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miércoles, 31 de enero de 2024

EN ESTO PENSAD - diciembre 2023

NOTA: Pedimos disculpas por el despiste de no publicar el nº de diciembre 2023. Para rectificar, lo presentamos aquí, aunque tarde y fuera de secuencia en el blog. 


¿TE IMPORTA
EL SEGUNDO MANDAMIENTO?


“No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra” (Éxodo 20.4).

Alguien preguntó: ¿Qué opinas de poner un belén? Pero, a fin de cuentas, ¿qué importa nuestra opinión o la de otra persona? La pregunta correcta es: ¿Qué piensa Dios? o ¿Qué dice la Escritura? Dios prohibe el uso de imágenes. Los católicos romanos se suelen justificar diciendo que no las adoran, sino que son ayudas para la memoria. Es la misma excusa que usan los evangélicos cuando decoran sus casas o locales con el belén (nacimiento). Dios no dice: “no te harás ciertas clases de imágenes”, sino “No te harás imágen, ni ninguna semejanza...”. Lo repite en Levítico 26.1, “No haréis para vosotros ídolos, ni escultura, ni os levantaréis estatua, ni pondréis en vuestra tierra piedra pintada para inclinaros a ella; porque yo soy Jehová vuestro Dios”. Algunos dicen que solo lo hacen en su casa, fuera de la vista de otros, para no ofender. Pero ofenden a Dios. La Palabra de Dios responde: “Maldito el hombre que hiciere escultura o imagen de fundición, abominación a Jehová, obra de mano de artífice, y la pusiere en oculto” (Dt. 27.15).  
    ¿Qué dijo el apóstol Pablo a los de Atenas? “...No debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres” (Hch. 17.29). No es correcto usar arte e imaginación de hombres para representar a Dios. No, ni siquiera un belén.

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Las Hazañas de la Oración

“La oración ha partido el mar y parado las aguas de ríos, de peñas ha sacado torrentes de aguas, apagó fuegos impetuosos, tapó bocas de leones, desarmó víboras y su veneno, juntó las estrellas contra los malos, paró la luna, detuvo el sol en su carrera, abrió puertas de hierro, soltó almas de la eternidad, conquistó a fuertes demonios y trajo legiones de ángeles del cielo. La oración ha controlado las pasiones ardientes del hombre, y ha puesto en fuga y destruido vastos ejércitos de ateos soberbios y valientes. La oración ha resucitado a muertos, y otros vivos por ella han evitado filo de espada. La oración hizo a un hombre subir de lo profundo del mar, y llevó a otro al cielo en un carro de fuego. ¿Qué no ha hecho la oración?”

– autor desconocido


    Realmente es Dios que hace todas esas cosas, por Su gran poder, pero las hace en respuesta a nuestras oraciones.

    Cuando el Señor Jesús enseñó a los discípulos a orar, dijo: "Padre nuestro, que estás en los cielos". Nunca les enseñó a orar a María, los santos, los ángeles o los muertos. El rosario no está en la Biblia. Ningún santo en ningún lugar en la Biblia jamás oró a otro sino a Dios. El rey David, en un Salmo dijo a Dios: "Tú oyes la oración; a ti vendrá toda carne" (Sal. 65.2).  

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La  Autoridad

Jesucristo declaró: "Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra" (Mt. 28.18 NBLA). Por lo tanto, "les enseñaba como quien tiene autoridad" (Mt. 7.29). La gente decía: "Con autoridad y poder manda a los espíritus inmundos, y salen" (Lc. 4.36). Hablando de sí mismo, el Salvador dijo que Dios "le dio autoridad de hacer juicio" (Jn. 17.2 NBLA). Incluso en cuanto a Su propia vida Él dijo: "Tengo autoridad para darla, y tengo autoridad para tomarla de nuevo" (Jn. 10:18 NBLA). La autoridad es algo precioso en las manos de una persona responsable.

Juan Dennison, Devoción A Diario, lectura para el 30 de julio

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 La Herejía “Amigable”   

La Importancia de la Impecabilidad de Cristo,  parte 2

viene del número anterior

¿Podemos dudar, entonces, que esta “pequeña” y “amigable” herejía no es una de las favoritas del diablo? Pues por medio de ella puede meter un pie por la puerta de muchos que nunca admitirían una falsa doctrina más obvia. Muchos que nunca aceptarían un atentado directo contra la deidad de Cristo, por ejemplo, abrazarán esta aparentemente inofensiva enseñanza que, en principio, la niega. El adversario, que se deleita sobre todas las cosas en reducir la estima de los hombres a Cristo, debe sentir un vivo placer viendo a cristianos que abrazan en forma de semilla algo que repudiarían con vehemencia si estuviera en plena floración.
    Pero a veces surge la pregunta, ¿podría Cristo ser plenamente humano si no podía pecar? La respuesta, naturalmente, es que sí. Nuestro Señor tomó en sí mismo forma de verdadera humanidad—cuerpo, alma, y espíritu—y esta naturaleza humana Él la retendrá durante toda la eternidad. Pero la humanidad que Él tomó no fue una humanidad caída, como la nuestra, ni siquiera una humanidad inocente, como la de Adán, que fue inicialmente sin pecado, pero, como bien sabemos, tenía la capacidad de pecar. Más bien, nuestro Señor tomó forma de una humanidad santa.
    Su humanidad fue única, la del “santo ser” nacido de una virgen (Lc. 1.35). No había ni un rasgo de pecado, ni la posibilidad de pecar en Él. Esto sólo pudo ser por la unión inseparable a Su naturaleza divina en una Persona gloriosa, sin mancha, e inefablemente santa.
    Pero entonces, objetan algunos, las tentaciones no eran reales si no había posibilidad de pecar. Ah, piensa de nuevo. Si te estoy vendiendo un diamante que sé que es auténtico, y se lo llevamos al joyero para que lo inspeccione para tu beneficio, ¿hay alguna posibilidad de que falle la prueba? Ninguna. ¿Es real la prueba? Por supuesto. Pero, ¿cuál es el propósito de la prueba? No para saber si el diamante es o no auténtico—pues eso ya lo sé—sino para demostrar que es auténtico.
    Y esto es lo que fue la tentación de Cristo. ¿Fue real la prueba? Ciertamente. Pero, ¿había alguna posibilidad de que Él no la pasara? Ninguna, pues Su santidad prístina brilla un millón de veces más que el diamante más intachable del mundo. La prueba fue real, pero su propósito no fue ver si Él podía fallar o no, sino demostrar que, al contrario del primer Adán, Él no podía fallar, ni fallaría.
    Hermanos, ¿no hace bien a nuestros corazones el pensar en Él de esta manera? A Él no se le llama el “segundo Adán”, sino el “postrer Adán”, porque no hacen falta más. Los consejos eternos de Dios no pendían de un hilo de contingencia, pues la obra de la redención estaba en manos que no podían fallar.
    Pero, ¿cómo puede Cristo simpatizar con nosotros en nuestras tentaciones si Él fue incapaz de pecar? La verdad es, (aunque a algunos no les guste oírlo), que Él no simpatiza con nuestras inclinaciones pecaminosas, si eso es lo que entendemos por tentaciones. Un Dios santo nunca puede simpatizar con el pecado. La cruz fue una prueba de ello. Más bien, Él “condenó al pecado en la carne” (Ro. 8:3).
    Nuestro Señor, como el gran Sumo Sacerdote, simpatiza con nuestras debilidades. Él fue el “varón de dolores”. Él sabe lo que es estar cansado, y tener hambre, y ser rechazado. Él comprende el dolor físico y el dolor más profundo de un corazón afligido. Él sintió la punzada del dolor y lloró sobre la tumba de un ser querido. Sí, Él simpatiza con nuestras debilidades y pruebas, pero nunca, nunca con nuestras inclinaciones al mal.
    Este es un punto vital, pues aquellos que desean tener un Salvador cuya experiencia en la tentación refleja precisamente la suya, no se dan cuenta de que si esto fuera así, Cristo debería haber poseído una naturaleza pecaminosa. En Santiago 1:14 está más claro que el agua que, para nosotros, la tentación implica atracción por las concupiscencias de nuestra naturaleza pecaminosa. ¿Nos rebajaremos hasta tal bajeza al declarar que nuestro Señor conoce por experiencia lo que esto es? ¡Perezca el pensamiento!
    Hebreos 4:15 nos dice que el Señor Jesús fue tentado, o probado, en todo según nuestra semejanza, “pero sin pecado”, o, literalmente, “excluido del pecado”. La frase es la misma empleada en Hebreos 9:28, donde se habla de Cristo ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos, pero que aparecerá por segunda vez “sin relación al pecado”. Esto es, en Su segunda venida, al contrario de la primera, el pecado no será el asunto en cuestión.
    También, cuando leemos que fue tentado en todo según nuestra semejanza, “excluido del pecado”, sabemos que en Su tentación, o prueba, el pecado no era lo que tenía en mente. Él soportó toda manera de prueba, pero nunca hubo ninguna cuestión de inclinaciones al mal o de la posibilidad de pecar.
    ¿Y cómo puede ser? Porque Él fue, y es, y siempre será, santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores. A Él el serafín en los días de Isaías atribuyó tres veces la absoluta santidad. Es Dios manifestado en carne—nuestro glorioso e impecable Señor y Salvador Jesucristo.

