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domingo, 31 de octubre de 2021

En Esto Pensad -- noviembre 2021

 

Lecciones de la Obediencia de Cristo
Parte II
Andrés Murray

viene del mes de septiembre
4. En Cristo, esta obediencia fue hasta la muerte.

    Cuando Él dijo: “...he descendido...no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Jn. 6:38), estaba preparado ya hasta lo extremo en la negación de Su propia voluntad y en cumplir la voluntad del Padre. Se lo proponía. “No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre” (Jn. 5:30).
    Él nos invita a vivir esa obediencia y nos da poder para ello. La verdadera obediencia es la que resulta de una entrega total, una disposición a obedecer en todo, de corazón. Es lo único que nos podrá ayudar en nuestro tránsito por este mundo. ¡Quiera Dios hacer que los cristianos comprendan que nada menos que esto es lo que regocija y fortalece nuestra alma!
    Mientras dudemos que esa obediencia deba ser total, y por ende exista en nosotros un oculto sentimiento de posibilidad de fracasar, estaremos perdiendo esa confianza que es necesaria para asegurar la victoria. Pero una vez que pongamos a Dios delante nuestro, como invocando realmente una plena obediencia, y dispuestos a ponerla por obra, sin atrevernos a ofrecerle nada menos, nos rendimos y permitimos que el Padre divino obre en nosotros. Es la manera en que el Espíritu Santo puede gobernar toda nuestra vida.

5. En Cristo, esta obediencia surgió de la más profunda humildad.

“Haya, pues, en vostros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:5-8).

    Todo hombre que aspire a ver revelado el escondido secreto y la celestial belleza de la obediencia de Cristo y de Su poder, debe estar dispuesto a sufrir el más completo anonadamiento, a ser y vivir como un “siervo de la obediencia”, y a humillarse profundamente delante de Dios y los hombres. Puede darse el caso de una fuerte voluntad, que secretamente confía en sí mismo, que porfía por llegar a la obediencia y, sin embargo, fracasa. La revelación de que obedecer a este glorioso Dios es el único deber, y la única bendición de una criatura, nos será hecha en la medida en que nos dejamos caer profundamente delante de Dios en humildad, mansedumbre, paciencia y resignación total a Su voluntad. También será conforme a la medida en que estamos dispuestos a inclinarnos en absoluta impotencia y dependencia de Él.

6) En Cristo, esta obediencia fue de fe, en completa dependencia del poder de Dios.

    “Nada hago por mí mismo...” (Jn. 8:28). “...El Padre que mora en mí, él hace las obras” (Jn. 14:10). La entrega incondicional del Hijo a la voluntad del Padre tuvo como respuesta que el Padre le confiriera Su poder para que obrara sobre Él de forma incesante y sin reservas.
    De la misma manera será con nosotros. Debemos aprender que ceder nuestra voluntad a la de Dios será siempre la medida en que Él nos transmita Su poder. Entonces veremos que nuestra disposición a una plena obediencia no es nada más que un acto de fe que Dios obrará en nosotros. Justamente es en esto que se basan todas las promesas de Dios en el Nuevo Pacto:
    “Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón... para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón... y oirás [obedecerás] la voz de Jehová” (Dt. 30:6, 8).
    “Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ez. 36:27).
    Debemos creer, tal como lo hizo el Hijo, que Dios obra en nosotros, y de esta manera obtendremos el coraje para someternos a una obediencia sin reservas, hasta la muerte. Ese someternos a la voluntad de Dios llegará a ser la entrada a la bendita experiencia de conformidad al Hijo de Dios en la ejecución de la voluntad del Padre. Él en Su perfecta humanidad y como siervo contó con la potencia del Padre. Entreguemos nuestro todo a Dios. Él obrará Su todo en nosotros.
    ¿No sabéis que vosotros, constituidos justos por la gracia por medio de la fe, en base a la obediencia de uno, sois como Él y en Él siervos de la obediencia para justicia? Es en la obediencia del Uno que la obediencia de muchos tendrá su raíz, vida y seguridad. Volvámonos, contemplemos, meditemos y creamos en Cristo como el Obediente. ¡Qué éste sea el Cristo que recibimos y amamos, y que procuremos conformarnos a Él! Así como Su justicia es nuestra única esperanza, sea el obedecerle nuestro único deseo.
    Debemos probar la sinceridad de nuestra fe en Él, y la confianza en el poder sobrenatural de Dios obrando en nosotros, aceptando a Cristo el Obediente, como el Cristo que es nuestra vida, como el Cristo que mora en nosotros.

