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sábado, 30 de marzo de 2019

EN ESTO PENSAD - abril 2019

Ese Increíble Cristiano 
por A. W. Tozer 

El actual esfuerzo de muchos lideres religiosos en armonizar el cristianismo con la ciencia, filosofía y con cada cosa natural y razonable es, a mi parecer, el resultado de la malinterpretación del cristianismo y, a juzgar por lo que yo he oído y leído, una malinterpretación también de ciencia y filosofía.
    En el corazón del cristianismo hallamos la cruz de Cristo con su paradoja divina. El poder del cristianismo aparece en antipatía hacia, y nunca de acuerdo con, los caminos del hombre y su naturaleza caída. La verdad de la cruz es revelada en sus contradicciones. El testimonio de la iglesia es más eficaz cuando declara en lugar de explicar, porque el evangelio va dirigido no a la razón sino a la fe. Lo que se puede probar no necesita de la fe para ser aceptado. La fe descansa en el carácter de Dios, no sobre los resultados del laboratorio o de la lógica.
    La cruz se opone firmemente al hombre natural. Su filosofía se mueve contrariamente a la mente que no ha sido regenerada, por eso Pablo pudo decir tajantemente: “La palabra de la cruz es locura a los que se pierden”. Tratar de encontrar un lugar común entre el mensaje de la cruz y la razón del hombre natural es intentar algo imposible, y si se persiste en ello el resultado es una cruz innecesaria y un cristianismo sin poder.
    Pero vamos a dejar la teoría y miremos simplemente al verdadero cristiano poniendo en práctica las enseñanzas de Cristo y Sus apóstoles. Nótese las contradicciones:
    El cristiano cree que ha muerto en Cristo, aunque está más vivo que antes y espera vivir para siempre. Camina en la tierra mientras esta sentado en el cielo, a pesar de haber nacido en la tierra encuentra que después de su conversión no se siente en casa aquí. Como el halcón nocturno, el cual en el aire es la esencia de la gracia y la belleza pero en tierra es torpe y horrible, así es con el cristiano que se presenta en su mejor estado en los lugares celestiales pero no se adapta a las maneras de la sociedad en la cual nació.
    El cristiano pronto aprende que como hijo del cielo si quiere vivir en victoria entre los hombres en la tierra no debe seguir los patrones de conducta comunes de la humanidad, sino más bien lo contrario.
    Que está a salvo cuando se pone en peligro; él pierde su vida para salvarla y está en peligro de perderla cuando quiere preservarla. Él baja para subir. Si se niega a bajar entonces ya se encuentra en un lugar bajo, pero cuando empieza bajo está en el camino de ascenso.
    Está más fuerte cuando es débil y más débil cuando es fuerte. Aunque pobre tiene el poder de enriquecer a otros, pero cuando es rico su habilidad de enriquecer a otros se disipa. Posee más cuando ha dado más y tiene menos cuando posee más.
    Él usualmente está más elevado cuando se siente más bajo, y más santo cuando esté más consiente del pecado. Es más sabio cuando sabe que no sabe nada, y menos sabio cuando ha adquirido un vasto conocimiento. A veces alcanza más cuando no hace nada y avanza más cuando está tranquilo. En tiempos difíciles se regocija, y en su corazón está contento aún en tiempos tristes.
    El carácter paradójico del cristiano es revelado constantemente. Por ejemplo, él se cree ya salvo, pero espera ser salvado en un futuro, y espera con gozo esa salvación. Teme a Dios, pero Dios no le atemoriza. En la presencia de Dios se siente abrumado e incompleto, sin embargo no hay mejor lugar para él que en Su presencia. Sabe que ha sido limpiado de sus pecados, mas aun está dolorosamente consciente de que en él y en su carne no mora el bien.
    Él ama con amor supremo a Uno que nunca ha visto, y a pesar de ser pobre y bajo habla familiarmente con Aquel que es Rey de reyes y Señor de señores, y está consciente de que no hay incongruencia en hacerlo. Siente que es, en su propio juicio, menos que nadie, pero al mismo tiempo cree sin dudas que es escogido por Dios y que el Hijo Eterno se hizo carne y sufrió la cruz y el oprobio por él.
    El cristiano es ciudadano del cielo y presta su lealtad en primer lugar a esa ciudadanía, aun así él puede amar con tanta intensidad y devoción a sus paisanos aquí en la tierra que puede orar por ellos como hizo Juan Knox al decir: “O Dios, dame Escocia o me muero”.
    Él espera con gozo desde hace tiempo entrar en ese mundo brillante arriba, pero no tiene apuro en dejar este mundo y está bien dispuesto a esperar a u Padre Celestial. No comprende el porqué de la crítica y queja de los incrédulos; todo le parece tan natural y correcto en las circunstancias que él no encuentra ninguna inconsistencia en ellas.
    El cristiano que carga su cruz es, además, pesimista y al mismo tiempo optimista. Es difícil encontrar alguien así en esta tierra. Pero al mismo tiempo es calmado, y paciente. Si bien la cruz condena al mundo, la resurrección de Cristo garantiza el triunfo final del bien en todo el universo. A través de Cristo finalmente todo estará bien y el cristiano espera la consumación. Cristiano Increíble!
    Cuando mira a la cruz es pesimista, porque sabe que el mismo juicio que cayó sobre el Señor de gloria condena en un solo acto toda la naturaleza y todo el mundo de los hombres. Rechaza toda esperanza fuera de Cristo, porque sabe que el más noble esfuerzo humano es sólo polvo edificado sobre polvo.

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 Facetas Hermosas De La Salvación

viene del nº anterior 
     Cuarto, vemos la obra del Espíritu Santo en nosotros. Primero Él trajo convicción como Cristo prometió en Juan 16:8. Después operó en nosotros la regeneración como Tito 3:5 expresa: “...el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo”. Derrama el amor de Dios en nuestros corazones (Ro. 5:5). Por Él somos bautizados en el cuerpo de Cristo (1 Co. 12:13), sellados y guardados “hasta la redención de la posesión adquirida” (Ef. 1:13-14). Salvos por la gracia de Dios, “la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Ro. 8:2).
    Quinto, vemos la obra presente de Cristo a favor nuestro en el cielo, a la diestra del Padre. Él nos guarda en Su mano (Jn. 10:28) y nadie nos puede arrebatar. ¡Qué seguridad y qué paz nos da! Él entró en el cielo por nosotros como precursor, dentro del velo, esto es, a la presencia gloriosa del Padre (He. 6:19-20). Su presencia ahí garantiza nuestra llegada a la gloria. Intercede por nosotros (Ro. 8:34), y es el Intercesor perfecto que nos socorre cuando somos tentados (He. 2:17-18). “Y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Jn. 2:1). “Mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Ro. 5:10).  El Señor promete a los Suyos: “porque yo vivo, vosotros también viviréis” (Jn. 14:19). Nuestra vida está escondida en Cristo, y Él es nuestra vida (Col. 3:3-4). “El que tiene al Hijo, tiene la vida” (1 Jn. 5:12).
    Sexto, vemos la venida de Cristo para redimir nuestros cuerpos y recibirnos glorificados en Su presencia. Es el paso final de nuestra salvación cuando seremos transformados, glorificados y estaremos siempre con el Señor. “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya” (Fil. 3:20-21). “Aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan” (He. 9:28). “Así como hemos traído la imagen del terrenal [Adán], traeremos también la imagen del celestial [Cristo]” (1 Co. 15:49). Todo creyente será como Cristo. Esto es lo que significa Romanos 8:29 al decir: “los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo”. No habla de un plan divino para salvar a pecadores, sino del plan de Dios para todo creyente. ¡Amén, sí, ven, Señor Jesús!
    ¡Cuán grande es la salvación de Dios! Por toda la eternidad adoraremos y alabaremos al que nos amó y nos salvó. “Gócense y alégrense en ti todos los que te buscan, y digan siempre los que aman tu salvación: Jehová sea enaltecido” (Sal. 40:16).                                                                         
Carlos
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 UNA IDEA MONSTRUOSA

"Alguien una vez intentó persuadirme que Dios había escogido a algunos para salvación y otros para condenación. Es una idea monstruosa. Dios no condena arbitraria y soberanamente a la mayor parte de la raza humana a una existencia que no buscaron, bajo términos que no eligieron (la llamada ‘depravación total’), bajo limitaciones que no escogieron (una voluntad depravada y muerta ‘en delitos y pecados’), en una familia arruinada (de Adán), que ellos no involucraron en el pecado original, sólo para arbitriaramente enviar a algunos al infierno por no escoger una salvación ofrecida sólo a unos ‘escogidos’. Esa puede ser la idea que algunos tienen de Dios y la salvación, pero tales conceptos le hacen a Dios un tirano peor que todos los demás en la historia humana. Pero, el Dios de la Biblia no es así, ni es así la salvación que Él nos ofrece...Dios nunca establece condiciones arbitrarias, imposibles y totalmente inalcanzables para venir a Cristo".

John Phillips, Exploring the Gospel of John (“Explorando El Evangelio de Juan”),  Kregel, p. 129, citado por David Dunlap en su libro: Limitando al Omnipotente, publicado por Libros Berea.

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Y la familia de Dios es la más importante. 

"Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana,       y madre".
    Mateo 12:49-50

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El Amor de Dios – Juan 3:16

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.
     Este versículo contiene solo 30 palabras, sin embargo expresa en forma encapsulada todo el evangelio de Jesucristo, y la grandeza del amor de Dios. Muchos han llegado a ser verdaderos creyentes en el Señor Jesucristo a través de este texto. Tal vez será así tu caso.
 
Su Amor Es Sin Razón –  “de tal manera amó Dios al mundo”
    ¿Por qué amaría Dios a un mundo que ha violado Sus mandamientos y diariamente toma Su Nombre en vano? La humanidad ha hecho sus propios dioses, sonrientes ante el pecado, y que toleran todos sus pecados y todavía bendicen sus bodas y funerales. ¿Por qué amaría Dios a un mundo que vive a espaldas de Él, que ha llenado de violencia el planeta, y aun rechazó y mató a Su Hijo? ¡Pero lo ama! Dios es santo y justo, y no puede tolerar nuestro pecado. ¡Su amor debe sorprendernos, porque no hay por qué! De tal manera amó Dios que proveyó una inesperada solución para salvarnos. Su amor no es como el amor humano – es sin razón.
 
Su Amor Es Sin Reserva –  “que ha dado a su Hijo unigénito”
    ¡Qué dádiva! Dio a Su precioso, amado Hijo, Su unigénito, lo mejor del cielo. No nos dio un ángel sino Su eterno Hijo, el Creador del universo. Increiblemente fue enviado a encarnarse y llevar nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero, tomando ahí el castigo divino en nuestro lugar, como si Él hubiera cometido todos nuestros pecados y fuera culpable – pero no era culpable – no conoció pecado. Dios no escatimó ni a Su propio Hijo, sino lo entregó por todos nosotros. ¡Eso es amor sin reserva!
 
Su Amor Es Sin Restricción“para que todo aquel”
    Como humanos, nuestro amor es parcial – solemos amar a los que nos aman o nos gustan. Pero Dios ama a los débiles, impíos, pecadores y enemigos Suyos, que describe la condición espiritual de toda la humanidad. Dios no ama sólo a unos poquitos misteriosamente seleccionados y predeterminados. “Todo aquel” incluye a todo ser humano. Todos pueden ser salvos. Cristo murió por todos. Nadie queda fuera del alcance de Su amor.
 
Su Amor Es Sin Mérito –  “que en él cree”
    No dice “el que obra”, sino “en él cree”. La fe no es un don que Dios dé a ciertas personas. Dios te ha hecho capaz de creer, y eso es lo que Él espera. No sacramentos, ni obras, ni promesas ni compromisos sino fe. Cristo hizo la obra de salvación cuando murió por ti y resucitó. La salvación no es una recompensa por obras o religión, sino la dádiva gratuita a los que no la merecen. Cree a Dios, confía en Cristo, y serás salvo.
 
Su Amor Es Sin Revocación“no se pierda, mas tenga vida eterna”
    El amor de Dios no tiene fecha de caducidad ni es un contrato bilateral con condiciones que si no las cumples se invalida. No hay letra menuda. El amor humano es temperamental y puede fluctuar, pero el amor divino no es así. Vida eterna es lo que Dios ofrece. Como toda dádiva, hay que aceptarla, recibirla, y eso se hace por fe, confiando que Jesucristo murió por ti, pagó por tus pecados, fue sepultado y resucitó. Confía en Él, y Dios asegura que no te perderás sino tendrás vida eterna.