Mark Frees, de la revista Uplook, octubre 1994,
traducido con permiso

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  Levítico: “Sed Santos”


Hoy son pocos los creyentes que leen y entienden el libro de Levítico, pero es de gran importancia. Su importancia y relevancia hoy se ven en que es citado más de cuarenta veces en el Nuevo Testamento. Además, hay textos en el Nuevo Testamento que nos enseñan la importancia de conocer el Antiguo Testamento, pues fue escrito para nosotros (1 Co. 10:6, 11; Ro. 15:4). En el libro de Hebreos, todas las citas dadas son del Antiguo Testamento. El Tabernáculo, los sacrificios y el sacerdocio figuran en la enseñanza.
    Podríamos decir que Levítico es un manual de sacerdotes, y además tiene instrucciones para todo el pueblo de Dios. La palabra hebrea: “godesh”, que significa “santo” o “santidad”, aparece más de 150 veces en el libro. La santidad es muy importante en nuestra relación con Dios, pues Él es santo (Lv. 11.44-45). Todo aspecto de nuestra vida debe ser gobernado por este mandato: “sed santos”. Algunos hoy descartarían eso, diciendo que no estamos bajo la ley, y que Levítico fue escrito para Israel, no para la iglesia. Pero hablar así es una muestra de ignorancia, pues el apóstol Pedro, inspirado por Dios, citó Levítico cuando escribió a las iglesias: “como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 P. 1.14-16).
    Observa que, en Levítico, el sacerdocio es introducido para un pueblo ya redimido. En Éxodo Dios redimió al pueblo, sacándolo de Egipto, y lo consagró para sí. Luego, en Sinaí, estableció el sacerdocio y las ordenanzas para los sacrificios y la santidad. Los sacerdotes no eran para el mundo – por ejemplo, los egipcios, sino para el pueblo redimido por la sangre de la pascua. Dios no establece sacerdotes para el público general, ni como mediadores, pues un sacerdote no puede salvar a nadie. Su ministerio es a Dios, y a favor de los redimidos, no para los inconversos. En nada se parece como los sacerdotes romanos, cuyo origen es pagano, no bíblico.
    El libro contiene muchísimas instrucciones para los sacerdotes, y para los que traen los sacrificios. Todos esos detalles indican que Dios tiene derecho a decirnos cómo debemos acercarnos a Él para adorarle, y para recibir perdón. No deja las cosas a nuestras ideas, opiniones o interpretaciones. No hay lugar para modificar Sus instrucciones. Todavía en nuestro tiempo, la adoración “en espíritu y en verdad” (Jn. 4.24) debe ser como Dios dice. Esta importantísima lección divina ha sido enfatizada desde Génesis 4, cuando Caín intentó presentar lo que le pareció bien, en lugar de lo que Dios había señalado. No fue aceptado, porque no hizo bien. En Levítico 10, veremos que, a dos hijos de Aarón, Nadab y Abihú, se les ocurrió ofrecer espontáneamente fuego extraño a Dios. Por ese atrevimiento, murieron repentinamente. Hay que hacer las cosas cómo Dios manda, sin modificaciones ni improvisaciones. Ofni y Finees, los hijos malvados del sumo sacerdote Elí, pecaron y causaron blasfemia, pero su padre no les estorbó. Con su debilidad, parcialidad e infidelidad Elí honró a sus hijos, no a Dios. No siguieron las instrucciones divinas en Levítico, así que, Dios intervino con muerte repentina (1 S. 2.12-36). Murieron el padre y los dos hijos en el mismo día (1 S. 4). Dios no puede ser burlado.
    Aunque no estamos bajo la ley, las enseñanzas e instrucciones en Levítico tienen gran valor hoy para la iglesia. Todo creyente es un sacerdote, como escribió el apóstol Pedro: “vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 P. 2.5). “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia” (1 P. 2.9-10).
    Además, en el Nuevo Testamento tenemos claramente expuesto el patrón divino para la iglesia, y nos incumbe estar atentos (2 P. 1.19), y ser fieles a Dios en todo lo que nos ha mostrado. Seamos santos.

