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sábado, 1 de enero de 2011

EN ESTO PENSAD -- ENERO 2011

EL CLERO
 
Clero, según el diccionario, significa: “conjunto de todos los hombres que han recibido órdenes sagradas, mayores o menores, o pertenecen a una orden religiosa” (María Moliner). Esos hombres, debido a su ordenación por una iglesia, son calificados para llevar a cabo ciertos ministerios y funciones que los laicos no pueden, como por ejemplo bautizar, presidir y administrar la Santa Cena, predicar y enseñar con autoridad.
    Así que, ¿qué hay de malo en ese concepto? Hay profesionales en medicina y otras profesiones, y son licenciados para hacer cosas que el resto de nosotros no podemos hacer. ¿Hay algo equivocado en la práctica de reconocer una casta profesional dentro de la iglesia?
    Sí, el error es sencillamente que el clero es algo que las Sagradas Escrituras no nos enseñan, ni lo vemos practicado en ellas, sobre todo cuando se refiere al Nuevo Testamento y a la Iglesia del Señor Jesucristo. De hecho, la enseñanza del Nuevo Testamento se opone con vigor a la idea de hacer semejantes divisiones y distinciones en el pueblo de Dios. Alguien puede preguntar: “¿Y no ordenaron a ancianos en cada iglesia?” Sí, reconocieron ancianos en cada iglesia para proveer a la congregación de un pastoreo, pero ellos no tenían privilegios especiales como tiene el clero de hoy en día. No se requería de los ancianos que diesen toda la enseñanza, ni presidir ni administrar la Santa Cena, ni hacer ellos exclusivamente los bautismos. No existían entonces las clases de “clero” y “laico” que la gente de la cristiandad reconoce hoy en día. Las iglesias del Nuevo Testamento funcionaban a nivel de congregación, y hacían todas esas cosas aún antes de que se reconociesen ancianos en ellas.
    Las Sagradas Escrituras enfatizan el sacerdocio de cada creyente: “Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 P. 2:5). Por ejemplo, en la Cena del Señor, cuando varios hermanos se ponen de pie para alabar y adorar al Señor, ejercen así el sacerdocio universal de los hijos de Dios. Allí no preside ningún hombre, sino el Señor. El clero niega ese sacerdocio en la práctica, porque sólo los “ordenados” pueden dirigir los servicios, y si hubiera alguna excepción, sólo es con el permiso de los “ordenados”, porque si no...
    El ejercicio de los dones espirituales también se ve restringido por la presencia del clero. Aunque se permita un ejercicio pequeño en la escuela dominical o en algún estudio informal, principalmente el privilegio de hablar a toda la congregación está reservado para los del clero, esto es, los que han sido ordenados o licenciados especialmente por aquella iglesia. Muchos varones pasan sus vidas sentados en silencio en un banco en el local de reunión, habiendo entendido que hablar en público es algo reservado para el “pastor”. Pero la Biblia dice: “teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación...” (Ro. 12:6-8a). Todos los creyentes están dotados de un don espiritual (1 Co. 12:7) para el provecho de la iglesia, y a cada uno se le debe extender la oportunidad para desarrollar y emplear su don, “para provecho”.
    El concepto del clero limita la autoridad y la libertad del Espíritu Santo para hablar al pueblo de Dios. Alguien puede tener un don muy destacado y tener mucho conocimiento en la Palabra de Dios, pero hay veces cuando el Espíritu Santo quiere hablar por medio de otros hermanos. En 1 Corintios 14:31 leemos: “Porque podéis profetizar todos uno por uno, para que todos aprendan, y todos sean exhortados”. El movimiento soberano del Espíritu Santo es enfrentado o desafiado por la imposición artificial del clero.
    El uso de títulos es algo muy común entre los del clero, pero es algo tajantemente prohibido por el Señor Jesucristo: “Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos. Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo” (Mt. 23:8-10). Pero hoy en día el clero se aferra celosamente a sus títulos: “Padre”, “Reverendo”, “Doctor”, “Pastor”, “Maestro”, y los demás complican el problema dándoles otros calificativos como “eminencia”, “teólogo”, “el obrero”, “el siervo de Dios”, como si los demás no obraran o no sirvieran, y así por el estilo. Sin embargo, en la verdadera iglesia no hay título mejor que el título común de “hermano” o “hermana”.
    Entonces, una asamblea neotestamentaria debe renunciar al concepto de clero, y proclamar y practicar el sacerdocio de todos los creyentes. Semejante asamblea animará el desarrollo y la función de los dones espirituales, dando lugar así al Espíritu Santo para que Él se mueva entre Su pueblo. Habrá un rechazo del uso de títulos y calificativos especiales que elevan a algunos a un nivel más alto que sus hermanos, y de las instituciones como seminarios e institutos que promueven este sistema de castas religiosas. Hay que recordar las palabras del Señor: “El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo” (Mt. 23:11). Haciendo estas cosas confesaremos que Jesucristo es el Señor.
Donald Norbie. de su libro, La Iglesia Primitiva, Editorial Berea

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¿DE QUÉ HABLAS 
DESPUÉS DE LA REUNIÓN?

“Entonces, despedida la gente, entró Jesús en la casa; y acercándose a él sus discípulos, le dijeron: Explícanos la parábola de la cizaña del campo” (Mt. 13:36).Comenta Matthew Henry:
“Los que desean ser sabios en todo, deben serlo para discernir y aprovechar las oportunidades, especialmente para conversar con Cristo, a solas, en meditación privada y en oración. También es muy saludable cuando volvemos de la reunión solemne, conversar sobre lo que oímos en ella. Mediante tales conversaciones podemos ayudarnos unos a otros a entender, recordar y ser afectados por lo que oímos. Perdemos el beneficio de muchos sermones por las conversaciones livianas y sin provecho que vienen después”.
Traducido de su comentario en inglés, lamentablemente este párrafo no aparece en la versión en español

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¿RESPETAR A TODOS?

“Tener respeto a la persona del impío, para pervertir el derecho del justo, no es bueno” (Pr. 18:5).
Sobre este último texto William MacDonald comenta: “No sólo no es bueno, sino que es absolutamente malo favorecer a los malos. Y es igualmente malo negarles la justicia a los justos. La parcialidad no es la única perversión de justicia que debe evitarse. Considera lo que sigue: el soborno, los testigos falsos, la exclusión o rechazo deliberado de testigos con prejuicio o para afectar la decisión de un caso, la admisión de testimonio secreto (“confidencial”) contra el acusado, los veredictos predeterminados (tribunal injusto o desautorizado)...
    Es una de tres veces en Proverbios que se nos advierte en contra de la parcialidad o el hacer acepción de personas. Las otras citas son 24:23-25 y 28:21”.

de su libro: Proverbs, A Devotional Commentary ("Proverbios, Un Comentario Devocional"), Gospel Folio Press, págs. 181-182

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EL SEÑOR JESÚS PROMETE:  
"Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, 
para que el Padre sea glorificado en el Hijo. 
Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré".  
Juan 14:13-14
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 El Reino de Cristo y la Ley de Cristo

Jesucristo es el Señor, y nosotros somos Sus siervos (1 Co. 4:1). Cristo es el Gobernador y nosotros Sus súbditos (Jud. 4). Cristo es el Capitán y nosotros Sus soldados (2 Ti. 2:3-4; Ef. 6:10-17; 1 Ts. 5:8-9; 2 Co. 6:7)...
    El reino tiene una ley; en el reino del Hijo es la ley de Cristo (Gá. 6:2). Por lo tanto, creer es también obedecer...
    La incredulidad le es igual que la desobediencia (Ro. 10:3). La conversión a Él es un acto de obediencia y sujección (Hch. 26:19), y el mensaje del evangelio es un mandamiento a arrepentirse (Hch. 17:30)...
    El creyente no está de ninguna manera sin ley (1 Co. 9:21; Gá. 5:13), sino que ahora está bajo la ley de Cristo. Debe cumplir la ley de Cristo (Gá. 6:2) y andar en la obediencia de fe (Ro. 1:5; 15:18; 16:26). La gracia reinará con realeza sobre nosotros (Ro. 5:21).
    Esta ley del Nuevo Testamento es como vemos a continuación:

1. Su origen:          la ley de Cristo (Gá. 6:2).
2. Su naturaleza:   la ley de libertad (Stg. 1:25; 2:12).
3. Su contenido:  la ley del amor (Ro. 13:8-12, Stg. 2:8; 1 Ti. 1:5; Gá. 6:2).
4. Su poder:        la ley del Espíritu (Ro. 8:2).
5. Su efecto:       la ley del Espíritu de vida (Ro. 8:2).
6. Su valor:         la ley perfecta (Stg. 1:25).
7. Su dignidad:   la ley real (Stg. 2:8).


Erich Sauer, The Triumph of the Crucified (“El Triunfo del Crucificado”), pág. 84
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¿Salvador o Juez?

