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sábado, 31 de agosto de 2024

EN ESTO PENSAD - septiembre 2024

 La Iglesia Local Profetizada  

Parte 3
Camilo Vásquez Vivanco

viene del nº de julio

David Intentó Recuperar la Gloria Perdida
 

     El rey David intentó llevar el arca a Jerusalén después de estar más de veinte años fuera de su lugar en Silo (1 S. 7.2). Su intención fue buena, pues ya no podía volver el arca a Silo, sino debía ser llevada a Jerusalén. Pero lo hizo de una manera inapropiada imitando a los filisteos (1 S. 6.1-8). David construyó un carro nuevo, al igual que los filisteos (2 S. 6.1-7), y cometió un acto temerario, traspasando la Palabra de Dios. El arca debía ser llevada sobre los hombros, y debían hacerlo los levitas de la familia de Coat (Nm. 4.4-15), nadie más podía realizarlo. David aprendió con dolor la lección: “Entonces dijo David: El arca de Dios no debe ser llevada sino por los levitas; porque a ellos ha elegido Jehová para que lleven el arca de Jehová, y le sirvan perpetuamente” (1 Cr. 15.2). La lección es clara, pues podemos tener muy buenas intenciones de servir a Dios imitando los métodos del mundo, sin embargo, existe un método por el cual conducirnos, que no queda al criterio nuestro ni al cambio cultural de los tiempos. Cuando los de Betsemes recibieron el arca devuelta por los filisteos, fueron los levitas que tomaron el arca y la pusieron sobre una gran piedra (1 S. 6.15). Sin embargo, cometieron una imprudencia inusitada “habían mirado dentro del arca de Jehová” y murieron cincuenta mil setenta hombres (1 S. 6.19).1 ¿Por qué este juicio tan severo de parte de Dios? No cabe duda, por la desobediencia a la Palabra de Dios en un acto mucho más irrespetuoso que los filisteos, pues Él ya lo había especificado que los levitas no podían mirar los objetos sagrados del tabernáculo (Nm. 4.20). Solo los sacerdotes tenían este privilegio (Nm. 4.18-20).
    Los levitas debían vivir por fe, sin mirar dentro del tabernáculo, nosotros hoy tenemos muchos más privilegios que ellos, ya que podemos entrar velo adentro, dado que Cristo nos abrió un camino nuevo y vivo (He. 10.19-20). Sin embargo, no somos llamados a traspasar o prescindir de la Palabra de Dios respecto de cómo servir a Dios cual pueblo de Dios. Cada reunión que hacemos, la forma de reunirnos debe hacerse en fe a lo revelado por Dios en el Nuevo Testamento.

Lo Único Que Garantiza La Presencia de Dios En Su Pueblo Es La Obediencia A Su Palabra

 
    No estamos aquí para innovar, sino para GUARDAR Y RETENER las instrucciones ya dadas por los apóstoles. Así le recomendó Pablo a Timoteo Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en la fe y amor que es en Cristo Jesús” (2 Ti. 1.13). Y agregó Pablo “Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado…” (1 Ti. 6.20).
    Podemos asegurar que todo cuanto hacemos como iglesia tiene una forma (gr. jupotuposis), una delineación que se describe como una norma ajustada al modelo dado por Dios. Existe un prototipo al cual seguir en todos los tiempos, y ese prototipo debemos guardarlo tal como Moisés tuvo cuidado de no desviarse en el tabernáculo (Éx. 25.40). Así tenemos una norma y forma para realizar el bautismo cristiano (Mt. 28.19-20), como también una forma de reunirnos en torno a la persona de Cristo. Del mismo modo tenemos una forma de celebrar la cena del Señor cada primer día de la semana (Hch. 20.7; 1 Co. 11.23-26). Tenemos una forma de recoger la ofrenda cada primer día de la semana (1 Co. 16.1-2); del mismo modo tenemos una forma de adorar y alabar al Señor sin uso de instrumentos musicales (Ef. 5.19; Col. 3.16), coros o “equipos de alabanza”.
    Si queremos que la gloria de Dios repose en Su pueblo, no se trata de que las cosas marchen bien, para que todos se sientan bien. Sino que las cosas sean hechas conforme a la voluntad de Dios. Recomendamos a las damas que se vistan con pudor e inteligencia, sin ostentación ni provocación, sin adornos externos como conviene a mujeres que profesan piedad (1 Ti. 2.8-10; 1 P. 3.1-8). Del mismo modo pedimos a las mujeres su silencio y sujeción al varón, como Dios lo dejó especificado (1 Co. 14.34-35; 1 Ti. 2.11-12). Todo esto corresponde a “la forma” de proceder como cristianos del siglo 21. Nada ha pasado de moda, y Dios lo dejó estipulado para que lo sigamos guardando sin innovar ni abandonar.
 