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DIOS EL ESPÍRITU
Parte 3
Camilo Vásquez Vivano, Punta Arenas, Chile

viene del número anterior
 
    El Espíritu Santo no es más ni menos santo que las otras dos Personas de la deidad, sin embargo Su obra santificadora aparece después que actúa el Padre y el Hijo (Jn. 5:17). Una vez que Cristo actúa lo hace el Espíritu siguiéndole con Su poder: “Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios” (Mt. 12:28).
    Es interesante notar que los nombres “Padre” e “Hijo” expresan relación en la deidad. Por su parte “Espíritu” expresa eficiencia y poder en la deidad en que tal eficiencia y poder, sólo se ve actuando una vez que el Padre y el Hijo actúan. Esta eficiencia y poder no se limita a operaciones físicas sino trascendentalmente a la obra esencial de Dios en Su carácter de amor y justicia. Así es el amor de Dios que es derramado por el Espíritu en el creyente (Ro. 5:5), y es el amor del Espíritu que busca el bien de los hijos de Dios (Ro. 15:30), tal amor es conocido y dado después que es conocido el amor del Padre por el amor del Hijo. El Padre es amor (1 Jn. 4:8), el Hijo muestra el amor (1 Jn. 4:9), y el Espíritu lo derrama en aquel que cree en el amor del Padre y del Hijo.
    En términos generales podemos decir que; el Padre origina, el Hijo ejecuta, y el Espíritu Santo perfecciona. Existe en esto una procesión de unidad y equilibrio en las acciones trinitarias. Así pues, la obra de la redención se puede decir que es del Padre, por medio del Hijo, y para el Espíritu Santo (Ro. 11:36). Es el Padre que predestina al Hijo para ser el Redentor  y es el Hijo quién realiza esa redención en el tiempo por el valor de Su sangre, luego es el Espíritu quién aplica esa redención a la vida del que cree y la completa (a). A simple vista parece inferioridad en el obrar, pero es el trabajo predilecto del Espíritu Santo actuar después que las otras dos Personas han hecho su obra. Él espera antes de actuar asegurando toda la potencia de Dios en Sus actos. Él toma lo del Hijo y busca Su gloria, no la suya, así y sólo así, es glorificado el Padre. ¡Qué belleza y admirable nobleza existe en el Espíritu de Dios¡ Si nos evocáramos a imitarle esperando que el Padre actúe y que el Hijo nos hable, nuestras vidas serían para la gloria de Dios y para total realización y gozo celestial. La ruina de muchos hombres de Dios ha sido no esperar que el Espíritu Santo obre en sus vidas aún cuando poseen muchas iniciativas.
    Insistimos en decir que el Padre es primero porque “engendra” eternamente al Hijo (6). El Hijo es la segunda Persona porque es “engendrado” (Sal. 2:7; He. 1:5; 5:5),  aunque Él  también es eterno. El Espíritu es la tercera Persona porque procede tanto del Padre como del Hijo (Jn. 14:26; 15:26). Es distinguible que este mismo orden de la Trinidad se revela en la historia, de modo que el Espíritu Santo no adquiere un papel prominente sino después de que las dos Personas han ocupado el primer plano. Desde la creación es el Padre quién ocupa un papel prominente hasta que llegamos a la encarnación del Hijo. Cuando Cristo entra en acción físicamente presente el Padre da al Hijo todas Sus facultades (Jn. 3:35; Jn. 13:3). Una vez que el Hijo asciende en gloria al cielo, es el Espíritu quién aparece en toda Su plenitud y es llamado Señor (2 Co. 3:17). Es por cierto indiscutible la verdad de que no podemos limitar el ministerio del Espíritu sólo a la regeneración y santificación del creyente, pues como Dios, ha estado presente en toda la historia del hombre y lo estará en el milenio y después en los cielos nuevos y la tierra nueva.

