SEIS SECRETOS SENCILLOS
PARA ESTUDIAR LA BIBLIA
(Parte II)
PARA ESTUDIAR LA BIBLIA
(Parte II)
El segundo secreto tiene que ver con nuestros ojos; deben ser “ojos para ver”. En Mateo 6:22-23 nuestro Señor nos dice:
“La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?”
El ojo bueno es el que no tiene la vista impedida por nada, que deja entrar la luz y ve claramente. ¿Qué puede impedir la vista? Si examinamos el contexto, lo que viene justo antes y después de estos dos versículos, encontramos que antes el Señor hablaba de “tesoros”(vv.19-21), y después hablaba de “riquezas” (v. 24). El materialismo y los afanes que trae son un gran impedimento en cosas espirituales. A los ricos, y a los avaros que quieren ser ricos, esto no les gusta, pero es así. Muchos tienen problemas viendo lo que la Biblia dice claramente, porque tienen intereses que defender, como por ejemplo un afán, o un estilo de vida, o posesiones que no quieren desprenderse de ellas, como fue el caso del joven rico (Mt.19:16-30). ¿Sabes que una moneda pequeña puede bloquear la luz del sol de tal manera que no ves nada? Sí, si la colocas justo delante del ojo, puedes hacer que la luz no entre. Y hay personas cuya vista está bloqueada, y que no ven claramente la luz de la Palabra de Dios porque ponen su mirada en el dinero, casas, coches, ropa, u otras cosas materiales. El Señor llama al ojo de estas personas: “maligno”. Evidentemente es un problema que existe cada vez más en la profesada Iglesia del Señor. El Señor habla a la iglesia de Laodicea en Apocalipsis 3:17, donde vemos otra vez una relación entre las riquezas y la ceguera:
“Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad: y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”.
En el versículo 18 el Señor aconseja lo que esta iglesia debe hacer para que Él no la vomite de Su boca:
“Por tanto, yo te aconsejo... unge tus ojos con colirio, para que veas”.
¿Y qué medicina es ésta, sino la Palabra de Dios aplicada a nosotros con el poder del Espíritu Santo? Así ella puede sanar el ojo maligno, poniendo las cosas de este mundo en su lugar, y convenciéndonos y limpiándonos de codicia, avaricia, materialismo, amor al mundo y lo que está en el mundo. Bueno, ¿cómo está tu ojo? ¿Ves bien? ¿Hay algo a lo que siempre miras o contemplas que está bloqueando, impiediendo la luz de la Palabra de Dios en tu vida? Luego nuestro Señor dice, en Lucas 16:11-12:
“Pues si en las riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo que es vuestro?”
Los verdaderos tesoros y las verdaderas riquezas son las cosas espirituales, y entre ellas está el entendimiento y la apreciación de las riquezas de la Palabra de Dios, que son verdaderas joyas espirituales. Pero evidentemente el Señor no descubre estas joyas a la persona infiel en el asunto de sus bienes materiales, específicamente el dinero. Éste es un secreto poco conocido, y todavía menos querido, por cierto. Nuestra mayordomía afecta de alguna manera a nuestra capacidad para entender la Biblia. Alguien puede objetar diciendo que esto suena como si fuera posible comprar con dinero un buen entendimiento de la Biblia. Pero no es así, amigo, no es cuestión de comprar nada. El que da dinero como Simón el mago (Hch. 8) esperando comprar algo de Dios, se equivoca gravemente. Dios ve los motivos del corazón, y sabe si lo que estamos haciendo es por amor hacia Él y con un verdadero interés en servirle bien y serle un buen mayordomo o no. A los que se muestran fieles en lo muy poco, el dinero, dice el Señor, Dios les tiene por fieles en lo más, y les da una mayor iluminación y entendimiento de la Biblia. Piensa ahora en tu mayordomía del dinero. ¿Eres fiel o infiel? Espero que no seas como algunos que aman el dinero y los bienes materiales, y esperan que Dios también les dé un profundo entendimiento de Su Palabra. No quieren seguir al Señor que se hizo pobre, pero quieren que Él les ayude a saber mucho de la Biblia. No funciona así. Repasa tu uso del dinero y cómo lo empleas respecto al reino de Dios, el avance del evangelio y el crecimiento de la iglesia. El judío bajo la ley debía un diezmo (10%) a Dios. No era una ofrenda sino una deuda. ¿Ofrendará menos un creyente bajo la gracia? El amor al que nos redimió y enriqueció eternamente no conduce a la mezquindad. Piénsalo bien cómo administras lo que Dios te da, y no le robes (Mal. 3:8-10; 2 Co. 9:6-7).
