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martes, 30 de abril de 2024

EN ESTO PENSAD, mayo 2024

La Voz de Dios
parte 3
Mervyn Wishart

viene del nº anterior
5. En las Escrituras

En la coronación de la reina Elisabeth II, en 1953, se le dio un ejemplar de las Escrituras. El Moderador de la Iglesia de Escocia hizo la presentación con estas palabras: “Le presentamos este Libro, la posesión más valiosa que este mundo tiene. Aquí hay Sabiduría. Es la Ley real. Éstos son los oráculos vivos de Dios”. No es suficiente decir que la Biblia contiene la Palabra de Dios, porque ella es la Palabra de Dios. Es la divina exhalación, que sale caliente del
Todopoderoso (2 Ti. 3.16). Esto se conoce como inspiración verbal, y significa que los pensamientos de Dios son comunicados con precisión infalible.
    El escritor a los Hebreos comienza su epístola así: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas” (He. 1.1). Oímos la voz de Dios a través de la Palabra escrita. Gran cantidad de veces en el Antiguo Testamento aparecen expresiones como: “Ha dicho Jehová”, “Jehová mandó”, “Así dice Jehová”. En ningún lugar leemos de la inspiración de los pensamientos o conceptos de los hombres. No eran ni autores ni comentaristas, sino canales o instrumentos mediante los cuales se escuchaba la voz de Dios.
    En el Nuevo Testamento, Pablo habla de la misma manera acerca de sus escritos: “lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu” (1 Co. 2.13). El Señor Jesucristo afirmó que la inspiración de las Escrituras incluye la letra hebrea más pequeña, la “jota”, y la marca fonética más pequeña, la “tilde”. “Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mt. 5.18).
    Así que, cuando leemos las Escrituras, siempre deben estar abiertos nuestros oídos para oír en ellas la voz de Dios. Digamos como Samuel: “Habla, porque tu siervo oye” (1 S. 3.10). Tengamos presentes las palabras del Señor Jesús: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4.4).

6. En Su Hijo
    “Dios… en estos postreros días nos ha hablado por [en] el Hijo” (He. 1.1-2). Podría ser que Dios preservó anónima esta epístola para enfatizar que Él es quien habla. “Dios, habiendo hablado… en estos postreros días nos ha hablado…”.  La exhortación es: “Si oyereis hoy su voz” (He. 3.7); “la palabra de Dios es viva y eficaz” (He. 4.12); “Mirad que no desechéis al que habla” (He. 12.25).
    Dios ha hablado en Aquel que es Su Hijo. El texto usa el pretérito, para indicar algo completado. Es la final palabra de Dios; no tiene nada más que decirnos. Todo es revelado en Cristo. Las otras epístolas también, escritas después de la ascensión de Cristo, revelan más de las glorias del Hijo.
    Hebreos 1 presenta un breve resumen de las glorias del Hijo: Su relación única; la grandeza de Su Persona; la perfección de Su obra; la duración de Su trono; el cetro de Su reino; la inmutabilidad de Su carácter; el triunfo de Su causa.
    Dios se deleita en hablar de Su Hijo como: mi rey (Sal. 2.6); mi siervo (Is. 42.1); el pastor y mi compañero (Zac. 13.7); mi Hijo (Mt. 3.17). Nos comunica la complacencia que tiene en Su Hijo, para que nosotros también hallemos nuestro gozo en Él: “tú los abrevarás del torrente de tus delicias” (Sal. 36.8).

7. En el evangelio
    El mensaje del evangelio fue escuchado primeramente de los labios de Cristo: “habiendo sido anunciada primeramente por el Señor” (He. 2.3). Declaró: “De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán” (Jn. 5.25). Esa “hora” se extiende al tiempo presente, y cuando el evangelio es predicado, en él se oye la voz del Hijo de Dios. En este verso, oír se refiere al “oír con fe” (Gá. 3.5). No es meramente oír las palabras, sino recibir con fe el mensaje y la Persona presentada. Describe a los oyentes como “los muertos”, esto es, “muertos en vuestros delitos y pecados” (Ef. 2.1). El Señor Jesucristo afirmó: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Jn. 5.24).

