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miércoles, 31 de julio de 2024

EN ESTO PENSAD - agosto 2024

 Cristo en los Panes sin Levadura


Textos: Lv. 23.4-8; 2 Co. 5.21; 1 Jn. 3.5

El finado Sr. Arthur Gilmour ecribió que el Señor mencionó tres tipos de levadura. La levadura de los fariseos es la hipocresía; la de los saduceos es la incredulidad; la de Herodes es el poder mundano. Ninguna de esas cosas estaba en el Señor Jesucristo. Su vida y ministerio eran un ejemplo de integridad y confianza. Nunca disminuía Su confianza en Dios, y Su reino no era de este mundo.
    Su vida era una manifestación constante de la santidad práctica, y toda ella ascendía a Dios como olor grato. Era una vida de excelencia moral, sin igual y totalmente única. Él era el pan sin levadura, sin corrupción y sin el elemento del orgullo de la carne – un Hombre en constante armonía con la voluntad de Dios, en quién la desobediencia no pudo entrar. Aceptó voluntariamente la vida de dependencia en Dios, y los repetidos asaltos del príncipe del mundo no consiguieron nada en el Cristo impecable.
    La fiesta de los panes sin levadura transmite unas lecciones muy prácticas. El mandamiento dado fue: “siete días comeréis panes sin levadura” (Lv. 23.6). No se permitía la manifestación del mal en ningún día. Esto es un gran reto hoy para el pueblo de Dios. Vivimos en un mundo vil, y los postreros días son probablemente los peores en la historia del mundo. En ese ambiente todavía suena claramente el mandamiento de Dios: “siete días comeréis panes sin levadura”. Debemos fijarnos en el ejemplo puesto por el Salvador, y seguirlo: “Sed santos, porque yo soy santo”.
    Conviene notar la conexión entre la Pascua y la fiesta de los panes sin levadura. En Lucas 22 son presentadas juntas, como una misma cosa. Cuando apreciamos nuestra redención, entonces podemos apreciar plenamente a Cristo. En las Escrituras, el pecado siempre entra cuando mengua el amor. Procuremos cada día mantener el calor de nuestro desposorio a Cristo (Jer. 2.2). Entonces, cualquier mal que se nos presente parecerá como nada en la luz de la gloria de Su impecable y perfecta humanidad.

Del libro, Christ in the Old Testament (Cristo en el Antiguo Testamento), Precious Seed Publications, lectura para el 7 de abril

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 El Rey Saúl y las Consecuencias
de su Altivez y Desobediencia

Parte 3

 por Lucas Batalla Maraver y Carlos Tomás Knott

 

