El que Calma la Tormenta
Los creyentes no estamos exentos de las tormentas de la vida. Jonás sufrió una tormenta por desobedecer. Sin embargo, Pablo sufrió una tormenta y un naufragio a pesar de ser obediente. Dios puede levantar las tormentas (Jon. 1.4), pero también puede calmar el viento y las aguas (Mt. 8.26). Pero, cuando vengan, tenemos un recurso del que carecen los inconversos. Nuestro Señor tiene poder para calmar cualquier tormenta. El artículo que viene a continuación nos anima a echar toda nuestra ansiedad sobre Él, porque Él cuida de nosotros (1 P. 5.7).
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Texto: Salmo 89.5-9
El salmista se maravilla ante la excelencia y trascendencia del Señor (vv. 6-7), y reconoce Su poder y carácter (vv. 5, 8). Una manifestación única de Su naturaleza es que domina el mar embravecido y aplaca sus olas (v. 9). Dios puede controlar y calmar cualquier tormenta.
Una gran tormenta
En su Evangelio Marcos habla de “una gran tempestad” (Mr. 4.37). Tanto en esta tormenta como en la otra ocasión registrada en la que se encontraban en el mar agitado (Jn. 6.18), los discípulos dudaron de su fidelidad y tuvieron miedo: “¿No tienes cuidado que perecemos?” (Mr. 4.38). Su poderosa palabra, “Calla, enmudece” (v. 39), y Su presencia calmaron la tormenta y afirmaron tanto Su carácter como Su poder. En ambas ocasiones adoraron a un Hombre incomparable, el Hijo de Dios.
Una tormenta mayor
Las palabras “Jehová reina” (Sal. 93.1) introducen ocho salmos proféticos sobre el reino eterno venidero en tiempos de gran tempestad de impiedad. “Alzaron los ríos… los ríos alzaron su sonido; alzaron los ríos sus ondas (v. 3), pero el Señor “es más poderoso que el estruendo de las muchas aguas, más que las recias ondas del mar” (v. 4). “Como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto” (Is. 57.20), los impíos del mundo gentil (“las aguas” Ap. 17.15) se enfurecerán y se levantarán cual olas, a su mayor altura, “contra Jehová y contra su ungido” (Sal. 2.2). Pero entonces vendrá el “Fiel y Verdadero” (Ap. 19.11), y con la espada de Su boca herirá a las naciones (v. 15) y calmará la furiosa tormenta de la humanidad rebelde. Entonces, el mundo entero se postrará para adorar al Rey de reyes, cuyo carácter y poder brillarán gloriosamente. Solo Él puede calmar esa gran tormenta.
La mayor tormenta de todas
Solo y maldito en la cruz, el Señor sufrió una tormenta que superó cualquier tormenta, tanto literal como figurada. Nunca habrá otra tormenta así, de origen sobrenatural. Las olas eternas del lago de fuego no igualarán lo que sufrió Su alma santa e infinita cuando todas las olas de Dios se abatieron sobre Él (Sal. 42.7). El amor que las muchas aguas no pueden apagar (Cnt. 8.7) motivó Su asombroso silencio, aunque Su poder superaba con creces el de doce legiones de ángeles que aguardaban Su petición. El cielo escuchaba el clamor de Su alma (Sal. 22.1), pero no hubo palabras que calmaran esa terrible tormenta. Su carácter y poder, mostrados en el Calvario, nunca serán superados. Él, que es el único que puede calmar las tormentas, soportó humildemente la mayor tormenta de todas, y lo hizo solo, para que nosotros pudiéramos disfrutar de la calma eterna con Él. Nuestros corazones redimidos le adorarán por siempre.