Mervyn Wishart reside en Newcastle, Irlanda del Norte. Su artículo apareció en la revista Precious Seed (“Semilla Preciosa”), febrero 2023. Puede leerse en inglés en la web de: www.preciousseed.org


“Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones”
Hebreos 3.15 y 4.7

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Lázaro Muerto y Resucitado
parte 2

viene del nº anterior



Texto:
Juan 11.1-27
En los versos 25 y 26 tenemos la maravillosa declaración del Señor. “Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?”  

Acerca de Su Persona: “Yo soy la resurrección y la vida”. Todo depende de si tenemos una relación personal con Él, pues la resurrección y la vida están en Él. 

Acerca de Su promesa: “El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá”. Observa bien: la fe – no la elección – distingue entre los creyentes y los incrédulos. Los creyentes también mueren, pero les espera otra vida: “vivirá”. En el verso 26 promete que el creyente “no morirá eternamente”. Gracias a Dios que la segunda muerte no tocará a ningún creyente.
    A través de esta experiencia, debemos aprender a confiar en el Señor aun en la muerte. No debe darnos pánico, pues nuestro Señor es la resurrección y la vida. Esta expresión habla de lo que espera al creyente después de la muerte. Estar ausente del cuerpo es estar presente con el Señor.
    El Señor, aunque estaba a punto de demostrar Su poder y resucitar a Lázaro, verdaderamente les acompañó en el sentimiento, y lloró con ellos(v. 35). Es triste el dolor que causa el pecado en este valle de lágrimas. No hay que negar las emociones, sino expresarlas sin perder el dominio propio. Estaba profundamente conmovido (v. 38), porque les amaba y apreciaba.
    Entonces, les sorprendió y dijo: “Quitad la piedra” (v. 39). Probablemente pensaban que quería entrar y ver al difunto, y por eso respondió Marta: “Señor, hiede ya, porque es de cuatro días”. No era aconsejable verlo así, cuando la descomposición del cuerpo había comenzado. Pero el Señor no pensaba entrar, sino haría a Lázaro salir. Sin embargo, con ese gran poder Suyo, les obligó a quitar la piedra, pues era algo que podían hacer. No tenían que entender todo, sino obedecer por fe y quitar la piedra.
    Entonces, el Señor, sin ceremonia ni drama, sencillamente oró (vv. 41-42), y sin entrar en el sepulcro, resucitó a Lázaro con Su gran poder. Llamó específicamente a uno: “¡Lázaro, ven fuera!”  Y el muerto oyó, y salió. Los muertos pueden oír la voz del Hijo de Dios, como declaró el Señor en Juan 5.28, “vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz”.
    Primero, los creyentes que duermen oirán la voz de Cristo y saldrán resucitados y arrebatados para estar siempre con Él (1 Ts. 4.16). Cuando llegue ese día, vamos a estar más vivos que nunca, porque pasaremos de muerte a vida, y estaremos en feliz reunión eterna con el Señor y los demás creyentes. ¡Qué día será éste!
    Así que, Lázaro, muerto por cuatro días, salió vivo y completamente sano, por el poder del Señor Jesús, aunque todavía estaba envuelto en los lienzos. El Señor mandó: “Desatadle, y dejadle ir” (v. 44). Así ellos vieron de cerca la realidad de ese gran milagro. Y fue motivo de fe para muchas personas (v. 45).
    Pero siempre hay quienes no quieren creer (vv. 46-53). Peor para ellos, pues todos los incrédulos también resucitarán. Ellos también un día oirán Su voz, y aunque no les guste, saldrán de sus sepulcros para ser juzgados: “mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Jn. 5.29). Ni la filosofía, ni la religión, ni los santos, ni la ciencia ni la medicina pueden librar de la muerte, pues Dios ha decretado: “el alma que pecare, esa morirá” (Ez. 18.4). “La paga del pecado es muerte” (Ro. 6.23). La única manera de triunfar sobre la muerte es por medio de la fe en el Señor Jesucristo. Él es la resurrección y la vida. Solo en Él hay vida eterna.

Lucas Batalla, de un estudio dado el 22 de octubre, 2023

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7 Razones que Demandan el Uso del Velo
Según 1 Corintios 11

viene del número anterior


4. Para Satisfacer a los Guardianes del Orden Creado en los versos 8 y 9
    Esto introduce a los ángeles, sin explicar por qué… F.F. Bruce sugiere que los ángeles son los “guardianes del orden creado” que Pablo acaba de afirmar en los versos 8 y 9. Como tales, tienen un interés inteligente en la ilustración de ese orden en la iglesia local. Así que, el apóstol dice: “Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles” (v. 10). Ella está en sujeción según el orden establecido en la creación (vv. 8-9), y debe manifestar eso en la asamblea, ante los ángeles. La palabra “señal” quiere decir que indica o simboliza la autoridad, y evidentemente esa señal es que cubra la cabeza. Es interesante notar que los ángeles también tienen un interés inteligente en:

· la conversión de los pecadores (Lc. 15.10)
· la manifestación de la multiforme sabiduría de Dios por medio de la iglesia (Ef. 3.10)
· el ministerio de los siervos de Cristo (1 Ti. 5.21)
· “los que serán herederos de la salvación” (He. 1.14; Mt. 18.10)
 
 5. Para Concordar con la Inteligencia Espiritual
    Pablo apela efectivamente a la inteligencia espiritual en el verso 13. “Juzgad vosotros mismos: ¿Es propio que la mujer ore a Dios sin cubrirse la cabeza?” La palabra “propio” comunica la idea de propiedad y decoro. Da por sentado que en la oración la mujer se cubre para hacer distinción pública entre el varón y la mujer. Al preguntar así Pablo supone la sensibilidad espiritual de sus lectores. Quizás entonces existía una reverencia general en la sociedad que hoy se vería más bien en el pueblo de Dios. Tristemente, no solo está ausente la reverencia hoy en la sociedad, sino tampoco se ve como es debido en el pueblo de Dios.

6. Para Implementar la Lección del Cabello Largo
    En esta penúltima razón, el apóstol apela a la naturaleza. “La naturaleza misma ¿no os enseña que al varón le es deshonroso dejarse crecer el cabello? Por el contrario, a la mujer dejarse crecer el cabello le es honroso; porque en lugar de velo le es dado el cabello” (vv. 14-15). Nota que Pablo de entrada da por sentado que hay una distinción evidente entre los sexos. En nuestra sociedad, esto desaparece rápidamente, pero debe ser un rasgo distintivo en las asambleas del pueblo de Dios. El apóstol apela a realidades presentes y saca una lección de la naturaleza. Afirma que la melena larga es una desgracia – “deshonroso”, para el varón. Su preponderancia en la sociedad hoy es evidencia de rebelión contra el orden divino. Por otra parte, el cabello largo en la mujer es “honroso”, mejor traducido “gloria” (gr. doxa). Le es dado el cabello largo “en lugar de” (gr. anti), o como velo.
    Como indicamos antes, la palabra “velo” aquí es traducida “vestido” en Hebreos 1.12. De ahí que hay una lección importante en el cabello largo. Como la palabra “vistió” equivale a cubrir el cuerpo (Gn. 3.21), así también el velo debe cubrir la cabeza.

7. Para Seguir el Ejemplo Puesto por las Otras Iglesias Establecidas por los Apóstoles
    Anteriormente en la epístola Pablo enfatizaba que Corinto debía seguir las enseñanzas que daba a todas las demás iglesias (véase 4.17; 7.17; 14.33). La asamblea en Corinto no debía salir del patrón. Algunos nunca se cansan de la inconformidad. “Con todo eso, si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios” (v. 16). Otros no se cansan de objetar y poner pegas (véase 3.18, 8.2; 14.37). En este verso 16, “nosotros” se refiere a los apóstoles. Les hace saber que los apóstoles no tienen costumbre de ver a las mujeres sin velo en las reuniones de la asamblea; pues el velo es común en todas las asambleas de Dios. No debe haber diferencia, ni entonces en Corinto, ni hoy en ninguna otra asamblea.

William M. Banks reside en Hamilton, Escocia.
Su artículo apareció en dos partes en la revista Precious Seed (“Semilla Preciosa”).

