Señor, nos dejamos sobrecoger por el terror y la perplejidad. En vez de tomar la tempestad como una ocasión para confiar en Él, hacemos de ella una ocasión para dudar de Él. Tan pronto como se hace presente la menor dificultad, pensamos en seguida que vamos a sucumbir, a pesar de que nos asegura que nuestros cabellos están contados. Bien podría decirnos, como a sus discípulos: "¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?" (v. 40). Parecería, en efecto, que por momentos no tuviésemos fe. Pero (oh, qué tierno amor es el Suyo! Él está siempre cerca de nosotros para socorrernos y protegernos, aun cuando nuestros incrédulos corazones sean tan propensos a dudar de Su Palabra. Su actitud para con nosotros no es conforme a los pobres pensamientos que tenemos acerca de Él, sino según Su perfecto amor. He aquí el consuelo y el sostén de nuestras almas al atravesar el tempestuoso mar de la vida, en camino hacia nuestro reposo eterno. Cristo está en la barca. Esto siempre nos basta. Descansemos con calma en Él. ¡Ojalá que, en el fondo de nuestros corazones, siempre pueda haber esta calma profunda que proviene de una verdadera confianza en el Señor Jesús! Entonces, aunque la tempestad ruja y se encrespen las olas hasta lo sumo, no diremos: "¿No tienes cuidado que perecemos?" ¿Podemos acaso perecer con el Maestro a bordo? ¿Podemos pensar eso alguna vez, teniendo a Cristo en nuestros corazones? Quiera el Espíritu Santo enseñarnos a servirnos más plena, libre y ardientemente de Cristo. Realmente necesitamos esto justamente ahora, y lo necesitaremos cada vez más. Nuestro corazón debe asir a Cristo mismo por la fe y gozar de Él. ¡Que esto sea para Su gloria y para nuestra paz y gozo permanentes!
    Podemos señalar todavía, para terminar, cómo afectó a los discípulos la escena que acabamos de ver. En lugar de la calma adoración de aquellos cuya fe ha recibido respuesta, manifiestan el asombro de aquellos cuyos temores fueron objeto de reproche. "Entonces temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?" (v. 41). Seguramente, tendrían que haberlo conocido mejor. Sí, querido lector, y nosotros también.                                                           

de Escritos Misceláneos, Tomo I

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

EL FRACASO DEL 
ARGUMENTO CULTURAL
las ruinas de Corinto

El libro de 1 Corintios es atacado a menudo por los liberales porque en estos tiempos es muy impopular y está mal visto que las mujeres creyentes tengan que llevar un velo, cabello largo (c. 11) o guardar silencio en las reuniones (c. 14). El feminismo ha penetrado llegando a casi todo rincón de la sociedad, y ahora muchos llamados cristianos y sus líderes y maestros, en lugar de ser fieles a las Escrituras y defenderlas, dicen que esas cosas eran culturales y ya no son vigentes en “tiempos modernos”.
       Es doloroso ver a hombres que antes enseñaban la importancia del velo y el silencio de la mujer en la congregación, que ahora permiten que las mujeres hablen, dirijan estudios, oren en voz alta, y dicen que el velo ya no importa. A los tales no les sirve decir: “somos los ancianos”, como si con eso tuviesen autoridad para cambiar la Palabra de Dios y hacer lo que les parece (Jue. 17:6). La grey es de Dios, no ellos (1 P. 5:2), y ellos son siervos, no señores (1 P. 5:3). Claramente están en el error de abandonar y contradecir la verdad, y darán cuenta de sí en el Tribunal de Cristo, si es que llegan. Decir esto suena fuerte, porque lo es, pero 2 Timoteo 4:1-4;  2 Pedro 2:1-3 y Judas 3-4 nos advierten del peligro de ese tipo de enseñanza y los que se enseñorean del pueblo del Señor.
    Cada año hay más personas en iglesias que hablan como el mundo, y dicen que reprimimos a las mujeres y las sujetamos a modos y normas de los siglos pasados, que tenemos a las pobrecitas subdesarrolladas. Señalan como las mujeres avanzan en todo el mundo, gobernando países, encabezando empresas, sacando carreras difíciles y haciéndose eruditas y expertas. Con eso quieren decir que ellas son un gran recurso que despreciamos porque no les dejamos participar en voz alta ni ocupar lugares de liderazgo en la iglesia, ya que son muy inteligentes y capaces.
    Alegan que debido a cosas culturales como las prostitutas de templos paganos en Corinto, el apóstol Pablo dio esas instrucciones “puntuales” para ellos. Y que porque no vivimos en aquel entonces, ni en Corinto, podemos descartar esas instrucciones como “cosas culturales” que hoy no se aplican.
    No discutimos la inteligencia ni capacidad de las mujeres, sino preguntamos, como debemos en todo asunto: “¿Qué dice la Escritura?” ¿Cuál es la voluntad de Dios, no la de la sociedad, respecto a la mujer? ¿Dónde en la epístola a los Corintios dice que era sólo para ellos y sus cuestiones culturales? No lo dice en ningún lugar. Antes al contrario, mirando al texto bíblico notamos lo siguiente:

    1:2  “llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro”.
   
    4:17  “...el cual os recordará mi proceder en Cristo, de la manera que enseño en todas partes y en todas las iglesias”.
   
    7:17      “...esto ordeno en todas las iglesias”.
   
    11:10    “Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles”.

    11:16   “nosotros no tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios”.
   
    14:33-34  “...como en todas las iglesias de los santos, vuestras  mujeres callen en las congregaciones”.
   
    14:37    “Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor”.

    16:1    “haced vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia”.

    La epístola no contiene instrucciones culturales, sino doctrina apostólica y “los mandamientos del Señor”. Por eso no debe haber mujeres con la cabeza descubierta en las congregaciones, ni congregación/reunión alguna donde hablen, oren en voz alta, lean en voz alta, pidan himnos, enseñen o prediquen mujeres, pues es el Señor que manda que se callen, y que aprendan en silencio con toda sujeción (1 Ti. 2:11).
    La obediencia a estos claros mandatos del Señor y el apóstol inspirado eliminaría toda reunión, conferencia, estudio y retiro de hermanas, por la sencilla razón de que no tienen la aprobación del Señor, y es SUYA la Iglesia. Como creyentes, nuestras vidas, cuerpo y espíritu,  son SUYAS, no nuestras (1 Co. 6:19-20). El apostól Pablo no enseñaba idiosincrasias o adaptaciones culturales, sino “todo el consejo de Dios” (Hch. 20:27), y esto incluye todo lo de 1 Corintios.
    Algunas persisten citando Tito 2:3-4 como si el texto les diera permiso para lo que en otros textos está claramente prohibido. Hacen hincapié en la frase: “maestras del bien; que enseñen a las mujeres jóvenes...”. Pero malentienden, malinterpretan  o tuercen el texto para sacar sus conclusiones predeterminadas y justificar lo que quieren hacer. La frase “maestras del bien” (v. 3) es una sola palabra en griego: “kalodidaskalos”, que no sigifica predicar sino “enseñando lo bueno” o maestras “...de buenas cosas”. Tiene que ver con el carácter de la mujer y su vida doméstica. No hace falta saber el griego, pues el contexto mismo da el sentido, pero lo hemos citado para que conste ante los que piensan que es importante. Si siguimos mirando al contexto cercano, los versículos  4 y 5 apuntan específicamente qué cosas deben enseñar, y no tienen nada que ver con clases bíblicas, reuniones o conferencias, sino con lo que una mujer anciana puede y debe enseñar a una mujer más joven, a nivel personal e íntima, acerca de su carácter y conducta en su hogar. Para eso no hace falta ningún púlpito o local de reunión. Además, observa que no son mujeres jóvenes, recién casadas ni con familias jóvenes, sino sólo “ancianas” las que deben enseñar esas cosas prácticas y personales. Son mujeres ancianas con la experiencia y sabiduría de haber sido fieles en los años de matrimonio y familia. Es su ministerio personal, “de tú a tú”, “vis a vis”, sin necesidad de organizar una reunión ni juntar un grupo.
    Pero el feminismo se extiende de forma arrolladora, penetrando de modo casi inevitable en nuestros tiempos. Conquista e intimida, y goza de la aprobación general de la sociedad. Es enseñada en las escuelas, en la prensa, en la televisión y por todo medio posible. Los que no disciernen los tiempos, ni examinan todo (1 Ts. 5:21), aceptan esos cambios. Pero la Iglesia necesita una Palabra de su Señor, no de la sociedad.
    Parece que siempre hay hermanas que resienten los mandamientos bíblicos acerca de ellas. Ésas son rebeldes y deben ser tratadas como tales. Pero otras se han contagiado sin darse cuenta. Es como un virus que infecte la mente y la actitud de una mujer, de modo que no está contenta si no está haciendo lo mismo que los hombres. Y tristemente, los hombres, buscando el favor de las mujeres, o por pereza, cobardía o ignorancia, les conceden que desarrollen ministerios y hagan cosas que no están dentro del marco bíblico.  Supuestamente procuran  “la libertad” o “igualdad” de la mujer, pero en realidad contribuyen a su esclavitud e insensata conformidad a la sabiduría del mundo.
    El ministerio de la mujer creyente es muy importante, pero DIFERENTE. Por eso ella debe renunciar la sabiduría y la influencia del mundo, según Romanos 12:1-2, y hacer de su persona un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, y no conformarse al mundo. Esto significa que no deja al mundo meterla en su molde, que rechace todo argumento cultural y toda faceta y meta del feminismo, y contenta acepte los trabajos y responsabilidades que Dios le otorga en Su Palabra. “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4:4).
Carlos Knott

 

No hay comentarios: