¿CONSEJOS O MANDAMIENTOS?
Leyendo recientemente un comentario, vi algo que me impresionó. Afirmó que los cristianos no estamos bajo la ley sino la gracia, pero luego dijo que debido a esto, los mandamientos del Nuevo Testamento no son ley, sino instrucciones o consejos. ¿Es verdad eso?
Ahora bien, es verdad que hoy los creyentes no estamos bajo la ley de Moisés como base para salvación. “Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios... siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Ro. 3:21, 24). Somos salvos por medio de la fe en el Señor Jesús y Su obra consumada en el Calvario. Nos gloriamos en la gracia de Dios y el don de la salvación (Ef. 2:8-9). Pero los creyentes reconocemos a Jesús como Señor (Ro. 10:9-10). Él es nuestro Soberano, nuestro Rey. Un soldado en el ejército no considera las órdenes del oficial como consejos que tiene libertad para ignorar.
Es triste que demasiados que profesan ser cristianos toman los mandatos del Señor simplemente como consejos que puede escoger seguir o ignorar. Muchos se casan con incrédulos, ignorando las claras advertencias de las Escrituras (2 Co. 6:14). Se divorcian libremente, descuidando las advertencias del Señor Jesús (Mt. 19). Pisotean los versículos que enfatizan la conducta moral y la santidad.
En el sermón del monte, el Señor citó los Diez Mandamientos y luego afirmó que Dios juzgará tanto el pensamiento del pecado como el hecho. Habló con la autoridad de Dios mismo. Sus seguidores miraban a Él para ser guiados, y le obedecían. En la Gran Comisión el Señor les dijo: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt. 28:19-20). Su comisión no era sólo obtener profesiones de fe, sino ver a las personas convertidas y conformando sus vidas a las enseñanzas de Cristo. “Habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados” (Ro. 6:17).
La vida cristiana debe ser moldeada y formada por la enseñanza de la Palabra de Dios. Su Palabra y Sus mandamientos son para formar no sólo la vida del individuo sino también la de la asamblea local. Después de dar mucha enseñanza práctica a la iglesia en Corinto, Pablo declaró fuertemente: “Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor” (1 Co. 14:37). No eran meramente las ideas de Pablo condicionadas por la cultura de sus tiempos. Pablo habló con la autoridad de Moisés cuando bajó del Monte Sinaí llevando los Diez Mandamientos. No es simplemente instrucción o consejo; sino los mandamientos del Dios santo. Los discípulos del Señor Jesús deben leer la Palabra de Dios con deseo ferviente de aprender y obedecer. Sigamos el ejemplo de Esdras: “Porque Esdras había preparado su corazón para inquirir la ley de Jehová y para cumplirla, y para enseñar en Israel sus estatutos y decretos” (Esd. 7:10).
“Miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Is. 66:2). No debilitemos los mandatos de Dios tratándolos como consejos. Son mandamientos divinos a obedecer porque amamos al Señor.
Donald Norbie
traducido por Carlos Tomás Knott de la revista Counsel (“Consejos”), octubre 2011
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"Y cuando Herodes le iba a sacar, aquella misma noche estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, sujeto con dos cadenas, y los guardas delante de la puerta custodiaban la cárcel" (Hch. 12:6).
- ¡Pedro estaba en una cárcel de máxima seguridad! Eran días difíciles para el apóstol. Mataron a su compañero Jacobo (v. 2). Él estaba encadenado, rodeado de guardas, y aparentemente no había escapatoria. Parecía que estaba perdido, excepto por estas palabras: "pero la iglesia hacía sin cesar oración por él" (v. 5). El predicador Campbell Morgan dijo: "Aquella fuerza de oración ferviente era más fuerte que Herodes y el infierno". Hermano, hermana, ¿tu situación o la de un ser querido tuyo parece completamente imposible? Nunca olvides estas palabras: "pero...oración".
traducido de una lectura del calendario "Choice Gleanings", escrito por Jim Comte
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Fuerzas en Debilidad
Texto: 2 Corintios 12:7-10
Humanamente no hay cómo entender estas palabras paradójicas, que siendo débil uno es fuerte. Dios puede hacer grandes cosas con nosotros si somos débiles. La debilidad es una puerta abierta para que entre y nos lleve el poder de Dios. Un persona que se siente fuerte en sí, nuestro Dios no la usará nunca porque no siente necesidad de Él ni confía en Él.