viene del número anterior
  En los versos 20-21 de 1 Samuel 5, Saúl intentó nuevamente justificarse. Declaró: “Antes bien he obedecido la voz de Jehová...” (v. 20) pero era mentira. Obedecer es hacer todo – no la mayor parte. En lenguaje de hoy, los que dividen las doctrinas en varias categorías: “principales” o “fundamentales”, y “secundarias” o “no esenciales”, son culpables de fomentar el desprecio y la desobediencia. Saúl nuevamente intentó escabullirse, echando la culpa al pueblo, y no tomando responsabilidad (v. 21) como rey.
    Entonces Samuel le interrumpió y declaró el gran precepto de la obediencia a Dios (vv. 22-23). Saúl había desobedecido, pero no quiso reconocerlo. Escuchemos y tomemos al corazón las palabras del profeta.
    (1) Samuel pregunta: “¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová?” El propósito de su pregunta es causar reflexión e identificar una verdad. ¿Está bien adorar a Dios de cualquier manera? ¿Tiene Dios que aceptar cualquier cosa? Lee detenidamente el libro de Malaquías para ver la respuesta. Los sacrificios y la alabanza sin la obediencia son completamente inútiles, y además, desagradan a Dios. Alguien dijo: “En los sacrificios el hombre ofrece solo la carne de animales irracionales, mientras que en la obediencia ofrece su propia voluntad, que es nuestro culto racional (Ro. 12.1)”.
    Samuel contesta su propia pregunta y declara un gran precepto bíblico, válido en todo tiempo: “Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros” (v. 22). “Ciertamente” indica que no cabe duda. Aquellos animales debieron ser matados en juicio, no ofrecidos en sacrificio. No es posible glorificar a Dios sin hacer lo que Él manda. El sincero deseo de la mayoría no triunfó entonces, ni hoy toma precedencia sobre la obediencia a las palabras de Dios. Todavía “es mejor” prestar atención a la Palabra de Dios y obedecerla. No importa que otros nos llamen creyentes anticuados, legalistas o intransigentes. No hay que transigir la Palabra de Dios. “Compra la verdad y no la vendas” (Pr. 23.23). El mandato a Israel fue: “Mirad, pues, que hagáis como Jehová vuestro Dios os ha mandado; no os apartéis a diestra ni a siniestra” (Dt. 5.32; véase también 17.11, 20; 28.14; Jos. 1.7; 23.6). Y el Nuevo Testamento nos enseña a obedecer a Dios, no a modificar Sus palabras. Nuestro Señor protestó: “¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lc. 6.46). Es Su pregunta más embarazosa. ¿Cómo responderían los que cambian las cosas en las iglesias para no seguir la doctrina y práctica de los apóstoles? (Hch. 2.42). Santiago 1.22 demanda: “Sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos”. Hoy muchos autoengañados hay en las iglesias. Piensan que son cristianos, que conocen a Dios, pero son impuros, corrompidos, incrédulos, abominables, rebeldes y reprobados (Tit. 1.15-16). Si en verdad conociesen a Dios, sabrían cuánto Él valora la obediencia. Son como los de Laodicea, y piensan que todo va bien, cuando realmente desagradan a Dios (Ap. 3.17).
    En cambio, Cristo enseñó a Sus discípulos que la obediencia es cómo manifestar amor. Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Jn. 14.15). “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama(Jn. 14.21).  “El que me ama, mi palabra guardará” (Jn. 14.23). El que no me ama, no guarda mis palabras” (Jn. 14.24). No se trata de cantar que le amamos, sino demostrarlo obedeciendo a Su Palabra. Es así que mostramos fe y amor. Saúl fracasó en esto, porque no amó a Dios, sino a sí mismo y su posición como rey. Pero apliquémoslo a nosotros. Siendo ésa la medida que Cristo da del amor, ¿dónde está el amor a Él en nuestras vidas personales, y en las iglesias? Por ejemplo, muchas iglesias desechan las instrucciones sobre el carácter y la conducta de las mujeres, y las distinciones como el velo, el silencio y la sumisión. Desprecian esos textos y los tildan de cosas culturales. Pero en su primera epístola a los corintios, Pablo insistió que las cosas que escribió “son mandamientos del Señor” (1 Co. 14.37), no cuestiones culturales ni opiniones suyas. De modo que, los que no obedecen a la Palabra de Dios, no lo aman realmente, por mucho que afirmen que sí. El Señor expresó Su aprobación y placer a la iglesia en Filadelfia con estas palabras: “... aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre” (Ap. 3.8). No habló así a ninguna otra iglesia. ¿Qué diría a nosotros?
    (2) Samuel explica cómo Dios ve la desobediencia. “Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación” (1 S. 15.23). Las palabras divinas son: “pecado”, “adivinación”, “rebelión”, “ídolos e idolatría”, y “obstinación”. Recuerda que “desobediencia” es como Dios evalúa el comportamiento de Saúl, aunque mató a todos menos Agag, y mató también todo el ganado excepto los mejores que pretendió ofrecer a Jehová. Humanamente alguno diría que obedeció en casi todo, pero Dios no lo felicitó. No dijo: “Hasta ahí hiciste bien en gran parte, solo que fallaste en dos puntos”. Dios no lo vio así. Había una orden: matar y destruir todo (v. 3), y no lo hizo. No es parte obediente y parte desobediente. Conocer a Dios es entender que Sus caminos y pensamientos no son como los nuestros, sino más altos (Is. 55.9). La desobediencia nunca es cosa leve, sino muy grave. Desobedecer es rebelarse contra Dios, queriendo hacer nuestra voluntad en lugar de la Suya. Dios la considera como adivinación – el ocultismo, el consultar a espíritus, a demonios. Desobedecer Su Palabra es la obstinación. En lugar de humillarse, confiar en Dios, ceder y decir: “Hágase tu voluntad”, nos empeñamos en hacer otra cosa. Es resistirse y oponerse a Dios, y es una carrera perdida de entrada. Saúl, a perdonar la vida a un solo hombre, y unos animales para sacrificar a Dios, desobedeció, se rebeló, y fue obstinado. Ofendió a Dios como si hubiese practicado adivinación – cosa que luego hizo (1 S. 28). Insultó a Dios y le deshonró como si hubiese sido idólatra. En efecto, Saúl desechó la Palabra de Jehová, pues no la cumplió enteramente sino se permitió el lujo de dos pequeñas modificaciones: el rey Agag y lo mejor del ganado.
    (3) Samuel anuncia el veredicto divino: “Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado para que no seas rey” (1 S. 15.23). Cuando Samuel servía como niño al lado de Elí en el tabernáculo, un profeta anónimo reprendió a Elí y declaró estas palabras de Dios: “...yo honraré a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco” (1 S. 2.30). Luego, cuando Dios le llamó a servir, el primer mensaje revelado fue de juicio contra Elí, el sumo sacerdote. Vio el cumplimiento de ese terrible juicio, en la muerte trágica de Elí y sus hijos en un solo día. Pero en el capítulo 15 fue dirigido a declarar a Saúl que Dios lo había desechado. No era una profecía, sino un hecho cumplido. No “te desechará”, es decir, no en el futuro, sino ya “te ha desechado”. Pero Saúl seguía obstinado, y rehusó soltar las riendas. No quiso humillarse ni dimitir, probablemente porque no soportaría la gran humillación y vergüenza, pero es lo que Dios mandó. En eso también resistió la voluntad de Dios, pues el resto de 1 Samuel es evidencia de los problemas que causó Saúl porque no aceptó el juicio de Dios, sino perseguía al que Dios había escogido y ungido para tomar su lugar. Eclesiastés 4.13 menciona al “rey viejo y necio que no admite consejos”, y Saúl fue así. Desobedeció a Dios en esto también, pues se agarró del trono cuando había sido desechado, mostrando rebelión y obstinación. Es triste cuando los fieles tienen que esperar la muerte de uno que rehúsa retirarse.

