Entradas populares

miércoles, 31 de enero de 2018

EN ESTO PENSAD -- febrero 2018

Las Oraciones Impedidas
Lucas Batalla


Texto: Salmo 66:13-20
    
El pecado no confesado arruina las oraciones del creyente, y el diablo lo sabe muy bien. El versículo 13 expresa la verdad de si el creyente contempla el pecado y el corazón y la mente están sucios – el Señor no escucha – primero hay que limpiarnos, confesando el pecado. La madre de Juan Wesley dijo que el pecado oscurece nuestra visión de Dios y quita el deseo de cosas espirituales. Es una gran verdad que debemos recordar.
    Consideremos cómo el pecado puede impedir nuestra oración. Debemos tenerlo en cuenta porque vivimos en un mundo lleno de pecado y cada día está peor. Si nuestro corazón está sucio, manchado, y hay pecado en nuestra mente, al orar es como si habláramos a la pared o al suelo. No sirve. Podemos pensar que hacemos bien orando, pero nos engañamos. Estamos confiados, pero equivocados.
    Después de la victoria en Jericó, Josué 7 cuenta lo de Acán. Él metió la mano, que es siempre malo. Uno puede meter la pata, equivocarse, pero meter la mano es malo. Acán tomó del anatema (v. 1) y contaminó a los de su casa y a todo el pueblo. Los versículos 2-5 cuentan el efecto que esto tuvo en el pueblo. No se puede tomar a la ligera lo que Dios dice. Hay culpa por asociación, nos guste o no. Hay consecuencias en todo el pueblo. Treinta y seis personas fueron muertas y todo el pueblo desmoralizado. En los versículos 6-9 Josué se postró y oró, pero no había respuesta en cuanto a la victoria, porque había pecado en el pueblo. El pecado contamina y neutraliza al pueblo. Por lo de un sólo hombre sufrió toda la nación. Recordemos que en el Nuevo Testamento el apóstol Pablo instruye a los corintios a sacar al hombre perverso de en medio de ellos (1 Co. 5).
    En los versículos 10-15 el Señor le dijo a Josué que la razón era el pecado. Observemos cómo lo dijo en el versículo 11. “Israel ha pecado”. El versículo 12 continúa: “Por esto... no podrán hacer frente...”  Y peor: “ni estaré más con vosotros”. Les demandó que quitasen el anatema de en medio. Dios no anda con pecadores. Es puro de ojos para mirar el pecado. Él es santo y justo.
    Luego 2 Samuel 11 y 12 cuentan del pecado de David y cómo le afectó a él y a su familia: cuatro hijos muertos por su pecado. Toda su familia y también la nación afectada luego con el levantamiento de Absalón y la guerra civil. Y Absalón tuvo relaciones públicamente con las concubinas de David, y esto que David, después de un año de encubrirlo, se había arrepentido de corazón, pero aun así el pecado trae consecuencias. Por el pecado con Betsabé, David fue afligido en su carne, su familia y reino. En el 14:33 Abaslón se presentó pero no con humildad ni quebrantamiento. No confesó nada, sólo hizo lo socialmente correcto: se inclinó, pero no se arrepintió ni confesó su pecado como hizo el hijo pródigo en Lucas 15. Y su padre David le besó, pero no tenía que haberlo hecho porque mirad, el padre del prodigó le besó cuando se humilló confesando su pecado y buscando perdón. Cuando uno perdona y recibe a uno que no está arrepentido, sólo hace daño y da lugar a más problemas. Luego Absalón, altivo, se levantó contra su padre y le robó el reino, el corazón del pueblo (15:6) y al final murió colgado en un árbol.
    David reconoció su pecado y fue perdonado y restaurado aun con penas. Pero Absalón no lo hizo, y murió desgraciado. Acán “reconoció” su pecado, pero sólo cuando había sido descubierto, era tarde, es decir, no lo hizo de corazón.
    En Marcos 4:22 leemos que no hay nada oculto que no haya de ser manifestado, ni escondido que no haya de salir a luz (compare He. 4:13). En Jeremías 5:25 dice que nuestros pecados estorban, y apartan de nosotros el bien. Isaías 59:2 declara que el pecado hace separación entre Dios y los hombres. En Ezequiel 10 y 11 la gloria de Dios se apartó de Israel por los pecados de la nación.
    Por todo esto el Salmo 66:18 expresa lo importante que es no mirar la iniquidad en el corazón. Y así como el salmista andaba en santidad e integridad, Dios le escuchó y le atendió (v. 19). “No echó de sí mi oración” (v. 20). Dios puede hacer esto, echar de sí nuestras oraciones, y lo hará si tenemos pecado no confesado. Es lo que hace el pecado cuando invade nuestra vida. Rompe la comunión y entonces, separados del Señor nada podemos hacer, pues Él es la vid verdadera y nosotros sólo somos pámpanos.
    Por esto Proverbios 28:13 declara la necesidad de confesar y apartarse del pecado. El versículo 9 declara que es abominable la oración de los pecadores que no quieren oír la ley. Que el Señor nos ayude a recordar todo esto y limpiar nuestra vida mediante la confesión y la separación del pecado, para Su gloria y nuestra bendición.
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 
La Fe

