La Música y la Adoración
Mark Sweetnam
Imaginemos por un momento que estamos sentados, en una mañana de domingo, esperando que comience la fracción del pan. El salón está en silencio, como debe ser, solo interrumpido con el crujido ocasional de una página de la Biblia que perturba la quietud. Pero entonces se rompe el silencio. Afuera, en el vestíbulo, oímos el sonido de la voz de un hombre. No es nada inusual, así que solo nos preguntamos distraídamente quién nos visita. Entonces oímos otro sonido: el mugido de un buey. Es inesperado e impactante, pero totalmente inconfundible, y una oleada de curiosidad recorre la compañía mientras todos aguzan el oído para escuchar qué sucede en el vestíbulo.
Afuera, la escena es sorprendente. Los hermanos que custodian las puertas se enfrentan a un hombre agradable y bien vestido que no resultaría alarmante si no fuera porque lleva el cabestro de un buey grande y enojado. Alzando la voz para que se le oiga por encima del alboroto, explica que ha venido a adorar y que este buey es su ofrenda de paz, y pregunta dónde debe llevarlo para sacrificarlo. Horrorizados, los hermanos se juntan para explicar que los sacrificios de animales eran una característica de la adoración del Antiguo Testamento, y que no tienen cabida en la dispensación de la gracia. El hombre responde que es consciente de que no hay un mandato directo del Nuevo Testamento para el uso de los sacrificios de animales, pero que le resultan enormemente conmovedores y útiles para ayudarle en su adoración.
Ahora bien, esto no es más que una fantasía. Pero ¿te has parado a imaginar cómo responderíamos si sucediera algo así, ciertamente muy improbable? Dependiendo de lo flemáticos que fueran los hermanos involucrados, su respuesta iría desde exigir educadamente, pero con firmeza, que se retirara el animal hasta llamar a la policía. La noticia del incidente se extendería como la pólvora e inspiraría muchas conversaciones, sacudidas de cabeza y chasquidos de lengua. Nos sorprendería y horrorizaría por completo haber sido testigos de un malentendido tan profundo sobre la naturaleza de la adoración en un entorno del Nuevo Testamento.
Un suceso así parece impensable, pero algo muy similar ocurre regularmente en muchos lugares y nunca suscita comentarios, y mucho menos alarma. Se incorporan de manera inapropiada elementos del culto del Antiguo Testamento al culto de la iglesia, sin ningún mandato bíblico, simplemente porque la gente los encuentra útiles y les hacen sentir que están adorando. Nadie quiere revivir los sacrificios de animales, que, después de todo, serían caros y, además, terriblemente desordenados, pero hay quienes querrían adoptar la práctica del Antiguo Testamento de usar instrumentos musicales para adorar.
Como hemos visto, el Nuevo Testamento nos proporciona un mandato claro e inequívoco para el canto cristiano, y nos ofrece ejemplos del tipo de cantos doctrinalmente saturados y espiritualmente estimulantes que formaban parte de la adoración de los creyentes del siglo I. Por el contrario, ni los Hechos de los Apóstoles ni las epístolas registran ningún precedente, práctica o precepto que valide el uso de instrumentos musicales en la adoración a Dios.
Esto sorprendería a cualquiera que conociera el cristianismo solo a través de la lente de la cristiandad contemporánea. Para muchos creyentes, el papel de la música como elemento de adoración es algo que se da por sentado. La naturaleza de la música puede variar: para algunos, el sonido estridente del órgano es el acompañamiento más apropiado; otros prefieren el ritmo más alegre e informal de la guitarra; mientras que, para algunos, el culto estaría incompleto sin la cacofónica mezcla de una banda de rock completa. Pero, sea cual sea el estilo, se da por sentada la idoneidad, e incluso la necesidad, del acompañamiento musical.
Esta desconexión entre el modelo bíblico y la práctica contemporánea resulta sorprendente. En un intento por salvar esta brecha, los partidarios del culto musical a menudo apelan a las Escrituras del Antiguo Testamento. Está claro que la música desempeñó un papel en el servicio del Templo. Cuando David hizo los preparativos para que el arca subiera a Jerusalén, ordenó al jefe delos levitas que nombrara a sus hermanos cantores, que llevarían instrumentos de música como salterios, arpas y címbalos, para que alzasen la voz con alegría (1 Cr. 15.16). Más tarde, la música desempeñó un papel importante en el culto del Templo y su restauración se menciona específicamente en el avivamiento ocurrido durante el reinado de Ezequías:
“Puso también levitas en la casa de Jehová con címbalos, salterios y arpas, conforme al mandamiento de David, de Gad vidente del rey, y del profeta Natán, porque aquel mandamiento procedía de Jehová por medio de sus profetas. Y los levitas estaban con los instrumentos de David, y los sacerdotes con trompetas” (2 Cr. 29.25-26).
Debió ser una experiencia extraordinaria escuchar cómo resonaban en los atrios del Templo las dulces notas de estos expertos músicos. Y si su arte y habilidad contribuyeron a la adoración de Dios en aquel entonces, seguramente tenemos justificación para imitarlos, incluso sin un mandato explícito del Nuevo Testamento. Después de todo, si agradó a Dios entonces, seguramente le agradará ahora. Es un argumento engañoso, pero hay que reconocer sus defectos. En el Antiguo Testamento, esta música formaba parte integral del servicio del Templo. Los levitas seleccionados, que tenían sus propios instrumentos y sus propias estaciones en la Casa de Dios, eran los responsables de esta música. Su música estaba estrechamente vinculada al Templo, al igual que el ministerio de los sacerdotes, los sacrificios de animales ofrecidos en el altar de bronce, el pan de la proposición y el incienso que se elevaba desde el altar de oro. Todos estos elementos formaban parte de un sistema de culto más amplio. Por tanto, si utilizamos el argumento de que la música formaba parte del culto del Antiguo Testamento para justificar su uso continuado en la era de la Iglesia, también debemos permitir la continuación de todos los demás elementos del culto del Antiguo Testamento. No podemos excluir lógicamente ninguna otra parte del sistema, ni un sacerdocio oficiando. Tampoco podemos excluir lógicamente las nubes de incienso, los sacrificios de animales u otros elementos.
continuará, d.v. en el número siguiente
1 Al preguntar al autor si cabe introducir un coro en la asamblea, respondió que no, ya que, como ocurre con la música, esta práctica de Israel bajo la ley no encaja en la iglesia. Se entristeció al oír que hay coros en algunas asambleas. Se trata de una práctica desviada del patrón del Nuevo Testamento.
continuará, d.v. en el número siguiente
Traducido con permiso del capítulo 11 de su libro: Worship, the Christian’s Highest Calling (“La adoración, la vocación más sublime del cristiano”), Scripture Teaching Library.
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
La Amistad Con Cristo
Lucas Batalla
Texto: Juan 15:12-20
La amistad de Cristo aquí tiene una condición: “si hacéis lo que yo os mando” (v. 14). La palabra amistad significa afecto compartido con otra persona, cariño, entrañabilidad, apego. En este pasaje se describe la mejor amistad – la de Cristo. Está abierta a todos, pero pocos logran entrar en ella. En Proverbios 18:24 leemos: “El hombre que tiene amigos ha de mostrarse amigo; y amigo hay más unido que un hermano”. La expresión: “amigo hay más unido que un hermano” indica que la familia no lo es todo, ni siempre podemos fiarnos de ella. Puede haber otros amigos más unidos, más fieles. Pero más allá de todos los amigos humanos está el Señor. Su amistad es mejor que la familia, y debemos cultivarla como dice el texto: “ha de mostrarse amigo”. Hermano, hermana, ¿te muestras amigo de Cristo? ¿Sabes cómo hacerlo? Cristo es tu Salvador, pero ¿es tu mejor amigo? En muchos casos lo dudo seriamente. Apliquémonos este texto de Proverbios a Juan 15:12. Si queremos a Cristo como Amigo, debemos mostrarnos amigos, es decir, quererle más que a cualquier ser humano, serle obedientes y leales, y así mostrarle nuestro afecto. En Juan 14:15 es Cristo quien habla y pone la condición: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”.
La amistad de Jesucristo es un aliento para el corazón. Pero al ser humano le cuesta recibirla porque intervienen otros amores e intereses. La amistad de Cristo es sobre todo espiritual, no carnal. En Juan 15:13 el Señor declara: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos”. Cristo hizo precisamente esto, pero ¿qué hacemos nosotros? ¿Solo recibimos este amor, y no lo devolvemos? ¿No estamos dispuestos a sacrificar nada por Él? Entonces, ¿cómo podemos aspirar a tener Su amistad? Muchos de los que profesan ser cristianos no quieren sacrificar nada por Cristo, ni dejar nada ni a nadie, ni obedecerle ni darle prioridad en su vida. Entonces, ¿quiénes son realmente tales personas? No son amigos de Cristo, y os digo sin temor a equivocarme que Él no es amigo suyo.
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
Ni Aun Cristo Se Agradó A Sí Mismo
Los creyentes no somos nuestros, porque hemos sido comprados por precio (1 Co. 6.19-20), y seguimos a Aquel que no se agradó a sí mismo (Ro. 15.3). La vida cristiana consiste en vivir la voluntad de Dios, no la nuestra, todos los días y en todas las situaciones. Y el mejor ejemplo es el de nuestro amado Señor que, a pesar de ser Dios manifestado en carne, vivió humildemente y no se agradó a sí mismo. No decía: “¿Sabes quién soy yo?” para que le trataran favorablemente, sino que se humilló a sí mismo. Meditemos en el ejemplo de nuestro Señor y preguntémonos por qué no lo seguimos mejor.
En Juan 5.30 declaró: “no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre”. ¿Cuántas veces usamos la oración para tratar de conseguir nuestra propia voluntad, sin considerar la voluntad del Padre? (Stg. 4.3).
En Juan 6.38 afirmó nuevamente: “He descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”. Y nosotros, ¿para qué vivimos?
En Juan 8.29 dio este testimonio: “Yo hago siempre lo que le agrada”. ¿Es esta nuestra consideración principal a la hora de tomar decisiones?
En Hebreos 10.7 leemos acerca de Él, que cuando entró en el mundo dijo: “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad”. ¿No es acaso este el problema nuestro, que pasamos los breves años de nuestra vida enredados intentando hacer nuestra voluntad? La voluntad de Dios (Ro. 12.2) es la única buena, perfecta y agradable.
Marcos 10.32-34 indica que nuestro Señor sabía exactamente lo que le esperaba. Según el Salmo 69, que habla proféticamente de Cristo, el hacer la voluntad de Dios incluye sufrir afrentas, desprecio, rechazo, vituperio, dolor y muerte. Sufrir tales cosas no indica necesariamente que estamos fuera de la voluntad de Dios, pues son el resultado de serle fieles y de anteponer Sus intereses a los nuestros o a los de otras personas.
En Lucas 22.42, en Getsemaní, antes de ir a la cruz, oró diciendo: “no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Hablando francamente, es más fácil admirar al Señor por orar así, que imitar Su oración, y estar dispuestos a que Dios efectúe cambios en nuestras vidas.
En Juan 14.31 el Señor Jesús declaró: “... amo al Padre, y como el Padre me mandó, así hago”. Su actitud y Su conducta son hermosas y admirables, pues todo lo hizo por amor al Padre. Filipenses 2.8 enseña que “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2.8).
Sin embargo, sus palabras en Juan 14.31 contrastan con nuestra situación. Nuestro problema y pecado es el amor propio, que nos amamos a nosotros mismos más que al Padre, y confiamos más en nuestra propia voluntad que en la Suya. Es totalmente irracional, pero es lo que solemos hacer.
Pero el Padre declara, para nuestra admiración y edificación: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mt. 17.5). Debemos desear y aspirar a seguir al Señor Jesús, imitarle, y ser transformados y renovados (Ro. 12.2), para que el Padre también se complazca en nosotros.
Carlos Knott, del libro Romanos: La Justicia de Dios, Tomo 4, Libros Berea
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
Sé Diligente
parte 2
viene del número anterior
Dice Romanos 12.11, “Fervientes en espíritu”, para contrastar la pereza con el fervor, ya que palabra "fervor" significa “que hierve”. No se trata de gritar para mostrar fervor, sino de actuar con prontitud y buen ánimo. Debemos sentirnos constreñidos por amor al Señor (2 Co. 5.14). En Hechos 18.25 leemos que Apolos, “siendo de espíritu fervoroso, hablaba y enseñaba diligentemente”. Este texto ilustra que la diligencia y el fervor van de la mano. 1 Pedro 4.8 utiliza otra palabra, en un sentido parecido, que significa estirado, o extendido, e indica un esfuerzo con ánimo. Santiago 5.17 menciona que Elías “oró fervientemente”, pero la frase usa dos formas de una palabra diferente, que significa literalmente “rogaba con oración”, que indica su fervor o la intensidad de su oración, pero no quiere decir que gritaba, pues gritarle a Dios no tiene sentido.
“Sirviendo al Señor” “Servir” significa servir como un esclavo, no con la actitud de que hace un favor. Se aplica a todo creyente, en el ejercicio de los dones espirituales y cualquier aspecto de la vida cristiana. Pablo aceptó gustoso el título: “siervo [esclavo] de Jesucristo” (Ro. 1.1; Tit. 1.1; Gá. 1.10). Aunque es especialmente aplicable a los que Dios llama a un servicio especial, también es verdad que todo creyente debe reconocer que es un siervo de Dios. Romanos 6.19 nos exhorta: “presentad vuestros miembros para servir a la justicia”, y el verso 22 dice que los creyentes somos “hechos siervos de Dios”. En el lugar donde el Señor nos tiene, podemos y debemos servirle, y así consagrar a Él cualquier trabajo. Por ejemplo, la ama de casa, la madre que educa a sus hijos, el mecánico y el agricultor deben servir a Dios en su esfera.
En la iglesia local, todo debe hacerse con fervor y ánimo, y con la intención de servir al Señor, pronto y de manera excelente. Recordemos que nuestro Señor no vino para ser servido (Mr. 10.45), por lo que tampoco debemos esperar que otros nos atiendan y sirvan, debemos aprovechar toda oportunidad para servir a los demás. Oportunidades hay, pero algunos no las ven porque no piensan en los demás, sino en sí mismos. El Señor dice a los Suyos: “cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos” (Lc. 17.10). Así que, “No nos cansemos, pues, de hacer bien” (Gá. 6.9).
Carlos
“¡Trabajad! ¡Trabajad! Somos siervos de Dios,
Seguiremos la senda que el Maestro trazó;
Renovando las fuerzas con bienes que da,
El deber que nos toca cumplido será.
¡Trabajad! ¡Trabajad! Hay que dar de comer
Al que pan de la vida quisiera tener;
Hay enfermos que irán a los pies del Señor
Al saber que de gracia los sana Su amor.
¡Trabajad! ¡Trabajad! Fortaleza pedid;
El reinado del mal con valor combatid;
Conducid los cautivos al Libertador,
Y decid que de balde redime Su amor.
Coro:
¡Trabajad! ¡Trabajad! Esperad y velad,
Confiad, siempre orad,
Porque el Maestro pronto volverá”.
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
¿Qué Es El Hombre?
Lucas Batalla
Texto: Salmo 8.4
Este salmo de David es corto, pero está lleno de verdades importantes acerca de Dios el Creador, y del ser humano, creado por Dios el sexto día de la creación, según Génesis 1.26-31. Dos días después de crear el sol, la luna y las estrellas, “creó Dios al hombre a su imagen” (v. 27), no a imagen de un mono. El verso 31 declara: “y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera”.
Mil años antes de Cristo, el rey y salmista David escribió el Salmo 8 en admiración y alabanza al Dios Creador, y dice: “… tus cielos, obra de tus dedos” (v. 3), y “la luna y las estrellas que tú formaste” (v. 3), lo que no deja lugar para la teoría atea de la evolución. Dios es el Creador, el Hacedor, y como tal, es digno de ser admirado, alabado, y obedecido. ¿Cuándo creó todo? El capítulo 1 de Génesis no deja lugar a dudas. No durante millones de años, sino en seis días, es decir, que el universo tenía 5 días de edad cuando Dios creó a Adán. Cada cosa a su tiempo y en el orden divinamente determinado; el sol, la luna y las estrellas fueron creados el día cuatro (Gn. 1.14-19), y el hombre, Adán, el día seis. De las varias genealogías bíblicas que nombran a Adán, sabemos que el cosmos y la Tierra son jóvenes. Con Su gran poder y sabiduría Dios los creó. “Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca” (Sal. 33.6). “Porque él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió” (Sal. 33.9).
Pero no podemos detenernos ahora en esto, ni en las otras grandes verdades del Salmo 8, porque vamos a considerar una gran pregunta, la del Salmo 8.4, y su respuesta. Al contemplar la grandeza y gloria de la creación de Dios, David se pregunta: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?”
Algunos dicen de cierta persona que ni siquiera quieren oír hablar de ella, pues no quieren pensar en ella, ya que les trae recuerdos dolorosos o desagradables. Pero, si esto ocurre entre los seres humanos, ¿cuánto más podría Dios decir de los seres humanos que no quiere tener memoria de ellos? No es nada alegre hacer memoria del ser humano —hombres y mujeres—, es penoso debido a todo el mal que hemos hecho y causado: nuestra desobediencia, egoísmo, desventura y toda la ruina que hemos hecho de la creación de Dios. Sin embargo, Dios se acuerda del hombre, y menos mal, porque, pese a nuestra rebeldía y pecado, Él se acuerda de nosotros. Entonces, ¿qué es el ser humano?
El Hombre Creado
Por creación y diseño divino, el hombre es una criatura maravillosa, pues “a imagen de Dios lo creó” (Gn. 1.27), y esto no se aplica a ninguna otra criatura. El ser humano no es un animal, ya que los animales no fueron creados a imagen de Dios. Adán y Eva eran los únicos dos seres humanos en el planeta y en el universo, en el huerto del Edén. Dios hizo venir todos los animales a Adán y él les dio sus nombres, pues no era uno de ellos (Gn. 2.19-20). Habló con el hombre, pero no con los animales (Gn. 2.16-17). Se paseaba por el huerto para hablar con Adán y Eva, no con los animales (Gn. 3.7-8). Creó al hombre con espíritu, alma y cuerpo, para que conociera a Dios y tuviera comunión con Él. Le dio honra y gloria (Sal. 8.5), cosas que no dio a los animales. Dios hizo al hombre un poco menor que los ángeles (Sal. 8.5), pues estamos limitados al cuerpo físico, anclados al tiempo y el espacio. No podemos movernos ni comunicarnos como ellos. Pero Dios le concedió una gran responsabilidad: “Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos” (Sal. 8.6), y puso todos los animales del mundo debajo de sus pies: “Todo lo pusiste debajo de sus pies”, pues en Génesis 1.28 mandó: “llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread”. Todo eso debió hacer en el Nombre de Dios, conforme a Su voluntad y para Su gloria.
El Hombre Caído
Pero Adán y Eva pecaron y perdieron la honra, la gloria y la sabiduría necesarias para administrar bien la creación de Dios. Por desobedecer, el pecado y la muerte se extendieron a toda la humanidad. Nuestros primeros padres pecaron y nosotros somos pecadores, descendientes de pecadores, un linaje ignoble y despreciable. ¿Qué es el ser humano para que Dios se acuerde de él? En Job 5.7 leemos: “como las chispas se levantan para volar por el aire, así el hombre nace para la aflicción”. Romanos 3.23 informa: “Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios”. Esto describe a cada uno de nosotros. Somos pecadores. Estamos destituidos de la gloria de Dios. Dios conoce nuestros pensamientos, que son vanidad (Sal. 94.11). Nos describe como ingratos, con razonamientos envanecidos y un necio corazón entenebrecido (Ro. 1.21).
¿Qué es el hombre? Como resultado del primer pecado, se convirtió en una marioneta del diablo (Ef. 2.2-3), y en una víctima de sí mismo, porque escogió creer al diablo antes que a Dios, y le desobedeció. Juan 8.44 declara que el diablo es homicida desde el principio, y padre de mentira. Sin embargo, el hombre rechaza lo que dice Dios y cree lo que dice el diablo. Se ha desviado del camino recto y camina hacia el juicio y la muerte. Se divierte y se entretiene con todo lo que el mundo ofrece, pero no hace caso a su Creador, el único que puede salvarlo.
Pero gracias a Dios, aunque el ser humano es malo y no merece nada bueno, Dios tiene memoria de él, y le ha visitado. Envió a Jesucristo, Dios manifestado en la carne, para ser nuestro Salvador. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3.16). Los que se arrepienten y confían en el Señor Jesucristo, nacen de nuevo y reciben vida eterna y una gran bendición.
continuará, d.v., en el siguiente número
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
Jesucristo Es Especial
Para Dios, el Señor Jesucristo era “su Hijo” (1 Juan 1.3), “el unigénito Hijo de Dios” (Juan 3.18), el “Hijo del Padre” (2 Juan 3), “su amado Hijo” (Colosenses 1.13), y “el unigénito del Padre” (Juan 1.14). Sin embargo, Dios “no escatimó ni a su propio Hijo” (Romanos 8.32), sino “dio a su Hijo unigénito” (Juan 3.16 NBLA). Lo más asombroso es que Dios, “por nosotros lo hizo pecado” (2 Corintios 5.21), para que nosotros pudiéramos ser “reconcialiados con Dios por la muerte de su Hijo” (Romanos 5.10). Felizmente, la tristeza del corazón de Dios al dar a su Hijo tan singular fue eclipsado por gozo cuando “Dios levantó a... Jesús” (Hechos 3.26 NTV). A Dios le encanta escucharnos hablar de su Hijo. Apreciémoslo hoy profundamente y “honrad al Hijo” (Salmo 2.12).
Juan Dennison, Devoción a Diario, lectura del 3 de abril, Libros Berea
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
¿REZAS A LOS SANTOS?
Estimado amigo lector, si usted le reza a María u otros santos, quisiera hablarle con cuidado y respeto. Le invito a leer y considerar lo que dice la Biblia al respecto. Usaremos la Biblia de Jerusalén, que es una versión católica romana.
¿Quiénes son los santos?
En la Biblia no se trata de imágenes que se cuelgan en las paredes ni de imágenes que los costaleros llevan a cuestas en una procesión. Son personas vivas a las que se ha perdonado sus pecados, como el apóstol san Pablo describió a los cristianos que vivían en Éfeso como “santos” (Efesios 1.1), y tanto él como ellos ya habían sido perdonados: “tenemos… el perdón de los delitos” (Efesios 1.7). La palabra griega jagios, traducida como “santos”, se usa aproximadamente 60 veces para referirse a personas vivas que pertenecían a Cristo. Se usaba a la par de otras descripciones: “hermanos”, “discípulos”, “cristianos”, “creyentes”. Esto nos indica que no eran una clase distinta, ni eran venerados por los demás creyentes. La tradición católica es que solo llamamos "santos" a personas especiales: “San Mateo, San Marcos, San Lucas, San Juan, San Pablo”, etc. La Iglesia Católica tiene un “santoral”, una lista de los santos cuya festividad se conmemora en cada día del año. Sin embargo, la Biblia llama “santos” a todos los que confían en Jesucristo para su salvación.
¿Cuándo fueron santificados?
Estos versículos de la Biblia, citados arriba, muestran que su santificación sucedió durante su vida, no después de su muerte. Las personas ordinarias que, arrepentidas de sus pecados, confían en Jesucristo para el perdón y la vida eterna, son santas. Por eso, se les exhorta: “Toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca de entre vosotros. Sed más bien buenos entre vosotros, entrañables, perdonándoos mutuamente como os perdonó Dios en Cristo” (Efesios 4.31-32).
¿Cómo fueron santificados?
No ocurrió mediante un proceso humano de beatificación o canonización, sino que “somos santificados (hechos santos), merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo” (Hebreos 10.10). Es Dios, no la Iglesia, quien los hace santos. Ellos no alcanzaron la perfección, pues es algo imposible en esta vida. No es necesario examinarlos para ver si hicieron milagros, ni beatificarlos por ningún decreto eclesial. Ahora bien, ningún santo es mediador o mediadora, ni María, porque “hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos” (1 Timoteo 2.5-6).
Estimado lector, ¿es usted uno de los santos? Si no lo es, puede serlo en Cristo, quien dio Su vida, al morir en la cruz, para pagar por completo nuestro rescate. El apóstol San Pedro declaró en su primera epístola que Cristo llevó nuestros pecados en Su cuerpo al morir en la cruz. Jesucristo es el único que puede salvarnos y santificarnos.
¿Cómo se recibe tal bendición?
Se recibe por la fe en Cristo. Hablándole al apóstol San Pablo, Cristo dijo: “Yo te libraré de tu pueblo y de los gentiles, a los cuales yo te envío… para que reciban el perdón de los pecados y una parte en la herencia entre los santificados (los santos), mediante la fe en mí” (Hechos 26.17-18).
¿Dónde se le reza a los santos, o a María?
Aunque muchos tienen esta tradición, francamente, no se encuentra ningún ejemplo, exhortación o enseñanza al respecto en la Biblia. Lo que encontramos en Apocalipsis 5.8 y 8.3-4 no son las oraciones a los santos, sino de los santos. San Pablo exhortó a los efesios: “siempre en oración… intercediendo por (no ‘a’) todos los santos” (Efesios 6.18).
¿Es lógico rezarle a los santos?
“Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas... Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna” (Hebreos 4.15-16). Si el sacerdocio de Cristo es suficiente, entonces resulta ilógico rezarles u orar a los santos.
adaptado de un tratado escrito por Tomás Kember
la versión original puede leerse en la siguiente dirección:
https://publicacionespescadores.com/wp-content/uploads/Rezarle-a-los-santos.pdf