(continuará, d.v.)
de LIBRO DIVINO, AMADA PALABRA, por Carlos Tomás Knott
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LOS PELIGROS DE
LA EDUCACIÓN MUNDANA
“La educación, el gran abracadabra y fraude de todos los tiempos pretende prepararnos para vivir, y se prescribe como la panacea universal para todos los males, desde la delincuencia juvenil hasta el envejecimiento prematuro. En su mayor parte sólo sirve para incrementar la estupidez, inflar la arrogancia, promover la incredulidad y dejar a los que están sujetos a merced de lavacerebros que tienen prensa, radio y televisión a su disposición”.
(De “Jesus Rediscovered” por Malcom Muggeridge)
“Con demasiada frecuencia los jóvenes criados en hogares cristianos son formados para el mundo en lugar de para el Salvador; para el infierno más que para el cielo. Pregunta hoy a unos padres cristianos corrientes con qué propósito están formando a sus hijos. Muchos de ellos contestarán: “Para que tengan un buen empleo”, o “Para que sean independientes económicamente”, o “Para que puedan mantener una familia y vivir con cierta comodidad”.
“Queremos que asistan a las escuelas de renombre, cuanto más prestigiosas, mejor. Queremos que consigan trabajo en alguna institución que tenga prestigio en la comunidad. Queremos verlos bien casados, es decir, que consigan a alguien con cierto estatus social... Queremos además que dediquen sus noches libres y los domingos a la iglesia local”.
William MacDonald, En Pos De Sombras, pág. 3
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POR QUÉ OFRENDAR SACRIFICADAMENTE
AL SEÑOR Y A SU OBRA
LOS PELIGROS DE
LA EDUCACIÓN MUNDANA
William MacDonald
“La educación, el gran abracadabra y fraude de todos los tiempos pretende prepararnos para vivir, y se prescribe como la panacea universal para todos los males, desde la delincuencia juvenil hasta el envejecimiento prematuro. En su mayor parte sólo sirve para incrementar la estupidez, inflar la arrogancia, promover la incredulidad y dejar a los que están sujetos a merced de lavacerebros que tienen prensa, radio y televisión a su disposición”.
(De “Jesus Rediscovered” por Malcom Muggeridge)
“Con demasiada frecuencia los jóvenes criados en hogares cristianos son formados para el mundo en lugar de para el Salvador; para el infierno más que para el cielo. Pregunta hoy a unos padres cristianos corrientes con qué propósito están formando a sus hijos. Muchos de ellos contestarán: “Para que tengan un buen empleo”, o “Para que sean independientes económicamente”, o “Para que puedan mantener una familia y vivir con cierta comodidad”.
“Queremos que asistan a las escuelas de renombre, cuanto más prestigiosas, mejor. Queremos que consigan trabajo en alguna institución que tenga prestigio en la comunidad. Queremos verlos bien casados, es decir, que consigan a alguien con cierto estatus social... Queremos además que dediquen sus noches libres y los domingos a la iglesia local”.
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POR QUÉ OFRENDAR SACRIFICADAMENTE
AL SEÑOR Y A SU OBRA
Porque Él se dio en sacrificio por nosotros al venir a morir por nuestros pecados y nos hizo ricos espiritualmente (2 Co. 8:9).
Porque Él nos ofrece la oportunidad de hacer tesoros en el "Banco del Cielo" (Lc. 16:9; Mt. 6:20).
Porque donde está nuestro tesoro, allí estará centrado el interés de nuestro corazón (Lc. 12:33-34).
Porque todo lo que tenemos pertenece a Dios (1 Cr. 29:14), debemos dejar que Él lo use libremente.
Porque retener los diezmos y las ofrendas es “robar a Dios” (Mal. 3:8).
Porque en la medida que demos, Dios nos dará (Lc. 6:38; 2 Co. 9:6).
Porque ofrendar generosamente a Dios conduce a bendición, y el no dar lleva a pérdida (Pr. 11:24-25).
Porque Jesús dijo que es más bienaventurado dar que recibir (Hch. 20:35).
Porque después de que hayamos dado liberalmente, el Señor promete suplir todas nuestras necesidades (Fil. 4:18-19).
Porque el Señor nos manda ofrendar regular, sistemática y proporcionalmente (por porcentaje) (1 Co. 16:2). La forma normal de ofrendar es a través de la iglesia local.
Porque Dios ama al dador alegre (2 Co. 9:7).
Porque es mejor amar y dar a Dios que amar y atesorar dinero (Mt. 6:24).
Porque la ofrenda es un acto de adoración a Dios (Mt. 26:7-11).
Porque el Señor resaltó y mandó ofrendar de manera sacrificial (Lc. 21: 1-4).
Porque Él nos ofrece la oportunidad de hacer tesoros en el "Banco del Cielo" (Lc. 16:9; Mt. 6:20).
Porque donde está nuestro tesoro, allí estará centrado el interés de nuestro corazón (Lc. 12:33-34).
Porque todo lo que tenemos pertenece a Dios (1 Cr. 29:14), debemos dejar que Él lo use libremente.
Porque retener los diezmos y las ofrendas es “robar a Dios” (Mal. 3:8).
Porque en la medida que demos, Dios nos dará (Lc. 6:38; 2 Co. 9:6).
Porque ofrendar generosamente a Dios conduce a bendición, y el no dar lleva a pérdida (Pr. 11:24-25).
Porque Jesús dijo que es más bienaventurado dar que recibir (Hch. 20:35).
Porque después de que hayamos dado liberalmente, el Señor promete suplir todas nuestras necesidades (Fil. 4:18-19).
Porque el Señor nos manda ofrendar regular, sistemática y proporcionalmente (por porcentaje) (1 Co. 16:2). La forma normal de ofrendar es a través de la iglesia local.
Porque Dios ama al dador alegre (2 Co. 9:7).
Porque es mejor amar y dar a Dios que amar y atesorar dinero (Mt. 6:24).
Porque la ofrenda es un acto de adoración a Dios (Mt. 26:7-11).
Porque el Señor resaltó y mandó ofrendar de manera sacrificial (Lc. 21: 1-4).
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TODO O NADA
(Parte I)
TODO O NADA
(Parte I)
De repente el suelo debajo de mí empezaba a moverse, escuché un sonido como un viento recio y alguien gritó:: “¡Terremoto!”
Yo estaba en la oficina de correos en Seattle, Washington cuando esto sucedió. Toda la gente empezó a correr del pánico que le sobrecogió, pero no había donde esconderse. Si el terremoto hubiera durado un poquito más, casi seguro que hubiese derrumbado aquel edificio aunque era de piedra.
Pocos días después, alguien llamó a la puerta de nuestra casa. Abriéndola, vi delante de mí a un hombre de unos 45 años de edad, fumando mientras esperaba. Me saludó y empezó a hablar con palabrotas, y enfatizaba sus puntos con palabras que tomaban en vano el nombre de Dios y del Salvador Jesucristo. Decía que había observado que el terremoto rompió parte de la chimenea de nuestra casa. Él, como dueño de una empresa de albañiles, me pedía que le concediera el trabajo de reparar la chimenea. Le pregunté cuánto costaría esto. Cuando me dio el precio le dije que eso era más de lo que yo podía pagar, y además como no la usábamos, había pensado subir y quitarla yo mismo.
El hombre era un buen vendedor, e intentaba hacerme ver el valor de repararla correctamente. Así de esa manera seguimos hablando un rato más en la puerta, y todo el tiempo él seguía usando palabrotas.
