Cosas Ausentes en las Iglesias
del Nuevo Testamento
Carlos Tomás Knott
Por curiosidad una monja entró un día en el local de reunión de la asamblea. Miraba las paredes y comentó: “Veo que no tienen santos ni altar”. Un hermano le explicó, no hay altar porque el Señor Jesús hizo un solo sacrificio para siempre. Y tenemos santos, pero no están en las paredes, sino sentados”.
Nosotros también podemos observar la falta de ciertas cosas en las iglesias. El Nuevo Testamento nos presenta no solo la historia, sino el patrón para las iglesias del Señor. Si somos buenos observadores, en ese patrón aprendemos tanto de lo que hacían, así como de lo que no.
La iglesia no es una continuación de Israel, sino algo nuevo y distinto. El Señor declaró que los odres viejos no sirven para el vino nuevo (Mt. 9.17). También el libro de Hebreos señala que las cosas del primer pacto pasaron, y no son para hoy. En una lectura cuidadosa del Nuevo Testamento, notamos la ausencia de ciertas cosas en las iglesias. Por ejemplo:
· No hay ningún edificio designado “templo de Dios”, como el tabernáculo o luego el templo en Jerusalén, con sus velas, altares para sacrificios, e incienso.
Hoy, Su templo es la iglesia, no un edificio, sino los creyentes, la asamblea (1 Co. 3.16; 1 Ti. 3
.15), y también el cuerpo de cada creyente es templo del Espíritu Santo (1 Co. 6.19). No llamamos “templo” ni “iglesia” al local de reunión.
Hoy, en la iglesia local, no importa de qué familia somos. Todos los creyentes son sacerdotes de Dios (1 P. 2.5, 9). Como tales, todos debemos vivir en santidad y presentar a Dios sacrificios espirituales, de manera aceptable.
“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1P. 2.9)
· Ningún calendario religioso tiene la iglesia, de días de reposo, fiestas y convocaciones santas, como en Levítico 23 y Números 28-29.
Hoy para los creyentes son iguales todos los días (Ro. 14.5), esto es, que no guardamos los días de reposo ni las fiestas de Jehová. Al principio de la iglesia, los judíos convertidos todavía tenían escrúpulos sobre sus días santos, como el verso indica. Pero los creyentes gentiles no deben judaizar. Pablo dijo a los gálatas: “Guardáis los días, los meses, los tiempos y los años. Me temo de vosotros, que haya trabajado en vano con vosotros” (Gá. 4.10-11).
* ninguna fecha festiva fue establecida en el Nuevo Testamento. Los creyentes no celebraron el nacimiento de Cristo, sino Su muerte en la cruz, cada primer día de la semana, como Él mando: "Haced esto en memoria de mí". No vemos en el Nuevo Testamento que ninguna iglesia celebrara Haloween, corpus cristi, la asunción, la navidad, año nuevo ni reyes.
· Ningún sistema de sacrificios hay de animales y panes, como en Levítico 1-7.
Hoy, nadie trae al local un animal para sacrificar a Dios, y seguro que, si lo intentara, no se lo permitiríamos. Es algo que pertenece al primer pacto, y a Israel, no al nuevo pacto y los creyentes. Hoy los sacrificios de los creyentes son otros:
· nuestro cuerpo (Ro. 12.1-2; 2 Co. 8.5);
· el sacrificio y servicio de nuestra fe (Fil. 2.17)
· nuestras ofrendas para ayudar a los siervos
del Señor (Fil. 4.18)
· el sacrificio de alabanza (He. 13.15; véase
Sal. 50.14, 23)
· los sacrificios de hacer bien y la ayuda mutua
(He. 13.16)
· No damos los diezmos, como Dios mandó a la nación de Israel en Levítico 27.30-34; Números 18.21-32 y Deuteronomio 14.22-23.
Además, por mucho que algunos pastores evangélicos quisieran, está claro que el diezmo no era dinero, sino cosas como vino y aceite (Dt. 14.23), el producto del campo (Dt. 14.22), y vacas y ovejas (2 Cr. 31.6).
Tampoco era una ofrenda voluntaria, sino que era obligatorio. Malaquías 3.8 distingue entre diezmos y ofrendas. Era una especie de impuesto, que el israelita debía a Dios. Hebreos 7.5 indica que los diezmos eran parte del pacto de la ley.
Hoy, los creyentes ofrendamos a Dios según las instrucciones en 1 Corintios 16.2, “Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado...”, y 2 Corintios 9.7, “Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre”.
continuará, d.v., en el número siguiente
del libro La Forma de la Iglesia, por Carlos Tomás Knott, Libros Berea
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
La Palabra “Asamblea”
Es buena y correcta referirse a la iglesia local como una asamblea, que así se traduce la palabra “ekklesia”. Indica una compañía de personas, no un edificio u organización. No importan los usos que dan en el mundo, como asamblea comunista, o asamblea de la Cruz Roja, etc. El catolicismo y las denominaciones suelen emplear casi siempre la palabra “iglesia”, para referirse al edificio, o bien a la organización. Se escuchan expresions como: “la iglesia dice”, o “vamos a la iglesia”, o “nos veremos en la iglesia”. Son incorrectas. En su Diccionario Expositivo, Vine explica:
ASAMBLEA 1. ekklesia (ἐκκλησία, 1577), (de ek, fuera de, y klesis, llamamiento. de kaleo, llamar). Se usaba entre los griegos de un cuerpo de ciudadanos reunido para considerar asuntos de estado (Hch. 19.39). En la LXX se usa para designar a la congregación de Israel, convocada para cualquier propósito determinado, o una reunión considerada como representativa de la nación toda. En Hch 7.38 se usa de Israel; en 19.32,41, de una turba amotinada. Tiene dos aplicaciones a compañías de cristianos, (a) de toda la compañía de los redimidos a través de la era presente, la compañía de la que Cristo dijo: «edificaré mi iglesia» (Mt 16.18), y que es descrita adicionalmente como «la iglesia, la cual es su cuerpo» (Ef 1.22; 5.22), (b) en número singular (p.ej., Mt 18.17), a una compañía formada por creyentes profesos (p.ej., Hch 20.28; 1 Co 1.2; Gá. 1.13. 1 Ts 1.1; 1 Ti 3.5)...
Así que, la asamblea local significa los santos que se congregan al Nombre del Señor. Es un término bueno y correcto para referirse a la iglesia local, pero NO al edificio o lugar de reunión. Ese lugar lo llamamos “el local” o “la sala”, pero no “el templo”.
No somos de “las salas evangélicas”, ni de “la sana doctrina”, ni de “las Asamblea de Hermanos” (AA.HH.) como si fuese una denominación. Somos una asamblea de cristianos, salvos por la fe en Cristo y congregados a Su Nombre. Él es la Cabeza, y la sede está en el cielo.
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
El Rapto es el Arrebatamiento
El término “rapto” no aparece en la Biblia, pero es un sinónimo válido que se refiere a cuando los creyentes “seremos arrebatados” (1 Ts. 4.17). Según el diccionario, raptar es la acción de arrebatar.
Algunos hermanos bien intencionados quizás hilan demasiado fino, ya que descartan el uso de “rapto”, alegando que se refiere a algo violento y negativo, y dicen que no se debe aplicar a la iglesia. Según ellos, "arrebatar" es algo más suave o benigno, pero su suposición está equivocada e imprecisa.
Un estudio atento de las palabras “arrebatamiento” y “arrebatar” en la Biblia nos ayudará a ver que “arrebatar” también puede indicar algo fuerte, violento y negativo. Por ejemplo, algunos son arrebatados para juicio (Sal. 10.9; Is. 17.11; Ez. 19.3; Nah. 2.12; Jn. 10.29; Hch. 27.15). David dijo: “No me arrebates juntamente con los malos” (Sal. 28.3). Jeremías imploró a Dios: “arrebátalos como a ovejas para el degolladero, y señálalos” (Jer 12.3).
Concluimos que las palabras rapto y arrebatamiento son sinónimas, y como tales, son intercambiables.
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
Dios Corrige a los Suyos
Lucas Batalla
Texto: Jeremías 33.1-9
“Vino palabra de Jehová a Jeremías la segunda vez, estando él aún preso en el patio de la cárcel, diciendo: Así ha dicho Jehová, que hizo la tierra, Jehová que la formó para afirmarla; Jehová es su nombre: Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces. Porque así ha dicho Jehová Dios de Israel acerca de las casas de esta ciudad, y de las casas de los reyes de Judá, derribadas con arietes y con hachas (porque vinieron para pelear contra los caldeos, para llenarlas de cuerpos de hombres muertos, a los cuales herí yo con mi furor y con mi ira, pues escondí mi rostro de esta ciudad a causa de toda su maldad)” (vv 1-5).
Llaman a Jeremías el profeta llorón, porque sentía mucho lo que iba a venir sobre Israel por su desobediencia. Dios, aunque ama a Israel, iba a castigar su maldad. Había dicho a Habacuc que levantaría a los caldeos para ese castigo, y en días de Jeremías ellos estaban ante las puertas de Jerusalén. Los judíos maltrataron mucho a Jeremías, porque no les decía lo que ellos querían oír, sino lo que Dios mandó. El mensajero del Señor pagó el precio por ser fiel al que le envió.
Pero en sus días había muchos falsos profetas que decían cosas agradables que gustaba a la gente, y por supuesto, eran populares. Hoy también muchos predicadores quieren tener a la gente contenta, no santa. Aprueban cualquier cosa del mundo para satisfacer la carne.
Jeremías, por ser fiel a Dios, tuvo que ir contra la corriente. Por ejemplo, en 34.2-3 anunció el castigo, y no les gustó. Los parientes de Jeremías, y otros de su pueblo lo amargaron por ser fiel a Dios. Lo desecharon y desampararon, pero Dios no. Aunque tuvo que sufrir mucho a manos del “pueblo de Dios”, y le dolió, en medio de todo eso Jehová lo sostuvo.
El castigo, el juicio de Dios, no es un tema popular, pero Dios tiene que disciplinar a Su pueblo, para limpiar y corregir. Es justo, bueno y correcto que Dios proceda así. “¿No los he de castigar por estas cosas? dice Jehová. De tal nación, ¿no se vengará mi alma?” (Jer 9.9). “... Te castigaré con justicia; de ninguna manera te dejaré sin castigo” (Jer. 30.11). No puede consentir ni tolerar el mal. Hoy, muchas iglesias necesitan la reprensión y el castigo de Dios. Si leemos Apocalipsis 2-3, vemos que cinco de las siete iglesias fueron corregidas por Cristo. Pero hoy, las iglesias no aceptan la corrección, porque creen que por la gracia de Dios pueden hacer lo que les parece. ¿Cómo vive la cristiandad hoy? Son cristianos de boca, de palabra, de fachada, sobre todo el domingo durante la reunión. Y algunos son cristianos de la cintura para arriba, pero de ahí para abajo son del mundo, la carne y el diablo.
La obediencia a Dios siempre es necesaria, pero no está de moda. El cristianismo hoy es parecido a la condición de Israel en tiempos de los profetas. Muchos no ponen a Dios en primer lugar. No son capaces de quitarse una hora de sueño por la mañana para empezar el día con Dios, en Su Palabra y la oración, antes de salir de casa. Deberían hacerlo, y darle las gracias por la vida, la salud, el trabajo, pero además, por la salvación, el Señor, Sus cuidados y Su provisión.
continuará, d.v. en el siguiente número
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
¿Cristianos de Fachada o de Verdad?
Texto: "Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado". Isaías 29.13
¿Cómo vive la cristiandad hoy? Son cristianos de boca, de palabra, de fachada, sobre todo el domingo durante la reunión. Si los ves ahí, parecen santos. Pero salidos del local de reunión, santos no es una palabra que usaríamos para describirlos, sino más bien mundanos. Con tristeza notamos que algunos son cristianos de la cintura para arriba, pero de ahí para abajo son del mundo, la carne y el diablo. Se juntan sin matrimonio y así conciben hijos bastardos, pero si utilizamos este término bíblico, se ofenden.
Para el verdadero cristiano, la obediencia a Dios siempre es necesaria, aunque no esté de moda. No obedecemos por miedo, ni como los que están bajo un yugo de esclavitud, sino por amor como el Señor dijo en Juan 14.15. Pero en los postreros tiempos, muchos tienen amor propio, no el amor de Dios que el Espíritu Santo derrama en los creyentes. Manifestemos nuestro amor al Señor por nuestros hechos.
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
La Disciplina Paterna
E. L. Moore (1936-2020)
“Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos,
sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor”. Efesios 6.4
En esta era moderna, en vísperas del siglo XXI, ¿es posible criar a los hijos conforme a la Palabra de Dios? Sí, es posible, aunque seguramente hay muchas circunstancias en contra, aun en los hogares de los propios creyentes. A pesar de que disponemos de tantos medios modernos de comunicación, con todo tipo de máquinas electrónicas a nuestro alcance, en muchos hogares existe un corto circuito notorio en las comunicaciones entre los padres y sus hijos. Los padres acusan a los hijos de no hacerles caso, y los menores, particularmente los adolescentes, alegan que sus padres no les entienden. En cierta medida los padres tienen la culpa, porque han estado tan ocupados en su trabajo y en su afán de adquirir más cosas materiales que han descuidado a sus hijos, sin reconocer que la responsabilidad paterna ante Dios incluye tres esferas: material, moral y espiritual. Equivocadamente, piensan que sus únicos deberes son de carácter material y físico (es decir, darles comida, vestido, salud, educación, etc.). Algunas madres creyentes trabajan largas horas fuera de casa, sin que sea estrictamente necesario y sin reconocer, aparentemente, su lugar y las responsabilidades que les corresponden en su hogar. “Cuidadosas de su casa” (Tit. 2.5) es sólo una de varias exhortaciones que se incluyen en la Palabra de Dios. Los hijos se sienten algo abandonados, y paulatinamente se levanta una barrera de resentimiento entre ellos y sus padres, con la resultante falta de comunicación. Los hijos se fortalecen en su rebeldía contra la autoridad terrenal, tanto paterna como civil, y por ende contra la autoridad divina también.
A pesar de los muchos factores que obran en contra de la manutención de un hogar sano en el día de hoy, creemos que todavía es posible criar a los hijos “en disciplina y amonestación del Señor” (Ef. 6.4). De las cuatro clases de disciplina tratadas en este libro, la primera que debe experimentar todo niño es la disciplina de sus padres. Desde Adán en adelante, todo ser humano es por naturaleza rebelde y desobediente. Por esta razón es necesario disciplinar a los hijos. La disciplina paterna, administrada con moderación, es una demostración del amor hacia los hijos, de acuerdo con Hebreos 12.5-10, Proverbios 3.12 y 13.24. Hay que comprender que el amor paterno, si ha de asemejarse al del Padre celestial, debe incluir no solo la demostración de afecto hacia los hijos, sino también la formación de un buen carácter en ellos mediante el estímulo y la corrección. Es decir, los padres deben mostrar su satisfacción por las acciones correctas del niño, aprobándolas. A la vez, no deben excusar ninguna mala acción, sino reprenderla y aplicar la disciplina correspondiente.
El buen ejemplo de los padres, junto con la disciplina paterna, son ingredientes indispensables para que el niño aprenda a practicar la autodisciplina. Tanto en el hogar como en la escuela, los niños necesitan aprender principios de la autodisciplina, pues éstos servirán para gobernar su conducta durante toda la vida.
En este capítulo queremos examinar varios aspectos de la disciplina paterna, de acuerdo con la lista a continuación:
I. Tres ejemplos del Nuevo Testamento de personas loables y dignas de imitar: Jesús, Timoteo y la señora elegida (2 Juan)
II. Ejemplos de hombres destacados del Antiguo Testamento quienes no disciplinaron adecuadamente a sus hijos: Eli, Samuel y David.
III. Los objetivos de la disciplina paterna.
VI. Ciertos principios que aplicar al criar a los hijos.
V. Algunas normas generales.
VI. Ciertos métodos que emplear para disciplinar.
VII. Algunas consecuencias si los hijos no son disciplinados adecuadamente.
VIII. La voz de la Sabiduría, en los Proverbios.
IX. Sugerencias generales para los padres.
X. Las responsabilidades de los hijos.
del capítulo 2 del libro La Disciplina Bíblica
continuará, d.v., en el siguiente número
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
El Año del Jubileo
William MacDonald
“Y santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis libertad en la tierra a todos sus moradores; ese año os será de jubileo, y volveréis cada uno a vuestra posesión, y cada cual volverá a su familia” (Levítico 25.10).
Algunos ni siquiera saben qué es, porque ignoran las riquezas del Antiguo Testamento, pensando que no son relevantes para nuestros tiempos. Es un gran error que les empobrece espiritualmente. Sobre esta fecha importante William MacDonald escribe:
Cada cincuenta años en el calendario de Israel se conocía como el año del jubileo. Se suponía que la tierra debía estar en barbecho. Las propiedades se devolvían a sus dueños originales y los esclavos eran puestos en libertad. Era un tiempo gozoso de libertad, gracia, redención y descanso.
Cuando alguien compraba una propiedad, debía tener en cuenta la proximidad del año del jubileo. Por ejemplo, la tierra sería más valiosa si al tiempo de la compra faltaban cuarenta y cinco años para el año del jubileo. Pero si estaba solamente a un año de distancia, difícilmente era digna de comprarse. El comprador sólo podría tener una cosecha.
Hay un sentido en el que la venida del Señor será el año del jubileo para los creyentes de hoy. Entrarán en el descanso eterno en la casa del Padre. Serán libres de los grilletes de la mortalidad y recibirán cuerpos glorificados. Todas las cosas materiales que les han sido confiadas como administradores serán devueltas a su dueño original.
Debemos tener esto en cuenta al valorar nuestras posesiones materiales. Podemos tener millones en propiedades, inversiones y depósitos bancarios. Pero si el Señor viniera hoy, ya no tendrían ningún valor para nosotros. Cuanto más cerca estamos de Su venida, menos valor real tienen. Esto significa que debemos invertirlas hoy para el avance de la causa de Cristo y el alivio de la necesidad humana.
Así como el año del jubileo era anunciado con el toque de una trompeta, así el regreso del Señor será anunciado con el sonido de la “última trompeta”. “Todo esto nos enseña una excelente lección. Si nuestros corazones valoran la esperanza inalterable del retorno del Señor, debemos aligerarnos de todas las cosas terrenales. Es moralmente imposible que podamos estar en la actitud de esperar al Hijo del cielo y no estemos despegados de este mundo presente... Aquel que vive en la expectación diaria de la aparición de Cristo debe desligarse de lo que será juzgado y disuelto cuando venga... Quiera Dios que nuestros corazones sean impresionados y nuestra conducta influenciada en todas las cosas por esta verdad tan preciosa y santificante” (C. H. Mackintosh).
del libro De Día En Día, CLIE
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
Amar A Cristo: Evidencia de Salvación
J. C. Ryle (1816-1900)
Permítanme mostrarles las marcas peculiares por las que se da a conocer el amor a Cristo. Este es un punto de gran importancia. Si no hay salvación sin amor a Cristo y el que no ama a Cristo está en peligro de condenación eterna, nos corresponde a todos averiguar muy claramente lo que sabemos acerca de este asunto. Cristo está en el cielo y nosotros en la tierra. ¿Cómo se discernirá al hombre que lo ama?
Felizmente, el punto no es muy difícil de resolver. ¿Cómo sabemos si amamos a alguna persona aquí en la tierra? ¿De qué modo y manera se manifiesta el amor entre las personas de este mundo: entre marido y mujer, entre padre e hijo, entre hermano y hermana, entre amigo y amigo? Que estas preguntas se contesten con el sentido común y la observación, y no pido más. Que estas preguntas se contesten honestamente y el nudo que tenemos ante nosotros se desatará. ¿Cómo se manifiesta el afecto entre nosotros?
1. Si amamos a una persona, nos gusta pensar en ella. No necesitamos que nos lo recuerden. No olvidamos su nombre, su aspecto, su carácter, sus opiniones, sus gustos, su posición o su ocupación. Aparece en nuestra mente muchas veces al día. Aunque tal vez esté lejano, a menudo está presente en nuestros pensamientos. Pues bien, lo mismo sucede entre el verdadero cristiano y Cristo. Cristo habita por la fe en su corazón (Ef 3.17), y piensa en Él todos los días. El verdadero cristiano no necesita que le recuerden que tiene un Maestro crucificado. A menudo piensa en Él. Nunca olvida que Él tiene un día, una causa y un pueblo, y que él es uno de los suyos. El afecto es el verdadero secreto de una buena memoria religiosa. Ningún hombre mundano puede pensar mucho en Cristo a menos que Cristo le llame la atención, porque no siente afecto por Él. El verdadero cristiano piensa mucho en Cristo por esta sencilla razón: lo ama.
2. A todos nos gusta oír hablar de las personas a las que queremos. Nos complace escuchar a los demás hablar de ella. Sentimos interés por cualquier informe que otros hagan sobre él. Prestamos mucha atención cuando otros hablan de él y describen sus acciones, sus palabras, sus hechos y sus planes. Algunos pueden oírlo mencionar con total indiferencia, pero nuestros propios corazones se agitan al solo sonido de su nombre. Pues bien, lo mismo sucede entre el verdadero cristiano y Cristo. El verdadero cristiano se deleita al oír algo acerca de su Maestro. Le gustan más los sermones llenos de Cristo. Disfruta más de la compañía de las personas que hablan de cosas relacionadas con Cristo. He leído acerca de una anciana galés que solía caminar varias millas todos los domingos para oír los mensajes de un predicador inglés, aunque no entendía ni una palabra de inglés. Le preguntaron por qué lo hacía. Respondió que ese hombre mencionaba el Nombre de Cristo con tanta frecuencia en sus sermones que le hacía bien. Amaba incluso el Nombre de su Salvador.
continuará, d.v., en el próximo número (traducido del libro Holiness, por J. C. Ryle)
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
ADVERTENCIA
A LOS COBARDES E INCRÉDULOS
“Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apocalipsis 21.8).
Probablemente cualquiera que lea este verso se sorprenderá al saber que los cobardes y los incrédulos están en la misma lista que el resto de los que consideramos viles e infames pecadores, y que tendrán parte en el mismo castigo por toda la eternidad.
Es probable que se sorprendan también al notar que los cobardes ocupan el primer lugar de la lista. Esto debe impactar tremendamente a cualquiera que excusa su timidez como un asunto insignificante. Quizás tienen miedo de aceptar al Señor Jesús por lo que sus amigos pudieran decir, o porque son de una disposición naturalmente reservada. Dios no excusa esto como cosa de poca importancia; lo ve como una cobardía culpable.
También debe sorprenderles a los que ocupan el segundo lugar: los incrédulos. Oímos a personas que dicen: “No puedo creer” o “Me gustaría creer como tú”. Pero éstas son excusas y declaraciones hipócritas. No hay nada en el Salvador que haga imposible que los hombres crean en Él. El problema no está en el intelecto del hombre sino en su voluntad. Los incrédulos no quieren creer en Él. El Señor dijo a los judíos incrédulos de Su tiempo: “... y no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Jn. 5.40).
No cabe duda que muchos de los cobardes e incrédulos se consideran decentes, cultos y morales. No quieren tener nada que ver con los asesinos, los inmorales o los que practican la magia. Pero la ironía es que pasarán toda la eternidad con ellos, porque nunca acudieron a Cristo para ser salvos.
Su destino es “el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”. Esto es, por supuesto, la tragedia suprema. La gente puede discutir acerca de la existencia del infierno y del castigo eterno, pero la Biblia es muy explícita al respecto. El infierno existe al final de la vida sin Cristo.
Lo que hace que este asunto sea especialmente triste es que ni los cobardes ni los incrédulos ni ninguno de los otros que están en la lista de nuestro verso tendrían que ir al lago de fuego. Nadie está predestinado a eso, y además, es completamente innecesario. Si solo se arrepintieran de sus cobardías, dudas y otros pecados y se volvieran al Señor Jesús con una fe sencilla, serían perdonados, limpiados y hechos aptos para el cielo.
William MacDonald, De Día en Día, CLIE
“Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno”. Palabras de Jesucristo, en Mateo 10.28