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  El Amor de Dios

“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Jn. 4.10).
   El amor verdadero es caracterizado por el sacrificio propio. En ningún lugar es esto más evidente que con el amor de Dios (Jn. 3:16). Es un amor sin causa, en el sentido de que no hay nada en los objetos amados que causara que Dios les amara. No somos amables por naturaleza, sino más bien aborrecibles (Tit. 3.3). Sin embargo,  Él nos amó porque Él es amor, y porque Él escogió amarnos.

   Este amor de Dios es incondicional. Con esto queremos decir que el amor divino no se basa en el amor del individuo a Él. No es un amor recíproco. Nuestro amor normalmente responde al amor que otro nos manifiesta. Pero en el caso del amor de Dios, Él nos ha amado pese a la ausencia de amor y amabilidad de nuestra parte. Su amor no se condiciona sobre el amor nuestro a Él.
    El amor de Dios es inmerecido. Ya que es incondicional, no hay nada que podamos hacer para merecerlo. Muchos quieren creer que si se enderezan, o si limpian y arreglan sus vidas, entonces Dios les amará, porque le serán más atractivos. Es una idea equivocada.
    Para apreciar el amor de Dios debemos lograr comprender más cuál es nuestra propia gran pecaminosidad. Qué lástima que muchas personas, y entre ellas muchos creyentes, tienen un concepto muy pobre de lo pecaminoso que es el ser humano no regenerado. Se fijan en los pecados obvios de los demás, y encuentran cosas que ellos afirman: “yo nunca haría esto”, o “yo no he hecho esto”. Y así no comienzan a ver lo pecaminoso que es su propio corazón. No es tanto lo que hemos hecho, sino lo que somos por naturaleza. Somos pecadores. El pecado mora en nosotros; somos torcidos, contaminados y perversos por naturaleza (Mr. 7.20-23). Así que, amados, el pecado no es sólo una cosa que hacemos, sino el estado natural de nuestro corazón, es nuestra forma de ser, nuestra naturaleza. No somos pecadores porque pecamos, antes al contrario, pecamos porque somos pecadores. Debemos meditar en esto, porque la diferencia entre las dos formas de pensar es muy grande. Con demasiada frecuencia  no comprendemos que la carne no es mejor hoy que el día cuando nos convertimos. No sólo necesitamos perdón de nuestros pecados cometidos, sino también necesitamos ser limpiados y cambiados por dentro. La salvación hace más que perdonar unos cuantos hechos malos, porque es la conversión de la persona. Dios nos perdona, nos limpia, y nos transforma, nos da una naturaleza nueva, de modo que somos nuevas criaturas en Cristo (2 Co. 5.17).
    Así que, aquellos que conocen su propia gran pecaminosidad son los que llegan a conocer y apreciar el amor de Dios (Lc. 15.21; Ro. 5.8). Los que sienten que no merecen el amor de Dios, llegan a conocerlo y ahora pueden apreciarlo (1 Jn. 4.16). “Conservaos en el amor de Dios” (Jud. 21).

