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martes, 31 de octubre de 2017

EN ESTO PENSAD - noviembre 2017

LA POBREZA DE CRISTO
por Andrew Murray

La pobreza de Cristo fue una de las marcas de Su entera separación del mundo, la prueba de que Él era de otro mundo y otro espíritu. Y así como el pecado entró en el mundo por medio de un fruto bueno para comer y agradable a la vista, así el gran poder de este mundo sobre los hombres está en los cuidados y posesiones y el disfrutar de esta vida. Jesús vino para vencer al mundo y echar de él a su príncipe, para recobrarlo para Dios. Lo consiguió rechazando toda tentación a que aceptara sus dones y buscara su ayuda. De esta protesta contra el espíritu mundanal, sus placeres y su confianza en lo visible, la pobreza de Cristo fue uno de los elementos principales. Cristo venció al mundo primero en las tencaciones por medio de las cuales su príncipe intentaba hacerle caer en una trampa y luego, a través de éste, ejercer su poder sobre nosotros. La pobreza de Cristo no fue, pues, un mero accidente o circunstancia externa. Fue un elemento esencial de Su vida perfecta y santa; un gran secreto de Su poder para vencer y salvar; Su camino a la gloria de Dios.
    Queremos saber cuál es nuestra parte en la pobreza de Cristo, hasta dónde tenemos que seguirle el ejemplo. Estudiemos, pues, lo que enseñó Cristo a Sus discípulos: “Seguidme". "Venid en pos de Mí y Yo os haré pescadores de hombres”. Los llamó para que particaparan con Él en Su vida pobre y sin hogar, en un estado de dependencia en el cuidado de Dios y la bondad de los hombres. Usó expresiones fuertes más de una vez, tales como hay que abandonarlo todo, renunciar a todo, perderlo todo. Y que ellos le entendieron es bien manifiesto, por el hecho que dejaron sus redes y costumbres, y le dijeron a través de Pedro: “Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”.

Andrew Murray, del capítulo 4 de su libro, El Dinero, CLIE

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El Conflicto Entre Las Riquezas Y La Fe
por William MacDonald

La acumulación de riquezas hace que la vida de fe sea prácticamente imposible. ¿Por qué? Porque es casi imposible tener riquezas y no confiar en ellas. El hombre que tiene dinero no sabe cuánto está dependiendo de él. “Las riquezas del rico son su ciudad fortificada, y como un muro alto en su imaginación” (Pr. 18:11).
    Depende del dinero para resolver todos sus problemas, para darse disfrute presente y seguridad futura. Si lo perdiese todo repentinamente, se quedaría sin apoyo y sin muletas, y en un estado de pánico.
    La verdad es que preferimos confiar en el saldo de una cuenta bancaria que podemos ver, que en un Dios que no podemos ver. El mero pensamiento de no tener a nadie o nada más que a Dios en quien confiar basta para producir un colapso nervioso.
    “Dejados en Sus manos, no creemos estar seguros; mientras que si tuviésemos nuestra fortuna en nuestras propias manos, y estuviésemos asegurados en contra de riesgos y cambios por unos pocos seguros cómodos, nos sentiríamos bastante seguros. Este sentimiento es, sin duda, muy general; todos nosotros estamos en peligro de caer en esta forma de inquieta desconfianza en la providencia paternal de Dios”. —Samuel Cox.
    La voluntad de Dios es que nuestras vidas sean “una crisis perpetua de dependencia en Él”. Cuando nos hacemos tesoros en la tierra, frustramos Su voluntad en nuestras vidas.
    La vida de fe es la única que agrada a Dios; sin fe es imposible agradarle (He. 11:6).
    La vida de fe es la única que tiene verdadera seguridad. “...Es por fe...a fin de que la promesa sea firme” (Ro. 4:16).
    Y porque no hay nada tan seguro como la promesa de Dios, sigue que la vida de fe es una vida libre de preocupaciones. Los altibajos nerviosos y emocionales surgen del materialismo y del egoísmo, no de estar andando con Dios por la fe.
    La vida de fe es la única que da toda la gloria a Dios. Cuando andamos por vista, glorificamos la perspicacia y sabiduría humana.
    La vida de fe habla con poder a los incrédulos y a otros cristianos. Da testimonio a todos de que hay un Dios en el cielo Quien responde la oración.
    La fe es lo contrario de la vista; cuando ves, no puedes confiar. Acumular riqueza hace que la vida de fe sea imposible.
    La vida de fe no sigue automáticamente cuando una persona se convierte. Requiere acción deliberada de su parte. Y esto es verdad especialmente en una sociedad de consumo. El creyente debe colocarse en una posición que le lleva a confiar en Dios. Esto puede hacerlo vendiendo todo lo que tiene y dándolo a los pobres. Sólo cuando se deshaga de sus reservas y otros falsos apoyos podrá verdaderamente lanzarse a la profundidad, como dijo el Señor: “Boga mar adentro...” (Lc. 5:4).
de su libro: ¿Dónde Está Tu Tesoro?
 
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El Dolor No Salvará A Nadie


 
“Fue el primero, y derramó su copa sobre la tierra, y vino una úlcera maligna y pestilente sobre los hombres que tenían la marca de la bestia, y que adoraban su imagen.  El segundo ángel derramó su copa sobre el mar, y éste se convirtió en sangre como de muerto; y murió todo ser vivo que había en el mar. El tercer ángel derramó su copa sobre los ríos, y sobre las fuentes de las aguas, y se convirtieron en sangre... El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol, al cual fue dado quemar a los hombres con fuego. Y los hombres se quemaron con el gran calor, y blasfemaron el nombre de Dios, que tiene poder sobre estas plagas, y no se arrepintieron para darle gloria” (Ap. 16:2-9).

  
Pensaríamos que semejante sucesión de males traería aun al más infatuado a sus cabales, y que saldría de todo el mundo un gran clamor arrepentido, pidiendo misericordia a Dios. Parece imposible que seres humanos que tienen alma puedan seguir resistiendo ante tales exhibiciones de la ira del Todopoderoso. Pero, no es así, sino que sólo blasfeman el Nombre de Dios, Quien tiene control de estas plagas, y no se arrepienten para darle gloria. Todos ellos se han vendido al infierno, y han recibido el sacramento y sello del mismo en sus cuerpos, así que sólo van a seguir pecando para su propia condenación.
    Muchos están esperando que los tiempos de aflicción y muerte les conduzcan al arrepentimiento y la salvación, pero los que pecan voluntariamente, desperdiciando el día bueno, cuentan en vano con algo en los juicios futuros que ablande y remedie su condición, ya que han despreciado e irritado a Su Hacedor. El sol puede quemarles y sacar todavía más blasfemias de ellos, pero no puede cambiar su corazón obstinado, ni pueden sus quemaduras grabar en estos el temor piadoso y el amor de Dios. El pecado es un cáncer que, si es dejado correr demasiado tiempo, ya no puede ser curado jamás. Así que, los juicios de Dios descenderán como plagas, pero no salvarán a nadie. Sólo sacarán de ellos lo que hay en su corazón, la maldad, y sólo servirán de castigo y de manifestación de la desaprobación y el disgusto divino.

Traducido y adaptado de The Apocalypse (“Apocalipsis”), por J. A. Seiss, pág. 373
 
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¿REALMENTE CREEMOS 
QUE ÉL VIENE PRONTO?

    “Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados” (1 Jn. 2:28).
     La fecha de esa venida nos es ocultada. Ningún hombre puede decir cuándo Él vendrá. Vela y estate siempre preparado, para que no seas avergonzado en Su venida. ¿Debe el cristiano entrar en la compañía y las diversiones mundanas? ¿No estaría avergonzado si viniera su Señor y le hallara entre los enemigos de la cruz? No debo ir a donde me daría vergüenza ser hallado cuando venga repentinamente mi Señor”.
     C. H. Spurgeon, 12 Sermons On The Second Coming of Christ (“12 Sermones Sobre La Segunda Venida de Cristo”), Baker Book House, pág. 134.
 