Mucha gente del mundo, e incluso algunos cristianos, tienen un concepto equivocado de la fe. Para algunos significa algo que acumulamos como energía y cuando llega a cierto nivel somos capaces de hacer milagros. Para otros es una fe ciega que cree algo cuando realmente no hay base para creerlo. Por ejemplo, muchos enfermos están convencidos de que serán sanados a pesar de que no hay base para esa creencia. El médico no les ha dicho que sanarán, y todo indica lo contrario, pero ellos se empeñan en decir que tienen fe.
    Son muchos los que definen la fe citando Hebreos 11:1, “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. La fe verdadera sí produce confianza respecto a lo que se espera, y convicción acerca de lo que no se ve, pero estas cosas son productos de la fe, y no la fe en sí.
     La fe es creer un testimonio o una revelación divina. Tener fe es creer a Dios cuando Él habla. Entonces el creyente tiene una base para su creencia—la Palabra de Dios. Muchos creen en Dios, pero muchísimos menos creen a Dios cuando Él habla. Adán, el primer hombre, dio los primeros pasos en el camino de la incredulidad, y a lo largo de la historia el hombre ha rehusado creer a Dios cuando Él habla.
    La fe es siempre la respuesta al mensaje divino: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio?” (Is. 53:1). “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Ro. 10:17). “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” (He. 1:1).
    Los que tienen fe creen a Dios cuando Él habla de cualquier tema. Si habla de la creación, le creen (He. 11:3). Si habla acerca del juicio venidero, le creen (He. 11:7). Si habla de lo que ojo nunca vio, le creen (He. 11:8). Creer a Dios cuando Él habla es lo que distingue entre el cristiano verdadero y el mundo incrédulo que le rodea, así como cuando Josué y Caleb creyeron a Dios respecto a la tierra prometida, y eso les separó del resto de la nación incrédula de Israel.
    Los que tienen fe creen lo que Dios dice acerca de la salvación, el matrimonio, el futuro, el dinero, la creación, o el funcionamiento de la iglesia local. Esta fe va más allá de lo que nos puedan indicar nuestros sentidos. A pesar de los que nos diga nuestra vista, nuestro tacto, nuestras emociones, o nuestros razonamientos, la fe cree a Dios cuando Él habla.
    La fe que cree a Dios siempre resulta en acción apropiada (Stg. 2:20). Ya sea el arrepentimiento, la construcción de un arca, o el andar alrededor de una ciudad, cuando creemos lo que Dios dice esto siempre nos llevará a hacer algo, aunque sea estar quietos y ver Su salvación (Ex. 14:13).
    Que el Señor aumente nuestra fe (Lc. 17:5). Que aprendamos a creer a Dios cuando Él habla sobre cualquier tema, y estemos dispuestos a someternos a Su Palabra y a obedecerla.                       
Steve Hulshizer, de la revista Milk & Honey ("Leche y Miel")  

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
 No Dejemos Acumular Los Pecados

Para mantenernos limpios y en comunión con Dios, debemos confesar y abandonar el pecado tan pronto como seamos conscientes del mismo en nuestra vida (Pr. 28:13; 1 Jn. 1:9). Todo pecado debería ser confesado a Dios, porque todo pecado es contra Él. Si hemos perjudicado a alguien, entonces también deberíamos confesarlo a esa persona. La verdadera confesión tanto a Dios como a otros que hemos ofendido debería ser:
    Inmediata – no deberíamos esperar hasta el fin del día o de la semana.
    Incondicional – no digas: "Siento que te hayas ofendido", ni "Si he hecho algo malo..." ni "te perdonaré si tú me perdonas". No seas como la mujer que dijo: "Si he hecho algo mal, estoy dispuesta a ser perdonada". Tampoco vale decir: "Si he ofendido a alguien, pido perdón". Confiesa lo que has hecho sin justificarte ni implicar a otros.
   Específica – dilo como ha sido. Llama al monstruo por su nombre: borrachera y no falta de sobriedad, robo y no tomar algo prestado. Pedro no dijo: "Soy un hombre inepto", sino: "Señor...soy hombre pecador".
    Arrepentida – Debe ir acompañada de la decisión de dejar el pecado. Eso que sigue no es una confesión: "Robé una caja de peras, pero mejor que sean dos. Esta noche voy a por la otra caja".
   De corazón – sencillamente, dilo: "Hice mal. Lo siento. Perdóname".
    Cuando confesamos con sinceridad nuestros pecados, podemos saber, por la autoridad de la Palabra de Dios, que Dios nos perdona. Él ha prometido perdonarnos si confesamos, y es fiel a Su promesa. Nos apropiamos del perdón por la fe. Y entre hermanos, debemos ser prontos para administrar perdón a los arrepentidos.
    Es cierto que cuando Dios perdona, olvida (He. 10:17). Esto no significa que Él tenga mala memoria, sino que nunca volverá a sacar esos pecados en contra nuestra. Están olvidados en el sentido de que el caso está cerrado. "No le serán recordadas" (Ez. 18:22).
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

 - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

Creer En Dios, y Creer A Dios

Creer En Dios
    No todos creen en Dios. Algunos son ateos, y otros son agnósticos o por lo menos profesan serlo. Los que ni siquiera creen en Dios son necios, pues así lo declara Salmo 14:1 y 53:1, “Dice el necio en su corazón: no hay Dios”. La raza humana conoció a Dios en el principio, pero le rechazó y se corrompió (Romanos 1:21-22). “Profesando ser sabios, se hicieron necios”. Hoy más que nunca abundan los necios.
    Pero tú, amigo, probablemente dices que no eres así – crees en Dios. No le conoces, pero crees que existe. Probablemente eres religioso, y practicas los ritos o sacramentos de tu religión. ¿Estarás sorprendido cuando te digo que creer en Dios no te asegura de Su favor? No irás al cielo porque crees en Dios.
    En Santiago 2:19 leemos estas sorprendentes palabras: “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan”. Si crees en Dios, eres como los demonios, porque ellos también creen. Y tiemblan, eso es, le tienen miedo, gran respeto. Pero aunque eso es así, los demonios no confían en Dios, no le creen, ni le obedecen, ni le adoran. Creen en Dios, pero hacen lo que les parece, y no se someten a Él. Ningún demonio irá al cielo, ni ningún ser humano que “cree en Dios”, porque no hay mérito ni salvación en eso. Millones de personas que creen en Dios irán al castigo eterno.
   