Finalmente le dije: “No puedo aceptar tus servicios pero tengo algo de valor que me gustaría obsequiarle”. Le ofrecí un librito que explicaba el evangelio. Lo aceptó y lo abrió en seguida con la curiosidad de ver qué era. Cuando vio que era literatura cristiana, me preguntó: “¿De qué iglesia eres?”
Le contesté, y él, sonriente, me dio la mano y dijo: “Te ofrezco la mano como miembro de otra congregación de la misma denominación - ¡somos de la misma fe!”
Le miré un momento, dudando si darle la mano o no. Finalmente le di la mano y dije: “Puede que seas miembro de una iglesia evangélica, pero no eres cristiano. Tú necesitas nacer de nuevo. Necesitas convertirte de ti mismo al camino de Dios”.
“¿Qué quieres decir con esto de que no soy cristiano?” me preguntó.
“Tu forma de hablar me dice qué tipo de hombre eres,” le contesté. “Me refiero a la forma en que usas el nombre de Dios; esto me demuestra que no eres cristiano”.
“Mi forma de hablar no tiene nada que ver con que yo sea cristiano o no”, replicó. “Somos salvos por medio de la fe en Cristo, no por buenas obras. Dios nos ha prometido vida eterna como un regalo gratuito en base a lo que Cristo hizo. No podemos obrar para merecer un regalo”.
“De acuerdo,” le dije, “pero Dios ha establecido ciertas condiciones que tenemos que cumplir para recibir Su regalo de vida gratuitamente. Aunque tú no demandes nada de la persona que le haces un regalo, esto no significa que Dios sea así, que Él no tenga requisitos o que no haga demandas solamente porque tú no lo harías. La Biblia enseña claramente que hay condiciones que tienen que cumplirse en los que desean recibir la dádiva divina de vida eterna”.
Hablamos un poquito más, pero ninguno de los dos tenía el tiempo para profundizar y tratar el asunto en este encuentro. Pero ahora, querido lector, tú y yo podemos hacerlo. Vamos a considerar en qué consiste esto de recibir la vida eterna como dádiva de Dios.
La posesión más importante que tienes es la vida. Pero más allá de eso, la posesión más grande que podrías tener es la vida eterna. Entonces, lo más trágico es equivocarse en cuanto a cómo recibir la vida eterna.
Miramos a los paganos y pensamos: ¡qué trágico, qué triste!, que ellos pongan su confianza en esas religiones falsas y están tan engañados. Pero hay una tragedia peor todavía; la de los millones que profesan ser cristianos - aún evangélicos - pero sin saber de qué va. ¡Profesan tener vida eterna a través de Cristo el Salvador, pero todavía están perdidos - perdidos pero con una certeza falsa que les induce a pensar que todo está bien!
El Apóstol Pablo nos advierte de esto en 2 Timoteo 4:3-4, diciendo:
“Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oir, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas”.
Los pecadores dan la bienvenida a cualquiera que pueda manejar engañosamente la Palabra de Dios para decirles con aparentes pruebas que pueden continuar en sus pecados y todavía ser salvos si solamente creen en Cristo como su Salvador.
Esta advertencia es para ti, y para mí. ¿Realmente has sido convertido de una vida egoísta y pecaminosa a la verdadera fe y la obediencia a Cristo?
¿Qué es lo que la Biblia realmente enseña acerca de cómo obtener la vida eterna? Primero, permíteme darte unos datos fundamentales que a lo mejor ya sabías, pero hay otras personas que no lo saben.
El hombre era perfecto cuando Dios le creó. Algo maravilloso que leemos en la Biblia es que Dios creó al hombre a Su imagen. Él nos creó para ser como Él es. Entonces, Él es nuestro Padre en un sentido mucho más real que nuestros padres terrenales. El futuro de los hijos de Dios está absolutamente fuera de este mundo.
No obstante, leemos en Génesis, el primer libro de la Biblia, que la humanidad no permaneció en este estado perfecto en que Dios la creó. Como nuestro Padre y Creador, es tanto el derecho como la esperanza de Dios que nosotros le honremos y le obedezcamos. Pero desde el primer hombre, Adán, hasta cada uno de nosotros, hemos ido por nuestro propio camino en lugar de caminar en el camino de Dios. ¿No se oye mucho a la gente decir cosas como: “cada uno tiene sus ideas”, “tengo mi propia religión”, “cada uno es libre”, y cosas por el estilo? Es así, ¿verdad que sí?
Prácticamente lo que hemos dicho es: “No voy a dejar a Dios que me diga lo que tengo que hacer. Voy a vivir mi vida como a mi me plazca. Tengo ciertos deseos y ambiciones, y voy a asegurarme que sean realizados”. Aunque no hayas usado estas mismas palabras, sí que lo has dicho de otras formas.
Todos nosotros hemos manifestado que: “No tendré a Dios como Rey de mi vida. Yo soy el rey, el gobernador de mi vida”. Entonces, en nuestras vidas hemos destronado al que tiene derecho de ser el Rey sobre nosotros, lo cual es crimen de traición, de rebelión contra el gobierno del cielo. ¡Cada uno en nuestra propia vida, hemos usurpado el trono que a Dios le pertenece!
¿Qué pasa en el mundo cuando un súbdito se rebela contra su rey y se pone a sí mismo como rey? La respuesta, por supuesto, es que el verdadero rey usa todo su poder y derecho para sujetar la rebelión. Esto es exactamente lo que ocurrió en nuestro caso en nuestra relación con Dios. Nos hemos rebelado contra Dios, aunque de maneras muy distintas, pero lo hemos hecho, cada uno por su camino. Y Dios dice que debido a eso nosotros seremos castigados con la muerte. ¿Qué pasaría en el reino celestial de Dios si Él dejara a los rebeldes entrar allá? La respuesta es obvia; si Él hiciera esto, Su reino entero estaría en peligro.
Dios es sabio, potente y justo. Él ha pronunciado sentencia de muerte sobre todos los pecadores, diciendo: “El alma que pecare, esa morirá”. Ezequiel 18:4 es solamente un ejemplo de los textos bíblicos donde Dios pronuncia esta sentencia. Con estas y muchas otras palabras Dios ha decretado la muerte de los que se rebelan contra Él como su Rey y Señor.
Ahora bien, un rey terrenal puede ser quitado y uno nuevo tomar su lugar, pero no es el caso con Dios. Él permite a los rebeldes vivir por cierto tiempo, para buscar la reconciliación. Esto es porque Dios, además de ser Dios de sabiduría, poder y justicia, es también Dios de amor. Dios nuestro Padre ama a los que Él creó a Su imagen. Él desea que todos ellos sean verdaderos hijos Suyos, hijos que Él pueda bendecir con vida eterna. Aunque la humanidad está perdida y bajo condenación por su propia culpa, Dios ha provisto un camino por medio del cual los hombres perdidos pueden ser salvados.
Esto es lo que Dios ha hecho para salvarnos de nuestra perdición. Él envió a Su Hijo, Jesús, de las cortes celestiales, para hacerse semejante al hombre. El plan de Dios fue profetizado en los escritos del Antiguo Testamento centenares de años antes de que aconteciera. Sucedió cuando Jesucristo nació milagrosamente de una virgen en Belén de Israel hace ahora casi dos mil años. Dios envió a Su Hijo, al que sabía que no se rebelaría contra Él. Envió al que siempre había sido Su fiel compañero.
Leemos que “todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23), pero Jesucristo fue la excepción. Acerca de Cristo leemos lo siguiente: “el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca” (1 Pedro 2:22).
Dios envió a Su Hijo para vivir una vida que sería una bendición a la humanidad, y para dar testimonio de Su fidelidad a Dios Padre. Después, Dios permitió que hombres malvados (¡y religiosos!) crucificasen a Su Hijo sobre una cruz. Fue clavado al madero, y allí derramó Su sangre. El justo, que no tenía pecado, murió por los pecados de los demás. En el Nuevo Testamento, en Juan 3:16, tenemos estas palabras: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Jesucristo el Hijo de Dios dio Su vida en los padecimientos y muerte en la cruz, por tus pecados y por los míos.