Carlos

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"En Memoria De Mí"

En la Cena del Señor, cuando Cristo dijo: “haced esto en memoria de mí” (1 Co. 11.24), habló de traer a la memoria. En esa reunión no debemos ocupar la mente con otras cosas, sino exclusivamente con Él. La adoración es ocupación con la Persona y obra de Dios, no con otras cosas.
    Para ser mejores adoradores, necesitamos disciplinar nuestra mente para pensar solo en Cristo, y eliminar toda otra idea. La Cena del Señor no es una reunión libre en la que uno puede compartir cualquier cosa, dar un testimonio o dar a conocer unos motivos de oración, o pedir himnos favoritos para complacerse. No es tiempo de orar intercediendo por otros hermanos o dando gracias por otras cosas. Los pensamientos y las palabras deben ocuparse con el Señor, Su Persona y Su obra redentora. Todo debe hacerse “trayendo a la memoria” a nuestro Señor Jesucristo. Si lo que piensas decir no es "en memoria de Él", mejor guardarlo para otro momento.

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 No Su Nacimiento, Sino Su Muerte

Según 1 Corintios 15.3-4, el evangelio que predicamos es: "Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras". Gracias a Dios, Cristo nació. Pero el tema no es Su nacimiento, sino Su muerte y resurrección. Juan Dennison escribe lo siguiente:
"Todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis" (1 Co. 11.26). Pero, ¿por qué usar pan y vino? ¿Por qué no un mini-pesebre para recordar "que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores" (1 Ti. 1.15)? ¿Por qué no un martillo de bronce para recordar su vida en Nazaret como carpintero (Mr. 6.3)? ¿Por qué no una roca para recordar que "No está aquí, sino que ha resucitado" (Lc. 24.6)? ¿Por qué no una trompeta de oro para recordar que Él dijo: "Vendré otra vez" (Jn. 14.3)? Lo demás no tendría sentido si no fuera cierto que "Cristo murió por nuestros pecados" (1 Co. 15.3). Pero cada domingo, los ángeles (1 Co. 11.10), y Dios mismo escucharán una y otra vez la proclamación simbólica de que "Cristo... murió por los impíos" (Ro. 5.6). ¡Qué proclamación! ¡Qué privilegio!

John Dennison, Devoción A Diario, lectura para 16 de febrero.

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    La Tribulación,  parte 2
Jeff Brown


viene del número anterior
La Terminología de la Tribulación

 
    Las Escrituras se refieren a la Tribulación directa e indirectamente. Aun tan temprano como en Deuteronomio 4.27-31 (una vista profética de la historia de Israel), Dios revela a Su pueblo que serán esparcidos y posteriormente restaurados a la tierra cuando busquen al Señor. Sin embargo, tendrá un tiempo de angustia/tribulación, “en los postreros días”. Otros escritores describen la Tribulación de diferentes maneras: “tiempo de angustia para Jacob” (Jer. 30.7); “otra semana” (Dn. 9.27); “la ira venidera” e “ira” (1 Ts. 1.10; 5.9); “tiempo de angustia” (Dn. 12.1) y “día de angustia… aprieto… alboroto… asolamiento… tiniebla… oscuridad… y de entenebrecimiento” (Sof. 1.15). El periodo de la Tribulación marca el comienzo del “día de Jehová” o “... del Señor” (Sof. 1.14-15; 1 Ts. 5.2; 2 Ts. 2.2).
    Ahora, en el día de la Gracia, Dios ha estado indirectamente en control, pero en la Tribulación Dios intervendrá directa y visiblemente en los asuntos de este mundo. El lector haría bien en leer ciertos pasajes de las Escrituras para entender mejor este tema. Los principales pasajes que ayudarían son: Daniel 7-10, especialmente la profecía de las 70 semanas en Daniel 9.24-27; el sermón del Monte de los Olivos (Mt. 24.4-28) donde el Señor habla de la primera mitad de la Tribulación en versos 4-14, y la segunda mitad (“la gran Tribulación”) en versos 15-28. También ayuda 2 Tesalonicenses 2.1-12, y finalmente, la descripción más amplia y detallada de la Tribulación está en Apocalipsis capítulos 6-19.

El Propósito de la Tribulación

 
    Este periodo es todavía futuro en la historia del mundo, y será un tiempo de grandes juicios, sufrimientos y trastornos mundiales. Sin embargo, al mismo tiempo será una gran oportunidad para anunciar el evangelio. Los juicios de la Tribulación aumentarán en extensión e intensidad durante los siete años. Será un tiempo de juicio divino sobre el mundo pecador que en gran parte ha rechazado a Dios y a Su Hijo. Una vez en los días de Noé el mundo entero fue juzgado por el diluvio (Mt. 24.37-39). Pero también será un periodo de misericordia y gracia cuando posiblemente millones serán salvos como resultado del testimonio de los 144.000 testigos (Jl. 2.30-32; Mt. 24.14; Ap. 7, 9). La Tribulación también será para preparar la nación de Israel para su conversión y el establecimiento del reino. La Biblia la describe como “dolores de parto” (Jer. 30.5-7; Mt. 24.8). Un parto normal es precedido por muchos dolores (como la Tribulación), pero después, hay gozo y contentamiento (como en el reino milenario de Cristo).

La Profecía de Daniel

 
    El Señor Jesús citó como auténtico el libro de Daniel en Mateo 24.15. Si vamos a entender el orden de los acontecimientos en la profecía, es necesario estudiar este libro. Gabriel reveló a Daniel cosas del plan profético de Dios para con Israel y las naciones. Otras revelaciones posteriores en el Nuevo Testamento apoyan la profecía de Daniel y predicen esos eventos futuros (el sermón de Mt. 24, “el día del Señor” en 2 Tesalonicenses 2, y los capítulos 6-19 de Apocalipsis).

Interpretación Bíblica

 
    En las Escrituras hay varias maneras de expresar periodos de tiempo: horas, días, semanas, años, etc. En la interpretación de la Palabra de Dios, la regla básica es que, si el texto puede entenderse en sentido ordinario y literal, así debemos entenderlo, salvo cuando indica otro sentido. Por ejemplo, los días de creación en Génesis 1 son literalmente días de 24 horas, mientras que el día del Señor es un periodo de tiempo que dura mucho más que 24 horas, y está asociado con el juicio (Jl. 2.11; Jer. 46.10). Así que, al estudiar las “semanas” de Daniel 9.24-27, debemos determinar qué quiere decir “semana”; qué tiempo indica. Al pueblo judío la expresión “setenta semanas” podría significar igualmente una semana de días o de años (Éx. 21.2; Lv. 25.8; Dt. 15.1; 31.10-13).

continuará, d.v., en el siguiente número

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Advertencia a los que Todavía no son Salvos

Dios no tiene la culpa, sino tú. Dios dijo a través del profeta Isaías, "Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra" (Isaías 45.22). Ya tienes la invitación, pues estás incluido en "todos". No le toca a Dios actuar ahora, sino a ti. Si sigues incrédulo, no digas que Dios no te ha llamado, pues al hablar así le harías mentiroso. Cristo dijo: "Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo" (Juan 12.32). Cristo hizo esto, pues eres uno de "todos", sin embargo, no has confiado en Cristo para ser salvo. Por tu culpa. El apóstol Pablo declaró: "Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego" (Romanos 1.16). No eres salvo porque no crees. No demores más, ni eches la culpa a Dios. El año se acaba. Reflexiona y actúa.

Medita Que Has Perdido
    1. Medita que has perdido por siempre un año más,
    un año de tu vida que nunca volverá.
    Sus horas han marchado, llevándose al volar
    las huellas del pecado que te han de condenar.

        Veloz el año pasa; ¡quizás tu última ocasión!
        Sé salvo mientras dura el día de salvación.

    2. Medita que pasaron al mundo eternal
    mil seres que empezaron contigo el año actual.
    Son almas que abandonan la humana vanidad;
    son voces que pregonan cercana eternidad.