 Solo por cuestión de espacio está abreviada aquí, pero se puede el artículo entero en inglés la web de la revista: www.preciousseed.org

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En Pruebas Ardientes

Texto: Daniel 3

Como Ezequiel, Daniel y sus compañeros eran cautivos en Babilonia. Estaban firmes en su fe al único Dios verdadero, Dios de sus padres, aunque vivían en una sociedad pagana, gobernada por un déspota tiránico que les obligó a ser adoctrinados en la lengua y sabiduría de los caldeos. Rehusaron adorar a la imagen que hizo Nabucodonosor, y su asombroso coraje ha inspirado a incontables santos cuando pasaban por pruebas similares.
    La demanda de Nabucodonosor era un reto directo al Dios del cielo: “¿y qué dios será aquel que os libre de mis manos?” (v. 15). Sin vacilar, Sadrac, Mesac y Abed-nego declararon que su Dios podía librarlos del horno ardiente, pero, si librarlos no fuese Su voluntad, todavía no adorarían a los dioses de Babilonia. Suya era la fe que declara: “aunque él me matare, en él esperaré” (Job 13.15).
    Dios quiso librar a Sus siervos y demostrar así Su superioridad sobre los dioses de Babilonia. En medio de aquellas llamas Nabucodonosor vio a los tres hombres libres de sus ataduras, paseándose sin sufrir daño alguno, y acompañados por otro hombre cuya apariencia Nabucodonosor describió así: “el aspecto del cuarto es semejante a hijo de los dioses” (v. 25). Fuese como fuese el concepto que tuvo el rey pagano de la naturaleza del cuarto hombre, queda claro que Dios había enviado “su ángel” (v. 28) a acompañar a Sus siervos en la prueba, y a librarlos. Entendemos que esto fue una “Cristofanía”, una aparición de Cristo antes de Su encarnación. Su presencia con Sus siervos en medio de su prueba ha alentado a muchos creyentes: “sabe el Señor librar de tentación a los piadosos” (2 P. 2.9), y aunque puesta a prueba, nuestra fe es “mucho más preciosa que el oro” (1 P. 1.7). Esos tres varones, por su fe, “apagaron fuegos impetuosos” (He. 11.34). Pero no todos son librados así: “otros fueron atormentados, no aceptando el rescate” (He. 11.35). No obstante, en todas nuestras pruebas el Señor siempre está con Su pueblo.
    “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti” (Is. 43.2). Es importante notar que, si aquellos hombres hubieran eludido el fuego, ¡no habrían experimentado el acompañamiento del Hijo de Dios!

Alan Linton, Bristol, Reino Unido
lectura del 25 de noviembre, Day by Day, Christ Foreshadowed (“De Día en Día, Cristo Revelado”), Precious Seed Publications

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 El Rey Saúl y las Consecuencias
de su Altivez y Desobediencia

Lucas Batalla Maraver y Carlos Tomás Knott


Texto: 1 Samuel 15

    Muchos piensan que, si alguien ocupa un puesto de autoridad, no debe ser amonestado o reprendido, pero eso es un error. El respeto debido a los que están en autoridad no les exime de la reprensión por sus errores, ni de la culpa y el castigo por sus pecados, pues a fin de cuentas son seres humanos como los demás. Gracias a Dios que Samuel Su siervo, fue fiel a Dios también en esto. En su juventud aprendió esta lección importante. Tuvo que decir al sumo sacerdote Elí, que había ofendido a Dios, y sería castigado. Su fiel obediencia a Dios marcó el comienzo de su ministerio como juez y profeta. En su vejez tuvo que reprender al rey Saúl y decirle que Jehová lo había desechado. Veamos cómo sucedió ese último encuentro.
    En el verso 1, aprendemos que Samuel habló con Saúl, para recordarle la unción ordenada por Dios, y advertirle así: “Está atento a las palabras de Jehová”. Parece que habló así porque:
    (1) Saúl no había seguido las instrucciones de Dios en el capítulo 13, cuando se adelantó y presumió de ofrecer el sacrificio antes de que llegara Samuel.
    (2) Era de gran importancia ese mensaje que iba a dar al rey, porque era su última oportunidad de obedecer a Dios. Se había acercado al punto de no retorno. Cuán importante es nuestra atención completa y obediencia implícita a la Palabra de Dios.
    En los versos 2-3 leemos la instrucción divina. Recordemos que Samuel hablaba, pero era Palabra de Dios. El verso 2 anuncia el castigo divinamente decretado sobre el pueblo de Amalec. Desde tiempos antiguos Amalec había sido antisemita, y por boca de Moisés Dios decretó: “Por cuanto la mano de Amalec se levantó contra el trono de Jehová, Jehová tendrá guerra con Amalec de generación en generación” (Éx. 17.16). Debemos entender esto como una aplicación de la promesa hecha a Abraham (Gn. 12.3). En el verso 3 Samuel dio a Saúl las instrucciones – el modo preciso para ejecutar la sentencia divina:

1. “Ve, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene”
2. “y no te apiades de él”
3. “mata a hombres, mujeres, niños y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos”

    Estas palabras parecerán severas a muchas personas, pero son buenas y justas palabras de Dios. Hoy hay demasiado consentimiento y tolerancia del pecado, bajo la excusa de ser misericordiosos. Por ejemplo, cuando Dios manda cómo tratar al pecado, no debemos desviarnos ni modificar Sus órdenes.
    Esto tiene aplicaciones en la educación de los niños, y en la disciplina en la iglesia de los que cometen ciertos pecados (1 Co. 5.11). Pero hoy, los hijos o hijas cometen fornicación o los otros pecados en la lista, y los padres piensan que por misericordia deben seguir recibiéndoles y comiendo con ellos. Como Elí, honran a sus hijos antes que a Dios. Las iglesias no ejecutan la disciplina debidamente, ni sacan a los perversos de entre ellos. No se fijan en los que enseñan falsa doctrina (Ro. 16.17-18), para separarlos de la comunión, sino permiten que sigan enseñando. Esos y todo otro comportamiento semejante deshonran a Dios y debilitan a los creyentes. Debemos prestar atención a la Palabra de Dios y hacer exactamente como Él manda.
    El mundo hoy va rumbo a un juicio terrible – 7 años de tribulación y gran destrucción y mortandad – porque Dios no aprueba lo que hacen los hombres, ni se compadecerá de ellos. Romanos 1.18 advierte que la ira de Dios se manifiesta desde el cielo. Su reacción es santa, justa y buena, aunque a muchos no les gusta. Dios no busca la popularidad.
    En los versos 4-7, Saúl salió y convocó al pueblo para ir a la guerra contra Amalec. Llevó consigo a más de doscientos mil soldados, un ejército impresionante. No sabemos si Saúl comunicó debidamente a los oficiales del ejército las instrucciones de Dios. Por lo que sucedió después, eso queda en duda.
    Los versos 8-9 relatan la desobediencia del rey. No fue por falta de información, pues Dios había mandado claramente lo que debían hacer. Pero Saúl no obedeció, sino se tomó la libertad de improvisar y hacer algo malo. El verso 8 dice que mató al resto del pueblo, pero tomó vivo al rey Agag. El verso 9 informa: “Saúl y el pueblo perdonaron a Agag y a lo mejor de las ovejas y del ganado mayor... y no lo quisieron destruir”.
    Por eso, en los versos siguientes, veremos el juicio severo de Dios, que vino principalmente contra Saúl, porque él tomó las decisiones contrarias a lo que Dios le había indicado. Dirían algunos que fue un castigo excesivamente severo, porque Saúl obedeció en casi 99% de lo que Dios había mandado. Solo perdonó al rey Agag y algunos animales para sacrificar a Dios.
    Pero aquí debemos aprender una lección muy importante. La obediencia es hacer todo lo que Dios manda, y no cambiar nada. Cualquier otra cosa, según Dios, es desobediencia. Este principio debe aplicarse también hoy en las iglesias. La asamblea debe obedecer en todo, no solo en unas partes. Como hemos de ver, Saúl, el líder, era culpable de lo que el pueblo hacía. Y hoy en las iglesias, lamentablemente algunos ancianos son culpables de efectuar cambios que la Palabra de Dios no apoya, pero que el pueblo quiere. Quitan el velo y silencio de la mujer, y admiten la práctica de cosas populares y contemporáneas en el mundo evangélico. Aún se atreven a saltar o cambiar las doctrinas de la Palabra. Consentir esas cosas es hacerse cómplice. Dice el verso 9 que “no lo quisieron destruir”, y habla de la voluntad de ese gran ejército de más de doscientos mil hombres. Pero hermanos, no importa quiénes o cuántos somos, ni lo que opinemos o queramos, sino lo que quiere Dios. ¿No es cierto que el Señor nos enseñó a orar así? “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mt. 6.10). No solo debemos orar así, sino también actuar de acuerdo a la oración, y hacer la voluntad de Dios, personalmente y en la iglesia.

continuará, d.v. en el siguiente número

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 ¡EMERGENCIA!


