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jueves, 2 de octubre de 2014

En Esto Pensad -- octubre 2014

BENDICIONES SON DE NUESTRO DIOS
 
Cuando tempestades surgen alredor,
Y desanimados sois, y con temor,
Ved las bendiciones que el Señor os da,
Y contadlas todas: son de Jehová.

CORO:
//Ved lo mucho que el Señor os da.//
¡Bendiciones, son de nuestro Dios!
Ved las bendiciones que el Señor os da.

Cuando veis a otros con su rico haber,
Y tenéis tan poco en vuestro poder,
Ved las bendiciones que el Señor os da,
Y contadlas todas: son de Jehová.

Cuando estáis en lucha con el tentador,
Recordad a Cristo y Su gran amor;
Ved las bendiciones que el Señor os da,
Y contadlas todas: son de Jehová.

“Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos”.

Colosenses 3:15

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SIETE MILAGROS DEL LIBRO
Dyson Hague

1. Se acredita a sí mismo

    No se necesita el concurso de un crítico de la historia o de un catedrático para comprobar que la Biblia es la propia Palabra de Dios. Solo el Espíritu Santo otorga esta convicción. Si uno solamente escucha Su voz, uno quedará más profundamente convencido que por cualquier demostración imaginable de que este Libro es la propia Palabra de Dios. Los hombres hasta hoy intentan desvirtuar la fuerza de la Palabra y de destruirla. El Espíritu Santo sin embargo ratifica la Palabra con tal certidumbre como nunca se podría lograr por medio del simple sentido racional y resiste a todo asalto de duda.
    Quizás se conoce el relato de Spurgeon acerca de aquella pobre mujer, a quien un moderno detractor de Dios le hizo esta pregunta: “Qué lee usted allí?” La respuesta: “Leo la Palabra de Dios”. “¿La Palabra de Dios? ¿Quién le dice que lo es?” “El mismo me lo ha dicho”. “¿El mismo? ¿Cómo puede usted probar eso?” Ella señaló hacia el Cielo y preguntó: “¿Puede usted probarme que allá en el cielo se halla un sol?” “¡Por supuesto! La mejor prueba es que me calienta y que puedo ver su luz”. “¡Precisamente eso!” exclamó alegremente. “La mejor prueba de que este Libro es la Palabra de Dios, estriba en esto, a saber que calienta e ilumina mi alma” (Compárese con 1 Co. 2:12). Esa es una profunda y real verdad, que no requiere más explicación.

2. Es inagotable

    Las bellotas de un roble se dejan contar, pero nadie puede decir cuántos robles se hallan encerrados en la semilla de un roble. De ese modo cada árbol procede de una semilla y por su parte produce las semillas para otros árboles, miles de semillas, y cada semilla encierra el germen para miles de árboles. ¡Así sucede respeto a las Escrituras! Su profundidad no tiene limites, no se puede medir su altura. Millones de lectores y escritores a través de los siglos han cavado en su tesoro y no obstante no lo han agotado. Siglo tras siglo y con creciente fuerza creadora viene produciendo pensamientos, planos, investigaciones, hasta incluso libros enteros. Sí, los cerebros más destacados pertenecen a sus expositores, un número incontable de estudiantes lo han explorado, y sus lectores diarios se cifran en millones. Los tomos que se han escrito sobre la Biblia, sobre aislados capítulos o también versículos de ella, podrían llenar los estantes de más de una biblioteca. A menudo aun hoy son de tanta actualidad, tan substanciosos y fructiferos como en el día cuando fueron escritos. Aun así no queda agotada la Palabra divina. Los tesoros, que todavía han de descubrirse, son como las estrellas del cielo en número y en brillantez. Eso también es un milagro.

3. Es inmejorable

    Otro milagro más es que las Escrituras son inmejorables. No es cuestión de dorar el oro. No se añade colorido a los rubies, y diamantes cortados correctamente no se pueden aumentar en su resplandor. Así tampoco ningún artista está en condiciones para perfeccionar la ya terminada Palabra de Dios mediante un último pulimento. Nuestro orgulloso y confiado siglo no tiene nada que añadir a esta Palabra. Se situa cual el sol en el firmamento. De haber los más grandes detractores de la Biblia de todos los siglos intentado mejorarlo,su obra habría surtido el efecto que produciría un remiendo inoportuno, habría practicado una deformación. Este Libro despide el fulgor de la gloria de Dios.

4. Tiene autoridad
    Maravillosa es también su irrestisible autoridad. Penetra ésta en uno como una voz desde el Cielo. Por quinientas veces comienzan or terminan tan solo las explicaciones en el Pentateuco (los cinco primeros libros de la Biblia, escritos por Moisés) con estas excelsas palabras: “Dijo el Señor”. En los libros que siguen estas afirmaciones concretas se repiten tres cientas veces, y en los libros proféticos aparecen mil dos cientas veces expresiones como ésta: “¡Oíd la Palabra del Señor!” o “Así dice el Señor”. Ningún otro libro se atreve dirigirse de esta forma a la conciencia del hombre, ningún otro habla con sentencias tan comprometedoras o exige de tal manera la obediencia de la humanidad. Todas las partes de la Biblia tienen igual inspiración y poseen la misma reivindicación perentoria de autoridad. Digno de notar es el hecho que hombres de cualquier siglo y de todos los países reconocen esto. Ellos encuentran que este Libro habla a su conciencia con una autoridad, que es la autoridad misma de Dios.
    Aquello era un mensaje para mí. Dio conmigo una voz directamente del Cielo. Me enderezó, y ningún hombre jamás me podrá aparter de la convicción inconmovible de que el mensaje de aquel día era la propia Palabra de Dios dirigida a mí, inspirando porque ella misma fue inspirada. Inspirada, porque ella misma inspiraba.

5. Es vivo y eficaz (He. 4:12)
    Sabemos que fue inspirada la Biblia, pero lo maravilloso es que la Biblia hoy y ahora vivifica y es eficaz. Desde los tiempos más remotos la Palabra de Dios se abre paso en los corazones de los hombres, y el mismo hálito de Dios que inspiró en ellos la vida misteriosa la mantiene también hoy en día viva y eficaz. Es la Palabra viva, equipada con la vida del Dios viviente, que le dio y da esta fuerza.
    El Salmo 23 por ejemplo, inspirado como todas las Escrituras–todavía hoy, cuando en la quietud de una cámara mortuoria se lo susura o de otra manera se lo lee con este pensamiento: “¡Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley!” (Sal. 119:18), tiene renovada eficacia; el Espíritu lo vuelve a dar vida.
    Este es el más destacado y singular rasgo de la Biblia: siento dentro de mí que es mía. Sus promesas me pertenecen. El Salmo 103 para mí no tiene nada de antiguo hebreo, es fuerza actual, que con su lectura me subyuga y me hace exclamar lleno de agradecimiento: “¡Bendice, oh alma mía, a Jehová!”



continuará, d.v. en el siguiente número

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 “¿Qué pensáis del Cristo?”   Mateo 22:42  
    Cada domingo tenemos oportunidad de contestar esta pregunta en la Cena del Señor. ¡Qué pena si no venimos preparados y desaprovechamos la oportunidad. Con himnos, la lectura de las Escrituras y oraciones de adoración y gratitud, ¡díle al Señor qué piensas de Él! Prepárate durante la semana, leyendo cada día la Palabra, meditando, orando y adorando. Cuando más pensemos en Cristo, menos pensamos en nosotros. Juan el Bautista dijo: "Es necesario que él crezca pero que yo mengüe". Así es también con nosotros.

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Los Dominios del Señorío de Cristo1. Señor de la Mies (Mt. 9:38)

2. Señor del Día de Reposo (Mt. 12:8)

3. Señor Mío (Jn. 20:28)

4. Señor del Cielo y de la Tierra (Mt. 28:18)

5. Señor de Todos (Hch. 10:36; Ro. 10:12)

6. Señor de Vivos y Muertos (Ro. 14:9)

7. Señor de Señores (Ap. 17:14; 19:16)
L.P.R., tomado de un viejo nº de la revista “Congregados En Mi Nombre”, 
editada en Chile por D. Ernesto Moore.