Creer A Dios
    Hay que creerle a Dios, eso es, darle la razón en lo que dice, aceptar y confiar en Su Palabra. Considera el ejemplo del patriarca Abraham. Pablo escribe en Romanos 4:3, “Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia”. Cuando Dios le habló, Abraham le creyó.
    Tengo amigos religiosos que cuando les enseño lo que dice la Palabra de Dios acerca de qué es el pecado, o del castigo eterno, o de sus prácticas religiosas como por ejemplo los sacramentos, o el uso de imágenes y la devoción a santos, remueven la cabeza y dicen: “no creo esto”, o “no estoy de acuerdo con esto”. Ése es precisamente el problema. No creen a Dios. Tienen sus opiniones, filosofías o tradiciones y no quieren romper sus esquemas. Dios habla en las Escrituras, pero ellos no le creen. Creen en Dios, pero no a Dios, y por eso no son salvos. Creen antes al Papa, a la Iglesia, la tradición, al sacerdote, o la opinión de su familia o amigos. Es el pecado de no creer a Dios.
    Israel, el antiguo pueblo de Dios, rehusó entrar en la tierra prometida y fue castigado durante cuarenta años en el desierto. Murieron miles y miles, toda una generación. Dios explica por qué en el Salmo 106:24, “No creyeron a su palabra”. Hebreos 4:2 advierte: “Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron”. Creyeron en Dios pero no creyeron a Dios.
    Digo que esto es pecado, porque el apóstol Juan, inspirado por el Espíritu Santo, afirmó: “El que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso” (1 Juan 5:10). Entonces, está bien que crees en Dios. Mejor eso que ser ateo. Pero si quieres ser salvo, cree a Dios que dice: “mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Romanos 4:5).
Carlos

