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domingo, 28 de febrero de 2021

EN ESTO PENSAD - marzo 2021

Una Salvación Segura
William MacDonald

“Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios” (1 Jn. 5:13).

     Estaremos eternamente agradecidos a Dios por este versículo porque nos enseña que la seguridad de la salvación nos llega en primer lugar por la Palabra de Dios y no por los sentimientos. La Biblia fue escrita, entre otras razones, para que aquellos que creen en el Nombre del Hijo de Dios puedan saber que tienen vida eterna.
    Podemos estar agradecidos al saber que esta seguridad no depende de los sentimientos, ya que éstos fluctúan de un día a otro. Dios no nos pide que digamos: ‘gracias Dios porque me siento muy bien’, sino que fijemos los ojos en Jesucristo y Su Palabra. Una vez alguien preguntó a Martín Lutero: “¿Sientes que tus pecados han sido perdonados?”, y él contestó: “No, pero estoy tan seguro de esto como que hay un Dios en el cielo. Porque los sentimientos van y vienen y son engañosos. Mi garantía es la Palabra de Dios. Nada es más digno de creerse”. C. I. Scofield nos recuerda que “la justificación sucede en la mente de Dios, no en el sistema nervioso del creyente”. H. A. Ironside acostumbraba decir: “No sé si soy salvo porque me siento feliz, pero me siento feliz porque sé que soy salvo”. Sabía que era salvo por la Palabra de Dios.
    Cuando vemos que el Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, debemos recordar que el Espíritu nos da testimonio principalmente a través de las Escrituras (Ro. 8:16). Por ejemplo, en Juan 6:47 leemos: “El que cree en mí, tiene vida eterna”. Sabemos que hemos confiado en Cristo para nuestra salvación eterna; Él es nuestra única esperanza para el cielo. Por lo tanto, el Espíritu de Dios nos da testimonio, a través de este versículo, de que somos hijos de Dios.
     Por supuesto que también hay otros medios que nos aseguran que poseemos la  salvación: sabemos que somos salvos porque amamos a los hermanos, aborrecemos el pecado y practicamos la justicia, amamos la Palabra de Dios y tenemos el instinto de oración. Pero el más importante y fundamental de estos es la Palabra de Dios, el instrumento más confiable y preciso del universo. George Cutting decía en su tratado memorable “Seguridad, Certeza y Gozo”: “Es la sangre la que nos salva; es la Palabra que nos lo asegura”.

del libro DE DÍA EN DÍA, CLIE
 
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¿SOMOS TODOS HIJOS DE DIOS?
parte II
Carlos Tomás Knott

viene del número anterior
“¿Qué dice la Escritura?”  (Ro. 4:3). Considera los siguientes pasajes bíblicos  que aclaran que no todos son hijos de Dios.
    Dios dirigió al profeta Oseas a llamar a su hijo “Lo-ammi, porque vosotros no sois mi pueblo, ni yo seré vuestro Dios” (Os. 1:9). Por los pecados de los israelitas incrédulos Dios los cortó de ser Su pueblo. Sin embargo, Romanos 11:17 y 20 describe a los israelitas incrédulos como “desgajados”, pero promete su futura “plena restauración” (v. 12), “admisión” (v. 15) y salvación (v. 26). Los judíos incrédulos al igual que los demás incrédulos, no son hijos de Dios.
    En Mateo 13:38 Jesucristo habla de “los hijos del malo” y los contrasta con “los hijos del reino”. Claramente no todos son de Dios. Los del malo son los que no han nacido de nuevo, y los del reino son los que por la fe en el Señor han nacido en la familia de Dios.
    Luego en Lucas 16:8 el Señor dice que “los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz”.  Los creyentes son “hijos de luz e hijos del día” (1 Ts. 5:5), y los demás son de la noche y de las tinieblas. Lucas 20:34 menciona a “los hijos de este siglo”, que son personas cuyas vidas no tienen futuro, porque no han nacido de nuevo. El salmista los llama “hombres mundanos, cuya porción la tienen en esta vida” (Sal. 17:14).
    Todavía más fuerte es la expresión de Cristo en Juan 8:44, “Vosotros sois de vuestro padre el diablo”. En el versículo rechaza la idea de que Dios sea el padre de ellos, porque no manifiestan los rasgos de la familia. Dios es su Creador, pero no su Padre, aunque quisiera serlo. Juan 5:40 identifica el problema: que ellos no querían venir a Cristo para ser salvos. El Señor lamentó: “¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” (Mt. 23:37). Dios “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Ti. 2:4). El problema no está en la voluntad de Dios, sino en la de los hombres.
    En Juan 17:12 el Señor describe a Judas como “el hijo de perdición”. Este término también es empleado para hablar del anticristo, el hombre de pecado: “el hijo de perdición” (2 Ts. 2:3). Judas no fue predestinado a la perdición, sino él se echó a perder pese a grandes privilegios y oportunidades.
    En Mateo 23:15 Cristo usa el término “hijo del infierno” para describir a los hipócritas entre los escribas y fariseos, y también a sus prosélitos. Claramente tales personas no son hijos de Dios.
    El apóstol Pablo llama a Elimas el mago: “hijo del diablo, enemigo de toda justicia” (Hch. 13:10). Elimas se hizo así por sus decisiones y disposiciones. Se quedó en su estado natural, bajo la influencia del diablo. De este mismo modo también describe a toda la raza humana como “hijos de desobediencia” (Ef. 2:2), no hijos de Dios. El siguiente versículo enseña a los creyentes que antes del nuevo nacimiento, “éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (Ef. 2:3).
    En Efesios 2:12 Pablo enseña que los gentiles, antes de creer en el Señor Jesucristo, estaban “sin esperanza y sin Dios en el mundo”. Efesios 4:17-18 también habla de personas que no son hijos de Dios: “...los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay”. Claramente las personas descritas así no son hijos de Dios. Pero, cuando creen en el Señor Jesucristo, su condición cambia. “Ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios” (Ef. 2:19). Describe algo que no eran antes – “miembros de la familia de Dios”. Luego, no eran de la familia de Dios, pero por la salvación por la gracia por medio de la fe (Ef. 2:8-9) llegaron a ser hijos de Dios.  ¡Es necesario nacer de nuevo para ser hijo de Dios!     
              
 
  continuará en el siguiente número
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 Pastores Ladrones
 
"Traspasan los linderos, roban los ganados, y los apacientan".  
Job 24:2

    
Hay pastores y colegas suyos que son ladrones, que no respetan los linderos de la asamblea local. El lindero marca el límite o término de algo, por ejemplo, una provincia o una heredad, o en este caso, una asamblea con sus ancianos y los que están en comunión y bajo su cuidado. Pero hay quienes  no reconocen esos límites. Roban directa o indirectamenta a otras iglesias. Entran de visita, para espiar. Luego hacen amistades y se llevan a las personas, o las incitan a salir a ir con ellos. También reciben a personas que vienen de otras iglesias sin carta, y aun a las que están bajo disciplina eclesial. Saltan el lindero y las reciben, felices de tener a una oveja más. Luego las apacientan, y sacan provecho de ellas. Pero no deja de ser un robo, un delito. Hoy hay muchos que traspasan los linderos, pero el Señor lo ve todo, y darán cuentas a Él.

 
 
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Un Proverbio Para Meditar

“Mejor es lo poco con el temor de Jehová, que el gran tesoro donde hay turbación” (Pr. 15:16).

    Muchos piensan que “gran tesoro” es la clave de la felicidad. Pero los que tienen “el temor de Jehová” poseen la verdadera riqueza, aunque materialmente tengan poco. Si solo entendiéramos esto, nos libraríamos de buscar ganancia material a expensas del bienestar espiritual nuestro y de otros. Piensa por ejemplo, en los que abandonan familia e iglesia y se van a otro país, incluso ilegalmente, en busca de dinero. Todavía es verdad que “gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición;  porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Ti. 6:6-10).
 
de la revista "Assembly Testimony", enero/febrero 2020, adaptado
 

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DIOS — POR NOSOTROS


"Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?"  Es la gran pregunta hallada en Romanos 8:31. La cuestión es, amigo, si tú realmente puedes hablar así. Porque el apóstol dice esto a los que han creído en el Señor Jesucristo y han sido justificados ante Dios por la fe en el Señor. ¿Eres uno de ellos?
    En verdad Dios tiene muchas razones para estar airado y en contra de nosotros. El profeta Isaías nos describe así:


"¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados! Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás. ¿Por qué querréis ser castigados aún? ¿Todavía os rebelaréis? Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga".

 
     Luego Jesucristo en Marcos 7:20-23 describe la gran maldad que sale del corazón humano y lo contamina. Si lees Romanos 1:18-32 verás más motivos de disgusto, ira y castigo. No hemos hecho nada más que rebelarnos, ser ingratos y necios, insultar y ofender a Dios. Lee Romanos 3:9-20 y verás todavía más. Todo el mundo queda bajo el juicio de Dios, y es merecido.
    Pero la sorpresa y gran maravilla es que habiendo sido ofendido tanto por nosotros, Dios actuó en amor y misericordia, a favor nuestro, "por nosotros", cuando envió a Su Hijo Jesucristo al mundo para realizar el gran y único sacrificio en nuestro lugar. Primero, le preparó cuerpo, por la encarnación. "Y aquel Verbo fue hecho carne" (Juan 1:14). Vivió 33 años en este mundo antes de llegar el momento del sacrificio. Dios Padre cargó en Cristo el pecado de todos nosotros (Isaías 53:6). En este cuerpo Él murió castigado por el Padre, por nuestra culpa. "Quien llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero" (1 Pedro 2:24). ¡ESTO ES DIOS POR NOSOTROS! Tres días después Él resucitó y luego ascendió vivo al cielo. En Cristo Dios es por nosotros.
    Pero hay que arrepentirte de tus pecados y confiar en Él si quieres aprovechar este gran favor divino. De otro modo, oirás el terrible decreto de Dios a los que no creen:  "Heme aquí contra ti" (Nahum 2:13).
    La cruz de Cristo es Dios por ti. El lago de fuego es Dios contra ti. La decisión es tuya.

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La Importancia de la Asamblea
y Nuestro Compromiso con Ella

parte 2


David Rodgers


viene del número anterior

    Hay muchas maneras por las que podemos destacar la importancia de la asamblea y por qué ella debe ser el mayor enfoque de nuestra vida. Deseo con la ayuda del Señor repasar las diferentes figuras de la asamblea en las Escrituras. Ellas demuestran que la asamblea es el enfoque de la actividad de Dios, y a través de ella Él promueve y propaga el testimonio de Cristo. A continuación, presentamos una lista de las figuras de la asamblea:

    1. Iglesia de Dios            1 Co. 1:2
    2. Labranza (cultivo de Dios)        1 Co. 3:9
    3. Edificio de Dios, Templo de Dios    1 Co. 3:9;  3:16-17
    4. Cuerpo de Cristo            1 Co. 12:27
    5. Carta de Cristo            2 Co. 3:2-3
    6. Virgen pura                2 Co. 11:2
    7. Rebaño, grey de Dios        Hch. 20:28; 1 P. 5:2-3
    8. Casa de Dios            1 Ti. 3:15
    9. Columna y Baluarte de la Verdad    1 Ti. 3:15
    10. Candelero de Oro            Ap. 1:12-13, 20

1. Iglesia de Dios (1 Corintios 1:1-2)

“Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Sóstenes, a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro”.

    El Nuevo Testamento utiliza a menudo esta expresión, siempre con respecto a una iglesia local. En esta primera instancia en 1 Corintios vemos las preciosas características de su uso. Señala la ubicación (en este caso, Corinto) de un grupo de gran interés para el corazón de Dios. Son los santificados en Cristo Jesús, apartados hacia y para Él, y llamados a ser santos.
    En el Antiguo Testamento, al pie del monte Sinaí, el Señor propuso hacer de Israel Su propio pueblo.

“Y Moisés subió a Dios; y Jehová lo llamó desde el monte diciendo:
Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel”
(Éx. 19:3-6).

    Evidentemente aquí el Señor descubre Su corazón, manifestando Su deseo de tener un pueblo plenamente identificado con Él, como Él en santidad, ocupado con Él en devoción y servicio, y representando Su carácter en el mundo. Este tema de Su elección y propósito para ellos surge constantemente en las palabras de Moisés a través del libro de Deuteronomio, donde reflexiona y comenta sobre el pasado y hace recomendaciones para su futuro.
    Siglos después, en Tito 2:11-14 vemos el mismo propósito expresado en cuanto a la iglesia.

“Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tit. 2:11-14).

    1 Pedro 2:9-10 da otro ejemplo neotestamentario expresado en lenguaje muy similar a Éxodo 19.

“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia”.

    Volviendo al ejemplo de 1 Corintios 1:2, entendemos que por el evangelio Dios había llamado a sí mismo y formado las asambleas. Eran “santificados en Cristo Jesús”, apartados del mundo y llamados a un propósito sagrado. Eran de carácter santo: “llamados a ser santos”, y no eran únicos sino “con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo...” Esto nos recuerda la predicación de Pedro en el día de Pentecostés:

“Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación” (Hch. 2:39-40).
           
    Dios, mirando a las resultantes asambleas, veía grupos que eran de Su pueblo. ¡Qué privilegio es el nuestro, de formar parte de una iglesia de Dios, una asamblea cristiana santificada y congregada al Nombre del Señor Jesucristo! Repetimos: para Dios no hay otra entidad corporativa de mayor importancia en el mundo que una iglesia de Dios, la asamblea. ¿Estamos de acuerdo con Él? ¿Cuánto valoramos la compañía de Su pueblo propio?
    
2. Labranza de Dios    (1 Corintios 3:9)

“Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios...”

Labranza: “campo cultivado, huerto”. En los versículos anteriores, Pablo describe las labores suyas y de Apolos en términos agrícolas, sembrando, regando, pero agrega que era Dios que daba el crecimiento. Añade en el v. 8 que ellos, los siervos humanos, eran “una misma cosa” (uno en propósito, meta y deseo, que era precisamente que la obra de Dios en Corinto, la asamblea, fructificara). En eso, eran verdaderos colaboradores de Dios.
    El trabajo del huerto, del campo, es arduo. 2 Timoteo 2:6 nos recuerda: “El labrador, para participar de los frutos, debe trabajar primero”. A la vez, trabaja con una meta muy definida y clara: cosechar el fruto deseado. Todo lo que incide en la salud robusta de las plantas le interesa, como también el ritmo de las estaciones del año. Habrá mala hierba que arrancar y plantas que podar. Oportunamente habrá que echar abono y regar. En todo vemos la necesidad de actividad e interés.
    La asamblea es el huerto del Señor, donde Él pone atención no solo a cada uno, sino a cada uno en su relación con los demás. Desea remover el pecado, y acortar las malas costumbres que arrastramos de la vida antes de convertirnos, o que nuestra carne permita entrar del mundo. A menudo es doloroso para nosotros, y resistimos admitir la necesidad de cambiar. En tiempos de conflicto, la tendencia humana es marcharse antes de enfrentar la situación o reconocer una falta.
    Pero es mediante la vida en la asamblea, bajo la mano laboriosa de Dios, que poco a poco el carácter va moldeándose al de Cristo, fruto precioso para el Padre. El hermano Luis Poblete en su excelente libro: La  Iglesia del Dios Viviente, menciona tres frutos: la adoración, la semejanza a Cristo, y la salvación de almas. Algunos son frutos en nosotros, otros son a través de nosotros. El punto es que la asamblea es el lugar donde Dios actúa en nosotros para producir esos frutos. Recuerda, tienes que estar en la asamblea, participando activamente, para colaborar con Dios en producir el fruto que le agrada.

 continuará, d.v., en el siguiente número
David Rogers sirve al Señor en Chile

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¿Qué Es El Legalismo?

William MacDonald


¿Hay mandamientos? ¿En el Nuevo Testamento? Cuando el pueblo escuche la palabra “mandamiento”, inmediatamente piensa: “legalismo”. Pero los dos términos no son sinónimos. Nadie habló de mandamientos más que el Señor Jesucristo, pero al mismo tiempo no  hay nadie menos legalista que Él.
    ¿Qué es legalismo? Aunque la palabra no está en el Nuevo Testamento, describe lo que en el hombre es sus esfuerzos incesantes para ganar o merecer el favor de Dios. Básicamente significa el intento de ganar justificación o santificación a través de guardar la Ley. Esto es su verdadero significado. Pero hoy la palabra es empleada en un sentido más amplio e incorrecto, para describir lo que uno piensa que son normas morales y rígidos. Cualquiera que intenta clasificar ciertas prácticas como tabú es etiquetado: “legalista”. De hecho, ahora emplean la palabra “legalista” como un mazo o palo para atacar casi toda y cualquiera restricción del comportamiento cristiano, o en contra de cualquier enseñanza “negativa”.
    ¿Cómo debe un cristiano pensar, si desea evitar el peligro asociado con el “legalismo”? En primer lugar, es verdad que los cristianos estamos libres de la Ley, pero es importante añadir rápidamente que no estamos sin ley. Estamos bajo la ley de Cristo. No debemos hacer lo que nos plazca, sino lo que le place a Cristo.
  Segundo, debe recordarse que el Nuevo Testamento está lleno de mandamientos, incluso un buen número de negativas. La diferencia está en que esos mandamientos no son dados como Ley, es decir, no conllevan penas como las del Antiguo Testamento, sino son instrucción en justicia para el pueblo de Dios.
    Los que se ciñen a la Palabra de Dios tal como fue escrita no son legalistas, sino leales. El Señor Jesús ante el tentador afirmó: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mt. 4:4). La fidelidad agrada a Dios, y Él la demanda de los administradores (1 Co. 4:2).
    Además de esto, hay cosas que puede ser lícitas para el cristiano, pero que no le convienen. Puede que sean cosas “legales” en ese sentido de ley, pero que sean cosas que esclavizan (1 Co. 6:12). Es posible que un creyente tenga libertad para hacer algo, pero por otra parte, si ejerce su libertad, podría ser culpable de tropezar a otra persona. En ese caso, aunque es “legal”, no debe hacerse.
    El hecho de que alguien llame a una prohibición: “legalista”, no quiere decir que esté mal. La gente emplea la palabra “puritano” de forma despectiva, para describir ciertas normas de conducta, pero el comportamiento de los puritanos honraba a Cristo más que muchos de los que les critican. Uno no es legalista porque desea obedecer y guardar la Palabra de Dios, pero esto molesta a los que desean cambiar.
    A menudo, cuando los cristianos tildan y castigan de
“legalista” ciertos patrones de comportamiento piadoso, esto puede indicar que ellos mismos se han vuelto más liberales y permisivos, y se han deslizado moral o espiritualmente. A los que no aflojan con ellos les llaman “legalistas” o “puritanos”. Es una defensa pobre y floja. Como ingenuos, creen que les favorece atacar y criticar así a los que no cambian con ellos. Piensan que así fortalecen y encomiendan su posición y prácticas ante los demás.
    Nuestra seguridad está en quedarnos lo más cerca posible a las enseñanzas de las Escrituras, no en intentar ver cuán cerca del precipicio podemos llegar sin caernos.

 Traducido  de la revista UPLOOK

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En Tu Palabra

En tu Palabra, oh Padre Dios, ¡qué bella luz se ve!
Bendita, celestial porción, gozada por la fe.

Aquí del Redentor la voz alegra el corazón;
la dulce voz del buen Pastor que trae salvación.

En su divina inspiración aliento se nos da;
también allí satisfacción el alma encontrará.

Y antorcha para iluminar los pasos de tu grey;
y lámpara que nos dará visiones del gran Rey.

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¿A Quién Llamas Legalista? 

¿A Quién Le Cuelgas El Sambenito?

"Colgarle a alguien el sambenito" es una frase que radica en las prácticas de la Inquisición. El diccionario de la Real Academia Española la define.

1. m. Capotillo o escapulario que se ponía a los penitentes reconciliados por el Tribunal eclesiástico de la Inquisición.

2. m. Letrero que se ponía en las iglesias con el nombre y castigo de los penitenciados, y las señales de su castigo.

3. m. Descrédito que queda de una acción.

4. m. difamación.

  

    Hoy  el uso es tildar o acusar injustamente a alguien, de modo que daña su reputación y le desacredita ante los demás. Es darle mala fama a alguien.
   Entre evangélicos esto sucede con términos como “legalista” y “legalismo”, "liberal" y "liberalismo". Antes de usar esos términos debemos entender bien su verdadero significado. Debemos preguntar: ¿Qué dice la Escritura? Es incorrecto llamar "liberal" a alguien simplemente porque rompe con una tradición nuestra. Por otra parte, también escuchamos a menudo "legalistas" acerca de personas que no están de acuerdo con nosotros. Es una táctica para desacreditarles y ponerles a la defensiva. Debemos pensar bien antes de llamar "legalistas" a los creyentes que desean sujetarse a la Palabra de Dios para obedecer y agradar al Señor. Llamarles legalistas es la antigua táctica de colgar el sambenito. Esto equivale a una falsa acusación, un testimonio falso.
    Legalista es el que procura merecer la justificación - la salvación - mediante las obras de la ley. Por ejemplo, legalistas eran los fariseos que en Hechos 15 enseñaban que los gentiles creyentes debían circuncidarse y guardar la ley para ser salvos. Romanos 3:28 declara: "el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley". La epístola a los Gálatas fue escrita para combatir el legalismo de los que querían obligar a los gentiles creyentes a judaizar (Gá. 2:14).
 
  El Señor demanda la obediencia de los creyentes, no para ser salvos, sin por amor (Jn. 14:15). La obediencia de los creyentes no los convierte en legalistas. En cambio, los que enseñan otra cosa son llamados por Dios "falsos maestros". No porque no estén de acuerdo con ciertas iglesias, tradiciones u otros seres humanos, sino porque lo que enseñan no cuadra con la Palabra de Dios.
Carlos