Steve Hulshizer
traducido y adaptado de “Milk and Honey”, febrero 2002, con permiso

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 1 CORINTIOS Y LA CUESTIÓN CULTURAL


Muchos enseñan que las instrucciones del apóstol Pablo en 1 Corintios tienen que ver con cuestiones culturales en Corinto en aquel entonces, y por eso,  hoy no son relevantes. Pero, ¿realmente es correcto usar la cultura para limitar la aplicación de la doctrina apostólica? Podemos disculparnos hoy de la obligación a guardarlas en las iglesias?
    Hay muchas respuestas y opiniones que se dan. Pero lo principal es leer bien el texto bíblico, y dejar que ella nos conteste y enseñe. Si queremos ser buenos discípulos del Señor Jesucristo, debemos respetar Su Palabra, y no descontarla diciendo: “Pablo dijo eso”, o “eso era para los corintios”. “Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil” (2 Ti. 3.16). Digamos con el salmista: “tus testimonios son mis delicias y mis consejeros” (Sal. 119.24). En lugar de mirar lo que otras personas e iglesias hacen, nuestro punto de referencia debe ser la Palabra de Dios. (Sal. 119.105).
    Si creemos estos versos, ¿cómo podríamos decir que 1 Corintios habla de cultura, o pensar que sus enseñanzas eran solo para aquel lugar en aquel entonces? Pensar así es dar un paso de alejamiento de la autoridad de las Escrituras.
    ¿Enseñaba el apóstol unas doctrinas y prácticas en un lugar, y otras en otros lugares? Ya sabemos que algunos piensan que sí, pero ¿qué dicen las Escrituras? Dejemos que el mismo libro de 1 Corintios responda:

1.2   “llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro”.
4.17  “él os recordará mi proceder en Cristo, de la manera que enseño en todas partes y en todas las iglesias”.

7.17   “esto ordeno en todas las iglesias.”

11.10  “Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles”

11.16  “nosotros no tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios.”

14.33-34 “Como en todas las iglesias de los santos, vuestras  mujeres callen en las congregaciones.

14.37  “Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor.”

16.1   “haced vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia.”

    Si uno desea saber lo que la Biblia enseña sobre el asunto, ahí lo tiene. Si se dispone a creer y ser hacedor de la Palabra (Stg. 1.22), en eso demuestra que es una persona espiritual, y un discípulo del Señor Jesucristo. De otra manera, que crea lo que quiera, pero no diga que su creencia o práctica es bíblica, pues en los textos arriba citados vemos claramente lo bíblico.
    De la cultura griega o romana, la Biblia no menciona ni enseña nada. Las consideraciones culturales no son parte de la instrucción apostólica. Por eso, si no hablasen de eso ciertos maestros,  no lo sabríamos, porque no está en la Biblia. Presentan sus explicaciones y lucen conocimientos de la cultura en Corinto: las prostitutas del templo con la cabeza rapada, y cosas por el estilo.1 Pero, nada de eso está en la epístola. Debemos recordar que las enseñanzas de 1 Corintios valen para todas las iglesias de Dios, para todas las iglesias de los santos, y eso incluye las iglesias en nuestros días. Fueron enseñadas en todas las iglesias, como mandamientos del Señor de la Iglesia, y de las iglesias. Reconozcamos Su señorío y seamos obedientes.

                                                                              Carlos Tomás Knott

1 Por ejemplo, John MacArthur, en su comentario, comete este error. “En la cultura de Corinto, la cabeza cubierta de una mujer mientras ministraba o adoraba era un símbolo que indicaba su actitud de sumisión y humildad para con su esposo. El apóstol no impone aquí una ley absoluta para que las mujeres se pongan velos o sombreros en todas las iglesias para todos los tiempos...” De los versos citados arriba, vemos lo contrario, que son enseñanzas para todas las iglesias. Nada tiene que ver con la cultura de Corinto y sus miles de prostitutas de Afrodita. En este punto, su exposición no es sana porque contradice la Escritura.

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Advertencia a los Enemigos de Israel

Hacerse enemigo de Israel es un pecado y error fatal. Cuando Dios dio claras promesas al patriarca Abraham, le prometió así: “Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré” (Gn. 12.3). El pacto de Dios con Abraham y su descendencia fue unilateral, es decir, que solo Dios actúa y se compromete en ese pacto. No depende de Abraham ni sus descendientes. No tienen obligación en este pacto. Por eso, esas promesas no caducan y no pueden ser invalidadas. Esto es un aviso a las naciones, los políticos y los activistas – cualquiera que maldiga a Israel o sea su enemigo. Serán malditos por Dios. La historia de la humanidad demuestra que es así – son muchas las ruinas, los destrozos, y muchos los muertos de los que maldijeron y atacaron a Israel.
    Dios ama a Israel con amor eterno (Jer. 31.3). La promesa divina no caducó cuando murió Abraham, sino pasó de él a Isaac (no Ismael), y de Isaac a Jacob (no Esaú): “Malditos los que te maldijeren, y benditos los que te bendijeren” (Gn. 27:29).
    A la nación de Israel salida de Egipto Dios prometió: “Seré enemigo de tus enemigos, y afligiré a los que te afligieren” (Éx. 23.22). ¿Quieres tener a Dios por enemigo? La manera más segura de conseguirlo es hacerte enemigo de Israel. La historia demuestra sobradamente que es así. Pero, ¡parece que hoy las naciones quieren apuntarse a la lista de los afligidos!
    Balac, rey de Moab, trajo a Balaam a sueldo para maldecir a Israel, pero éste no pudo.

¿Por qué maldeciré yo al que Dios no maldijo? ¿Y por qué he de execrar al que Jehová no ha execrado?” (Nm. 23.8). 

¡Buenas preguntas!, y las naciones del mundo, especialmente las del medio oriente como Irán, por ejemplo, deberían reflexionar y arrepentirse. Cometen el error de maldecir al que Dios no maldijo, y execran al que Dios no ha execrado. Balaam terminó repitiendo la promesa divina dada a Abraham, Isaac y Jacob y sus descendientes. “Benditos los que te bendijeren, y malditos los que te maldijeren” (Nm. 24.9).
    Es impresionante que hay naciones como Amalec, Moab, Edom, Asiria y Babilonia que existen principalmente en museos y libros de historia. Egipto, que antes era una gran potencia en el mundo es un pueblo bajo y débil.
    Dios toma nota de los que desprecian y odian a Israel, y promete darles el pago. Considera por ejemplo Sus palabras a Amón.

“Porque así ha dicho Jehová el Señor: Por cuanto batiste tus manos, y golpeaste con tu pie, y te gozaste en el alma con todo tu menosprecio para la tierra de Israel, por tanto, he aquí yo extenderé mi mano contra ti, y te entregaré a las naciones para ser saqueada; te cortaré de entre los pueblos, y te destruiré de entre las tierras; te exterminaré, y sabrás que yo soy Jehová” (Ez. 25.6-7).

Y a Edom, otro enemigo perpetuo de Israel en el Mediooriente, dijo:

“Por la injuria a tu hermano Jacob te cubrirá vergüenza, y serás cortado para siempre” (Abd. 10).

Todos los que hoy injurian a Israel deberían reflexionar en eso, porque:

Menospreciar, maldecir o atacar a Israel
es invitar el juicio de Dios.