Dios le permitió al diablo atacar al apóstol Pablo de alguna manera, pero tenía límites puesto por Dios, y Dios lo estaba usando para Su gloria. Así ha sido muchas veces a lo largo de la historia.
Hudson Taylor en China sufría mucho por muchos años. Dijo: “Todos los gigantes que Dios usó en la Biblia eran hombres débiles”. Hebreos 11:33-34 resume su hazañas, y es una lectura animadora, pero Dios los humilló primero y los enseñó a atender Su voz, confiar en Él y obedecerle. Moisés era el hombre más manso de la tierra, después de ser enseñado por Dios. Con Gedeón, Dios le preparó porque se sintió impotente e insignificante. Dios le dio promesas y le redujo el ejército hasta 300 hombres, y con éstos venció. Dios también escogió a Abraham para ser padre de naciones y todas las naciones serán bendecidas en él. Pero, ¿cómo era? Cobarde. Indeciso. Desconfiado. Mentía acerca de Sara porque tenía temor, y esto más de una vez. Luego, con Agar mostro otra debilidad e impaciencia. Pero Dios le iba enseñando, corregiendo, ayudando, llevándole adelante.
Así que, hermanos míos, aunque no seamos “gigantes”, somos del Señor, Él nos ama, y también se acercará en momentos claves en nuestra vida para ayudarnos, sostenernos y guiarnos. Como hizo con otros, hará también con nosotros para que andemos humildemente en Sus caminos. Como todos ellos, tendremos que pasar pruebas y dificultades, y darnos cuenta de nuestra debilidad, fracasos y errores, pero el Señor no nos desamparará sino a través de estas cosas nos enseñará, nos enderezará, nos fortalecerá, y Él tendrá la gloria por obrar en vasos débiles y frágiles.
El apóstol Pablo llegó a gloriarse en sus debilidades, porque reconocía que entonces el Señor obraba en él. Ojala que aprendamos la misma lección. Dios tiene un plan para nuestra vida, una obra que hace en nosotros, y Su deseo es que seamos conformados a la imagen de Su Hijo.
Hermanos, esto debe ayudarnos a no desanimarnos respecto al Señor, sino cobrar ánimo y perseverar en tiempos difíciles y cuando haya pruebas. Estamos matriculados en la escuela de la fe. Dios es el Maestro y Él nos enseña conforme a Sus propósitos. Esto también es parte de nuestro testimonio. Recordemos Isaías 40:31, “pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán”. No nos desanimemos. Dios no ha terminado con nosotros, y Él nos ayudará. Amén.
de un estudio dado por Lucas Batalla, el 29 de julio, 2010
APARENTEMENTE NO ES TAN
DIFÍCIL DEJAR LA DROGA
“No es verdad que los adictos no pueden dejar la droga sin ayuda de médicos y centros de rehabilitación. Miles de soldados norteamericanos, al volver de la guerra en Vietnam, donde se habían hecho adictos a la heroína, la dejaron cuando volvieron a su país, sin ayuda alguna. Y en China, millones de adictos chinos dejaron la droga con un mínimo de ayuda. Esa ayuda fue la promesa de Mao Tse-Tung que iba a fusilarles si no la dejaron. Entonces, no cabe duda de que Mao fue el más grande terapeuta para drogadictos que ha habido en la historia”.
Citado del Wall Street Journal, 25 de mayo, 2006, por los Bobgan en su periódico Psychoheresy Awareness Letter (“Alerta De Psychoherejía”), septiembre-octubre, 2006.
para más estudios del hermano Lucas Batalla, visita estas páginas:
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LA MARCA DE LA BESTIA
¿Tomarás la marca? Viene pronto el momento cuando todo comercio dependerá de la posesión de esta marca. Sin ella, nadie comprará ni venderá. Y si recibes esta marca... no importa si alegremente o a regañadientes, serás bendito por la bestia, pero maldito por Dios.