     “La venida inminente de Cristo debe tener un gran efecto práctico en la vida de todo cristiano, y también la iglesia. El hecho de que el glorificado y santo Hijo de Dios podría venir por la puerta del cielo en cualquier momento, debería motivarnos fuerte e incesantemente a vivir en santidad y servirle agresivamente (incluso misiones, evangelización e instrucción bíblica). También debería ser gran remedio para la letargia y apatía. Debería hacer una gran diferencia en los valores, las prioridades y las metas de todo cristiano”.
Renald Showers, págs. 255-6 del libro, Maranatha, Our Lord Come! 
(“Maranata, ¡Ven Señor Nuestro!”)
 
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LOS IMPÍOS DIFUNTOS

“El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía” (Apocalipsis 22:11). Esas palabras son un decreto divino. Los religiosos suelen hablar de los "santos difuntos", pero amigo, morir no le hace santo a nadie. Le hace muerto, pero no cambia su condición espiritual.
    Los que eran impíos en la vida, lo serán también en la muerte.  Eso sí, que ya no serán ateos ni agnósticos en la ultratumba, porque todos, grandes y pequeños, verán a Dios (Apocalipsis 20:11-15).  Entonces será tarde para salvarse. En la muerte pasarán el punto de no retorno. Los que mueran incrédulos, inconversos,  así serán por toda la eternidad.  Jesucristo advirtió: “En vuestro pecado moriréis; a donde yo voy, vosotros no podéis venir” (Juan 8:21).  Esta vida es la única oportunidad que tenemos para arrepentirnos, creer en Jesucristo y ser salvos. “Si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis” (Juan 8:24). Serán pecadores, pero no ateos, porque comparecerán ante el gran trono blanco de Dios (Apocalipsis 20:11-15). Pero si eran necios en la vida, lo serán en la muerte, porque morirán en su pecado. Morir no absuelve a nadie de sus pecados. La muerte física pone fin a las oportunidades para ser perdonado y convertido por Dios, y traslada a la persona a la cámara de detención, el Hades (no el purgaturio porque no existe), donde en tormentos se acordará de sus pecados y de las oportunidades perdidas: “Hijo, acuérdate” (Lucas 16:25). Aunque sus familiares y amigos digan: “está con Dios” o “ahora descansa” o “ya no sufre”, la realidad es otra: “en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos” (Lucas 16:23).
    Los sacerdotes recogen dinero y dicen misas por los difuntos, hablando dulcemente de ellos e invocando la misericordia de Dios, pero es falsa esperanza. La misericordia se obtiene durante la vida, al arrepentirse y creer el evangelio. El dinero, las oraciones y los ritos sacramentales no los sacarán del Hades, porque es el lugar terrible de detención de los condenados. “El que es injusto, sea injusto todavía”.
    Amigo, ¿quieres ser salvo, tener perdón y vida eterna? Hay una muerte que vale para hacerte santo, es la del Señor Jesucristo cuando Él murió llevando tus pecados en Su cuerpo sobre el madero. Resucitó y vive para siempre. Te perdonará, te salvará y te cambiará si arrepentido confías en Él.  Pero no pierdas más tiempo. Ahora es tu única oportunidad. Si mueres impío, injusto, inmundo, lo serás por toda la eternidad.
 
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LA PEREZA

 
 
 
"El alma del perezoso desea, y nada alcanza; Mas el alma de los diligentes será prosperada".  Proverbios 13:4 
Pablo escribió a los corintios: "Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano" (1 Co. 15:58). Las palabras "vuestro trabajo" indican que nadie en el pueblo de Dios debe ser perezoso. Vivimos en  tiempos de diversión y ocio, de mucho hablar, o cantar, y poco hacer. Dios busca a personas esforzadas, trabajadoras y obedientes. "Sed hacedores de la Palabra" es el mandamiento, y un hacedor no puede ser perezoso. No es necesario estar dotado de gran inteligencia, talento o recursos. Simplemente necesitamos ser obedientes para que Dios pueda mostrar Su poder a través de nosotros. Para la mayoría de las personas, el enemigo de la obediencia no es tanto la rebelión deliberada, sino la pereza, la indolencia que paraliza. Paraliza astutamente, porque normalmente los perezosos no reconocen los síntomas y creen que todo está bien.
    La persona perezosa oye la Palabra de Dios, pero nada más. No le falta información, sino acción. Después de oír, o leer, se da media vuelta. No busca al Señor con todo su corazón, ni examina diligentemente su vida, ni graba consistentemente la Palabra en su alma, ni comparte de una manera seria la verdad con otros. Al contrario, olvida "cómo era”, engañándose de esta manera a sí mismo (véase Stg. 1:22-24).
    Detectemos y conquistemos cada síntoma de pereza en nuestras vidas, familias e iglesias; porque cuando recuperemos todas las responsabilidades que Dios nos ha dado, entonces podremos ser obreros que no tienen de qué avergonzarse. Seremos útiles para servir, para levantar el estandarte de la verdad de Dios en estos tiempos de gran necesidad.

Siete Síntomas Que Manifiesta La Persona Perezosa

1. No se considera perezosa
    La pereza puede manifestarse paulatinamente y sin anunciarse. Cuesta reconocerla, porque pocos se proponen la meta de ser perezosos. Además, a los ojos del perezoso, su condición le parece completamente normal y lógica. Así, la persona perezosa no suele aceptar que se le clasifique como tal.
    Te asegurará que estaría muy deseoso de trabajar si hubiera menos obstáculos en su camino. Es que le falta fuerza, o le duele el cuerpo, o no encuentra condiciones favorables [léase "ideales"] de trabajo. Mientras tanto, piensa en las razones por las que no puede trabajar. A veces tiene proyectos que ya debería haber terminado, pero todavía está "esperando" comenzarlos.
    Entre esas razones incluirá que el mucho trabajar perjudica la salud, o que hay una manera más fácil de hacer las cosas y que está listo si sólo la encuentra. Se recuerda a sí mismo a menudo de los peligros de la sobrecarga y de la posibilidad de "embotar" su estilo de vida por hacer labores innecesarias. Tal persona es muy rápida en exponer sus excusas a cualquiera que le pregunte por qué no estaba trabajando en ese momento. "En su propia opinión el perezoso es más sabio que siete que sepan aconsejar" (Pr. 26:16).

2. Toma pequeñas y cómodas decisiones en la vida
    La pereza suele desarrollarse gradualmente. Esto les sucede a personas normales que comienzan a rendirse poco a poco ante las dificultades cotidianas. O tal vez se cansan de hacer bien (Gá. 6:9).
    Estas pequeñas rendiciones parecen totalmente inofensivas,  quedarse en la cama sólo unos minutos más, descansar un poquito más durante el día, esperar unos cuantos minutos para empezar un proyecto, o emplear un poco más de tiempo charlando ociosamente. "Un poco de sueño, un poco de dormitar, y cruzar por un poco las manos para reposo; así vendrá tu necesidad como caminante, y tu pobreza como hombre armado" (Pr. 6:10 y 11).
    Esos pequeños fallos diarios vienen porque toman decisiones cómodas en la vida. Buscan la senda más fácil, de menos resistencia. Se niegan a trabajar en condiciones adversas, porque no quieren perjudicar su salud. Se disculpan y dejan a otros hacer el trabajo. "El perezoso no ara a causa del invierno; pedirá, pues, en la siega, y no hallará" (Pr. 20:4).
    Muy pronto esas pequeñas decisiones cuidadosamente razonadas, se convierten en un hábito de por vida. "La pereza hace caer en profundo sueño, y el alma negligente padecerá hambre" (Pr. 19:15).

3. No valora el tiempo ni las oportunidades
    El perezoso no es conocido por su iniciativa. Para él un día es tan bueno como otro. "Mañana" y "no hay prisas" son sus lemas. Lo que no hace hoy, puede hacerlo mañana fácilmente, o tal vez si espera, otro hará el trabajo y él se librará.
    El perezoso no comprende el valor del tiempo ni aprovecha las oportunidades. Desperdicia el tiempo, y desaprovecha las oportunidades. Su filosofía básica es vivir para el momento presente, no preocuparse, y dejar que el futuro siga su curso.
    La persona perezosa no considera que un día tendrá que dar cuentas a Dios por la manera en que ha usado su tiempo. Ve la caída de la noche como una razón justificable para dormir, no para examinar lo que ha hecho y ganado durante ese día.
    Considera el invierno como un intruso en su vida, no como una época en la cual puede disfrutar del fruto de sus labores durante el verano. No considera que si no siembra no podrá cosechar. Además, el perezoso pierde la libertad de tomar sus propias decisiones, y se convierte en esclavo del diligente, que por su industria le conservará la vida. "La mano de los diligentes señoreará; mas la negligencia será tributaria" (Pr. 12:24).

4. No termina sus tareas
    Una persona perezosa es letárgica en todo lo que hace. Cada trabajo se le presenta como una gran montaña, no como una puerta de oportunidad. Suele decir cosas como: "no puedo", o "cuán difícil" o "es imposible". Si bien logra comenzar un trabajo, le cuesta perseverar y terminarlo.
    Si por casualidad alguna vez tiene éxito en algo, no lo reconoce ni lo valora, porque lo único que esto le significa es más trabajo. De esa manera, deja pasar de largo las oportunidades y permite que los trabajos a medio hacer echen a perderse. "El indolente ni aun asará lo que ha cazado; pero haber precioso del hombre es la diligencia" (Pr. 12:27).
    Aun las reparaciones y el mantenimiento de sus propias cosas le resulta pesado. "Por la pereza se cae la techumbre, y por la flojedad de las manos se llueve la casa" (Ecl. 10:18). "Pasé junto al campo del hombre perezoso...y he aquí que por toda ella habían crecido los espinos, ortigas habían cubierto ya su faz, y su cerca de piedra estaba ya destruida" (Pr. 24:30-31).

5. Vive en un mundo de sueños
    Aun cuando no duerme, la persona perezosa sueña – desea hacer y desea tener cosas, pero sólo son sueños. Y sueña que otros vengan a hacer por él o a darle las cosas que quiere. La tensión entre su mente cansada y su cuerpo inactivo produce grandes frustraciones. "El deseo del perezoso le mata, porque sus manos no quieren trabajar. Hay quien todo el día codicia..." (Pr. 21:25-26). Muchos de sus deseos se ocupan de placeres sensuales. "El perezoso mete su mano en el plato, y ni aun a su boca la llevará" (Pr. 19:24). "Como la puerta gira sobre sus quicios, así el perezoso se vuelve en su cama" (Pr. 26:14).

6. Trae penosos perjuicios a sus compañeros y patrones
    Un empleado perezoso no sólo es improductivo, sino destructivo. Su presencia en el trabajo es peor que su ausencia. Su falta de iniciativa y constancia incomoda y frustra a los que cuentan con él. "También el que es negligente en su trabajo es hermano del hombre disipador" (Pr. 18:9).
    Quizás en lugar de despedirle, su patrón intente adaptarse al problema, transfiriéndole a posiciones menos estratégicas. Pero el problema está en él, no en el trabajo. Se queja de que el patrón espera demasiado o es impaciente, y no reconoce su pereza. "Como el vinagre a los dientes, y como el humo a los ojos, así es el perezoso a los que lo envían" (Pr. 10:26).

7. Es manipulado por temores autoprovocados
    La pereza conduce a temores, que son reforzados por más pereza. Esos temores se basan en que el perezoso es realista. Sabe que necesita algo para alimentarse. Pero en vez de buscar la comida, anuncia su necesidad a los demás y espera que le den algo. Espera ser servido y teme la escasez porque no lleva intencicón de afrontar su situación y trabajar. "Dice el perezoso: El león está fuera; seré muerto en la calle" (Pr. 22:13). Como una manera de escapar de sus temores, el perezoso recurre al descanso que estima imprescindible: duerme más.
 
continuará, d.v.


 
 
 
 
 

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