Michael Browne, Bath, Inglaterra
Day by Day, Christ Foreshadowed (“De Día en Día: Cristo Prefigurado”), Precious Seed Publications, Neath, West Glamourgan, Reino Unido, lectura 2 de agosto, traducido
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Enoc
parte 2
por J. Alan Davidson
viene del número anterior
Enoc era agradable a Dios (He.11.5-6)
“… Antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios” (He. 11.5). Debido a su fe, su nombre aparece segundo en la venerable lista de personajes dignos de imitar del Antiguo Testamento en Hebreos 11. “El justo vivirá por fe” (He. 10.38). El énfasis del verso está en “vivirá”, pues se refiere a la forma de vivir, la conducta diaria. La fe es el poder que perdura a través de todos los obstáculos y dificultades hasta llegar al reino de la preservación, la supervivencia y la conquista. Conduce a la luz del disfrute seguro de la bienaventuranza eterna. Abel adoró por la fe y Dios aceptó su ofrenda. Enoc caminó por la fe y fue aceptable para Dios. Por la fe, Enoc conoció a Dios. Pablo escribió sobre la conducta de los creyentes y su aceptabilidad ante Dios: “para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu... y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Ro. 8.4, 8). Pablo oró por los colosenses: “para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios” (Col. 1.10). A los tesalonicenses los exhortó diciendo: “cómo os conviene conduciros y agradar a Dios, así abundéis más y más” (1 Ts. 4.1).
Enoc dio testimonio de Dios (Jud. 14-15)
“De éstos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él” (Jud. 14-15). En el verso 15, la palabra “impíos” aparece tres veces, en referencia a los hombres impíos, sus obras impías y sus palabras impías. La característica más destacada de la humanidad antes del diluvio, al igual que hoy en día, era la falta de reverencia o temor a Dios. Eran violentos, duros, ofensivos y desafiantes en sus palabras contra Dios. Enoc vivió piadosamente en una época impía. Fue el primer profeta que advirtió de la segunda fase de la venida del Señor, Su manifestación en poder para juzgar al mundo. Denunció su actitud irreverente, sus palabras duras, sus hechos desvergonzados y sus deseos ilícitos. Todos los que escucharon sus fieles advertencias sabían que el juicio venidero era divino, justo, recto y merecido.
“Enoc… desapareció, porque le llevó Dios” (Gn. 5.24)
En Hebreos 11.5 se dice que “fue traspuesto”, es decir, trasladado, transformado, transportado, “para no ver muerte”. La afirmación de que “no fue hallado” implica que alguien lo buscó. Rompió la monotonía de vivir y morir, mencionada ocho veces en el capítulo 5 del Génesis. Enoc cambió de lugar, pero no de compañía, “porque le llevó Dios” (Gn. 5.24). Esta es la culminación de los propósitos de Dios para los Suyos. Su fiel conducta y su vida de fe culminaron con una entrada victoriosa en la vida de perfecta comunión en el cielo. Esa grata compañía comenzó con el nacimiento de su hijo Matusalén, cuando Enoc tenía 65 años, y duró trescientos años. El nombre de su hijo, Matusalén, significa “cuando él muera, [el diluvio] vendrá”, y revela que los inventos y el comercio de un mundo condenado no interesaban a Enoc. La Tierra, contaminada con su maldad, ya no era un lugar adecuado para él (véase He. 11.16). Enoc vivió a la luz del juicio venidero. La duración de su vida se vio considerablemente reducida. Una vida más corta puede ser un alivio del trabajo y las pruebas que el pecado ha traído a este mundo.
“He aquí, vino el Señor” (Jud. 14)
Al agradar a Dios, Enoc era una figura del Señor mismo. “Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn. 8.29). En el caminar del Señor vemos los caminos de Dios. En Sus palabras oímos la sabiduría de Dios. En Sus obras se manifiesta la voluntad de Dios. En esta comunión sagrada e inquebrantable, Dios halla todo Su contentamiento, Su alegría y Su placer. Antes de morir en la cruz, el Señor dijo a sus acusadores: “desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo” (Mt. 26.64). “Enoc… desapareció, porque le llevó [recibió] Dios” (Gn. 5.24). El Señor dijo: “vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Jn. 14.3). Él ha prometido arrebatarnos antes de la Tribulación: “te guardaré de [“fuera de”] la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero” (Ap. 3.10). A los pocos creyentes fieles que moraban en Sardis, los que no habían contaminado sus vestiduras, les prometió: “Andarán conmigo en vestiduras blancas” (Ap. 3.4).
Derriba todas las barreras
Señor, y reina en triunfo.
Que cada latido de mi corazón
Armonice con el Tuyo:
Concédeme entrar
En el lugar secreto,
Para caminar contigo, como Enoc,
Hacia la eternidad.