“Dios es amor”. Dios nos ama a todos nosotros. Así Él mostró Su amor a un hombre un buen día de paseo junto a la orilla de un lago.  Estaba paseando, cuando de repente dio un traspié y se cayó con toda su ropa y zapatos al agua fría. No sabía nadar, pero afortunadamente en aquel momento pasó uno que le vio caer y dio un salto, arriesgando su propia vida, y le salvó de una muerte segura. Cuando ambos habían vuelto a la tierra firme, el que había sido salvado dio las gracias a su salvador por lo que éste había hecho.
    Poco tiempo después el mismo hombre tenía que comparecer ante el tribunal de aquella misma ciudad por causa de cierto delito. El quedó sumamente asombrado al darse cuenta que el juez de la corte era el mismo salvador de su vida hace pocas semanas. Al hombre acusado esto le parecía muy bien, porque pensaba: “Ahora escaparé ciertamente con una reprensión o por lo menos con una condena condicional, pues el juez me quiere bien”.
    En el curso del examen el juez reconoció al hombre que había caido en el lago.  Mientras prosiguió el interrogatorio el juez se dio cuenta de que aquel hombre era realmente culpable de un delito grave y le condenó a la pena prevista por la ley. Esto naturalmente fue una desilusión para el hombre condenado, y al salir de la corte dijo al juez: “Hace poco tiempo usted me ha salvado la vida; ¿cómo es posible que usted ahora me condene?” El juez respondió: “Entonces yo era verdaderamente su salvador, pero ahora soy su juez.  Un juez justo tiene la obligación de aplicar la ley”.
    Muchas personas creen que Dios pasará por alto lo malo en sus vidas, ya que es un Dios de amor. Tal pensamiento es sumamente peligroso, pues deja de lado la justicia y la santidad de Dios.  Querido lector, lea en su Biblia lo que Dios dice en Romanos capítulo 3.
    Jesucristo ahora es el Salvador de todos los que le aceptan como su Salvador personal.“Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 P. 3:18), esto fue para extendernos Su mano salvadora a nosotros. “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Co. 6:2).
    Pero si alguien no quiere ahora asir su mano extendida, entonces el tal muy pronto tendrá que comparecer delante de Él sin tener Su mano salvadora extendida. Entonces Cristo ya no será su Salvador, sino que será su Juez. La Escritura dice que Dios “ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hch. 17:31).Ya no servirá de nada referirse al amor de Dios.
    Sin embargo, todavía tenemos el tiempo de la gracia. Todavía usted puede aceptar la invitación de Jesucristo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”(Mt. 11:28). De cierto Él dijo: “El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Jn. 5:24).“En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”(Hch. 4:12)
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Cosas que Faltan
en la Iglesia Neotestamentaria


Randy Amos
En el Antiguo Testamento Dios dio instrucciones explícitas a Israel referentes a la adoración y el servicio en Su casa, el tabernáculo o templo. Muchas de estas instrucciones intencionadamente faltan en las epístolas a la iglesia de Dios en Cristo. ¿Por qué?

    Falta: un altar físico para sacrificios. Detalles específicos fueron dados a Israel acerca de las medidas, el color y la estructura del altar (Éx. 27).
    Jesucristo es Nuestro Altar. No hay detalles acerca del altar en el Nuevo Testamento porque ya “no hay más ofrenda por el pecado”. El Señor Jesús ha “ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados”. Los altares físicos quedan obsoletos, pues “tenemos un altar” – que es la muerte única y perfecta del Hijo de Dios mismo (He. 10:12, 18; 13:10). La fe se agarra al sacrificio terminado de Cristo Jesús.

 
   Falta: un hombre en la tierra que ejerza sumo sacerdocio sobre el pueblo de Dios. Este hombre era el representante principal del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento. Cuando moría, otro tomaba su lugar (Éx. 28, Lev. 16, Núm. 20:28).
    Cristo es Nuestro Sacerdote por Su Resurrección. Ahora los creyentes no están bajo una autoridad visible, terrenal, representativa (sumo sacerdote). Pero tenemos “un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios” – y Él nunca muere. La fe se agarra del Cristo invisible y celestial, y encuentra su todo en Su intercesión viva y perpetua.
    Falta: una división sacerdotal seleccionada para presidir y servir en la casa de Dios, y con vestimentas y títulos distinguíendoles del resto de la gente (los “laicos”). Fueron dadas instrucciones muy específicas y solamente a la tribu de Leví (Aarón y sus hijos) en Éxodo 28 y 29.
    La Sangre de Cristo Iguala a Todos los Creyentes. Ahora no existe semejante división en el pueblo de Dios porque la sangre de Cristo ha consagrado a todos los creyentes para ser sacerdotes (Ap. 1:5, 1 P. 2:5, 9). El laico queda obsoleto. Así es que en el Nuevo Testamento faltan instrucciones acerca de la vestimenta especial para el clero y títulos para los hombres son prohibidos por el Señor porque todos somos hermanos (Mt. 23:8). Todos los títulos como Señor, Rabí y Maestro (Profesor o Pastor) son para el Cristo resucitado y glorificado. Sólo Dios tiene el título de Padre (Mt. 23:9). La fe se agarra del poder de la sangre y la gloria del Cristo resucitado.

   
Faltan: áreas limitadas para el servicio del pueblo Dios. Las áreas de servicio sagrado, el lugar santo y el lugar santísimo estaban obstruídos por una puerta y un velo. En Israel sólo los sacerdotes (varones) podían comer el pan especial en el santuario (Lev. 6:16-18). Y solamente el sumo sacerdote tenía acceso al lugar santísimo el día de expiación – Moisés al principio. Allí Moisés recibía mandamientos (revelación) de Dios. Entonces comunicaba a la gente común esa instrucción recibida de Dios en el lugar santísimo. Así es como ellos obtenían la Palabra de Dios (Lev. 16 / Éx. 25:22, 30:6, 36 / Núm. 7:89 - 8:2, 17:10).
    La Sangre de Cristo Satisface a Dios y nos da Acceso Perfecto. Ahora se les dice a los “hermanos” (no sólo a Moisés o al sumo sacerdote) que tengan confianza o libertad para entrar al santísimo por la sangre de Jesús. (Para acceder al lugar santísimo hacía falta entrar primero al lugar santo). El Nuevo Testamento enseña que ahora todos los creyentes pueden participar del pan y el vino en la Cena del Señor, incluso las mujeres (1 Co. 10:16-17 / 11:23-29). ¡Menuda nueva libertad y privilegio – y todo por la gracia de nuestro Señor Jesús! (2 Co. 8:9).
    Ya no estamos limitados a un hombre especial que tiene acceso exclusivo a la revelación de la Palabra de Dios para que podamos oír de Dios, sino que todos podemos entrar a la presencia de Dios y recibir la revelación de Su Palabra a través de Su Espíritu (1 Co. 2:9-16), y luego usarla para edificarnos los unos a los otros. Mientras que los dones de expresión varían, el derecho de acceso no. La fe se agarra  del hecho que el velo ha sido rasgado, y entra, no con confianza en sí mismo o en sus estudios, sino en Su preciosa sangre.

    
Falta: un equipo de alabanza para inducir la adoración (también conocido como un coro o conjunto de músicos y cantantes). Instrucciones especiales fueron dadas acerca de la separación de cantantes y músicos diestros para cantar alabanzas mientras que la gente común escuchaba y luego se inclinaba en adoración (1 Cr. 25:1-7; 2 Cr. 29: 25-30).
    El Espíritu de Cristo nos Hace Hijos Adultos. Las instrucciones del Señor viviente a Su iglesia ni siquiera hacen alusión a esto. Por ahora todos los creyentes tienen Su Espíritu vivo en ellos y son vistos así como hijos adultos en contraste con niños (Gá. 4:1-7). Ahora todos pueden cantar en la plenitud del Espíritu y hacer melodía en sus corazones para el Señor (Ef. 5:18-20). La fe se llena del Espíritu de Cristo y el resultado sobrenatural será enteramente cantos entre nosotros.
Sí, ahora estamos muertos a lo viejo, y nuestra “vida está escondida con Cristo en Dios” (Col. 2 / 3:1-4). No retrasemos el reloj para volver a las cosas elementales usadas en el Antiguo Testamento –  como un universitario de 21 años que quiere que le regalen un sonajero de bebé (Gá. 4:9). No volvamos a coser el velo rasgado por amor a la belleza profesional. No perdamos en el nombre de la “libertad” (equivocadamente usada para decir que somos libres para hacer lo que nos parezca) nuestra libertad en Cristo comprada a precio de sangre. La iglesia neotestamentaria así como fue diseñada por Dios en Cristo es la cosa más libre que hay entre el hombre y su Dios santo.
    Anímate a seguir en “el camino nuevo y vivo”. Ve por la fe en el celestial Señor Jesucristo; crucificado, resucitado y ascendido, y quien también vive ahora en nosotros por Su Santo Espíritu. Esto es el evangelio. Y el evangelio de Cristo es lo que la iglesia neotestamentaria debe ilustrar en su función. “¡Cristo es todo!”   

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    Ni sangre hay ni altar, cesó la ofrenda ya;
    No suben llama ni humo hoy, ni más cordero habrá.
    ¡Empero he aquí! La sangre de Jesús,
    Que quita la maldad y al hombre da salud.

    Con gratitud Señor, la sangre veo brotar,
    Que dio la paz al pecador, triunfando en su lugar.
    Gran triunfo sobre el reino de Satán,
    Ni queda un enemigo, ni otra lucha habrá.

    Con gratitud Señor, Tu gracia acepto yo,
    Que sobrepuja nuestro mal, del Padre es este amor;
    Amor del Hijo eterno que murió,
    Y amor del Santo Espíritu del Trino Dios.

    Con gratitud Señor, acójome a trabar,
    De la esperanza que nos das, cual ancla firme está,
    Del velo adentro adonde el Precursor,
    Entró, y hoy vive por nosotros ante Dios.
                                        — Horatius Bonar (1808-1889)

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