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

Bernabé
Lucas Batalla 
Texto: Hechos 11:19-30 
Me llama la atención la conversión y vida de Bernabé, un hombre que llegó a ser útil en las manos del Señor, hacedor de bien e influyente en la iglesia primitiva. Era de la tribu de Leví, pero nacido en Chipre. Su nombre correcto era José (Hch. 4:36), y era uno de los muchos nuevos creyentes en Hechos 2 y 3. No sabemos si había venido de Chipre sólo para estar durante las fiestas de la pascua, los panes sin levadura y luego pentecostés, o si tal vez había vuelto para vivir en o cerca de Jerusalén, porque ahí tenía una heredad (4:37). A ese José levita, creyente, los apóstoles le pusieron por sobrenombre “Bernabé”, que significa “hijo de consolación”. Cuando primero aparece entre creyentes en Hechos 4, es a raíz de un sacrificio que hizo: vendió su heredad y trajo el dinero y lo puso a los pies de los apóstoles, una ofrenda (v. 34) como otros hacían en aquel entonces. Para muchos las riquezas son un lastre (Mr. 10:21-25). Las acumulan pero no quieren deshacerse de ellas. No así con Bernabé.
    Bernabé hizo honor a su nombre cuando Saulo, después de convertido, quiso juntarse a los discípulos en Jerusalén pero le tenían miedo (Hch. 9:26). Su miedo era lógico, y siempre es bueno tener precaución en la recepción a la comunión. Cuántas veces se ha precipitado a recibir a alguien porque dijo que era cristiano bautizado, y luego esa decisión ha traido problemas. “El simple todo lo cree” dice Proverbios 14:15, pero los discípulos no eran simples ni tenían prisa para tener a uno más en la iglesia. Seguro que Pablo les decía que era creyente, pero no se lo creyeron hasta que Bernabé lo tomó (Hch. 9:27) y dio testimonio de él delante de los apóstoles. Entonces, por su testimonio de hechos concretos de Pablo, los discípulos le recibieron. Por eso todavía hoy son importantes las cartas de recomendación y faltando ellas el testimonio de un hermano de confianza.
    Luego Bernabé aparece en Antioquía, como hemos visto en Hechos 11. El evangelio fue predicado a los gentiles. Había fiel testimonio de parte de hermanos motivados a evangelizar, pese a la persecución. Necesitamos hoy ser tan fieles testigos como ellos, porque francamente parece que nos falta ese fervor y devoción.  Ellos predicaron, y “gran numero creyó y se convirtió al Señor” (v. 21). La iglesia hoy adolece también de eso – esa fe que trae conversión y cambios. Antioquía era ciudad importante de la provincia romana de Asia, un lugar cosmopolitano, importante para la predicación del evangelio, y de ahí saldría hacia muchos otros lugares. La primera persona nombrada de ahí era Nicolás (Hch. 6:5), que fue uno de los primeros diáconos, hombre lleno de fe y buen testimonio. Quizás por él u otros como él las primeras notas del evangelio llegaron a la ciudad.
    En Hechos 11:22 vemos a Bernabé enviado de parte de la iglesia en Jerusalén para conocer más la situación en Antioquía tras la conversión de algunos gentiles. Seguramente fue escogido para esa misión por lo que dice el versículo 24, “porque era varón bueno, y lleno del Espíritu Santo”, no de otras cosas, “y de fe” – suena como los diáconos en Hechos 6. No se puede enviar a uno cualquiera para conocer la condición espiritual de otros, porque le faltaría discernimiento y se equivocaría, pero los hermanos en Jerusalén confiaban en Bernabé. El