– B. Mullen
por J. Alan Davidson (Irlanda del Norte), traducido de la revista Assembly Testimony, May-June 2025, https://assemblytestimony.org/
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“Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo” (Sal. 119.165).
El que ama la ley de Dios sabe que ella es buena y santa, y dice la verdad. La ley nos da a conocer (1) el carácter de Dios, y (2) nuestro propio pecado (Ro. 3.20). Tales conocimientos afectarán nuestras actitudes. En esta vida siempre hay problemas, injusticias y ofensas, pero no debemos andar ofendidos y molestos, ni buscar la venganza. Dios tiene una ley y Él juzgará todo cuando sea tiempo, y no se equivocará. El que conoce esto no andará ocupado con las ofensas, sino como Cristo, encomendará todo al que juzga justamente (1 P. 2.23). El Señor tenía mucha paz, y nosotros también podemos tenerla, siguiendo el ejemplo de nuestro Señor.
"La cordura del hombre detiene su furor,
y su honra es pasar por alto la ofensa" (Pr. 19.11)
"El amor es sufrido... no guarda rencor" (1 Co. 13.4-5).
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En Mateo 22.21 nuestro Señor nos dio una instrucción muy importante.
“Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios”.
Según Romanos 13, tenemos una responsabilidad frente al gobierno. Pero tenemos una mayor responsabilidad con Dios. Israel había abandonado su responsabilidad hacia Dios, y se había convertido en la cola, y no la cabeza, de las naciones. Como la cuarta bestia de Daniel 7 –el Imperio romano– César gobernaba, porque Dios lo había establecido así.
Pero eso no significa que los creyentes deban involucrarse en el gobierno de César para ejercer una buena influencia, como dicen algunos. La Biblia no enseña a los cristianos a participar en el gobierno, pues no es su función ni les corresponde, y tampoco está contemplado como parte de la buena voluntad de Dios. Los creyentes están sometidos a las autoridades del país, pero no forman parte del gobierno. En la Biblia los gobiernos del mundo son “bestias” (Dn. 7.3; Ap. 13.1, 11), y el Salmo 49.20 declara: “el hombre que está en honra y no entiende, semejante es a las bestias”. El creyente vive para servir a Dios, y su lugar está en la iglesia, no en la capital.
¿Qué debemos dar a César?
El Señor Jesús manda que demos a cada uno lo que le corresponde: “a César lo que es de César” (el gobierno). Entonces, ¿qué le debemos a César? No debemos basar nuestra respuesta en la lógica, las deducciones ni las opiniones, sino en la Escritura.
Primero, consideremos 1 Timoteo 2.1-2. “Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad”. Todo creyente debe orar por el gobierno, no buscar un puesto en él. Recuerda que, al tiempo de escribir este texto, el impío Nerón gobernaba el Imperio romano. Muchos desestiman el poder y la influencia de la oración, pero Dios nos manda rogar por todos los del gobierno. Debemos presentar oraciones, peticiones y acciones de gracias por los que están en eminencia. Los versos 3 y 4 dan a entender que no son creyentes, al decir que oremos por ellos porque Dios quiere que sean salvos. Debemos pedir por ellos, por las decisiones que toman, y por la manera en que los magistrados ejercen el juicio, para que haya condiciones favorables para nosotros: “para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad”. Deben castigar a los malhechores y hacer que todos respeten las leyes. Oremos por ellos, para que no tomen decisiones pensando en sí mismos, su popularidad o futuro político, sino en el bien del país, y en el temor de Dios. Orar así es algo que “debemos” a César, pues el pobre necesita nuestras oraciones.
Segundo, Romanos 13.1 indica que debemos someternos a las autoridades, y reconocer que Dios las ha establecido. El verso 3 añade: “Haz lo bueno”, es decir, obedecer las leyes. Nadie debe usar la fe cristiana como excusa para oponerse al gobierno, sino que debe respetar las leyes y vivir una vida ordenada. En lugar de revueltas, huelgas y disturbios, hacer lo bueno significa vivir “quieta y reposadamente”. Es vivir piadosa y honestamente.
Romanos 13.7 añade: “pagad a todos lo que debéis”, porque los creyentes también pagan impuestos. El texto dice “tributo” e “impuesto”, que incluyen la declaración de la renta, los impuestos sobre las ventas, las contribuciones basadas en los bienes inmuebles y otras tasas. El creyente que tiene un negocio no debe mantener dos juegos de libros de contabilidad, sino ser honesto y transparente ante el gobierno.
También debemos a César “respeto”, y “honra”. Éxodo 22.28 manda: “No injuriarás a los jueces, ni maldecirás al príncipe de tu pueblo”. Injuriar a los líderes es propio del mundo. Primero los votan y aplauden, luego los insultan, publican caricaturas y se burlan de ellos. En lugar de hablar como los inconversos, debemos orar por los gobernantes. “Honrad al rey” manda 1 Pedro 2.17, pues es un deber cristiano.
1 Pedro 2.13-15 enseña otra cosa que le debemos a César. “Por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya sea al rey, como a superior, ya a los gobernadores, como por él enviados para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien. Porque ésta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos”. Nuestra obediencia a todas las leyes, es decir, a toda institución humana, pues es parte de nuestro testimonio. Esto incluye las leyes de inmigración, de empleo, de impuestos, de circulación y todas las demás. No debemos causar problemas como hacen los delincuentes, sino hacer bien.
Si tenemos la oportunidad, debemos dar testimonio ante los gobernantes, como hizo Pablo en varias ocasiones (Hch. 22-26). Se presentó ante ellos, no por haber hecho nada malo, sino por acusaciones falsas, y aprovechó para dar testimonio. En una ocasión, cuando estaba en la cárcel de Filipos, en lugar de buscar un abogado y denunciar al Estado por daños y perjuicios, oraba y cantaba himnos. A medianoche, Dios le brindó una maravillosa oportunidad para evangelizar al carcelero y a su familia, y verlos convertidos. Dios guió a Felipe para que evangelizara al funcionario etíope (Hch. 8), y a Pedro para que lo hiciera con el centurión Cornelio y sus amigos romanos (Hch. 10). Ninguno de ellos tuvo que involucrarse en la política ni en el gobierno para hacerlo. Quienes dicen que necesitamos más cristianos en la política están muy equivocados, ya que ninguno debe dar sus esfuerzos a César. César está en una esfera, y los creyentes estamos en otra.
El gobierno no está compuesto de creyentes, sino de “los príncipes de este siglo, que perecen” (1 Co. 2.6). No tienen ni entienden la sabiduría de Dios: “la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria” (1 Co. 2.8). Los sistemas políticos, judiciales y religiosos colaboraron en la crucifixión de Cristo. No olvidemos nunca que el mundo se pronunció sobre Cristo cuando lo crucificó.
continuará, d.v., en el número siguiente
Romanos: La Justicia de Dios, Tomo 3, sobre el capítulo 13, por Carlos Tomás Knott, Libros Berea.
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¿Eres un cristiano “S.D.M.”?
¿Qué significa esto? ¿Es una nueva denominación? No, es una descripción de ciertos cristianos, y hoy en día está muy extendida. S.D.M., “Solo Domingo Mañana”, se refiere a los cristianos que solo asisten a una reunión los domingos por la mañana y se ausentan de las demás.1
No es un comportamiento bíblico, pues Hechos 2.42 describe la conducta de los primeros cristianos: “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones”. No asistían ocasionalmente, sino que “perseveraban”. No consideraban que una reunión fuera más importante que las demás. Es típico entre los católicos pensar que si asisten a la misa ya han cumplido con Dios. Ellos quizás son los campeones de “S.D. M.”. Pero esta misma actitud se manifiesta ahora entre los evangélicos, que solo asisten el domingo por la mañana, y se ausentan de las demás. No vienen el domingo por la tarde para apoyar la reunión de predicación del evangelio. No asisten a la reunión de oración y estudio bíblico entre semana. Aparentemente, consideran opcionales estas reuniones. No apartan tiempo para la comunión con los demás en estas reuniones. Quienes así actúan no han cumplido con Dios.
Sin embargo, la recepción a la comunión de una iglesia incluye todas sus actividades. La recepción no es al partimiento del pan, sino a la asamblea. Implica mucho más que la cena del Señor. Indica la aceptación e inclusión en todas las facetas de la vida de la iglesia, su doctrina y testimonio. Un hermano dijo que la recepción es mutua. La iglesia local recibe a la persona, y la persona recibe a la iglesia, lo que indica que la acepta y está de acuerdo con ella. De lo contrario, no debe haber recepción.
Si la iglesia se reúne cada domingo por la mañana, son 52 reuniones al año, y si también el domingo por la tarde, son otras 52 reuniones al año. Además, hay una reunión entre semana para orar y estudiar la Palabra, que también son 52 al año. En total, son 156 reuniones al año, según este ejemplo. Pero los cristianos que solo asisten a la iglesia los domingos por la mañana se pierden 104 reuniones al año, es decir, faltan a dos tercios de las reuniones. No acuden para apoyar la predicación del evangelio, para orar o para estudiar la Palabra, y en todas esas ocasiones pierden la comunión con los demás. ¿De qué manera se puede considerar que esas personas están realmente en comunión en la iglesia, ya que no tienen tiempo para ella?
Además, debemos recordar que el Señor Jesucristo nos enseña a poner a Dios en primer lugar en nuestra vida. “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6.33). “Primeramente” indica preferencia y prioridad. ¿Qué importancia le damos a las actividades de la iglesia? El trabajo, las preocupaciones y las actividades sociales de la familia no deben tener preferencia sobre ellas. Si viene una visita, puede acompañarnos o esperar hasta que volvamos. Si un familiar nos pide un favor que nos impediría reunirnos, debemos decirle que ya tenemos una obligación previa.
Considera el testimonio del Señor en Lucas 4.16, “... en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre”. Su costumbre y prioridad era reunirse con el pueblo de Dios en el lugar designado. No tenía que decidir en cada ocasión si se iba a reunir o no, pues esa decisión ya se había tomado. El cansancio y los compromisos con la familia no figuran en esta decisión. Si había reunión del pueblo de Dios, uno sabía dónde encontrar a Cristo, porque Él estaba presente, “conforme a su costumbre”. Debemos seguir Su santo ejemplo y tener esa misma costumbre.
El Señor todavía se reúne con los creyentes conforme a Su promesa. “Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18.20). Alguien dijo que el Señor está en todas las reuniones y que nos espera para compartir con nosotros. Debemos considerar que las reuniones son nuestras “citas previas” con el Señor.
1 No se refiere a las personas que por enfermedad, trabajo o viaje no pueden congregarse. Pero no debemos aceptar otros compromisos, porque ya tenemos uno con el Señor.
Carlos
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¿Cuáles Son las Reuniones de la Iglesia?
Norman Crawford
Hay siete tipos de reuniones en el Nuevo Testamento. El partimiento del pan tenía primera importancia, y regularmente se reunían para orar (Hch. 2.42). La reunión para edificación (1 Co. 14) es nuestra autoridad para ministerio de enseñanza para creyentes. La reunión de ancianos era la única reunión segregada, y se describe en Hechos 20.17-38. En Hechos 14.26-28 vemos la reunión para escuchar un informe misionero, y 1 Corintios 5.4 describe una reunión convocada por cuestiones de disciplina. Con ella hay seis, y la séptima es una actividad de la asamblea con cara al mundo, es decir, la proclamación del evangelio (1 Ts. 1.8). Hemos apuntado algunas citas bíblicas, pero se podría citar muchos otros versos que apoyan esas siete reuniones.
del libro Congregados a Su Nombre, págs. 231-232Norman Crawford, Libros Berea
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Han Llegado otra vez
los Días de Noé
La historia de Noé y el arca no es un cuento ni una alegoría. Jesucristo habló de Noé, de sus tiempos y del gran Diluvio. Lo mencionó como un hecho histórico y literal. Sabemos que no se trata de un cuento, una parábola o una alegoría, sino de un relato verídico sobre un suceso terrible ocurrido en la historia. Merece la pena leerlo. En Génesis 5.29 - 8.22 se narra la historia de Noé, que era un hombre piadoso que vivía en un mundo lleno de pecado. Salvó solo a los que entraron en el arca con él.
Dios envió un diluvio universal como castigo por la desenfrenada maldad que había en el mundo entero. No se trató de un desastre ecológico, sino de un juicio divino sobre un mundo que se parece mucho al nuestro. Se nos advierte que, antes de la segunda venida de Cristo, Dios juzgará a nuestro mundo, tan lleno de maldad, y no tendrá piedad de los culpables. La historia de la desobediencia de la humanidad se repite, y pronto caerá nuevamente el juicio de Dios tras siglos de paciente silencio.
Jesucristo habló de Noé y del terrible diluvio que destruyó el mundo antiguo: “Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre” (Mateo 24.37-39). En el Evangelio según Lucas leemos: “vino el diluvio y los destruyó a todos” (Lucas 17.27). El apóstol Pedro también lo mencionó como un hecho histórico y literal: “... en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua” (1 Pedro 3.20).
Déjà Vu
Génesis 6.5 dice: “la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”. Más adelante, el verso 12 relata que “miró Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra”. Esta situación también describe nuestros tiempos. La incredulidad y el desenfreno están a flor de piel.
Llaman bueno a lo malo y malo a lo bueno.
Dictan leyes injustas.
Aprueban lo que Dios prohíbe y condena.
Cuando la desobediencia y la maldad alcanzan estos niveles y se extienden por todo el mundo, los gobiernos legalizan el pecado, la gente pierde la vergüenza y el temor de Dios y volvemos a estar en los días de Noé.
Dios prometió no volver a juzgar el mundo por agua, es decir, no enviar otro diluvio universal. Pero no prometió no juzgar al mundo. Lo hará y muy pronto. El tiempo de Su paciencia se acaba. Se acerca la fecha del juicio divino. Romperá Su silencio e intervendrá en la historia para juzgar la maldad, la desobediencia y la impiedad desenfrenadas. Cuando el Señor Jesucristo venga por segunda vez, no vendrá manso ni humilde, sino como Rey con gran poder y gloria. El mundo conocerá la ira del Cordero de Dios (lee Apocalipsis 6.16-17). Amigo, tómatelo muy en serio y prepárate, porque estamos en los días de Noé, y el terrible juicio divino se aproxima.
Al igual que Noé en su día, nosotros anunciamos el juicio venidero, y también predicamos el perdón de los pecados y la salvación por la gracia de Dios, mediante la fe en el Señor Jesucristo. Noé creyó a Dios y entró en el arca, con los suyos; y ocho personas fueron salvas. La mayoría, es decir, todo el resto del mundo, pereció. Dios el Juez del mundo “ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hechos 17.30-31).
Aquel varón es el Señor Jesucristo, que murió por tus pecados, resucitó, y pronto volverá. Arrepiéntete de tus pecados, tanto de actitudes como de palabras, pensamientos, deseos y hechos, y clama a Jesucristo, el Señor, el Cordero de Dios, para que te perdone y te conceda una vida nueva. Solo Él puede perdonar tus pecados. Solo Él puede salvarte y darte vida eterna. Todavía estás a tiempo.
Pero pronto se abrirán los cielos y los grandes juicios de Dios sacudirán el mundo, y entonces será demasiado tarde para ti. No tardes más. No pierdas más tiempo. Él vino del cielo, se hizo hombre y actuó como tu Sustituto, pues llevó tus pecados y murió por ti. Fue sepultado, resucitó el tercer día conforme a las Escrituras, y vive para salvar a los que confían en Él. “Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7.25). Murieron todos los que no entraron en el arca de Noé. Y se perderán eternamente todos los que no confían en Jesucristo. Nadie más puede salvarte. Como el arca de Noé en su día, ahora ¡solo Jesucristo puede salvarte del juicio y el castigo eterno!
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El origen pagano de Halloween
Calabazas, disfraces y jolgorio. Lo que hoy en día se conoce como Halloween (las costumbres que nos han llegado empaquetadas desde Estados Unidos gracias a las películas) poco tiene que ver con la fiesta de la que proviene.
Con todo, los orígenes de la fiesta se han difuminado en el tiempo provocando que las interpretaciones sobre qué diablos se hacía en aquella celebración sean muchas. De hecho, se desconoce el momento exacto en el que se empezó a suceder.
Tan solo se sabe que tenía como protagonistas a los hechiceros britanos y que ya se practicaba antes de la conquista romana de las islas. Una campaña militar que comenzó con Julio César en el año 55 a.C. y que se empezó a materializar definitivamente en el 43 con Claudio. Independientemente de la fecha concreta, todas las fuentes coinciden en que el Samagín giraba alrededor de los druidas, los sacerdotes del pueblo celta.
“El pueblo céltico vivió en el norte de Francia y las Islas Británicas. Practicaba las artes ocultas y adoraba a la naturaleza, a la que atribuía cualidades animísticas o sobrenaturales”, explican los autores John Ankerberg y John Weldon en su libro “Facts on Halloween”.
Por su parte, el arqueólogo e historiador decimonónico Henri Hubert explica en su obra “Los celtas y la civilización céltica” que este pueblo se mantenía unido gracias –entre otras tantas cosas– a los druidas, a los que se daba gran importancia como encargados de contentar a los dioses. “Eran una clase de sacerdotes expresamente encargados de la conservación de las tradiciones”, determina el experto.
Samagín y Belenus
Como pueblo que basaba una buena parte de su existencia en la naturaleza, los celtas daban una importancia suma a los ciclos estacionales. Para ellos, el año se dividía en dos grandes épocas: el invierno y el verano. La primera, asociada con la muerte; la segunda con la vida. Y, para conmemorar el paso de una a otra, celebraban dos fiestas en honor a los respectivos dioses a los que asociaban cada una de ellas. “Los celtas adoraban al dios sol (Belenus) especialmente en Beltane, el primero de mayo. Y adoraban a otro dios, Samagín, el dios de la muerte o de los muertos, el 31 de octubre”, determinan los autores en su obra.
De la segunda fiesta que se llevaba a cabo en honor de esta deidad es de la que proviene el actual Halloween. Según afirman la mayoría de las fuentes, el festival de Samagín duraba tres días y tres noches y en él se conmemoraba el “inicio de la estación muerta del año, en la cual campos y seres vivos dormían a la espera de la próxima primavera” (tal y como explica la doctora en historia Margarita Barrera Cañellas en su tesis “Halloween, su proyección en la sociedad estadounidense”).
Podría parecer que esta fiesta era entendida una celebración de segunda categoría, pero nada más lejos de la realidad. Al fin y al cabo, los propios druidas consideraban a su civilización y al pueblo britano descendientes del dios de la muerte. Con todo, tan cierto como esto es que existen autores partidarios de que Samagín era únicamente el nombre que se le dio a la festividad, y no el de ninguna deidad. “De los 400 nombres de dioses celtas conocidos, el que más se menciona es el de Belenus. Samagín, que es nombre específico del señor de la muerte, es incierto. No obstante, es posible que fuera la principal deidad druídica”, explican Ankerberg y Weldon.
Las creencias
Las creencias de los druidas afirmaban que, en la noche del 31 de octubre, Samagín convocaba a los muertos para que pasasen "al otro lado". Es decir, del mundo de los fallecidos, al de los vivos. Sin embargo, estos espíritus podían llegar al “más acá” de dos formas diferentes atendiendo a si habían sido “buenos” o “malos” durante los últimos meses. “Los celtas creían que, el 31 de octubre, el velo existente entre el presente, el pasado y el futuro caía”.
Si el dios consideraba que no habían cumplido con sus deberes, hacía que se reencarnasen en animales tras el ocaso. Por el contrario, aquellos que habían obrado acorde a lo que quería la deidad eran libres de visitar a sus familiares con su forma humana y pasar unas horas en sus antiguos hogares antes de regresar al limbo.
Además, la noche del 31 era considerada especialmente esotérica por los druidas. “Creían que el velo existente entre el presente, el pasado y el futuro caía, siendo esta la razón de que se considerase como el momento más propicio para todas las clases de artes mágicas y, en especial, las adivinatorias y de predicción sobre el nuevo año”, completa la experta en su tesis. Era, en definitiva, una jornada mágica en el sentido más literal de la palabra en la que el miedo a los muertos se mezclaba con la esperanza de recordar a un familiar que hubiese dejado este mundo.