Dios promete aceptar este sacrificio hecho y consumado ya por Su Hijo, en tu lugar, para que en vez de ejecutar sobre ti la sentencia de muerte que ha sido decretada, puedas ser perdonado y salvado. Esto lo hará si aceptas a Jesucristo como tu Salvador y como tu Señor. Queremos enfatizar esto, que debes recibirle como Señor además de Salvador. Hay muchos hoy día que quieren a Cristo como su Salvador, porque quieren escapar del castigo de sus pecados, pero no están dispuestos a rendirse a Él como su Señor para que Él gobierne su vida. ¡Qué triste!
Dios no promete perdón por medio de Jesucristo a los que no están dispuestos a volverse de su rebelión en contra de Él. La condición sobre la cual Dios ofrece el perdón de pecados y vida eterna es que el pecador se rinda a su Dios y esté dispuesto a obedecerle y honrarle como su Señor y como su Gobernador.
Hay dos cosas necesarias para la salvación de un alma perdida. Muchas veces se ha dicho que solamente hay una cosa necesaria, y es confiar en Cristo como Salvador personal. Pero eso no es exactamente correcto. Somos salvos por la gracia por la fe, es verdad. Considero que la salvación por la fe incluye dos cosas muy necesarias y te invito a considerar este tema conmigo.
Yo estaba en la oficina de correos en Seattle, Washington cuando esto sucedió. Toda la gente empezó a correr del pánico que le sobrecogió, pero no había donde esconderse. Si el terremoto hubiera durado un poquito más, casi seguro que hubiese derrumbado aquel edificio aunque era de piedra.
Pocos días después, alguien llamó a la puerta de nuestra casa. Abriéndola, vi delante de mí a un hombre de unos 45 años de edad, fumando mientras esperaba. Me saludó y empezó a hablar con palabrotas, y enfatizaba sus puntos con palabras que tomaban en vano el nombre de Dios y del Salvador Jesucristo. Decía que había observado que el terremoto rompió parte de la chimenea de nuestra casa. Él, como dueño de una empresa de albañiles, me pedía que le concediera el trabajo de reparar la chimenea. Le pregunté cuánto costaría esto. Cuando me dio el precio le dije que eso era más de lo que yo podía pagar, y además como no la usábamos, había pensado subir y quitarla yo mismo.
El hombre era un buen vendedor, e intentaba hacerme ver el valor de repararla correctamente. Así de esa manera seguimos hablando un rato más en la puerta, y todo el tiempo él seguía usando palabrotas.
Finalmente le dije: “No puedo aceptar tus servicios pero tengo algo de valor que me gustaría obsequiarle”. Le ofrecí un librito que explicaba el evangelio. Lo aceptó y lo abrió en seguida con la curiosidad de ver qué era. Cuando vio que era literatura cristiana, me preguntó: “¿De qué iglesia eres?”
Le contesté, y él, sonriente, me dio la mano y dijo: “Te ofrezco la mano como miembro de otra congregación de la misma denominación - ¡somos de la misma fe!”
Le miré un momento, dudando si darle la mano o no. Finalmente le di la mano y dije: “Puede que seas miembro de una iglesia evangélica, pero no eres cristiano. Tú necesitas nacer de nuevo. Necesitas convertirte de ti mismo al camino de Dios”.
“¿Qué quieres decir con esto de que no soy cristiano?” me preguntó.
“Tu forma de hablar me dice qué tipo de hombre eres,” le contesté. “Me refiero a la forma en que usas el nombre de Dios; esto me demuestra que no eres cristiano”.
“Mi forma de hablar no tiene nada que ver con que yo sea cristiano o no”, replicó. “Somos salvos por medio de la fe en Cristo, no por buenas obras. Dios nos ha prometido vida eterna como un regalo gratuito en base a lo que Cristo hizo. No podemos obrar para merecer un regalo”.
“De acuerdo,” le dije, “pero Dios ha establecido ciertas condiciones que tenemos que cumplir para recibir Su regalo de vida gratuitamente. Aunque tú no demandes nada de la persona que le haces un regalo, esto no significa que Dios sea así, que Él no tenga requisitos o que no haga demandas solamente porque tú no lo harías. La Biblia enseña claramente que hay condiciones que tienen que cumplirse en los que desean recibir la dádiva divina de vida eterna”.
Hablamos un poquito más, pero ninguno de los dos tenía el tiempo para profundizar y tratar el asunto en este encuentro. Pero ahora, querido lector, tú y yo podemos hacerlo. Vamos a considerar en qué consiste esto de recibir la vida eterna como dádiva de Dios.
La posesión más importante que tienes es la vida. Pero más allá de eso, la posesión más grande que podrías tener es la vida eterna. Entonces, lo más trágico es equivocarse en cuanto a cómo recibir la vida eterna.
Miramos a los paganos y pensamos: ¡qué trágico, qué triste!, que ellos pongan su confianza en esas religiones falsas y están tan engañados. Pero hay una tragedia peor todavía; la de los millones que profesan ser cristianos - aún evangélicos - pero sin saber de qué va. ¡Profesan tener vida eterna a través de Cristo el Salvador, pero todavía están perdidos - perdidos pero con una certeza falsa que les induce a pensar que todo está bien!
El Apóstol Pablo nos advierte de esto en 2 Timoteo 4:3-4, diciendo:
“Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oir, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas”.
Los pecadores dan la bienvenida a cualquiera que pueda manejar engañosamente la Palabra de Dios para decirles con aparentes pruebas que pueden continuar en sus pecados y todavía ser salvos si solamente creen en Cristo como su Salvador.
Esta advertencia es para ti, y para mí. ¿Realmente has sido convertido de una vida egoísta y pecaminosa a la verdadera fe y la obediencia a Cristo?
¿Qué es lo que la Biblia realmente enseña acerca de cómo obtener la vida eterna? Primero, permíteme darte unos datos fundamentales que a lo mejor ya sabías, pero hay otras personas que no lo saben.
El hombre era perfecto cuando Dios le creó. Algo maravilloso que leemos en la Biblia es que Dios creó al hombre a Su imagen. Él nos creó para ser como Él es. Entonces, Él es nuestro Padre en un sentido mucho más real que nuestros padres terrenales. El futuro de los hijos de Dios está absolutamente fuera de este mundo.
No obstante, leemos en Génesis, el primer libro de la Biblia, que la humanidad no permaneció en este estado perfecto en que Dios la creó. Como nuestro Padre y Creador, es tanto el derecho como la esperanza de Dios que nosotros le honremos y le obedezcamos. Pero desde el primer hombre, Adán, hasta cada uno de nosotros, hemos ido por nuestro propio camino en lugar de caminar en el camino de Dios. ¿No se oye mucho a la gente decir cosas como: “cada uno tiene sus ideas”, “tengo mi propia religión”, “cada uno es libre”, y cosas por el estilo? Es así, ¿verdad que sí?
Prácticamente lo que hemos dicho es: “No voy a dejar a Dios que me diga lo que tengo que hacer. Voy a vivir mi vida como a mi me plazca. Tengo ciertos deseos y ambiciones, y voy a asegurarme que sean realizados”. Aunque no hayas usado estas mismas palabras, sí que lo has dicho de otras formas.
Todos nosotros hemos manifestado que: “No tendré a Dios como Rey de mi vida. Yo soy el rey, el gobernador de mi vida”. Entonces, en nuestras vidas hemos destronado al que tiene derecho de ser el Rey sobre nosotros, lo cual es crimen de traición, de rebelión contra el gobierno del cielo. ¡Cada uno en nuestra propia vida, hemos usurpado el trono que a Dios le pertenece!
¿Qué pasa en el mundo cuando un súbdito se rebela contra su rey y se pone a sí mismo como rey? La respuesta, por supuesto, es que el verdadero rey usa todo su poder y derecho para sujetar la rebelión. Esto es exactamente lo que ocurrió en nuestro caso en nuestra relación con Dios. Nos hemos rebelado contra Dios, aunque de maneras muy distintas, pero lo hemos hecho, cada uno por su camino. Y Dios dice que debido a eso nosotros seremos castigados con la muerte. ¿Qué pasaría en el reino celestial de Dios si Él dejara a los rebeldes entrar allá? La respuesta es obvia; si Él hiciera esto, Su reino entero estaría en peligro.
Dios es sabio, potente y justo. Él ha pronunciado sentencia de muerte sobre todos los pecadores, diciendo: “El alma que pecare, esa morirá”. Ezequiel 18:4 es solamente un ejemplo de los textos bíblicos donde Dios pronuncia esta sentencia. Con estas y muchas otras palabras Dios ha decretado la muerte de los que se rebelan contra Él como su Rey y Señor.
Ahora bien, un rey terrenal puede ser quitado y uno nuevo tomar su lugar, pero no es el caso con Dios. Él permite a los rebeldes vivir por cierto tiempo, para buscar la reconciliación. Esto es porque Dios, además de ser Dios de sabiduría, poder y justicia, es también Dios de amor. Dios nuestro Padre ama a los que Él creó a Su imagen. Él desea que todos ellos sean verdaderos hijos Suyos, hijos que Él pueda bendecir con vida eterna. Aunque la humanidad está perdida y bajo condenación por su propia culpa, Dios ha provisto un camino por medio del cual los hombres perdidos pueden ser salvados.
Esto es lo que Dios ha hecho para salvarnos de nuestra perdición. Él envió a Su Hijo, Jesús, de las cortes celestiales, para hacerse semejante al hombre. El plan de Dios fue profetizado en los escritos del Antiguo Testamento centenares de años antes de que aconteciera. Sucedió cuando Jesucristo nació milagrosamente de una virgen en Belén de Israel hace ahora casi dos mil años. Dios envió a Su Hijo, al que sabía que no se rebelaría contra Él. Envió al que siempre había sido Su fiel compañero.
Leemos que “todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23), pero Jesucristo fue la excepción. Acerca de Cristo leemos lo siguiente: “el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca” (1 Pedro 2:22).
Dios envió a Su Hijo para vivir una vida que sería una bendición a la humanidad, y para dar testimonio de Su fidelidad a Dios Padre. Después, Dios permitió que hombres malvados (¡y religiosos!) crucificasen a Su Hijo sobre una cruz. Fue clavado al madero, y allí derramó Su sangre. El justo, que no tenía pecado, murió por los pecados de los demás. En el Nuevo Testamento, en Juan 3:16, tenemos estas palabras: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Jesucristo el Hijo de Dios dio Su vida en los padecimientos y muerte en la cruz, por tus pecados y por los míos.
Dios promete aceptar este sacrificio hecho y consumado ya por Su Hijo, en tu lugar, para que en vez de ejecutar sobre ti la sentencia de muerte que ha sido decretada, puedas ser perdonado y salvado. Esto lo hará si aceptas a Jesucristo como tu Salvador y como tu Señor. Queremos enfatizar esto, que debes recibirle como Señor además de Salvador. Hay muchos hoy día que quieren a Cristo como su Salvador, porque quieren escapar del castigo de sus pecados, pero no están dispuestos a rendirse a Él como su Señor para que Él gobierne su vida. ¡Qué triste!
Dios no promete perdón por medio de Jesucristo a los que no están dispuestos a volverse de su rebelión en contra de Él. La condición sobre la cual Dios ofrece el perdón de pecados y vida eterna es que el pecador se rinda a su Dios y esté dispuesto a obedecerle y honrarle como su Señor y como su Gobernador.
Hay dos cosas necesarias para la salvación de un alma perdida. Muchas veces se ha dicho que solamente hay una cosa necesaria, y es confiar en Cristo como Salvador personal. Pero eso no es exactamente correcto. Somos salvos por la gracia por la fe, es verdad. Considero que la salvación por la fe incluye dos cosas muy necesarias y te invito a considerar este tema conmigo.
continuará, d.v., en el siguiente número
Escrito por Ray W. Johnson. Traducido y adaptado por Carlos Tomás Knott. Editado originalmente por Life Messengers (Mensajeros de Vida), Seattle, Washington, EE.UU.
Escrito por Ray W. Johnson. Traducido y adaptado por Carlos Tomás Knott. Editado originalmente por Life Messengers (Mensajeros de Vida), Seattle, Washington, EE.UU.
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