EL ESPÍRITU SANTO EN LA CREACION
 Y SU PRESERVACIÓN

    El Espíritu Santo es Dios como lo es el Padre y como lo es el Hijo. Así en el principio de lo creado de la nada, fue Dios el Padre quién determinó la creación de todo (Gn. 2:4; Sal. 33:6; Sal. 148:4-5) y el Hijo lo ejecutó tal como nos dice el apóstol: “... sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas...y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas...” (1 Co. 8:6). Después de ellos actúa el Espíritu perfeccionando y dando propósito a lo creado: “...y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” ( Gn. 1:2). Sólo el Hijo crea de la nada porque el Padre lo facultó en ese propósito (Jn. 1:3). El Espíritu no crea de la nada sino que toma lo del Hijo y lo embellece. Agrega además Su Palabra: “Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca” (Sal. 33:6). Esto del aliento de Su boca es una expresión de Su Espíritu que dió vida a Adán para que fuese un ser viviente con la belleza del raciocinio (Gn. 2:7). La tarea del Espíritu en lo creado por el Hijo es embellecer y perfeccionar: “Su espíritu adornó los cielos...” (Job 26:13). De modo que todo el universo fue adornado por el Espíritu tras la creación del Verbo (i) para que todo reluciera con la gloria de Dios (Sal. 19). En esa obra como Creador el Espíritu sigue dando vida a todo lo que nace como lo es nuestra existencia tal como lo reconoce Job al decir: “El espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida” (Job 33:4). En nuestro caso no solo el Espíritu permite nuestra vida espiritual sino que se encarga de proporcionar al mundo hombres inteligentes para que la ciencia llegue a lo que hoy conocemos en el campo de la medicina, la ingeniería, la astronomía, la aeronáutica, etc., etc., con el fin de garantizar la vida sobre la tierra: “Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente le hace que entienda” (Job 32:8). Por esto es posible encontrarse con hombres y mujeres muy sabios humanamente hablando y muy inteligentes: “Que nos enseña más que a las bestias de la tierra, y nos hace sabios más que a las aves del cielo?” (Job 35:11). Todas estas son operaciones del Espíritu manifestando Su gracia a la humanidad de modo que no nos sorprendamos que aún siendo tan inteligentes sean incrédulos: “¿Quién puso la sabiduría en el corazón? ¿O quién dio al espíritu inteligencia?” (Job 38:36). En todo existe una soberanía de Dios otorgando al mundo tales mentes para llevar a cabo Sus propósitos de gracia sobre la humanidad. “Él muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos” (Dn. 2:21). Tales individuos son excepcionales como personas, amables simpáticos que parecen hijos de Dios que respetan a Dios y Su Palabra, como los hay también que odian abiertamente a Dios y Su Palabra. En ambos casos “no tienen el Espíritu” (Jud. 19) y son naturales (1 Co. 2:14). Los primeros logran escaparse de las contaminaciones del mundo por el conocimiento del Señor (2 P. 2:20) y los producen por montones las religiones (Is. 29:13). Los segundos se formaron desde niños en las clases de la iglesia y pertenecieron a familias piadosas pero nunca abrieron sus corazones al Señor para nacer de arriba (2 P. 2:13-15).
    Esta actividad santificadora del Espíritu no se limita al ser humano, sino que a toda la flora y la fauna realizando una obra de renovación y embellecimiento permitiendo cada estación del año sobre la tierra: “Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra” (Sal. 104:30; véanse Gn. 8:22; Is. 40:7). No hemos de pensar que el Espíritu de Dios realiza esto de modo aislado de las otras personas de la Trinidad sino que lo hace en completa comunión. Así se dice que es el Hijo quién “sustenta todas las cosas con la palabra de su poder” (He. 1:3) siendo esto una expresión acerca del Espíritu exhalado de Sus labios para la preservación de todo lo existente. Esta preservación de lo creado tiene su razón de ser sólo por la presencia de la iglesia sobre la tierra y de aquéllos que por Su gracia son alcanzados por el Espíritu para formar parte de ella. El misterio de iniquidad dice el apóstol Pablo “ya está en acción” (2 Ts. 2:7) sólo que al presente, incluso hoy, hay quién le detiene, refiriéndose a la Persona del Espíritu de Dios (Is. 59:19). Entendamos que el Espíritu no será quitado de la tierra tras el arrebatamiento de la iglesia, sino que será “quitado de en medio” del escenario que santifica y hace agradable este mundo dando paso a la impiedad como nunca antes ha sucedido. Es así que aquellos cuatro ángeles que detienen los cuatro vientos (Ap. 7:1) prefiguran la destrucción de la naturaleza al no tener la preservación del Espíritu sobre ella que sólo era posible porque Él mantenía la vida normal sobre la tierra. Del mismo modo se abrirán las compuertas de la maldad (Zac. 5:5-11) permitido sólo porque el Espíritu de Dios da paso a la iniquidad.
    Así la acción destructora de los vientos solares que hoy son detenidos por el campo magnético, obra del Espíritu (Gn. 1:2-3), se precipitarán como nunca sobre la tierra (3). Entonces a pesar del presente estado de corrupción de la creación producto de la caída (Ro. 8:20-23) el Espíritu Santo mantiene un equilibrio sobre las fuentes de vida permitiendo todos los procesos naturales, para que el hombre sobreviva y para que las especies del reino animal y vegetal subsistan. Si en los días de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero (Ap. 3:10), se ve tanta destrucción sobre lo creado (Ap. 8:7-12), es debido a que el Espíritu ya no protege la creación renovando la faz de la tierra (Sal. 104:30) ya que ha sido quitado Su acción santificadora sobre el mundo. Aún así siendo Dios, es omnipresente y estará ejerciendo Su tarea de sellar a los 144.000 judíos y de rociar con la sangre del Cordero a los que ejerzan fe tras la proclamación del evangelio del reino por estos siervos del Cordero (Ap. 7:13-14).

continuará, d.v., en el siguiente número 
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 El Lugar del Oyente

Dr. Lindsay Parks

La verdad del “lugar de simple oyente” no se practica hoy en la cristiandad. Tristemente, algunos lugares que antes honraban esta práctica bíblica la han abandonado a favor de la inclusión o el “inclusivismo”. La separación es una de las doctrinas más protectoras en el Nuevo Testamento.

Su Aparición
    Es hallada en 1 Corintos 14:15-17, 23-25. Algunos alegan que el hecho de mencionarla solo aquí y en un lugar más, indica que no es tan importante. Realmente, la observancia semanal de la Cena del Señor (Hch. 20:7) y la ofrenda semanal (1 Co. 16:2) sólo se mencionan una vez, sin embargo las guardamos fielemente en las asambleas del pueblo de Dios. Aparece en 1 Corintios, que ha sido llamada la carta constitucional de la iglesia. En el Nuevo Testamento, toda la doctrina de la iglesia es doctrina de las asambleas. No hay unas doctrinas para la cristiandad y otras para las asambleas. Finalmente, es hallada en el capítulo 14 donde aparece la palabra “iglesia” o “asamblea” (gr. ekklesia) más que en cualquier otro capítulo en el Nuevo Testamento (9 veces).

El Contexto
    Algunos enseñan que el contexto del capítulo 14 es el abuso de las lenguas y la participación inapropiada de las mujeres en las reuniones de la asamblea. Estos temas ciertamente están, pero el contexto de toda esta sección del capítulo 11 al 14 inclusive tiene que ver especial pero no únicamente con la Cena del Señor. Es la única reunión de la asamblea donde se usan elementos físicos (el pan y la copa), y donde se manifiesta públicamente la comunión de una asamblea. Por eso es tan importante esta enseñanza acerca de este lugar específico, porque el Nuevo Testamento enseñan consistentenemte que hay un lugar “dentro” y otro “fuera” en relación con la asamblea de Dios.

El Significado
    La Palabra empleada en 1 Corintios 14:16 es “lugar”. Cada vez que se emplea esta misma palabra griega en el Nuevo Testamento, es traducida así: “lugar”. La palabra griega es “topos”, de donde viene la palabra “topografía”. Strong en su concordancia dice: “punto (gen.) en espacio, pero limitado por la ocupación”. El léxicon de Thayer apunta: “cualquier porción o espacio distinguido del espacio alrededor”. Esto es importante porque el versículo 23 emplea otra palabra distinta para “lugar”. Ahí habla de toda la asamblea reunida en un lugar, pero el lugar del simple oyente o indocto es designado como un espacio distinto. Esto, en efecto, es como Dios indica la separación.

El Lugar
    Observa cómo es empleado por el Espíritu de Dios en otros pasajes. En Lucas 4:17, donde el Señor Jesús enseñó por primera vez en público en la sinagoga en Nazaret, “halló el lugar donde estaba escrito” – el pasaje que Él quiso leer. En Lucas 9:10 es empleado del lugar desierto”, el lugar específico a donde quería ir y descansar con Sus discípulos. En Lucas 19:5 leemos: “cuando Jesús llegó a aquel lugar – el punto específico donde Él paró debajo del sicómoro para habar con Zaqueo. En Lucas 16:28 vemos que el hombre rico fue a “este lugar de tormento”. En Juan 14:3 el Señor promete preparar “lugar” en el cielo para Sus discípulos. Lucas 23:33 habla del lugar llamado de la Calavera”. En Apocalipsis 16:16 se usa para hablar del lugar de la batalla final al que Dios lleva a los ejércitos del mundo: “Y los reunió en el lugar que en hebreo se llama Armagedón”. Hoy día algunos enseñan que el “lugar de simple oyente” es solamente una condición del corazón o una actitud, pero el uso repetido de la palabra en el Nuevo Testamento no apoya esta idea.

Los Que Lo Ocupan
    El versículo 23 menciona dos distintos tipos de personas que ocupan este lugar. Dice: “indoctos o incrédulos”. El incrédulo por supuesto es alguien inconverso. El indocto es uno que está para observar la Cena del Señor; es una persona que todavía no ha aprendido la verdad de estar en comunión en la asamblea del Señor, o tristemente ha retrocedido de lo que aprendió. El Espíritu de Dios tiene cuidado de separar a tales personas de los hermanos en comunión durante la Cena del Señor. El hermano Crawford escribió que un término mejor sería “observadores”. El eufemismo común, “sentarse atrás”, no es una expresión bíblica. Pero la ubicación de este asiento debe estar separado de la comunión de la asamblea.

La Protección
    La asamblea no es “nuestra” asamblea, ni “mi” asamblea, sino la asamblea del Señor. Como tal, merece protección. Hay varios casos de pecado que requieren disciplina y necesitan que la persona disciplinada ya no esté “dentro” sino “fuera” de la comunión. La doctrina del “lugar de simple oyente” ayuda a proteger a la asamblea de errores y falsas doctrinas de afuera. Dios anticipó la Cena del Señor mucho antes de Pentecostés. Instruyó a los levitas a mecer una gavilla de las primicias delante de Jehová la mañana después del día de reposo (Lv. 23:11). En la Cena del Señor presentamos a Cristo, nuestras primicias (1 Co. 15:20), ante el Padre. En el Antiguo Testamento Dios habló repetidas veces en contra de la multitud mixta, cosa que Él aborrece. No desea una multitud mixta en una de Sus asambleas, y esta verdad es Su protección para que no entre el error.
    El Nuevo Testamento no enseña la recepción de una persona simplemente a la Cena del Señor. Enseña la recepción a la asamblea. Por eso la persona recibida a la comunión de la asamblea, aunque sea  solamente para una reunión durante una visita, no debe portar nada que pueda manchar o mengüar las verdades doctrinales y la santidad de las asambleas del Señor. Debe haber comunión. No puede haberla con una persona inconversa, o una que viene de la cristiandad, que nunca ha aprendido o que ha rechazado la verdad de la iglesia en el Nuevo Testamento.

Su Importancia
    En este mismo capítulo 14 Pablo informa a los corintios que las cosas que él ha escrito son “mandamientos del Señor” (v. 37). Esta enseñanza es uno de los mandamientos del Señor. Tristemente, pocos lo reconocen así. Y todavía más triste es que algunos que antes la practicaban la han rechazado. El Señor una vez preguntó a Sus discípulos: “¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lc. 6:46). Él requiere nuestra obediencia, y desea nuestra fidelidad. No nos ha dado Su Palabra para que escojamos de ella lo que nos guste, ni para que desechemos lo que no. Es un mandamiento. Que Dios nos ayude a todos a entenderlo, ponerlo por obra y honrarlo, por causa de Él y para Su gloria.
   
Traducido de la revista Truth & Tidings (“Verdad y Noticias”), noviembre 2009


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