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 Manchas Indelebles

    “León es león, por lindo que sea el cachorro”.
    Cierto domador de fieras de apellido Becwith tenía su propio parque zoológico y criaba fieras en cautiverio. Se le ocurrió ver cómo podía criar leones mansos y para este fin usó un nuevo método de alimentación para un par de cachorros. La leche de vaca, y nada de carne en su dieta, parecía dar buenos resultados. Pero él contó—
    Mi primera desilusión fue cuando los cachorros tenían unos diez meses. Mi esposa me llamó con urgencia y, al llegar a la ventana, vi a nuestro burro a una distancia de quince metros comiendo paja.
    Arrastrándose silenciosamente hacia él estaba uno de los cachorros que habíamos criado cariñosamente con biberón.
    Con una facilidad como si fuera costumbre en él, brincó encima del burro, agarró con una pata la crin, extendió la otra hacia el hocico del burro y entonces lo haló hacia atrás. En seguida el burro cayó a tierra y el cachorro, con sus colmillos pelados, no perdió tiempo en buscar la vena. En fin, era sangre lo que quería.
    Aquel cachorro había recibido un cuidado especial, fue criado con técnica por un profesional, vivía protegido y nunca le faltaba comida. No obstante, se mostró tan feroz como cualquier cachorro de la selva. Por nacimiento tenía la naturaleza de león y ninguna crianza, ninguna dieta y ninguna comodidad de parque zoológico iba a cambiarla. “En fin, era sangre lo que quería”.
    Usted y yo tenemos también nuestra naturaleza propia. “El corazón es engañoso más que todas las cosas, y perverso”, Jeremías 17:9. Por esto dijo Cristo a Nicodemo: “De cierto, de cierto os digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”, Juan 3:3. Nicodemo se sorprendió y no pudo entender cómo un hombre maduro podía volver a nacer.
    El Señor le explicó que lo que es nacido de la carne, carne es. Es necesario un nuevo nacimiento, uno espiritual, para entrar en el reino de Dios. “Lo que es nacido del Espíritu”, dijo, “espíritu es”. Es el Espíritu Santo de Dios que obra en uno para que nazca de nuevo, para que sea nueva creación en la estima de Dios.
    Es una ley fundamental, tanto en lo natural como en lo espiritual, que lo superior no puede evolucionar de lo inferior. El vegetal es materia y nada más; nunca puede producir ánimo. El animal es a la vez materia y ánimo; no puede producirse de vegetal, ni producir espíritu. Sin embargo, el hombre es materia, ánimo y espíritu, y no se desarrolló de lo animal.
    Por tanto, si el hombre pecador —como somos usted y yo— va a “ver” o “entrar” en el reino de Dios, tiene que nacer otra vez, o nacer de arriba. Esto puede hacerlo sólo el Espíritu Santo.
    El profeta Jeremías pregunta retóricamente: “¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?” Tal como aquel lindo cachorro de león quería sangre, usted y yo no podemos erradicar la naturaleza que recibimos de nuestros padres. ¡Pero podemos recibir una nueva!
    Podemos ser “participantes de la naturaleza divina”, 2 Pedro 1.4, y ser hechos nueva creación en Cristo Jesús, 2 Corintios 5.17. Esto es lo que hace el Espíritu Santo con todo aquel que por sincera, sencilla fe recibe a Jesús como Salvador. En el Calvario, Él dio su vida terrenal para dar la vida espiritual al que cree en Él.