El mundo espera y anhela un líder, que resuelve los problemas. Será universalmente admirado, tomará el lugar de cabeza de todos los gobiernos y naciones. Hace más de dos mil años que la Biblia, Palabra de Dios, dijo que esto pasará. Pronto se cumplirá. Ese hombre es llamado por Dios: “la bestia”, “el Anticristo”, “el hombre de pecado”, y “aquel inicuo”. Pero en el mundo tendrá nombres buenos y será popular. Prometerá “paz y seguridad”, y todos le admirarán (Apocalipsis 13:4, 9). Tendrá un compañero, un religioso profesional de relaciones públicas (la “otra bestia” – Apocalipsis 13:11-15) que hará grandes señales y muchos creerán.
Pero sabemos por experiencia que los políticos dicen una cosa y hacen otra. El caso del Anticristo y su colega será el peor de todos, porque una vez que tengan el poder, comenzarán a usar la fuerza. Harán una imagen y matarán a todos los que no la adoren. Mucha gente ya está acostumbrada a inclinarse ante las imágenes religiosas y rendirles culto. ¡El camino está preparado! Obligarán a todos a poner la marca de la bestia, y la usarán para controlar la economía – será necesaria para comprar o vender. Nadie sabe todavía cómo exactamente será la marca, pero se pondrá en la mano derecha o en la frente (Apocalipsis 13:16-17). No habrá tolerancia. Tendrás dos opciones: ¡recibir la marca o morir!
PERO, ¡ojo! porque los que reciben la marca provocarán la ira del Dios Omnipotente, y serán rechazados eternamente por Él. Dios derramará Su ira sobre el mundo del Anticristo, durante el tiempo que la Biblia llama “la Gran Tribulación”. Dios mandará juicios sobre la humanidad por su rebelión y maldad. El mundo ya está lleno de personas que rechazan a Jesucristo, Su salvación y Su señorío, pero recibirá alegremente al Anticristo. ¡Fíjate! Dios mandó a Jesucristo para salvar, y Él es rechazado. El diablo mandará al Anticristo para esclavizar, y será aceptado y adorado. ¡Mira si esto no demuestra la mala condición del corazón humano! Dios nos advierte acerca de la marca, pero la mayoría no hace caso. En Apocalipsis 14:9-11 un ángel de Dios clama a gran voz diciendo:
“Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero; y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche los que adoran a la bestia y a su imagen, ni nadie que reciba la marca de su nombre”.
Amigo, la única manera de escaparte de estos horribles juicios que pronto caerán es obedecer el Evangelio proclamado en la Palabra de Dios. Esto es: arrepentirte de tus pecados, incluso de la religión falsa, y confiar única y exclusivamente en el Señor Jesucristo para ser perdonado y salvo. No le puede salvar ninguna religión, filosofía ni ningún político. Pero si arrepentido depositas tu confianza en el Señor Jesucristo, ¡Él te salvará! Jesucristo te hará nacer de nuevo. Te dará perdón y vida eterna. Así dejarás atrás este mundo cuando Jesucristo arrebate a Su pueblo escogido y lo lleve al cielo (S. Juan 14:1-3), antes de comience el tiempo de la Tribulación. Él viene pronto, en cualquier momento, para llevar al cielo a todos los Suyos. ¿Serás uno de ellos, o te quedarás en el mundo con la mayoría para recibirla marca de la bestia? La decisión es tuya, y también las consecuencias.
para más información sobre la profecía, visita esta página y mira la sección titulada "artículos sobre la profecía".
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El Hijo Sabio en Proverbios
10:1 El hijo sabio alegra al padre, pero el hijo necio es tristeza de su madre.
13:1 El hijo sabio recibe el consejo DEL PADRE; mas el burlador no escucha las teprensiones.
15:20 El hijo sabio alegra al padre; mas el hombre necio menosprecia a su madre.
23:15 Hijo mío, si tu corazón fuere sabio, también a mí se me alegrará el corazón.
23:19 Oye, hijo mío, y sé sabio, y endereza tu corazón al camino.
27:11 Sé sabio, hijo mío, y alegra mi corazón, y tendré qué responder al que me agravie.