    3. Medita que el Maestro, brindando salvación,
    mil veces a la puerta llamó del corazón.
    Quizás la voz que hubiste así de rechazar,
    por vez postrera insiste, cansada de llamar.
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  El Carcelero: Salvo y Seguro

La historia de la conversión del carcelero en Filipos es singular. Nos cuenta cómo un hombre funcionario del imperio romano se convirtió a Cristo repentinamente, cambiando su destino eterno para siempre. Pablo y Silas, dos predicadores del evangelio, fueron acusados falsamente, azotados y encarcelados. El carcelero, tomando su trabajo muy en serio, los metió en el calabozo de más adentro. Veamos ahora algunas cosas en cuanto a este hombre.

Su sueño

El carcelero, aunque estaba de guardia, se quedó dormido. Desconocía lo que estaba sucediendo en la cárcel: que Pablo y Silas cantaban himnos a Dios. Pero de pronto ocurrió un gran terremoto que en seguida despertó al carcelero de su sueño. Quizás usted también se encuentra como ese carcelero, sin darse cuenta de lo que sucede a su alrededor, de su proximidad a la eternidad, y de la pronta venida del Señor Jesucristo. Las Escrituras lo exhortan: “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado” (Isaías 55.6).

Su suposición

Después del terremoto, y viendo todas las puertas de la cárcel abiertas, el carcelero supuso que los presos se habían escapado. Aunque la idea era bastante lógica, no era cierta, ¡y casi le costó la vida, pues desesperado, sacó su espada y se iba a matar! A lo mejor usted también ha hecho ciertas conjeturas en cuanto a la eternidad, que podrían parecerle lógicas y correctas, pero que le costarán no solo su vida, sino su alma. Unos creen que no hay nada después de la muerte. Se equivocan. Otra creencia muy común es que la entrada al cielo se logra mediante las buenas obras. La Biblia es muy clara al respecto: “Todas nuestras obras justas son como trapo de inmundicia” (Isaías 64.6 RVA). El cielo es demasiado puro como para entrar de esa manera.

Su salvación

Temiendo las consecuencias de no haber guardado la cárcel con seguridad, el carcelero estaba a punto de quitarse la vida. Pero Pablo clamó a gran voz: “No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí” (Hechos 16.28). Lo dijo porque suicidarse es hacer mal. Pocos presos le hubieran dicho eso al carcelero, pero gracias a Dios, Pablo le habló así, deseando su bienestar. Así que, en ese momento, entendiendo que su suposición era incorrecta, y que sería un error quitarse la vida, aquel carcelero entonces comenzó a pensar en su condición espiritual, y ansioso preguntó: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” (Hechos 16.30). Obviamente, habló así porque había escuchado el mensaje que Pablo y Silas predicaban en Filipos, ya que trabajaba y vivía ahí. El carcelero entonces se tomó en serio el mensaje, sabía que Dios ofrece salvación y que él no era salvo. Su pregunta fue honesta, directa y urgente: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” La respuesta fue clara y sencilla. No le mandó hacer varias cosas, como hacer obras, cumplir los sacramentos, hacer un peregrinaje, diezmar, bautizarse, y cosas parecidas. Simplemente dijo: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16.31). Es el evangelio en breve, y acto seguido le explicaron bien las cosas, pues el siguiente verso dice: “Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa”. Hoy el mensaje no ha cambiado, y si usted, con la conciencia despierta respecto a su culpabilidad delante de Dios por ser pecador, pone su fe y confianza en Cristo, también será salvo.

Su seguridad

“Serás salvo”. ¡Qué confianza y seguridad! Muchos creen que no es posible saber en esta vida que uno irá al cielo, pero el apóstol le aseguró: “serás salvo”. Habiendo confiado en el Señor Jesucristo como su Salvador, este hombre tuvo la confianza de que su salvación estaba asegurada. ¿Por qué? ¿Qué hay en el hecho de confiar en Cristo que hace que la salvación sea tan segura? Es porque el sacrificio de Cristo por el pecador ha satisfecho las demandas del justo juicio de Dios contra el pecado. Dios lo resucitó de los muertos, y lo ha sentado en el lugar más alto del cielo. Por eso, todos los que confían en Él serán salvos por la eternidad.
Samuel Chesney
 adaptado de su tratado publicado por Publicaciones Pescadores
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