    En el tiempo del imperio persa, el malvado Amán intentó exterminar a los judíos, pero Dios usó la intervención de Ester, y el rey Asuero (Jerjes) ahorcó a Amán y también a sus hijos, y dio su casa a los judíos. Decretó que los judíos tienen derecho a defenderse. En eso fue más justo que algunas naciones hoy que quieren que Israel no responda a los crueles ataques de los islamistas. Aparentemente, los persas modernos, la nación de Irán, no han aprendido nada de la historia. 

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La Advertencia Ignorada

El Sr. Truman vivía al lado del lago Spirit, a 8 kilómetros del monte Santa Helena, en el estado de Washington, EE.UU. Los expertos anticipaban la erupción del volcán en cualquier momento y advertían repetidamente a los residentes del gran peligro de quedarse. Pero a pesar de muchas advertencias, el Sr. Truman se quedó. Quizás pensaba que no pasaría nada, o que estaría bien en su casa.
    El domingo 18 de mayo, 1980, sucedió. Hubo una explosión catastrófica, reduciendo su cumbre de 2.950 a 2.550 metros, y reemplazándola con un cráter en forma de herradura de 1,5 km de ancho. 400 millones de toneladas de ceniza se lanzaron al atmósfera. A una distancia de 20 kilómetros los enormes árboles de 50 metros de altura fueron arrancados como palillos. Una avalancha masiva expulsó el agua del lago haciendo una ola de 61 metros de altura que bajó el valle causando destrucción.
    Una nube de gases extremadamente calientes, cenizas y piedras yendo 320 km/hora destruía todo lo que estaba delante. Automóviles que estaban a kilómetros de ahí fueron enterrados en ceniza y sus pasajeros sofocados. Murieron dos fotógrafos que estaban a más de 10 kilómetros. La ciudad de Yakima, a 136 kilómetros, estaba oscurecida como a medianoche a las 9:30 de la mañana. La columna de nube de cenizas llegó a más de 16 kilómetros de altura.
    Y sí, aquel hombre Truman murió, y su casa fue destrozada. De hecho, nunca hallaron ni a él ni su casa. Por la razón que fuera, él no hizo caso de las advertencias y lo pagó caro.
    Permítame hacerle una pregunta: ¿Ignora usted las advertencias que Dios le da? La Biblia repetidamente nos advierte del juicio venidero. Como el Sr. Truman, muchos sencillamente no piensan que sucederá. Noé advirtió a la gente de su día que un juicio de diluvio mundial venía, y se burlaban de él. Pensaban que era un viejo necio. Pero escucha lo que Jesucristo dijo acerca de los días de Noé y cómo los compara al tiempo cuando Cristo volverá al mundo para juzgarlo:
    “Como fue en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del Hombre. Comían, bebían, se casaban y se daban en casamiento, hasta el día en que entró Noé en el arca, y vino el diluvio y los destruyó a todos” (Lucas 17.26-27).
    Así como con el monte Santa Helena, se dieron advertencias pero la gente las ignoraba. Entonces, repentinamente y sin más aviso, el juicio vino. Será así cuando Jesucristo venga otra vez en juicio.
    Cristo no sólo juzgará al mundo, sino a todo aquel que le haya rechazado como Salvador – será su Juez. “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9.27).
    Amigo, ¿aplaza ud. los preparativos para ese día? ¿Cree que de alguna manera no le afectará, que de algún modo saldrá bien? Como el Sr. Truman, también sería insensato si ignoraras las advertencias del juicio venidero. Vendrá repentinamente, sin más aviso. ¡Podría entrar hoy en la eternidad!
    ¿Por qué no consulta la Biblia para ver cómo puede ser salvo del justo juicio de Dios? Deje de un lado sus prejuicios u objeciones acerca de la Biblia y por lo menos lee ud. mismo lo que dice – ¡infórmese! En los días de Noé, Dios proveyó el arca, y en nuestros tiempos ha provisto una escapatoria y un refugio del juicio eterno venidero. Los siguientes versos de la Biblia le ayudarán a comenzar. Después de leerlos, recomendamos que lea el Evangelio según San Juan.
    “Y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1.21).
    “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19.10).
    “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3.16).
    “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5.24).
    “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo? Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16.30-31).
    “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2.8-9).