(Nota: también se aplica a las hijas)
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A LAS FUENTES DEL CRISTIANISMO
(parte III)
por Samuel Vila
(La Confesión Auricular – continuado del nº anterior)
Incidente apostólico ilustrativo
Una prueba innegable de que así lo entendieron los propios apóstoles es el caso de san Pedro con Simón el Mago. Cuando éste se mostró arrepentido ante la reprensión del gran apóstol, éste le dijo: «Ruega a Dios si quizá te será perdonado este pensamiento de tu corazón.» Este si dubitativo es un claro mentís a que el apóstol se considerara facultado para ejercer el poder de las llaves, tal como se lo atribuye la Iglesia Católica. Ahora bien: Pedro era quien mejor podía entender el verdadero significado de las palabras de Cristo: «A quienes les remitiereis los pecados, les serán remitidos»; pero su actitud demuestra que no las comprendía sino del modo que acabamos de explicar, o sea en nuestra forma cristiana evangélica.
En efecto, si el apóstol Pedro sabía que él mismo tenía poder para perdonar pecados, ¿cómo habría dirigido al pecador a confesarse directamente con Dios? Además, ¿cómo habría expresado una duda acerca de algo que él mismo podía resolver?
Pero, entonces —arguyen los católicos—, ¿por qué encontramos en los escritos patrísticos tantas citas atribuyendo a los ministros de la religión la facultad de perdonar pecados? Mas nosotros preguntamos: ¿A qué clase de perdón se referían? Veamos:
El perdón eclesiástico
En el Nuevo Testamento tenemos un interesante ejemplo de perdón eclesiástico (que nada tiene que ver con el perdón divino para la salvación del alma), pero ni aun este perdón legal es concedido por una persona, sino por una comunidad de creyentes.
Un miembro de la iglesia de Corinto ha caído en pecado; los cristianos de la referida iglesia, reunidos en sesión especial, le declaran indigno de participar de la comunión y le separan de la Iglesia. El delincuente reconoce su falta; y el apóstol recomienda benignidad para con el arrepentido, diciendo: «Y al que vosotros perdonareis, yo también» (2a Corintios 2:10).
Estas palabras «al que vosotros perdonareis», nos indican, clara y evidentísimamente, que la facultad de conceder el perdón no es el atributo de ningún individuo particularmente, sino de una asamblea de creyentes. Ni el apóstol, ni ningún otro ministro de la iglesia de Corinto, se atribuyó en este caso la facultad personal de perdonar, sino que fue la Iglesia, en conjunto, la que debía pronunciar el fallo y declarar otra vez digno de la comunión al hermano arrepentido.
Es innegable que, a medida que se consolidó la jerarquía eclesiástica en las iglesias primitivas, se dio más y más importancia al perdón eclesiástico, el cual era dado públicamente por el obispo, en nombre de la Iglesia, a los excomulgados por cualquier motivo; y a los «lapsi» que habían negado la fe durante las persecuciones. De esta costumbre tendremos ocasión de ocuparnos de nuevo en el capítulo sobre las indulgencias. Las palabras de Cristo: «Todo lo que desatareis en la tierra, será desatado en el cielo», eran citadas frecuentemente con referencia a este perdón público concedido por los obispos.4
San Jerónimo (342-320). Describe el modo como era dada la absolución en su tiempo. Y por esta cita, que copiamos precisamente del opúsculo Ego te absolvo, publicado por nuestros opositores, podrá darse perfecta cuenta el lector de que se trata de algo muy diferente a la confesión auricular de nuestros tiempos. Dice:
«El sacerdote... impone la mano al sujeto, Invoca la vuelta del Espíritu Santo (la vuelta del Espíritu Santo al alma es señal de justificación), y así, habiéndose ordenado hacer oración al pueblo (se hacía rogar al pueblo cristiano por los penitentes), reconcilia con el altar, para que el espíritu sea salvo a aquel que había sido entregado a Satanás para muerte de la carne.»
Hemos estudiado cuidadosamente las citas que nos oponen, de san Gregorio Magno (540-604), san León Magno (390-461), san Cirilo de Alejandría (370-444), san Agustín (354-430) y san Crisóstomo (347407);5 pero todas ellas, al igual que la de san Jerónimo que acabamos de transcribir, se refieren a la confesión pública de los miembros disciplinados, algunos de ellos penitentes voluntarios por graves pecados, quienes se sometían de su grado a las ceremonias de la disciplina eclesiástica y consiguiente reconciliación ante toda la asamblea de los fieles, pensando ganar de este modo el perdón y favor divino. Ninguna de estas citas menciona, ni tiene nada que ver, con la moderna confesión auricular hecha al sacerdote. Sentimos no tener espacio para copiarlas todas con la conveniente extensión, pues ello sería la mejor evidencia para cualquier lector de recto criterio, de que no existía confesión auricular en las iglesias primitivas, sino un sistema de disciplina eclesiástica muy riguroso, que llevaba con frecuencia a los fieles a la confesión pública ante toda la Iglesia; jamás a un sacerdote a solas.