del capítulo 2 del libro La Escuela de la Obediencia, Andrés Murray, Editorial Moody

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El Pecado de la Auto Estima


   “‘¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?’ (1 Co. 3:16). El Dagón de la carne debe caer postrado ante Su presencia (1 S. 5:3); las cosas de este mundo, el amor al dinero, la auto glorificación, el egoísmo, el amor propio y la auto-estima deben ser quitados de delante Suyo, tal como Cristo purificó al templo echando de ahí a los cambistas. Entonces Él vendrá y llenará Su templo con Su gloria, para que el “yo” no pueda estar allí, así como Moisés no pudo entrar en el tabernáculo y los sacerdotes, en la dedicación del templo de Salomón, tampoco pudieron estar ante la gloria del Señor. Entonces se dirá: ‘En Su templo todo proclama Su gloria’ (Sal. 29:9)... No perdonemos a nuestros ídolos. Es para nuestro bien que los despedacemos”.

F. E. Marsh (1859-1919) The Discipler’s Manual (“Manual del Discipulador”).

      ¡Cómo han cambiado las cosas en las iglesias evangélicas! Ahora alaban y aconsejan el amor propio y la auto estima, cuando antes los siervos de Dios denunciaban  como “Dagón” estas cosas. Hoy, disfrazado de “psicología cristiana”,  Dagón dirige en no pocas iglesias, y aun en el campo misionero, para la vergüenza de ellas. Los que no paran ni preguntan por las sendas antiguas (Jer.  6:16) ignoran que las doctrinas y los consejos dados hoy en día no son más que los pecados denunciados antes por varones de Dios. El Señor  nos aconseja: “Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras, pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido” (Ap. 2:5).

del libro ¿Psicología?, por Carlos Tomás Knott, Libros Berea

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El Cristiano, la Tecnología y las Redes Sociales
Marcus Cain

 
    Estar “conectado” parece ser algo sumamente importante en el mundo en que ahora vivimos. Más que la mitad de la población mundial está conectada en alguna manera u otra, y este porcentaje asciende mucho en muchísimos países. Pero debemos preguntarnos, ¿a qué costo?  Hay una nueva generación de creyentes que no sabe cómo era la vida sin tener la posibilidad de estar conectado con los amigos las 24 horas al día. Cada vez hay más posibilidades de aplicaciones para su teléfono móvil. Obviamente estas redes se pueden acceder en cualquier computadora o tablet, pero el mayor uso se da en los teléfonos por motivos que veremos.

La tecnología

    Para nada está uno en contra del avance de la tecnología. Tanto la tecnología como varias redes sociales son herramientas para usar, pero el peligro es que puedan tomar el control de uno y su tiempo. A la vez no queremos volver a vivir como nuestros abuelos o bisabuelos (dependiendo de la edad de mi estimado lector), y de hecho sería bastante difícil. Para muchos estudiantes es necesario estar en grupos para estar al día con sus tareas, por ejemplo. El correo electrónico se usa menos cada vez por los más jóvenes. Para los que trabajan sería casi imposible llevar a cabo sus responsabilidades sin estar disponible por lo menos las horas laborales para contestar mensajes y una que otra llamada.

La tentación

    No pensamos nombrar cada red social, pero todo creyente que ha usado la tecnología bien reconoce que la tentación abunda. Recordemos lo que escribió el apóstol ya de anciano: “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Jn. 2.16). Las redes ofrecen mucho para la carne y para los ojos, y la carne no sabe decir: “Basta, estoy satisfecha”. Nos hace pensar en lo que escribió Agur: “La sanguijuela tiene dos hijas que dicen: ¡Dame! ¡dame!  Tres cosas hay que nunca se sacian; aun la cuarta nunca dice: ¡Basta!” (Pr. 30.15). “La vanagloria de la vida” se ve cuando uno quiere fomentar una imagen pública que no representa la verdad de la vida, llenándose de orgullo y soberbia por los “Me gusta” que le llegan en Facebook, o por las veces que se comparte la imagen en Instagram, o por los comentarios compartidos por los amigos: “Qué bella”, “Qué guapo”, etcétera.
    Aparte, recuerde que muchos inconversos van a presentar un lado muy provocativo y sensual a veces, proveyendo algo no saludable para los ojos y corazones de los creyentes. Por eso es esencial tener mucho cuidado en elegir a quién seguir, o en aceptar solicitudes para amistad. SnapChat también tiene la supuesta ventaja de tomar y subir fotos que desaparecen de forma automática después de un tiempo limitado. Puede dar lugar a que uno comparta fotos que no quisiera ver en otras redes, sabiendo que pronto no estarán disponibles, y eso crea un falso sentido de seguridad.