Silo Fue Abandonado Por Dios
 

   “Andad ahora a mi lugar en Silo, donde hice morar mi nombre al principio, y ved lo que le hice por la maldad de mi pueblo Israel” (Jer. 7.12)
    El principio de la permanencia de Dios por Su Espíritu en Su pueblo no ha cambiado, pues Su Palabra nos dice: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18.20). Ese principio está basado en el concepto “congregados en mi nombre”. Su presencia es condicional a cómo nos congregamos, esto significa que no podemos esperar que el Señor esté presente cuando nos reunimos como se nos antoje o cuando copiamos prácticas mundanas del mundo religioso. Los de Corinto se congregaban al nombre del Señor, pero lo estaban haciendo para lo peor (1 Co. 11.17). 
    Antes la gloria de Dios abandonó a Su pueblo desobediente y prometió colocarla entre las naciones: “Y pondré mi gloria entre las naciones, y todas las naciones verán mi juicio que habré hecho, y mi mano que sobre ellos puse” (Ez. 39.21). Dios definitivamente abandona a Su pueblo con su gloria a pesar del hermoso templo levantado por Salomón: “Y la gloria de Jehová se elevó de en medio de la ciudad, y se puso sobre el monte que está al oriente de la ciudad” (Ez. 11.23). Él solo puede estar donde se respeta Su Palabra con corazones sinceros y humildes (Is. 57.15).

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1   El texto hebreo aquí dice 50.070, lo que presenta una dificultad. Probablemente  la pequeña ciudad no hubiera tenido una población tan grande. Además, el orden de las palabras en el hebreo no es común ni usual para expresar un número como ese. Flavio Josefo, el historiador judío del siglo I d. C., dice que solamente setenta murieron en Betsemes. Unos cuantos manuscritos hebreos antiguos tampoco incluyen el número 50.000. Por esas razones los traductores de la RVA han puesto setenta, calculando que este habrá sido el número originalmente escrito, y que posteriormente un copista hubiera  puesto 50.070.

continuará, d.v. en el siguiente número

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 El Rey Saúl y las Consecuencias
de su Altivez y Desobediencia

Parte 4
 por Lucas Batalla Maraver y Carlos Tomás Knott

viene del número anterior

     Los versos 24-25 de 1 Samuel 1.15 relatan como Saúl finalmente reconoció su pecado: “Entonces Saúl dijo a Samuel: Yo he pecado; pues he quebrantado el mandamiento de Jehová y tus palabras...” (v. 24). Antes decía que había obedecido. Recordemos esto, que hay quienes profesan su inocencia cuando no es así, y hay que insistir con ellos hasta que reconozcan el mal que han hecho. Saúl siguió implicando al pueblo en su pecado: “porque temí al pueblo y consentí a la voz de ellos”. Aun así, el rey era el responsable, pues Dios le había dado instrucciones explícitas. “El temor del hombre pondrá lazo” dice Proverbios 29.25. De haber temido y creído a Dios, no habría cedido a la voz del pueblo. Eso pasa también hoy en las iglesias, cuando los ancianos ceden a la voz del pueblo que desea cambios, y no se mantienen firmes en lo que Dios manda. Las voces de las esposas, los hijos, los jóvenes u otras personas en la iglesia no deben tener peso alguno en las decisiones, sino solo la voz de Dios, en las Escrituras. Cuando Dios ha hablado, ceder a la voz del pueblo es un error. Así que, Saúl tuvo que decir: “Perdona, pues, ahora mi pecado” (v. 24). Podía ser perdonado, pero como veremos, debía sufrir las consecuencias de su mala conducta. Quiso guardar las apariencias, y rogó que Samuel volviera con él para adorar a Jehová. Orgulloso de su posición como rey, quería arreglar lo de su pecado “a puerta cerrada”, y tener la apariencia del apoyo y la aprobación del profeta. Es triste cuando los líderes se preocupan más por su imagen ante los demás, que por su condición espiritual.
    Los versos 26-28 relatan como Samuel rehusó apoyarlo: “No volveré contigo; porque desechaste la palabra de Jehová” (v. 26). Repite la sentencia divina que ya fue pronunciada en el verso 23: “Jehová te ha desechado para que no seas rey sobre Israel” (v. 26). Con eso, Samuel se iba, pero Saúl no cedió, sino insistió y usó la fuerza, pues “se asió de la punta de su manto, y éste se rasgó” (v. 27). Esa pequeña violencia de parte del rey manifiesta su falta de humildad y su obsesión con la imagen pública. Por tercera vez Samuel le declara la pérdida de su posición como rey: “Jehová ha rasgado hoy de ti el reino de Israel, y lo ha dado a un prójimo tuyo mejor que tú” (v. 28). No cabe duda que en la mente y el plan de Dios, Saúl ya no era rey a partir de ese momento. ¡Cuánto daño causó cuando rehusó retirarse! Desde ese día, su camino iba hacia abajo, cada vez peor. Buscaba matar al que Dios ungió para reemplazarlo. Presionaba al pueblo y ocupaba su tiempo y recursos con la persecución de David. Al final consultó a una mujer evocadora de espíritus, y el día siguiente se suicidó sobre el monte de Gilboa. Había pasado el punto de no retorno, porque desobedeció a Dios, y no aceptó la sentencia divina. Samuel le advirtió que Dios, “la Gloria de Israel”, no iba a arrepentirse de Su declaración (v. 29), pero Saúl no se sometió, y fue su decisión fatal.
    En los versos 30-31 Saúl confesó nuevamente su pecado, pero insistió en ser honrado “delante de los ancianos de mi pueblo y delante de Israel” (v. 30). Samuel lo acompañó (v. 31), que puede parecernos extraño, pero al leer el siguiente verso entendemos.
    Delante de ese mismo altar, Samuel hizo traer a Agag rey de Amalec (v. 32). Vino alegremente porque pensaba que no lo matarían, porque Saúl lo había perdonado la vida. Pero Samuel denunció sus crueles pecados, y lo mató de forma severa: “cortó en pedazos a Agag delante de Jehová en Gilgal” (v. 33). Ejecutó la sentencia decretada por Dios en los versos 2 y 3, obedeciendo así la Palabra de Dios que Saúl había desobedecido. De esa manera enfática y gráfica prevaleció la voluntad de Dios, y Su ira contra Amalec. Saúl y el pueblo lo había perdonado, pero debemos aprender esto, que no intentemos ser más misericordiosos que Dios. Cuando Dios manda disciplina o castigo, ¿quiénes somos nosotros para quitarlo? Y si hacemos acepción de personas, por familia o amistad o riquezas o posición social, ¡ay de nosotros! Así la iglesia en Corinto tuvo que aprender, pues había tolerado el mal en su medio, con una misericordia falsa y carnal. Dios mandó: “Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros” (1 Co. 5.13). A las iglesias de Asia que toleraban el mal en su medio (Ap. 2-3), Cristo dijo que vendría y pelearía contra ellas. Y como en el caso de Elí, los padres flojos que fallan en la disciplina de sus hijos, con su sentimentalismo e ideas de amor y misericordia, desobedecen y desagradan a Dios, e invitan Su ira. Samuel dejó los pedazos sangrientos de Agag al pie del altar de Jehová en Gilgal, como una lección gráfica y una advertencia seria a toda la nación. No hablemos de misericordia cuando Dios ordena el juicio. No podemos ser más misericordiosos que Dios, y pecan quienes lo pretenden.
    Los versos 34-35 relatan la salida de Samuel. “Se fue luego Samuel a Ramá” (v. 34), y Saúl fue a su casa. Fue la separación definitiva entre el profeta Samuel y el rey desobediente y desechado. “Y nunca después vio Samuel a Saúl en toda su vida”. Había llegado el momento solemne, y el punto de no retorno para Saúl. Para que no nos equivoquemos pensando que Samuel fue duro, el texto sagrado informa: “Y Samuel lloraba a Saúl” (v. 35 y 16.1). Lloraba a Saúl porque había fracasado y causado gran daño, porque había perdido la bendición y el favor de Dios, y porque iba al infierno. Samuel en su juventud había visto el juicio de la casa de Elí, y sabía lo que venía sobre la casa del rey Saúl. Nadie, por alta posición que ocupe, queda impune ante Dios. Nadie puede desobedecer a Dios y evadir Su juicio. Aunque tenga autoridad, riquezas y poder, y sujete al pueblo, no podrá sujetar a Dios, ni salirse con la suya, ni eludir su terrible encuentro ante el Juez de toda carne (Jer. 25.31). No solo en esta vida, sino después de ser muertos, vendrán a juicio (He. 9.27). “Vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos... y fueron juzgados los muertos...” (Ap. 20.12).
    Recordemos: “Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros”. La fe y el amor a Dios no se manifiestan solo en himnos hermosos (Is. 29.13), sino en los hechos – en la obediencia (Jn. 14.15).

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Dios Es El Creador

     Cuando dicen que algo tiene 10 o 20 o 50 mil años de edad, o hablan de millones de años, o alegan que el agua llegó a la tierra en meteoros o asteroides, o hablan del “big bang”, o de la evolución de los animales y del ser humano, afrentan a Dios. Dios ha dejado registrado claramente de dónde vienen las cosas, y según Su Palabra no hay lugar para ni siquiera 10 mil años. Pero en lugar de creerle y glorificarle como Dios, proponen sus teorías que excluyen a Dios. Dicen que eso es “ciencia”, pero esa palabra significa “conocimiento”, y no vale para describir la teoría de evolución, que es un invento de la imaginación. Es lo que la Biblia llama “la falsamente llamada ciencia” (1 Ti. 6.20). Todos los que hablan así, y los que los creen, afrentan a Dios, porque en efecto dicen que Su Palabra es mentira o error.
    La Biblia afirma que Dios creó todo, y dice cuándo: “en el principio” – Génesis 1.1, y que en el sexto día (literal) de la creación Dios hizo a Adán. El sexto día de la existencia de la tierra, Dios hizo a Adán. Las genealogías de la Biblia indican que la tierra es joven. Puesto que todos descendemos de Adán, es matemáticamente imposible que haya tantos miles y millones de años que los incrédulos alegan. Romanos 1.19-22 describe esa rebelión y conspiración humana.
“Porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios.

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 Los Tatuajes y Piercings

Los creyentes nunca deben tomar al mundo como su punto de referencia. Deberían saber, casi por intuición espiritual, no imitar las cosas del mundo. Dios dio claras instrucciones a Su pueblo: "Y no haréis rasguños en vuestro cuerpo por un muerto, ni imprimiréis en vosotros señal alguna" (Lv. 19.28). Eran costumbres paganas, no de creyentes. Hoy sigue siendo verdad, porque "vuestro cuerpo es templo
del Espíritu Santo"
(1 Co. 6.19-20). Nuestro cuerpo no es nuestro para decorar como nos parece, según las modas. Ahora bien, surge un problema, porque algunos creen que las mujeres pueden perforar las orejas para llevar pendientes. Si ellas pueden, ¿por qué no los hombres también? Si está bien perforar la oreja, ¿por qué no también la nariz, las cejas u otros lugares? Siempre debemos ceñirnos lo más posible a la Palabra de Dios, y no buscar excusas para imitar al mundo. La separación todavía es importante.

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 ¿Nace o se Hace?
Los genes y la conducta

Dr. A. J. Higgins

     Como creyentes, nuestra perspectiva del mundo en derredor (la sociedad) es cristiana. Esto equivale a renovar nuestro entendimiento con la Palabra de Dios (Romanos 12.2), observando y evaluando todo de la manera en que Él lo ve. Tener una mente espiritual o renovada no es la idea de sólo pensar en cosas espirituales o celestiales. Debemos utilizar nuestras mentes en nuestros trabajos, estudios, asuntos familiares, y nuestra vida diaria. Eso significa tener una mente que mira todo a través del filtro de la Palabra de Dios.
    La tecnología ha avanzado exponencialmente en las últimas décadas. Esto ha influenciado prácticamente todo aspecto de los negocios, la educación y la ciencia. Un campo que ha cambiado radicalmente ha sido el de la genética. La capacidad de “decodificar” un gen y de vincular genes específicos a rasgos específicos es uno de los logros más maravillosos que han alcanzado los genetistas. La capacidad de vincular un gen o un conjunto de genes a una enfermedad en particular ha permitido examinar y detectar enfermedades más oportunamente. Por ahora eso no siempre significa que la curación sea posible, pero muchos abrigan la esperanza de que algún día las incurables y devastadoras enfermedades genéticas puedan ser controladas o prevenidas por “terapia genética” o algún otro medio.
    No debemos tenerle miedo a la genética; por medio de ella los hombres descubren el código que Dios ha puesto en Su creación. Sin embargo, debemos esperar que aprovechen estos conocimientos para beneficiar a la humanidad y no para justificar el pecado.

Las aplicaciones
 

    La genética es un tema recurrente en las noticias, y los artículos con frecuencia intentan asociarla con la conducta criminal, orientación sexual y rasgos de personalidad. No hay duda de que el género, el aspecto físico y ciertos talentos naturales tienen un origen genético. Pero por décadas el debate se ha centrado en la importancia relativa de cómo inciden en el desarrollo final del individuo lo innato y lo adquirido.
    Muchos tienen un interés personal en abogar por lo innato (la genética). Los abogados defensores intentan usar este razonamiento para presentar a su cliente como una “víctima” de ciertos patrones genéticos. Por años la comunidad homosexual ha procurado usar la genética como la razón de su conducta. Aun cristianos bien intencionados han afirmado, sin reflexionar, que su composición genética justifica pecados que han optado por no abandonar.
    Lo adquirido, es decir, la crianza, el entorno y las experiencias vividas, también tiene sus defensores en el debate. Los científicos sociales que aspiran cambiar la sociedad para cambiar la humanidad le echan la culpa de lo indeseable a los males sociales. Nadie va a negar que la pobreza engendra crímenes y un sinnúmero de otros problemas para la comunidad, pero no toda persona criada en pobreza se torna violenta ni es un criminal. De la misma manera, personas adineradas y pudientes a menudo se involucran en actividades delictivas. Todavía queda mucho por decir en el debate sobre lo innato, o genético, versus lo adquirido, pero la mayoría está de acuerdo en que hay una interacción de ambas realidades que conduce al desarrollo final de una persona.
    La naturaleza nos dota de un mapa genético sobre cuyas teclas actúa el entorno para tocar y componer la música de la vida suya y la mía. Hay, sin embargo, un elemento totalmente impredecible en todo esto que debemos tomar en cuenta. Los seres humanos tienen voluntad propia, es decir, la capacidad de actuar de maneras enteramente contrarias a lo que su genética y crianza hayan previsto para ellos.
    Todos nacemos como hijos de Adán, una raza caída y proclive al pecado y al egoísmo. En este sentido todos tenemos una conformación "genética" propensa a pecar. Una “manera de ser pecaminosa” solamente ratifica la verdad bíblica de nuestra “naturaleza caída”. No nos ofrece ninguna justificación para una conducta pecaminosa.

La genética y la orientación sexual
  

  La búsqueda de un “gen gay” ha estado ocurriendo desde hace varias décadas. A pesar de que las investigaciones han estado bien financiadas, todavía este gen no ha sido hallado. Pero aun si fuera encontrado, eso no haría que el comportamiento homosexual fuera legítimo, de la misma manera que no se justifica que un heterosexual genéticamente determinado exprese una conducta sexual fuera del vínculo matrimonial bíblicamente definido entre un hombre y una mujer. Hay que reconocer que el heterosexual tiene la posibilidad de una unión conyugal y el disfrute de una relación física. No es así para la persona homosexual, y esto agrega una carga al creyente que se siente atraído a una persona de su mismo género. Afortunadamente, Dios da gracia abundante para vivir en santidad para Su gloria y para la recompensa eterna del creyente.
    Un artículo publicado en 2014 (Psychological Medicine nº45; pág. 1379-1388) pretendía mostrar un vínculo en todo el genoma que determina la orientación sexual en varones. Sin embargo, la investigación no respaldó la conclusión de que el ADN determina directa o indirectamente la conducta sexual. A menudo el genoma es el mismo en los varones heterosexuales y los homosexuales. El comportamiento humano es demasiado complicado, por cuanto abarca lo innato, lo adquirido y la voluntad humana. Si algún día llegara a existir una prueba de una predisposición genética hacia una orientación homosexual, esto no justificará la conducta. Una predisposición genética al homicidio y los crímenes violentos, que muchos alegan existe, no los hace aceptables.

continuará, d.v. en el siguiente número
traducido de la revista Truth & Tidings, octubre 2015
https://truthandtidings.com/2016/01/christian-worldview-nature-or-nurture

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 "Trabaja" es un mandamiento


Lee 2 Tesalonicenses 3.10-13. El verso 10 dice: “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma”. Dijo William MacDonald: “es el mandamiento para los perezosos”. Tanto en el primer siglo, como hoy, hay personas adiestradas en “no trabajar”. Dicen que no encuentran trabajo (¡pero los demás sí!). Sin trabajo, viviendo a expensas de otros: sus padres, su esposa, o un hermano “generoso” (ingenuo). El trabajo es bueno e importante. Pero éstos, ya que no trabajan, tienen tiempo para meterse en otras cosas. “...Andan desordenadamente, no trabajando en nada, sino entremetiéndose en lo ajeno” (v. 11). Lo ajeno es lo que no les corresponde. Pero como no tienen otras responsabilidades, se inventan cosas que hacer. Se inventan actividades, teorías (como el Dióxido de Cloro, o la Tierra Plana, u otras teorías de conspiraciones), y las protagonizan con los demás. Hablan, pero no trabajan.
     Pablo da la solución: el trabajo “A los tales mandamos y exhortamos por nuestro Señor Jesucristo, que trabajando sosegadamente, coman su propio pan” (v. 12). Que provean para sus propias necesidades. No vivan del paro, o del salario de otro - su esposa, sus padres, su hermano, etc.. Algunos de ellos dicen que “están buscando trabajo”, pero curiosamente, nunca lo encuentran. Parece que no están dispuestos a aceptar cualquier trabajo. Pero, trabajar es hacer bien (v. 13). Aunque se remanguen y trabajen con horas largas y poco pago, luego hallaráan que "dulce es el sueño del trabajador" (Ecl. 5.12). No les sobrará tiempo para otras cosas. Trabajar es mejor que estar parado, que soñar, y es mejor que entremeterse en lo ajeno.

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  El Infierno



    La verdad no es afectada por los que la creen ni por los que no. Por ejemplo, la ley de gravedad es una verdad. Si dices que no crees en la gravedad y luego saltas del tejado de tu casa, ¡verás muy pronto cuán grave es esto! Puedes creerla o no, pero sigue siendo verdad, y si la descuidas o vas en contra de ella, serás tú el perjudicado. Te guste o no, tarde o temprano, creerás en el infierno.
    Así también el infierno es una verdad. Es un lago ardiente de fuego y azufre. La Biblia, la Palabra de Dios, enseña que toda persona incrédula que rechaza a Jesucristo, pasará toda la eternidad en este terrible lugar de castigo. Al ser éste el peor pensamiento que puede entrar en la mente humana, el hombre natural se revuelve en contra. Puedes creerlo o no, pero sigue siendo verdad, y si la descuidas o vas en contra de ella, serás tú el perjudicado.
    Es cierto que cada cual tiene su opinión. Pero nuestro propósito no es hacer una encuesta de opiniones públicas acerca del infierno, sino examinar y exponer lo que dice Dios. Nuestra pregunta es: “¿Qué dicen las Escrituras?”, porque si hay alguien que sabe si el infierno existe o no, es el Dios eterno; no son unos seres humanos tan limitados y frágiles que apenas llegan a 80 años de vida. El hombre no puede crear el infierno, ni hacerlo desaparecer, por mucho que escriba y opine. Pero puede salvarse de tener que ir allí, si acepta los consejos de Dios.
    ¿Sabías que el Señor Jesucristo enseñó aún más acerca del infierno que todos los demás escritores juntos en la Biblia? Dijo que la ciudad de Capernaúm, a causa de su pecado, sería abatida al infierno (Mateo 11.23). También advirtió: “Si tu ojo te fuere ocasión de caer, sácalo; mejor te es entrar en el reino de Dios con un ojo, que teniendo dos ojos ser echado al infierno, donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga” (Marcos  9.47-48).
    A los fariseos les llamó una generación de víboras y les dijo: “¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno?” (Mateo 23.33). También informó: “Y murió también el rico, y fue sepultado. Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos(Lucas 16.22-23). En el día del juicio, Cristo dirá: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles...e irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Mateo 25.41, 46).
    Repetidamente las Sagradas Escrituras relacionan al infierno con fuego o algo que arde. Jesucristo lo llamó “el infierno de fuego” (Mateo 5.22; 18.9). También habló de esto como el “horno de fuego” (Mateo 13.42, 50). Cinco veces el infierno es llamado “el lago de fuego” (Apocalipsis 19.20; 20.10, 14-15; 21.8).
    La historia verídica del hombre rico nos muestra que el infierno es un lugar en el que se está consciente (Lucas 16.23). Es un lugar de sufrimiento (Judas 7), de dolor (Salmo 116.3), de tormento (Lucas 16.24-25, 28), de ira (Efesios 2.3 “hijos de ira”; Colosenses 3.6) y de condenación eterna (Marcos 3.29).
    Ahí la memoria opera y atormenta con amargos recuerdos y vergüenza. Abraham dijo al hombre rico que se acordara de los bienes que recibió y disfrutó durante su vida (Lucas 16.25) y de cómo Lázaro recibió males. Aquel rico recordaba y se preocupaba por sus cinco hermanos que aun vivían en la tierra (Lucas 16.27-28). El pecador recordará sus pecados pasados, pero no le darán satisfacción. Recordará las muchas oportunidades que tuvo para aceptar a Cristo. Recordará las oraciones y súplicas de sus padres piadosos o sus amigos cristianos. Recordará todas las veces que escuchó la predicación del Evangelio. Recordará cómo el Espíritu Santo le llamaba y luchaba con él en los pensamientos, por medio de sermones, tratados, y conversaciones con creyentes. Y triste es decirlo, pero recordará cada vez que rechazó a Cristo. Querrá olvidarlo, pero no podrá.
    El infierno no es solo un lugar de recuerdos, sino también de remordimientos por todos y cada uno de sus pecados. En el lago de fuego se dará cuenta de su insensatez, de cómo vendió su alma por unos placeres. Estará lleno de remordimiento por haber rechazado el amor de Dios y el evangelio del Señor Jesucristo. Solo Jesucristo puede perdonarte, darte vida eterna, y salvarte del juicio eterno en el infierno.

                                       del libro El Lago de Fuego, por Homer Duncan