 S. J. Saword
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¿Cuándo Realmente Nació El Señor Jesucristo?(Parte II)
Nieve en Belén en diciembre

Notas de la Biblia Textual, Sociedad Bíblica Iberoamericana:

viene del nº anterior

    2. Lo que según la Escritura, pudo suceder: Otro punto para establecer la fecha del nacimiento de Jesús el Mesías, es establecer el tiempo en que Elisabet quedó embarazada, pues la Escritura nos da precisa información de que Juan era seis meses mayor que Jesús (Lc. 1:26, 36). Para ubicar esta fecha, detengámonos en el relato de Lucas 1:5, específicamente en la frase del grupo de Abías. El sacerdote Zacarías se encontraba ministrando en el templo, cuando se le apareció un ángel del Señor, anunciándole el nacimiento de su hijo, y relacionándolo con el profeta Elías (Lc. 1:17), cuyo advenimiento (Mal. 4:5) según la tradición judía, tenía que ser en la Pascua, celebración que se hacía el 14 de Abib (Nisán)
el primer mes del año lunar hebreo. Mas tarde, el mismo Jesús se habría de referir a Juan como Elías (Mt. 11:14). Ahora bien, unos mil años antes de estos acontecimientos, el rey David había establecido 24 órdenes sacerdotales para ministrar en el templo. La clase (o grupo) sacerdotal al cual pertenecía Zacarías había caído en la octava suerte (1 Cr. 24:10), y así, le tocaba servir durante el cuarto mes del año lunar. Es previsible inferir entonces que, tan pronto como Zacarías regresó a su hogar, Elizabet quedara embarazada. Esto debió haber sucedido a mediados del mes Tammuz, que corresponde a Junio-Julio. Nueve meses más tarde, a mediados del mes de Nisán del siguiente año, es decir, durante la Pascua hebrea, nació su hijo, y seis meses después, nació Jesús, el Salvador del mundo. En el mismo Evangelio según Lucas se informa la fecha en que la virgen Miriam se halló encinta: Después de estos días, su mujer Elisabet concibió; y se mantenía en reclusión cinco meses...al sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, cuyo nombre era Nazaret, a una virgen... y el nombre de la virgen era Miriam. Después de anunciarle que quedaría encinta, el ángel Gabriel añadió: Y he aquí tu parienta Elisabet, ella también ha concebido un hijo en su vejez; y para ella, la llamada estéril, éste es ciertamente el sexto mes; pues de parte de Dios ninguna cosa será imposible (Lc. 1:36-37).
   Es muy probable que la virgen quedara encinta en el momento mismo de aceptar la voluntad de Dios. Fue entonces cuando la sombra del Omnipotente vino sobre aquella jovencita de la cual habría de nacer el Mesías. Era el sexto mes de embarazo para Elisabet que corresponde a Tevet, décimo mes del año lunar, es decir, a diciembre-enero. En ese tiempo Miriam fue a visitar a su pariente Elisabet, y se quedó con ella tres meses, hasta el nacimiento de Juan que, como hemos visto, corresponde a los meses de marzo-abril (Lc. 1:56). Las 40 semanas del embarazo de Miriam se cumplieron a mediados de Tishrei, séptimo mes del calendario hebreo, que corresponde a septiembre-octubre.
    3. Lo que, según la Escritura, sucedió: Continuando la pesquisa, nuestra atención es para la fecha del año nuevo ordenado por Dios: 1º de Abib (Nisán) (Éx. 12:2), que corresponde a los meses marzo-abril del calendario gregoriano. A pesar de ser un mandato tan claro y específico de Dios, con tristeza vemos que ni Israel ni la verdadera Iglesia han puesto la debida atención a este mandato, antes ...han aprendido el camino de las naciones (Jer. 10:2). Basta decir aquí que, para el Dios Único, en año comienza en la fecha antes mencionada. A partir de allí, Él señaló las Solemnidades que Israel debía celebrar en sus tiempos durante el año, y que son: a) la Pascua, símbolo de Cristo, nuestro Redentor (1 Co. 5:7; 1 P. 1:19); b) los panes sin levadura, símbolo de la Cena Dominical (Hch. 20:7; 1 Co. 11:20-26); c) las Primicias, símbolo de Cristo en su resurrección (1 Co. 15:23); d) los panes con levadura, símbolo de la Iglesia de Cristo (Hch. 2:1-47); e) las Trompetas, símbolo del arrebatamiento de la Iglesia (1 Co. 15:51-52; 1 Ts. 4:13-17); f) día de Expiación, símbolo del Advenimiento (Mt. 24:27-31; Lc. 2:1-28); y g) los Tabernáculos (tipo del reino milenario de Cristo en la tierra) (Mr. 9:2-13; Ap. 20:4, 6).
    Una atención especial a esta última fiesta (Lv. 23:5-41), arroja suficiente luz sobre la fecha que tratamos de determinar: La solemnidad de los Tabernáculos, última de las celebraciones del año, pone fin a la serie de fiestas solemnes instauradas por Dios. En su orden profético, esta fiesta corresponde a los acontecimientos que sucederán inmediatamente después del Advenimiento. Desde la instauración del Reino Milenario, hasta la creación de los nuevos cielos y tierra, es decir, durante mil años literales, la humanidad vivirá la gloriosa experiencia de ver a Dios... morará en Sión (Jl. 3:21).
    Ahora bien, el Evangelio según Juan (1:14) dice textualmente: "Y el Verbo se hizo carne, y tabernaculizó entre nosotros". De donde la palabra griega eskénosen (traducida tradicionalmente habitó) es en realidad un verbo que literalmente significa asentar tabernáculo. A su vez, dicho término griego es una traducción de la palabra hebrea sucot que se usa para definir tabernáculos o cabañas. Así, el verbo griego ejskήvnωsen →§ 74, que usa el evangelista Juan, nos da una clave muy precisa para formular la siguiente pregunta: ¿Qué fecha podía escoger Dios, para que su Hijo naciera en la tierra, sino en la fiesta de los Tabernáculos? ¿Cuál otra solemnidad podría ser más apropiada para que el Verbo descendiera a tabernaculizar entre los hombres, sino en la solemnidad misma de los Tabernáculos? Festividad ésta que se encuentra directamente relacionada con el hecho de que Dios llegaría a habitar en Sión. El registro del Evangelio según Mateo, en donde el Salvador recibe el nombre de Emmanuel, es en extremo significativo, porque uno de sus nombres es Jesús, por el cual es llamado. Su otro nombre, Emmanuel = Dios con nosotros se cumplió con la presencia de Jesús con la raza humana. De allí las palabras del evangelista: el Verbo se hizo carne y tabernaculizó entre nosotros. ¿Y cuándo se celebra la fiesta solemne de los Tabernáculos? El día 15 del mes séptimo... ¡exactamente seis meses después del nacimiento de Juan!
   