La tristeza
 
   En un mundo tan lleno de tristeza, muchos piensan que estar conectado ayuda a los jóvenes a sentirse más alegres y contentos. Pero la verdad es que hay muchos estudios que muestran un vínculo estrecho entre el uso de las redes y el desaliento y la ansiedad. En parte esto es causado por la envidia, porque casi todo el mundo que sube publicaciones sube lo bonito de su vida, no la realidad de luchas y problemas. Esto puede causar envidia en el corazón del creyente, y cierta insatisfacción con las circunstancias en que Dios le ha puesto, y más allá una tristeza profunda que puede causar el desánimo. No estamos diciendo que la cura para todo caso semejante sea desconectarse de las redes, pero sí que hay una conexión entre el tiempo pasado en ellas y el estado de ánimo. ¡Tenga cuidado!

El temor

    El miedo a perdértelo es real (F.O.M.O. por sus siglas en inglés – “fear of missing out”). Muchos jóvenes y no tan jóvenes tienen miedo de llegar a la escuela, al colegio, a la reunión de la iglesia sin saber lo que “todo el mundo sabe”. Puede ser el anuncio de un nuevo noviazgo, por ejemplo, que hace que uno piense en revisar las redes en la noche justo antes de dormir y también en cuanto se levante, y luego muchísimas veces durante el día. El usuario medio de un móvil lo revisa más que 60 veces al día, y muchos lo hacen hasta 160 veces cada 24 horas. Si usted duerme 7 horas cada noche, ¿será que mira su móvil casi 10 veces cada hora, o sea, cada 6 minutos?  O, ¿será más frecuente aún? Parte de este temor también tiene que ver con los grupos de chat, sea WhatsApp, Signal u otro. No quiere uno ser el último en enterarse de alguna novedad — ¡qué horror!
    Una recomendación es apagar las notificaciones en su móvil. Si no lo puede hacer siempre, procure hacerlo cuando va a estar a solas con Dios. Apague su teléfono en la noche, o al menos no vea nada de las redes y los mensajes hasta después de haber tenido un tiempo con Dios en oración y lectura bíblica; esto ayudará a enfocarse correctamente en lo que es realmente importante en la vida.
    Aparte de eso, piense que cuanto más revise las redes, más aumenta la ansiedad en la vida. En cambio, cuanto menos las ve y más tiempo con el Señor sucederá exactamente lo opuesto: la paz y tranquilidad que no existen en este mundo. ¡No las busque en los lugares equivocados!

Las trampas

    Hay una trampa económica. Fácil es hacer compras en el internet ahora, con no más oprimir uno o dos botones, el paquete llegará en pocos días a la puerta de su casa. Otra trampa es la falta de satisfacción con el móvil que tiene: la pantalla está chica, o el sistema ya no se puede actualizar, o todos los demás tienen algo mucho más moderno, y aunque aún funciona lo suyo, es tiempo de comprar otro. Es parte del gran plan — tener aplicaciones que funcionan solo con el sistema operativo más nuevo. Luego los que fabrican los teléfonos quieren vender más aparatos y el sistema operativo deja de funcionar en los más antiguos. ¡Algunos piensan que “necesitan” un teléfono nuevo cada año!   
    En sí las aplicaciones son diseñadas como trampas, haciendo que uno tenga pocas ganas de salirse de ella. Movimientos visibles al ojo (aunque el teléfono está a una corta distancia), anuncios deliberadamente elegidos para llamar la atención, y hasta los colores mismos hacen que uno pase mucho más tiempo de lo que pensaba hacer.
    Hay muchos estudios ahora también que demuestran la conexión entre la falta de poder concentrarse y el uso del teléfono móvil. Las redes sociales terminan cambiando los circuitos de su cerebro, haciendo que haya un aumento en los niveles de dopamina en él mientras esté usando las redes. El cerebro llega a querer estos mismos niveles siempre — es un sistema de recompensa, pero está recompensando algo que no se puede duplicar en su tiempo devocional con Dios, por ejemplo. Roba no solo su tiempo (como veremos) sino también su capacidad de concentración, y muchos expertos aseveran que son cambios difíciles a anular.
    Otra trampa es la tremenda cantidad de desinformación disponible en las redes. Quien quiera ahora tiene una voz, y el creyente necesita ser prudente en saber que es una fuente confiable. No es sabio verla y menos sabio aun compartirla antes de asegurar que es certera.