Usted Necesita Atención Inmediata
La gravedad del pecado es tan grande que la Palabra de Dios utiliza muchas figuras para que el ser humano entienda el asunto. Una de las figuras sobresalientes acerca del pecado es la de la enfermedad. No que el pecado sea una enfermedad, pues no somos víctimas, sino culpables. Pero valga la ilustración de una enfermedad para ayudarnos a entender el problema. Veamos qué dice el Médico divino acerca de este problema tan serio, y cómo usted puede ser curado.

El diagnóstico
“Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite” (Isaías 1.5-6). En estos versículos Dios habla de la rebeldía del corazón de Israel, y hace un estudio exacto del cuadro de la “enfermedad” del alma pecaminosa y rebelde. Esto nos enseña que el pecado, aunque imperceptible a nuestros ojos, es perfectamente evidente a los ojos de Dios. El problema para muchos es, que no aceptan el diagnóstico de Dios ni reconocen de forma personal que son pecadores.

La descripción
En el texto ya citado Dios muestra que esta enfermedad es universal, pues dice “toda cabeza”. No hay nadie a quien no es aplicable este diagnóstico. Pablo lo reafirma en el Nuevo Testamento: “No hay diferencia, por cuanto todos pecaron” (Romanos 3.22-23). Uno no es necesariamente culpable cuando se enferma, pero todo ser humano es un pecador culpable ante Dios. Aparte de ser universal, también se nota que es degenerativa y afecta completamente al individuo. Todas las áreas de nuestro ser son afectadas, no sólo el cuerpo sino también la mente y el corazón.


Lo degenerativo
Históricamente vemos cómo el pecado ha causado un deterioro, no de las células humanas, sino de las fibras más íntimas del alma, provocando la bajeza moral, la infelicidad y la falta de paz. Romanos 1.19-32 describe el descenso de la humanidad hasta lo más vil y perverso del pecado. Lo más lamentable es que este cuadro trae la consecuencia más trágica: la perdición eterna: “Dignos de muerte” (Romanos 1.32).

El Doctor
Dios dijo: “Yo soy Jehová tu sanador” (Éxodo 15.26). Toda enfermedad necesita ser tratada por un especialista y recibir un buen tratamiento. Querido lector, de modo similar, el tratamiento para el pecado es presentado por Dios. Él conoce las causas y las consecuencias del pecado en su alma, y se compadece de la tremenda necesidad que usted tiene. Por eso Cristo vino, no para aliviar el dolor del pecado, sino para quitar de una vez por todas la culpa y la condenación. “Por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53.5).
     Él vino para dar Su vida y ofrecer en la cruz el sacrificio único que puede darle a usted el perdón de sus pecados. Dios quedó satisfecho con lo que Su Hijo realizó en la cruz en aquel monte de Calvario, y lo demostró cuando le resucitó de los muertos. Jesucristo vive y está sentado a la diestra de Dios en el cielo. Solo Él puede perdonar nuestros pecados y salvarnos.
     Para poder disfrutar la sanidad que Dios le ofrece, usted necesita un verdadero arrepentimiento, pues “Dios… ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hechos 17.30), y creer de corazón en Aquel que vino para salvarlo. En esto se ve que el pecado no es una enfermedad, pues uno no tiene que arrepentirse de estar enfermo, pero de sus pecados, sí. Amigo, he aquí la buena nueva: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16.31).

Me hirió el pecado, fui a Jesús, mostrele mi dolor.
Perdido, errante, vi su luz; bendíjome en su amor.
En la cruz, en la cruz, do primero vi la luz
y las manchas de mi alma yo lavé.
Fue allí por la fe do vi a Jesús, y siempre feliz con Él seré.

adaptado de un folleto escrito por Anderson Hernández
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