versículo 23 dice que “vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor”. Él primero observó cuidadosamente, y pudo ver evidencias de la gracia de Dios, porque hace una diferencia en la vida, el carácter y comportamiento, como Tito 2:11-14 indica. Al ver eso, se regocijó. Compartió el gozo de la salvación de esos nuevos hermanos. Y les exhortó, señalando la importancia de tener propósito de corazón y fidelidad al Señor. Hermanos, hoy necesitamos a más personas como Bernabé. Ésa es la clase de consolación y ayuda que la iglesia precisa.
    Viendo la necesidad de ayuda e instrucción para esos nuevos creyentes, Bernabé, en lugar de ponerse como “pastor”, pensó en traer a otros para ayudar, y buscó a Saulo (11:25). Así hubo un grupo de hermanos compartiendo las responsabilidades del pastoreo en Antioquía, y así debe ser en toda iglesia neotestamentaria. Fue en ese tiempo que salió el nombre “cristiano” por primera vez (11:26). Sólo aparece dos veces más en la Biblia, en Hechos 26:28 y 1 Pedro 4:16.  Ellos no lo tomaron como título suyo ni nombre de la iglesia, sino que fue dado por otros, por los de afuera. Pero es bueno llamarse cristiano, y no evangélico, pentecostal, bautista, adventista, etc. Más frecuentemente en el Nuevo Testamento somos llamados hermanos, creyentes, discípulos y santos, y cada término está lleno de sentido. La iglesia de ahí envió a Pablo y Bernabé a Jerusalén con la ofrenda para los hermanos necesitados (11:30). Así que Bernabé llevó consolación también a los santos en Jerusalén.
    Andando el tiempo, vemos a Bernabé en el capítulo 13, señalado junto con Pablo por el Espíritu Santo para salir a la obra misionera, llevando el evangelio más allá. “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado” (v. 2). ¿Quién envía a los misioneros? No la iglesia, sino Dios. No fueron comisionados por la iglesia, sino señalados por el Espíritu Santo.  Así que los de la iglesia “los despidieron” (v. 3), “enviados por el Espíritu Santo” (v. 4). Pero observa que Dios no envió a nuevas reclutas sino a hombres experimentados y diestros que ya estaban ocupados en el ministerio. Eran hombres que tenían la confianza de la iglesia, y sobre todo a quienes no cabía duda que Dios los había llamado. En la primera linea de combate hacen falta veteranos, no creyentes verdes que tienen más entusiasmo que otra cosa. Solemos hablar del primer viaje misionero de Pablo, pero hay que recordar que era de Bernabé y Pablo.
    En ese primer viaje misionero, ¡cuántas cosas padeció Bernabé junto con Pablo! Los dos vieron la oposición de Barjesús, Elimas el mago, en Chipre (13:6-11) y la conversión del proconsul (v. 12). Juan Marcos abandonó a los dos, y se volvió a Jerusalén (v. 13). Bernabé con Pablo trabajó anunciando la Palabra de Dios en Antioquía de Pisidia, y cuando surgió la persecución los dos fueron echados de ahí (13:14-51), y fueron a Iconio.
    Allí también surgió conflicto armado por los judaizantes, y los misioneros fueron a Listra y Derbe (14:6-22). Bernabé fue llamado Jupiter por el pueblo pagano (v. 12), estando él al lado de Pablo cuando sanó al hombre cojo (vv. 8-10). No fue apedreado, pero vio a Pablo apedreado y dejado por muerto, y sólo podemos imaginar cómo eso le impactó. La obra misionera de hoy es muy cómoda y relajada comparada con lo que aquellos primeros misioneros hicieron.