  
  Cita de La Biblia Textual, Sociedad Bíblica Iberoamericana, 1999,
publicado por Holman Bible Publishers, notas en págs. 1303-1304
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Una calle de Belén, Israel, en el invierno
¿POR QUÉ VAS A CELEBRAR 
UNA FIESTA NO CRISTIANA?
Mucha gente celebra este día sin conocer las historias relacionadas a la navidad. Muchos “cristianos” se apresuran a celebrarla sin saber nada de su origen, y lo peor es que no quieren saber porque no quieren cambiar. Son adictos de la fiesta. El cuerpo y las emociones se la piden.
    Los cristianos sinceros se preocupan y se entristecen al ver a sus hermanos y hermanas ocupados y preocupados por las apariencias externas de la navidad. Las iglesias bíblicas deben preocuparse de que los cristianos no se enreden en esas costumbres paganas. ¡Pero hoy en día hay congregaciones que hasta tienen el arbolito puesto en su lugar de culto!
    Muchos de nosotros desde niño hemos guardado la fiesta de la navidad. Hemos intercambiado regalos, hemos enviado tarjetas, hemos encendido candelas, hemos roto las piñatas, y hemos comido las ricas comidas navideñas. Mas ahora estamos viendo la insensatez de todo esto. Las palabras de Dios que debemos aplicar aquí son: “No os conforméis a este siglo” (Romanos 12:2), y “no améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo” (1 Jn. 2:15).
   
extracto de un tratado escrito por Aden Gingerich

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