El tiempo
    Casi todo el tiempo que uno está utilizando su teléfono se encuentra dentro de una aplicación. Lo que es el “Internet” en sí, o sea, el navegador se usa menos cada vez. Los que producen sus aplicaciones trabajan para que a usted le guste su aplicación y que pase cada vez más tiempo en ella. Ahora bien, repetimos que hay cosas necesarias para muchos de nosotros que tenemos que hacer en nuestros móviles, relacionadas con el trabajo o los estudios, pero sería muy prudente revisar cuánto tiempo usa a diario o semanalmente su teléfono. Recientemente él que escribe leyó un libro llamado “Deep Work” ("Obra profunda") donde el autor lamentaba el hecho que pocos saben concentrarse. En parte se debe al hecho que el teléfono provee una constante distracción — cada vez que vibra o timbra, o no más llega una notificación a la pantalla, lo “tenemos” que ver. Estas constantes interrupciones no ayudan a nadie, mucho menos al creyente cuando quiere estar en sus momentos de comunión con su Padre celestial.
    Varía de país en país, pero se estima que un adulto pasa casi seis horas al día con su móvil en la mano, y que un 15% de los milenios los usan hasta doce horas. Sería bueno hacer caso a lo que dijo el apóstol Pablo: “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Ef. 5.15-16). Como creyentes somos considerados mayordomos de todo lo que Dios nos ha prestado, y esto incluye nuestro tiempo. Fácil puede ser pasar un buen rato viendo videos en YouTube, chateando con los amigos en SnapChat, o viendo fotos en Instagram, pero difícil pasar una media hora leyendo la Palabra de Dios u orando a nuestro Padre celestial. “Hermanos míos, esto no debe ser así” (Stg. 3:10).

    Para su meditación: si pasa tres horas de su día en su móvil, en los últimos ocho años ha pasado un año en ello; si fueren seis horas al día, serían dos años de su vida viendo la pantalla. Hermanos míos, ¿no debemos tomar una pausa y preguntarse qué tan útiles han sido estos “momentos”?

El testimonio
 
   Hay que ver dos lados de la moneda aquí. Es muy cierto que muchos creyentes, e incluso iglesias locales, han usado las redes sociales con el debido cuidado para anunciar el Evangelio. Textos bíblicos, videos de predicaciones, mensajes devocionales se han compartido con buena receptividad y la aparente bendición de Dios, hasta en la salvación de almas.
    Pero debemos entender a la vez que hay creyentes que no han cuidado su imagen pública en las redes, y que han visto su testimonio tristemente afectado por publicaciones y fotos compartidas. Puede ser fácil hacerlo sin pensar — una foto comprometedora puede hacer mucho daño, por ejemplo, al testimonio de un joven. Cabe mencionar que, si uno no estuviera en tal lugar, ¡tal foto no se habría tomado! Puede ser un comentario no muy bien pensado que afecta el testimonio. En un mundo de tanta rapidez, tomemos una pausa y pensemos antes de publicar.
    Resumiendo lo que hemos dicho, la tecnología y las redes presentan un tremendo reto para el creyente hoy en día. Hay tentaciones y trampas latentes. Pueden causar tristeza y provocar un temor. Consumen demasiado tiempo y pueden afetctar el testimonio de uno, pero reconocemos que pueden, usadas con sumo cuidado, ser una fuente de bendición en el avance del reino de Dios.

Marcus Cain sirve al Señor en Hermosillo, México