    En la última fase de ese viaje histórico, Bernabé y Pablo “constituyeron ancianos en cada iglesia” (14:23). No se quedaron como pastores sino que señalaron a otros como responsables y los encomendaron al Señor. Bernabé sabía que la obra es del Señor, y que no dependía de la presencia constante de él y Pablo. En eso también vemos su fe y la gúia del Espíritu Santo. Hoy muchos admiran el ejemplo de hombres como ellos, pero otra cosa es seguir el patrón.
    En Hechos 15:1 surgió el evangelio falso de los judaizantes: “Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés no podéis ser salvos”. Es un mensaje maldito (Gá. 1:8-9), que todavía circula en manos de católicos, adventistas y otros que predican la ley y las obras para la salvación. Pero observad conmigo, hermanos, quiénes se pusieron en la brecha para parar ese ataque del diablo. “Pablo y Bernabé tuvieron una discusión y contienda no pequeña con ellos” (v. 2). El ser hijo de consolación no impidió a Bernabé a la hora de contender ardientemente por la fe (Jud. 3). Gálatas 2:1-5 indica que él con Pablo resistió firmemente a los judaizantes y no cedió ni por un momento. El consuelo no es para los que llevan falsa doctrina, ni debemos tolerar cosas así bajo una bandera falsa de “amor”, porque hay que amar a Dios, Su Palabra, la verdad, lo bueno y a los hermanos.  En Hechos 15: 12 Pablo y Bernabé hablaron públicamente de lo que Dios había hecho entre los gentiles. No hablaron de sí mismos, sino de Dios, porque sólo eran siervos, no dueños de la obra. En Gálatas 2:11-21 vemos a Bernabé arrastrado por la hipocresía momentánea de Pedro y otros judíos cuando en una ocasión, por temor a los judíos de Jerusalén (Pr. 29:25) se apartaron de los hermanos gentiles. Esto demuestra como hombres buenos pueden equivocarse y tener un patinazo, pero se dejan corregir, como evidentemente pasó cuando Pablo le reprendió a Pedro y los demás por esa simulación, “porque era de condenar” (Gá. 2:11). Si somos mansos y aceptamos correción, eso también obra para bendición. Bernabé no dijo: “¿quién eres tu para corregir a Pedro y a mí? ¡Soy el hermano mayor, pues me convertí antes que tú y ya estaba en la iglesia cuando tú llegaste!” Era manso. No tenía ese genio, esa altivez, auto importancia y protagonismo que tantas veces han dañado la obra del Señor.
    Sabemos que en Hechos 15:36-41 hubo un desacuerdo entre Pablo y Bernabé respecto a Juan Marcos. Pero debemos recordar que no fue una cuestión doctrinal. Predicaban la misma fe. No fue una pelea, ni causó una división en la iglesia. No perdieron la comunión, simplemente fueron a diferentes campos de trabajo. Bernabé seguía trabajando en el servicio del Señor, y volvió a Chipre, donde había nacido, para predicar (Hch. 15:39). Pablo también seguía predicando, y el Espíritu Santo se ocupa de ahí en adelante con él. Pablo nombra favorablemente a Bernabé en 1 Corintios 9:6 como siervo de Cristo, y eso nos indica que era digno de confianza en la obra del Señor.
    Así es el fruto de su vida de fe y entrega al Señor. Que el Señor nos ayude a ser como Bernabé, que no solo creyó sino vivió su fe, se desprendió de lo suyo y aun de sí mismo para servir a Cristo y ayudar a sus hermanos. La iglesia hoy necesita más personas como Bernabé.
Lucas Batalla, por la gracia de Dios, con 75 años de edad sigue predicando la Palabra en Sevilla
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
El Cristiano Y La Política
Capítulo 5