Sin confesión auricular
Buen conocedor de la Historia eclesiástica, el polemista evangélico Teófilo Gay exclama: «Todos los padres de la Iglesia de los primeros cuatro siglos vivieron sin confesarse según el sistema católico-romano y sin haber tampoco confesado a nadie. En la vida de los santos posteriores a Inocencio III (1198-1216) a menudo se halla la mención de que ellos confesaban, pero en la de los santos anteriores a aquella época no existe la más mínima mención de la confesión.»6
En efecto: tenemos la vida de san Pablo el Ermitaño, del III siglo. Aunque se nos dan los detalles más minuciosos de sus acciones, no hay una sola palabra que nos hable de la costumbre que el ermitaño tuviera de ir al confesonario. Y es de toda evidencia que vivió y murió sin confesión auricular.
En igual caso tenemos a María Egipcíaca. Vemos, sí, la triste historia de sus desórdenes y escándalos en la juventud; tenemos el relato edificante de su conversión, de sus fervorosas oraciones, de sus largos ayunos en el desierto, de su última enfermedad y su muerte; pero de sus confesiones a un hombre, ni una sola palabra.
El diácono Poncio escribió la vida de san Cipriano, que vivió en el tercer siglo. Y si hay alguna cosa evidente en esta vida, es que jamás el santo obispo confesó a nadie. Una cosa hay también evidente en dicha biografía, y es que habiendo sido excomulgado dicho obispo por el llamado papa de Roma, san Esteban, desestimó públicamente tal excomunión y murió sin haber pedido jamás la absolución de ella. Pero esto no le impediría ir al cielo, pues otros papas posteriores le declararon santo.
Gregorio de Nicea nos dejó la interesante vida de Gregorio de Neo-Cesarea, del siglo III, y de san Basilio, obispo del siglo IV. Y si hay algún hecho probado en ambas, es que estos santos obispos ni se confesaron nunca, a la usanza de la confesión auricular, ni confesaron tampoco a nadie.
Pallás y Teodoreto nos han dejado la historia de la vida, sufrimientos y muerte de san Juan Crisóstomo; y los vemos mudos completamente en el asunto de la confesión auricular, que, de existir en su tiempo, debiera él haber llevado a cabo muchísimas veces con alguno o algunos de sus presbíteros, o con otro obispo.
¿Quién ha escrito con más detalles y elocuencia sobre temas prácticos de fe y moral, de las costumbres privadas y públicas de su tiempo, que san Jerónimo en el siglo v? Estas cartas, que tenemos a la vista, no mencionan en modo alguno la confesión auricular. Gran número de sus cartas eran dirigidas a los presbíteros que le habían pedido reglas prácticas de conducta para desempeñar su ministerio. ¿Cómo es posible, de existir tal costumbre o regla en la Iglesia, que omitiese hablarles de sus deberes como confesores?
En cambio, en su carta al presbítero Nepociano, le dice: «No estés nunca solo con mujer sola, sin testigo de vista. Si tiene alguna cosa particular que deciros, que ponga alguna otra persona de la casa: doncella, viuda o casada; y no será tan ignorante de las reglas de la conveniencia, que ose comunicaros cosas que a otros no comunicaría.»7
Lo mismo podemos decir de san Ambrosio, en cuanto a su biografía, escrita por Paulino.
La vida de san Martín de Tours, del siglo IV, escrita por Severo Sulpicio, del siglo v, es también un monumento irrefutable dejado por la antigüedad para mostrarnos que el dogma de la confesión auricular es de invención moderna. Siendo evidente que san Martín de Tours vivió y murió sin haber pensado nunca en confesarse a otro que a Dios.
4 «Ego te absolvo». Colección «Fe Cat.», pág. 41. Dial contra Luciferianos,
5. ML 23, 167. 5 «Ego te ábsolvo». Idem.
6 Diccionario de Controversia, pág.. 143.
7 Epíst. a Nepociano, vol. 2, pág. 203.
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