Sacrificios y hogueras
Durante las celebraciones, los celtas practicaban varios rituales. Uno de los más básicos era apagar todos los fuegos que hubiese encendidos en las casas con dos objetivos. El primero era evitar que los espíritus errantes (los malvados) entrasen en las viviendas al considerarlas frías. El segundo, simbolizar la llegada de la estación "muerta" y oscura del año. De esta forma, los diferentes pueblos se quedaban totalmente a oscuras y solo eran iluminados por una cosa: las hogueras gigantescas que los druidas encendían en las colinas.
“Los druidas o clase sacerdotal celta encendían nuevos fuegos centrales en las colinas como símbolo del renacimiento de la Naturaleza y de la vida durante la noche de Samhain. En estos nuevos fuegos se quemaban principalmente ramas de roble, árbol sagrado para los celtas, y ofrendas de frutos, animales e incluso seres humanos. Al día siguiente en las cenizas y restos de huesos calcinados los druidas leían el futuro de la comunidad en el nuevo año que comenzaba”, completa la doctora en historia en su obra.
Estas fogatas eran encendidas con todo tipo de objetos que los jóvenes reunían en los días previos a la celebración. ¿Cómo lo hacían? Mediante una tradición que se mantiene en la actualidad: pidiendo materiales de casa en casa para la gran hoguera.
Los fuegos eran un elemento central de la celebración, pues se creía que con ellos se lograba espantar a los espíritus malignos que, enfadados por haber sido castigados por el dios de la muerte, se dedicaban a hacer tretas a los vivos. “La gente se ponía grotescas máscaras y danzaba alrededor de la gran fogata pretendiendo que eran perseguidos por los malos espíritus”, completan los autores ingleses.
Con todo, las gigantescas fogatas y las máscaras no era lo único que primaba durante esta festividad. Además de todo ello, esta fiesta era considerada un momento propicio para pedir por los espíritus de los fallecidos y para practicar la magia y las artes adivinatorias. Esta última praxis era realizada por los druidas, quienes consideraban que podían averiguar el futuro usando vegetales... o sacrificando seres humanos a los dioses. Una barbaridad que, a día de hoy, ha caído en el olvido durante la noche de Halloween.
Prohibida y cambiada
La barbarie de Samagín continuó hasta el siglo I d. C., cuando los romanos llegaron hasta Britania de manos de Claudio y sus legiones Augusta, Hispana, Gemina y Valeria Victrix. Después de pisar tierras isleñas, estos “civilizaron” la festividad erradicando los sacrificios humanos. En su lugar, cambiaron a los condenados por efigies. Posteriormente, y en un intento de romanizar todavía más la celebración, la cambiaron por el festival de Pomona (en honor de la diosa de las manzanas y el otoño). La fiesta aceptada, pero el pueblo jamás olvidó sus creencias. “La gente se ponía grotescas máscaras y danzaba alrededor de la gran fogata pretendiendo que eran perseguidos por los malos espíritus”
Con el paso de los años, y usando como vía de entrada la civilización romana, la Iglesia Católica trató de dar una vuelta de tuerca más al festival para acabar definitivamente con las creencias celtas. Así fue como, en el año 610, el Papa Bonifacio IV instauró la fiesta de los “Mártires Cristianos” el 13 de mayo. “Esta medida no tuvo mucho éxito, por lo que en el siglo VIII d.C. el Papa Gregorio III, implantó la fiesta de los Mártires Cristianos el día 1 de noviembre, haciéndola coincidir de esta forma con la fecha de la celebración de Samhain, y más adelante, el Papa Gregorio IV amplió esta celebración a todos los santos del panteón cristiano”, añade la experta. En esos años fue cuando se cambió el nombre del festival a “All Hallow's Eve”, término que derivaría posteriormente en el actual Halloween.
Separación, no imitación
A los creyentes, como seguidores del Señor Jesucristo, no nos toca adaptarnos al mundo, ni participar en esas actividades tan obviamente paganas y ofensivas a Dios. “No os conforméis al mundo” es la instrucción de la Palabra de Dios (Romanos 12.2). En 2 Corintios 6.14-15 el apóstol Pablo, al enseñar la separación, pregunta: “¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo?” La única respuesta correcta es “¡Ninguna!”.
adaptado de: https://www.finanzas.com/hemeroteca/el-origen-oculto-de-halloween-cuando-los-druidas-ingleses-asesinaban-y-quemaban-a-ninos_13509972_102.html