Dad A César
 
Otra cosa que gorgotean los activistas es: “El Señor mandó: ‘Dad, pues, a César lo que es de César’”, pero suelen omitir la segunda mitad de ese texto: “y a Dios lo que es de Dios” (Mt. 22:21).
    Esa fue la respuesta de nuestro Señor y Maestro a los en Israel que le preguntaron acerca del tributo al gobierno romano. Antes de decir eso, pidió que le mostrasen una moneda y preguntó: “¿De quién es esta imagen, y la inscripción?” (v. 20). Su inferencia parece ser que si Israel hubiera dado a Dios lo que era Suyo, no habría estado en esa posición de castigo bajo la autoridad de César. No sólo fue una respuesta brillante, sino también un patrón para los seguidores de Cristo en todas las edades.
    Con respecto a “César”, el gobierno, debemos darle lo que es suyo. Los seguidores de Cristo no son llamados a involucrarse en el gobierno y la política, pero sí tenemos responsabilidades, como considerábamos brevemente en el capítulo anterior. ¿Cuáles son? Cristo manda que demos a César lo suyo. La pregunta es: ¿Qué es suyo?
    Primero, a “César” le debemos obediencia. Debemos ser ciudadanos obedientes y sujetos a las leyes. Romanos 13:1-5 dice que nos sujetemos porque los gobiernos son establecidos por Dios. Los cristianos no somos llamados a participar en la insurrección y rebelión contra el gobierno. Debemos respetar y obedecer las leyes, excepto cuando nos pongan en conflicto con Dios, y entonces debemos obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch. 5:29), aunque por ello seamos castigados. 1 Pedro 2:13-14 insiste: “Por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya sea al rey, como a superior, ya a los gobernadores, como por él enviados para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien”. Cuando respetamos las leyes, rendimos a César lo suyo.
    Segundo, Romanos 13:6 dice que debemos pagar tributo, que es lo mismo que Cristo dijo en Mateo 22:21. Más precisamente es la palabra griega  foros, el tributo impuesto a las naciones conquistadas. Aunque somos extranjeros y peregrinos, y este mundo no es nuestro hogar, sin embargo debemos pagar nuestros impuestos. Es parte de someternos a toda institución humana. No entra en la decisión preguntar si nos gusta o no lo que hace el gobierno con los impuestos. Cristo dice: “a César lo que es de César”. Romanos 13:7 usa ese término también, pero luego dice: “al que impuesto, impuesto”, y es una palabra distinta: telos. Según Robertson esta palabra indica impuestos o cuotas pagadas para apoyar el gobierno civil (Mt. 17:25).
    Tercero, Romanos 13:7 dice: “al que respeto, respeto” y aquí es la palabra griega fobos, de la cual tenemos nuestra palabra fobia, pero no siempre significa miedo como es obvio al leer el texto. Es interesante ver que el verbo de esta palabra aparece en Efesios 5:33 como instrucción a las esposas acerca del trato de sus esposos, y dice: “la mujer respete a su marido”. Así debe ser la actitud del creyente hacia el gobierno. Según Romanos 13, una de las razones por el establecimiento del gobierno humano era el castigo de los malhechores, para mantener paz y orden en la sociedad. Los que hacen mal deben temer a los magistrados, porque están autorizados a aplicar castigo. “...porque no en vano lleva la espada” (v. 4).
    Cuarto, el mismo versículo nos llama a rendir honra al que es debido. 1 Pedro 2:17 añade: “Honrad al rey”. Rendir honra significa que no hablemos mal del gobierno ni insultemos a los que están en autoridad (Hch. 23:5). Hoy los medios de comunicación y muchos otros calumnian y faltan respeto a los gobernadores. Pero los cristianos no debemos seguir esa moda. “No seguirás a los muchos para hacer mal” (Éx. 23:2). Ahora bien, eso no quiere decir que haya que aprobar todo lo que hace el gobierno, pero debemos llevar nuestras quejas al Señor en oración. Tito 3:1-2 manda: “Recuérdales que se sujeten a los gobernantes y autoridades, que obedezcan, que estén dispuestos a toda buena obra. Que a nadie difamen...”
    Pero eso no es todo, porque en quinto lugar, 1 Timoteo 2:1-3 nos instruye a orar por reyes y todos los que están en autoridad. Eso tal vez no sea “dar a César”, sin embargo es una responsabilidad que Dios nos ha dado frente al gobierno. En lugar de hablar mal de los que están en autoridad, debemos orar por ellos. ¡Necesitan mucha oración! Todas las quejas, críticas, murmuraciones, e insultos deberían ser silenciados y canalizados a la santa oración y ferviente intercesión.
    Según la Palabra de Dios, esas son las cosas que los creyentes deben dar al gobierno, y haremos bien si  tomamos buena nota de ellas. También observamos que en ningún lugar de las Escrituras somos llamados a formar o pertenecer a un partido político, ser políticamente activos, votar, presentarnos como candidatos ni involucrarnos de otra manera en la política. Cuando un creyente se mete en la política o el gobierno, comete el error de dar a César lo que es de Dios, ¡porque nuestra vida pertenece a Dios! Cristo dice: “Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Mr. 12:30). No debemos nada de nuestro corazón, alma, mente o fuerzas a la política u otras cosas del mundo. ¡No robemos a Dios! No somos nuestros, pues hemos sido comprados por precio (1 Co. 6:19). No hay ni un solo versículo que enseña o manda hacer eso. Esto es importante, porque, como hemos visto, la Biblia no guarda silencio sobre las responsabilidades del creyente hacia el gobierno. Nuestro Señor nos ha dicho lo que debemos hacer. En lugar de razonar o filosofar sobre el asunto, simplemente debemos hacer lo que Él nos dice. De otra manera seríamos como los a quienes Cristo preguntó: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lc.  6:46).

    Todo a Cristo, yo me rindo,
    Lo que tengo, lo que soy,
    Pues le amo, en Él confío,
    Por Su gracia al cielo voy.

    Todo lo que tengo,
    Todo lo que soy,
    ¡Oh, Señor, a Ti me ofrezco
    Y me rindo hoy!

    Todo a Cristo me presento,
    Cual humilde servidor,
    Y mi vida Le ofrendo,
    Pues al mundo muerto soy.

    Si somos íntegros y hacemos como cantamos, dando todo a Cristo, no queda nada para la política de este mundo.
 - - - - - - - - - - - - - - - - - -

del libro El Cristiano Y La Política, por Carlos Tomás Knott
para obtener un ejemplar en español o inglés:

 

No hay comentarios: