Entradas populares

sábado, 31 de mayo de 2025

EN ESTO PENSAD - junio 2025

 La Música y la Adoración

Mark Sweetnam

Imaginemos por un momento que estamos sentados, en una mañana de domingo, esperando que comience la fracción del pan. El salón está en silencio, como debe ser, solo interrumpido con el crujido ocasional de una página de la Biblia que perturba la quietud. Pero entonces se rompe el silencio. Afuera, en el vestíbulo, oímos el sonido de la voz de un hombre. No es nada inusual, así que solo nos preguntamos distraídamente quién nos visita. Entonces oímos otro sonido: el mugido de un buey. Es inesperado e impactante, pero totalmente inconfundible, y una oleada de curiosidad recorre la compañía mientras todos aguzan el oído para escuchar qué sucede en el vestíbulo.
    Afuera, la escena es sorprendente. Los hermanos que custodian las puertas se enfrentan a un hombre agradable y bien vestido que no resultaría alarmante si no fuera porque lleva el cabestro de un buey grande y enojado. Alzando la voz para que se le oiga por encima del alboroto, explica que ha venido a adorar y que este buey es su ofrenda de paz, y pregunta dónde debe llevarlo para sacrificarlo. Horrorizados, los hermanos se juntan para explicar que los sacrificios de animales eran una característica de la adoración del Antiguo Testamento, y que no tienen cabida en la dispensación de la gracia. El hombre responde que es consciente de que no hay un mandato directo del Nuevo Testamento para el uso de los sacrificios de animales, pero que le resultan enormemente conmovedores y útiles para ayudarle en su adoración.
    Ahora bien, esto no es más que una fantasía. Pero ¿te has parado a imaginar cómo responderíamos si sucediera algo así, ciertamente muy improbable? Dependiendo de lo flemáticos que fueran los hermanos involucrados, su respuesta iría desde exigir educadamente, pero con firmeza, que se retirara el animal hasta llamar a la policía. La noticia del incidente se extendería como la pólvora e inspiraría muchas conversaciones, sacudidas de cabeza y chasquidos de lengua. Nos sorprendería y horrorizaría por completo haber sido testigos de un malentendido tan profundo sobre la naturaleza de la adoración en un entorno del Nuevo Testamento.
    Un suceso así parece impensable, pero algo muy similar ocurre regularmente en muchos lugares y nunca suscita comentarios, y mucho menos alarma. Se incorporan de manera inapropiada elementos del culto del Antiguo Testamento al culto de la iglesia, sin ningún mandato bíblico, simplemente porque la gente los encuentra útiles y les hacen sentir que están adorando. Nadie quiere revivir los sacrificios de animales, que, después de todo, serían caros y, además, terriblemente desordenados, pero hay quienes querrían adoptar la práctica del Antiguo Testamento de usar instrumentos musicales para adorar.
    Como hemos visto, el Nuevo Testamento nos proporciona un mandato claro e inequívoco para el canto cristiano, y nos ofrece ejemplos del tipo de cantos doctrinalmente saturados y espiritualmente estimulantes que formaban parte de la adoración de los creyentes del siglo I. Por el contrario, ni los Hechos de los Apóstoles ni las epístolas registran ningún precedente, práctica o precepto que valide el uso de instrumentos musicales en la adoración a Dios.
    Esto sorprendería a cualquiera que conociera el cristianismo solo a través de la lente de la cristiandad contemporánea. Para muchos creyentes, el papel de la música como elemento de adoración es algo que se da por sentado. La naturaleza de la música puede variar: para algunos, el sonido estridente del órgano es el acompañamiento más apropiado; otros prefieren el ritmo más alegre e informal de la guitarra; mientras que, para algunos, el culto estaría incompleto sin la cacofónica mezcla de una banda de rock completa. Pero, sea cual sea el estilo, se da por sentada la idoneidad, e incluso la necesidad, del acompañamiento musical.
    Esta desconexión entre el modelo bíblico y la práctica contemporánea resulta sorprendente. En un intento por salvar esta brecha, los partidarios del culto musical a menudo apelan a las Escrituras del Antiguo Testamento. Está claro que la música desempeñó un papel en el servicio del Templo. Cuando David hizo los preparativos para que el arca subiera a Jerusalén, ordenó al jefe delos levitas que nombrara a sus hermanos cantores, que llevarían instrumentos de música como salterios, arpas y címbalos, para que alzasen la voz con alegría (1 Cr. 15.16). Más tarde, la música desempeñó un papel importante en el culto del Templo y su restauración se menciona específicamente en el avivamiento ocurrido durante el reinado de Ezequías:
    “Puso también levitas en la casa de Jehová con címbalos, salterios y arpas, conforme al mandamiento de David, de Gad vidente del rey, y del profeta Natán, porque aquel mandamiento procedía de Jehová por medio de sus profetas. Y los levitas estaban con los instrumentos de David, y los sacerdotes con trompetas” (2 Cr. 29.25-26).
    Debió ser una experiencia extraordinaria escuchar cómo resonaban en los atrios del Templo las dulces notas de estos expertos músicos. Y si su arte y habilidad contribuyeron a la adoración de Dios en aquel entonces, seguramente tenemos justificación para imitarlos, incluso sin un mandato explícito del Nuevo Testamento. Después de todo, si agradó a Dios entonces, seguramente le agradará ahora. Es un argumento engañoso, pero hay que reconocer sus defectos. En el Antiguo Testamento, esta música formaba parte integral del servicio del Templo. Los levitas seleccionados, que tenían sus propios instrumentos y sus propias estaciones en la Casa de Dios, eran los responsables de esta música. Su música estaba estrechamente vinculada al Templo, al igual que el ministerio de los sacerdotes, los sacrificios de animales ofrecidos en el altar de bronce, el pan de la proposición y el incienso que se elevaba desde el altar de oro. Todos estos elementos formaban parte de un sistema de culto más amplio. Por tanto, si utilizamos el argumento de que la música formaba parte del culto del Antiguo Testamento para justificar su uso continuado en la era de la Iglesia, también debemos permitir la continuación de todos los demás elementos del culto del Antiguo Testamento. No podemos excluir lógicamente ninguna otra parte del sistema, ni un sacerdocio oficiando. Tampoco podemos excluir lógicamente las nubes de incienso, los sacrificios de animales u otros elementos.
continuará, d.v. en el número siguiente

 1 Al preguntar al autor si cabe introducir un coro en la asamblea, respondió que no, ya que, como ocurre con la música, esta práctica de Israel bajo la ley no encaja en la iglesia. Se entristeció al oír que hay coros en algunas asambleas. Se trata de una práctica desviada del patrón del Nuevo Testamento.

continuará, d.v. en el número siguiente
Traducido con permiso del capítulo 11 de su libro:  Worship, the Christian’s Highest Calling (“La adoración, la vocación más sublime del cristiano”), Scripture Teaching Library.

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

La Amistad Con Cristo


Lucas Batalla

Texto: Juan 15:12-20
    La amistad de Cristo aquí tiene una condición: “si hacéis lo que yo os mando” (v. 14). La palabra amistad significa afecto compartido con otra persona, cariño, entrañabilidad, apego. En este pasaje se describe la mejor amistad – la de Cristo. Está abierta a todos, pero pocos logran entrar en ella. En Proverbios 18:24 leemos: “El hombre que tiene amigos ha de mostrarse amigo; y amigo hay más unido que un hermano”. La expresión: “amigo hay más unido que un hermano” indica que la familia no lo es todo, ni siempre podemos  fiarnos de ella. Puede haber otros amigos más unidos, más fieles. Pero más allá de todos los amigos humanos está el Señor. Su amistad es mejor que la familia, y debemos cultivarla como dice el texto: “ha de mostrarse amigo”. Hermano, hermana, ¿te muestras amigo de Cristo? ¿Sabes cómo hacerlo? Cristo es tu Salvador, pero ¿es tu mejor amigo? En muchos casos lo dudo seriamente. Apliquémonos este texto de Proverbios a Juan 15:12. Si queremos a Cristo como Amigo, debemos mostrarnos amigos, es decir, quererle más que a cualquier ser humano, serle obedientes y leales, y así mostrarle nuestro afecto. En Juan 14:15 es Cristo quien habla y pone la condición: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”.
    La amistad de Jesucristo es un aliento para el corazón. Pero al ser humano le cuesta recibirla porque intervienen otros amores e intereses. La amistad de Cristo es sobre todo espiritual, no carnal. En Juan 15:13 el Señor declara: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos”. Cristo hizo precisamente esto, pero ¿qué hacemos nosotros? ¿Solo recibimos este amor, y no lo devolvemos? ¿No estamos dispuestos a sacrificar nada por Él? Entonces, ¿cómo podemos aspirar a tener Su amistad? Muchos de los que profesan ser cristianos no quieren sacrificar nada por Cristo, ni dejar nada ni a nadie, ni obedecerle ni darle prioridad en su vida. Entonces, ¿quiénes son realmente tales personas? No son amigos de Cristo, y os digo sin temor a equivocarme que Él no es amigo suyo.

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

Ni Aun Cristo Se Agradó A Sí Mismo


    Muchos de nuestros problemas provienen de no meditar ni imitar el ejemplo de nuestro Señor. Sí, lo recordamos los domingos durante la reunión, pero ¿qué hacemos el resto de la semana?    
    Los creyentes no somos nuestros, porque hemos sido comprados por precio (1 Co. 6.19-20), y seguimos a Aquel que no se agradó a sí mismo (Ro. 15.3). La vida cristiana consiste en vivir la voluntad de Dios, no la nuestra, todos los días y en todas las situaciones. Y el mejor ejemplo es el de nuestro amado Señor que, a pesar de ser Dios manifestado en carne, vivió humildemente y no se agradó a sí mismo. No decía: “¿Sabes quién soy yo?” para que le trataran favorablemente, sino que se humilló a sí mismo. Meditemos en el ejemplo de nuestro Señor y preguntémonos por qué no lo seguimos mejor.
    En Juan 5.30 declaró: “no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre”. ¿Cuántas veces usamos la oración para tratar de conseguir nuestra propia voluntad, sin considerar la voluntad del Padre? (Stg. 4.3).
    En Juan 6.38 afirmó nuevamente: “He descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”. Y nosotros, ¿para qué vivimos?
    En Juan 8.29 dio este testimonio: “Yo hago siempre lo que le agrada”. ¿Es esta nuestra consideración principal a la hora de tomar decisiones?
    En Hebreos 10.7 leemos acerca de Él, que cuando entró en el mundo dijo: “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad”. ¿No es acaso este el problema nuestro, que pasamos los breves años de nuestra vida enredados intentando hacer nuestra voluntad? La voluntad de Dios (Ro. 12.2) es la única buena, perfecta y agradable.
    Marcos 10.32-34 indica que nuestro Señor sabía exactamente lo que le esperaba. Según el Salmo 69, que habla proféticamente de Cristo, el hacer la voluntad de Dios incluye sufrir afrentas, desprecio, rechazo, vituperio, dolor y muerte. Sufrir tales cosas no indica necesariamente que estamos fuera de la voluntad de Dios, pues son el resultado de serle fieles y de anteponer Sus intereses a los nuestros o a los de otras personas.
    En Lucas 22.42, en Getsemaní, antes de ir a la cruz, oró diciendo: “no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Hablando francamente, es más fácil admirar al Señor por orar así, que imitar Su oración, y estar dispuestos a que Dios efectúe cambios en nuestras vidas.
    En Juan 14.31 el Señor Jesús declaró: “... amo al Padre, y como el Padre me mandó, así hago”. Su actitud y Su conducta son hermosas y admirables, pues todo lo hizo por amor al Padre. Filipenses 2.8 enseña que “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2.8).
    Sin embargo, sus palabras en Juan 14.31 contrastan con nuestra situación. Nuestro problema y pecado es el amor propio, que nos amamos a nosotros mismos más que al Padre, y confiamos más en nuestra propia voluntad que en la Suya. Es totalmente irracional, pero es lo que solemos hacer.
    Pero el Padre declara, para nuestra admiración y edificación: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mt. 17.5). Debemos desear y aspirar a seguir al Señor Jesús, imitarle, y ser transformados y renovados (Ro. 12.2), para que el Padre también se complazca en nosotros.

Carlos Knott, del libro Romanos: La Justicia de Dios, Tomo 4, Libros Berea

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

Sé Diligente
parte 2

viene del número anterior
    Dice Romanos 12.11, “Fervientes en espíritu”, para contrastar la pereza con el fervor, ya que palabra "fervor" significa “que hierve”. No se trata de gritar para mostrar fervor, sino de actuar con prontitud y buen ánimo. Debemos sentirnos constreñidos por amor al Señor (2 Co. 5.14). En Hechos 18.25 leemos que Apolos, “siendo de espíritu fervoroso, hablaba y enseñaba diligentemente”. Este texto ilustra que la diligencia y el fervor van de la mano. 1 Pedro 4.8 utiliza otra palabra, en un sentido parecido, que significa estirado, o extendido, e indica un esfuerzo con ánimo. Santiago 5.17 menciona que Elías “oró fervientemente”, pero la frase usa dos formas de una palabra diferente, que significa literalmente “rogaba con oración”, que indica su fervor o la intensidad de su oración, pero no quiere decir que gritaba, pues gritarle a Dios no tiene sentido.
    “Sirviendo al Señor” “Servir” significa servir como un esclavo, no con la actitud de que hace un favor. Se aplica a todo creyente, en el ejercicio de los dones espirituales y cualquier aspecto de la vida cristiana. Pablo aceptó gustoso el título: “siervo [esclavo] de Jesucristo” (Ro. 1.1; Tit. 1.1; Gá. 1.10). Aunque es especialmente aplicable a los que Dios llama a un servicio especial, también es verdad que todo creyente debe reconocer que es un siervo de Dios. Romanos 6.19 nos exhorta: “presentad vuestros miembros para servir a la justicia”, y el verso 22 dice que los creyentes somos “hechos siervos de Dios”. En el lugar donde el Señor nos tiene, podemos y debemos servirle, y así consagrar a Él cualquier trabajo. Por ejemplo, la ama de casa, la madre que educa a sus hijos, el mecánico y el agricultor deben servir a Dios en su esfera.
    En la iglesia local, todo debe hacerse con fervor y ánimo, y con la intención de servir al Señor, pronto y de manera excelente. Recordemos que nuestro Señor no vino para ser servido (Mr. 10.45), por lo que tampoco debemos esperar que otros nos atiendan y sirvan, debemos aprovechar toda oportunidad para servir a los demás. Oportunidades hay, pero algunos no las ven porque no piensan en los demás, sino en sí mismos. El Señor dice a los Suyos: “cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos” (Lc. 17.10). Así que, “No nos cansemos, pues, de hacer bien” (Gá. 6.9).

Carlos


    “¡Trabajad! ¡Trabajad! Somos siervos de Dios,
    Seguiremos la senda que el Maestro trazó;
    Renovando las fuerzas con bienes que da,
    El deber que nos toca cumplido será.

    ¡Trabajad! ¡Trabajad! Hay que dar de comer
    Al que pan de la vida quisiera tener;
    Hay enfermos que irán a los pies del Señor
    Al saber que de gracia los sana Su amor.

    ¡Trabajad! ¡Trabajad! Fortaleza pedid;
    El reinado del mal con valor combatid;
    Conducid los cautivos al Libertador,
    Y decid que de balde redime Su amor.

    Coro:
    ¡Trabajad! ¡Trabajad! Esperad y velad,
    Confiad, siempre orad,
    Porque el Maestro pronto volverá”.

  - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

 ¿Qué Es El Hombre?

Lucas Batalla

Texto: Salmo 8.4
    Este salmo de David es corto, pero está lleno de verdades importantes acerca de Dios el Creador, y del ser humano, creado por Dios el sexto día de la creación, según Génesis 1.26-31. Dos días después de crear el sol, la luna y las estrellas, “creó Dios al hombre a su imagen” (v. 27), no a imagen de un mono. El verso 31 declara: “y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera”.
    Mil años antes de Cristo, el rey y salmista David escribió el Salmo 8 en admiración y alabanza al Dios Creador, y dice: “… tus cielos, obra de tus dedos” (v. 3), y “la luna y las estrellas que tú formaste” (v. 3), lo que no deja lugar para la teoría atea de la evolución. Dios es el Creador, el Hacedor, y como tal, es digno de ser admirado, alabado, y obedecido. ¿Cuándo creó todo? El capítulo 1 de Génesis no deja lugar a dudas. No durante millones de años, sino en seis días, es decir, que el universo tenía 5 días de edad cuando Dios creó a Adán. Cada cosa a su tiempo y en el orden divinamente determinado; el sol, la luna y las estrellas fueron creados el día cuatro (Gn. 1.14-19), y el hombre, Adán, el día seis. De las varias genealogías bíblicas que nombran a Adán, sabemos que el cosmos y la Tierra son jóvenes. Con Su gran poder y sabiduría Dios los creó. “Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca” (Sal. 33.6). “Porque él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió” (Sal. 33.9).
    Pero no podemos detenernos ahora en esto, ni en las otras grandes verdades del Salmo 8, porque vamos a considerar una gran pregunta, la del Salmo 8.4, y su respuesta. Al contemplar la grandeza y gloria de la creación de Dios, David se pregunta: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?”
    Algunos dicen de cierta persona que ni siquiera quieren oír hablar de ella, pues no quieren pensar en ella, ya que les trae recuerdos dolorosos o desagradables. Pero, si esto ocurre entre los seres humanos, ¿cuánto más podría Dios decir de los seres humanos que no quiere tener memoria de ellos? No es nada alegre hacer memoria del ser humano —hombres y mujeres—, es penoso debido a todo el mal que hemos hecho y causado: nuestra desobediencia, egoísmo, desventura y toda la ruina que hemos hecho de la creación de Dios. Sin embargo, Dios se acuerda del hombre, y menos mal, porque, pese a nuestra rebeldía y pecado, Él se acuerda de nosotros. Entonces, ¿qué es el ser humano?

El Hombre Creado
    Por creación y diseño divino, el hombre es una criatura maravillosa, pues “a imagen de Dios lo creó” (Gn. 1.27), y esto no se aplica a ninguna otra criatura. El ser humano no es un animal, ya que los animales no fueron creados a imagen de Dios. Adán y Eva eran los únicos dos seres humanos en el planeta y en el universo, en el huerto del Edén. Dios hizo venir todos los animales a Adán y él les dio sus nombres, pues no era uno de ellos (Gn. 2.19-20). Habló con el hombre, pero no con los animales (Gn. 2.16-17). Se paseaba por el huerto para hablar con Adán y Eva, no con los animales (Gn. 3.7-8). Creó al hombre con espíritu, alma y cuerpo, para que conociera a Dios y tuviera comunión con Él. Le dio honra y gloria (Sal. 8.5), cosas que no dio a los animales. Dios hizo al hombre un poco menor que los ángeles (Sal. 8.5), pues estamos limitados al cuerpo físico, anclados al tiempo y el espacio. No podemos movernos ni comunicarnos como ellos. Pero Dios le concedió una gran responsabilidad: “Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos” (Sal. 8.6), y puso todos los animales del mundo debajo de sus pies: “Todo lo pusiste debajo de sus pies”, pues en Génesis 1.28 mandó: “llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread”. Todo eso debió hacer en el Nombre de Dios, conforme a Su voluntad y para Su gloria.  

El Hombre Caído
    Pero Adán y Eva pecaron y perdieron la honra, la gloria y la sabiduría necesarias para administrar bien la creación de Dios. Por desobedecer, el pecado y la muerte se extendieron a toda la humanidad. Nuestros primeros padres pecaron y nosotros somos pecadores, descendientes de pecadores, un linaje ignoble y despreciable. ¿Qué es el ser humano para que Dios se acuerde de él? En Job 5.7 leemos: “como las chispas se levantan para volar por el aire, así el hombre nace para la aflicción”. Romanos 3.23 informa: “Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios”. Esto describe a cada uno de nosotros. Somos pecadores. Estamos destituidos de la gloria de Dios. Dios conoce nuestros pensamientos, que son vanidad (Sal. 94.11). Nos describe como ingratos, con razonamientos envanecidos y un necio corazón entenebrecido (Ro. 1.21).
    ¿Qué es el hombre? Como resultado del primer pecado, se convirtió en una marioneta del diablo (Ef. 2.2-3), y en una víctima de sí mismo, porque escogió creer al diablo antes que a Dios, y le desobedeció. Juan 8.44 declara que el diablo es homicida desde el principio, y padre de mentira. Sin embargo, el hombre rechaza lo que dice Dios y cree lo que dice el diablo. Se ha desviado del camino recto y camina hacia el juicio y la muerte. Se divierte y se entretiene con todo lo que el mundo ofrece, pero no hace caso a su Creador, el único que puede salvarlo.
    Pero gracias a Dios, aunque el ser humano es malo y no merece nada bueno, Dios tiene memoria de él, y le ha visitado. Envió a Jesucristo, Dios manifestado en la carne, para ser nuestro Salvador. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3.16). Los que se arrepienten y confían en el Señor Jesucristo, nacen de nuevo y reciben vida eterna y una gran bendición.

continuará, d.v., en el siguiente número

  - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

 Jesucristo Es Especial

Para Dios, el Señor Jesucristo era “su Hijo” (1 Juan 1.3), “el unigénito Hijo de Dios” (Juan 3.18), el “Hijo del Padre” (2 Juan 3), “su amado Hijo” (Colosenses 1.13), y “el unigénito del Padre” (Juan 1.14). Sin embargo, Dios “no escatimó ni a su propio Hijo” (Romanos 8.32), sino “dio a su Hijo unigénito” (Juan 3.16 NBLA). Lo más asombroso es que Dios, “por nosotros lo hizo pecado” (2 Corintios 5.21), para que nosotros pudiéramos ser “reconcialiados con Dios por la muerte de su Hijo” (Romanos 5.10). Felizmente, la tristeza del corazón de Dios al dar a su Hijo tan singular fue eclipsado por gozo cuando “Dios levantó a... Jesús” (Hechos 3.26 NTV). A Dios le encanta escucharnos hablar de su Hijo. Apreciémoslo hoy profundamente y “honrad al Hijo” (Salmo 2.12).

Juan Dennison, Devoción a Diario, lectura del 3 de abril, Libros Berea

  - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

 ¿REZAS A LOS SANTOS?

 

Estimado amigo lector, si usted le reza a María u otros santos, quisiera hablarle con cuidado y respeto. Le invito a leer y considerar lo que dice la Biblia al respecto. Usaremos la Biblia de Jerusalén, que es una versión católica romana.

¿Quiénes son los santos?
    En la Biblia no se trata de imágenes que se cuelgan en las paredes ni de imágenes que los costaleros  llevan a cuestas en una procesión. Son personas vivas a las que se ha perdonado sus pecados, como el apóstol san Pablo describió a los cristianos que vivían en Éfeso como “santos” (Efesios 1.1), y tanto él como ellos ya habían sido perdonados: “tenemos… el perdón de los delitos” (Efesios 1.7). La palabra griega jagios, traducida como “santos”, se usa aproximadamente 60 veces para referirse a personas vivas que pertenecían a Cristo. Se usaba a la par de otras descripciones: “hermanos”, “discípulos”, “cristianos”, “creyentes”. Esto nos indica que no eran una clase distinta, ni eran venerados por los demás creyentes. La tradición católica es que solo llamamos "santos" a personas especiales: “San Mateo, San Marcos, San Lucas, San Juan, San Pablo”, etc. La Iglesia Católica tiene un “santoral”, una lista de los santos cuya festividad se conmemora en cada día del año. Sin embargo, la Biblia llama “santos” a todos los que confían en Jesucristo para su salvación.

¿Cuándo fueron santificados?

    Estos versículos de la Biblia, citados arriba, muestran que su santificación sucedió durante su vida, no después de su muerte. Las personas ordinarias que, arrepentidas de sus pecados, confían en Jesucristo para el perdón y la vida eterna, son santas. Por eso, se les exhorta: “Toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca de entre vosotros. Sed más bien buenos entre vosotros, entrañables, perdonándoos mutuamente como os perdonó Dios en Cristo” (Efesios 4.31-32).


¿Cómo fueron santificados?
    No ocurrió mediante un proceso humano de beatificación o canonización, sino que “somos santificados (hechos santos), merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo” (Hebreos 10.10). Es Dios, no la Iglesia, quien los hace santos. Ellos no alcanzaron la perfección, pues es algo imposible en esta vida. No es necesario examinarlos para ver si hicieron milagros, ni beatificarlos por ningún decreto eclesial. Ahora bien, ningún santo es mediador o mediadora, ni María, porque “hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos” (1 Timoteo 2.5-6).
    Estimado lector, ¿es usted uno de los santos? Si no lo es, puede serlo en Cristo, quien dio Su vida, al morir en la cruz, para pagar por completo nuestro rescate. El apóstol San Pedro declaró en su primera epístola que Cristo llevó nuestros pecados en Su cuerpo al morir en la cruz. Jesucristo es el único que puede salvarnos y santificarnos.

¿Cómo se recibe tal bendición?
    Se recibe por la fe en Cristo. Hablándole al apóstol San Pablo, Cristo dijo: “Yo te libraré de tu pueblo y de los gentiles, a los cuales yo te envío… para que reciban el perdón de los pecados y una parte en la herencia entre los santificados (los santos), mediante la fe en mí” (Hechos 26.17-18).

¿Dónde se le reza a los santos, o a María?
    Aunque muchos tienen esta tradición, francamente, no se encuentra ningún ejemplo, exhortación o enseñanza al respecto en la Biblia. Lo que encontramos en Apocalipsis 5.8 y 8.3-4 no son las oraciones a los santos, sino de los santos. San Pablo exhortó a los efesios: “siempre en oración… intercediendo por (no ‘a’) todos los santos” (Efesios 6.18).

¿Es lógico rezarle a los santos?

    “Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas... Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna” (Hebreos 4.15-16). Si el sacerdocio de Cristo es suficiente, entonces resulta ilógico rezarles u orar a los santos.

adaptado de un tratado escrito por Tomás Kember
la versión original puede leerse en la siguiente dirección:
https://publicacionespescadores.com/wp-content/uploads/Rezarle-a-los-santos.pdf


miércoles, 30 de abril de 2025

EN ESTO PENSAD - mayo 2025


 Sé Diligente


“En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor”
.   Romanos 12.11

Si nuestro cuerpo es un sacrificio vivo para Dios, y amamos como Él nos manda, estas cosas producirán en nosotros un servicio diligente y ferviente. Nuestro concepto de la gracia de Dios no es correcto si permite la indolencia, la apatía o la irresponsabilidad en las cosas de Dios.
    “En lo que requiere diligencia”, dice el texto, pero ¿qué requiere diligencia? La palabra “diligencia” se traduce como “solicitud” en el verso 8. Es actuar con celo y cuidado, con ánimo pronto, y a veces con prisa. Marcos 6.25 la traduce como “prontamente”, y Lucas 1.39 pone “de prisa”. La idea no es “mañana” (típica en algunas culturas), sino ahora, o lo antes posible, y no “de cualquier manera” sino con esfuerzo y calidad. El trabajo diligente no es una chapuza, ni se hace tarde, sino con prontitud y esmero. Así debe ser todo nuestro servicio cristiano, debemos servir al Señor y a los hermanos con diligencia y fervor. Volvamos a la pregunta: ¿qué cosas requieren diligencia? ¿Qué dice la Escritura?

Deuteronomio 13.14 “Tu inquirirás, y buscarás y preguntarás con diligenica, es decir, antes de emitir un juicio o una disciplina.
 

Josué 22.5 “Solamente que con diligencia cuidéis de cumplir el mandamiento y la ley”. Debemos obedecer con diligencia la Palabra.
 

Josué 23.11 “Guardad, pues, con diligencia vuestras almas, para que améis a Jehová vuestro Dios”.
 

Esdras 7.6  “Era escriba diligente en la ley de Moisés”. Estudiaba diligentemente. Considera 2 Timoteo 2.15.
 

Proverbios 2.1-5 “… Si clamares a la inteligencia, y a la prudencia dieres tu voz; si como a la plata la buscares, y la escudriñares como a tesoros”. Describe la diligencia necesaria para hallar la sabiduría y el conocimiento de Dios.
 

Proverbios 12.27  “Haber precioso del hombre es la diligencia
 

Proverbios 27.23  “Sé diligente en conocer el estado de tus ovejas, y mira con cuidado por tus rebaños” – aplicable a los ancianos de cada asamblea.
 

Proverbios 31.10-31 Describe cómo la mujer virtuosa trabaja diligentemente en su casa, con sus manos, de día y de noche.

Eclesiastés 9.10 “Todo lo que te venga a la mano para hacer, hazlo con empeño. Porque en el Seol, a donde vas, no hay obras, ni cuentas, ni conocimiento, ni sabiduría”. (RVA)  

Jeremías 48.10  “Maldito el que hiciere indolentemente la obra de Jehová”
 

Lucas 1.3 “... haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen” Describe el trabajo de Lucas, que  investigó bien antes de escribir.
 

Efesios 5.15-16 “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo”
 

1 Timoteo 5.5  “… es diligente en súplicas y oraciones noche y día”
 

2 Timoteo 2.15 “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad”
 

Hebreos 2.1   “es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos”
 

2 Pedro 1.5   “vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe”
 

2 Pedro 3.14 “procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz”.

    La diligencia es una virtud de carácter que siempre debemos cultivar, en nosotros mismos primero, y enseñar a nuestros hijos. Uno puede aprender a ser diligente. Lamentablemente, algunos hermanos no son diligentes cuando hacen un trabajo como favor a otro hermano o para la iglesia. De modo similar, algunos empleados cristianos, los que tienen un jefe cristiano, aprovechan eso para trabajar menos, no más.1 Timoteo 6.2 se refiere a este problema.  “Y los que tienen amos creyentes, no los tengan en menos por ser hermanos, sino sírvanles mejor, por cuanto son creyentes y amados los que se benefician de su buen servicio. Esto enseña y exhorta”.
    Pablo añade: “no perezosos” porque la pereza, la indolencia es un pecado. La palabra “pereza” significa ser tímido, encogerse, retardarse, de ahí, “negligente” (Mt. 25.26). Proverbios 18.9 dice: “También el que es negligente en su trabajo es hermano del hombre disipador”. La misma palabra en Filipenses 3.1 se traduce como “molesto”, pues el trabajo diligente es molesto para el perezoso. En Proverbios el padre advierte repetidas veces a sus hijos del error y peligro de la pereza, la indolencia (Pr. 6.6-11; 10.26; 24.30-34; 26.13-16). En Job 1.14, el primer mensajero que llegó a Job empezó así: “Estaban arando los bueyes, y las asnas paciendo cerca de ellos…” Spurgeon, el predicador inglés del siglo XIX, comentó: “Así es en cada congregación, hay bueyes que trabajan y asnas que no”, e invitó al lector a reflexionar y considerar si es buey o asno. William MacDonald observó que algunos parecen haber nacido con la sangre cansada, y van de ahí para abajo.
    El perezoso siempre tiene una excusa: “Afuera hay un león” (Pr. 22.13; 26.13). Causa molestia a los que lo encargan cualquier trabajo (Pr. 10.26). La pereza no se limita a lo físico, pues también hay pereza en lo espiritual, en las cosas de Dios. Algunos llevan años siendo creyentes y todavía no se han disciplinado para leer toda la Biblia de principio a final. Otros confiesan que no oran mucho. Otros asisten esporádicamente, y otros siempre llegan tarde. Hebreos 6.11 nos anima a tener “la misma solicitud” en cosas espirituales que los fieles de antaño, y añade en el verso 12, “a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas”. Seamos diligentes seguidores del Señor.

Carlos
continuará, d.v., en el siguiente número

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 

 No Juzguéis

Algunos cristianos sinceros pero equivocados insisten en que no se puede juzgar ni ejercer la disciplina porque, según dice el Señor a los escribas y fariseos: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra” (Jn. 8.7). Arguyen que, como nadie es perfecto, hay que ser misericordiosos y no juzgar ni ejercer la disciplina. Este argumento es un error, ya que tiene varios fallos.  
    Primero, el Señor habló así en un caso excepcional, pues los líderes inconversos de Israel que querían matar a una mujer por su parte en el adulterio pero no llevaron al hombre culpable.
    Segundo, eso ocurrió antes de la existencia de la Iglesia y no tiene nada que ver con la forma en que los creyentes responden a los errores doctrinales.
    Tercero, ejercer la disciplina en la iglesia no es lo mismo que sentenciar a muerte a alguien. No tiene nada que ver con aquel caso de Juan 8.
    Cuarto, el mismo Señor mandó e inspiró a los apóstoles para que enseñaran sobre la disciplina de separación y excomunión. Por ejemplo, Pablo manda: “Quitad, pues, de entre vosotros a este perverso” (1 Co. 5.13). Es Palabra de Dios, de Cristo, inspirada, inerrante y útil. No dice: “El que esté sin pecado sea el primero en juzgarla”. También manda otros juicios y disciplinas: “apartaos”, “apártate”, “evita”, “deséchalo” y “no lo recibáis”. En la iglesia el mandamiento divino e inconfundible es: “No os juntéis con los fornicarios” (1 Co. 5.9), y “… no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis” (1 Co. 5.11). Dios manda esto, y no debemos presumir de saber mejor que Él, ni de ser más misericordiosos que Él.

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 

Como Un Pez Fuera Del Agua 

“Pasar 30 segundos fuera de comunión con Dios es demasiado”, dijo L. S. Chafer. ¿Te parece una exageración? No lo es, porque para el verdadero creyente vivir separado del Señor sería como un pez fuera del agua. ¡Qué fanático decirle a un pez que tiene que quedarse en el agua! ¿Y cuánto tiempo puede estar fuera del agua sin morir? No se trata de estar en el agua 10 o 15 minutos cada día, sino de vivir en ella. Hay muchas personas que se autodenominan cristianas que no tienen ningún concepto de qué es una vida devocional, de disfrutar de la comunión con el Señor. No han oído hablar de ello o, si lo han oído, piensan que es algo para pastores y misioneros o tal vez alguna manía de gente legalista. Pero, ¿cuántos peces necesitan el agua?
    Pensemos en el gran daño que uno puede hacerse en poco tiempo fuera de comunión con Dios. Puede tomar decisiones o asumir compromisos que le harán daño a él mismo o a otras personas y que le marcarán de por vida. Tardó solo 30 segundos en arrancar el fruto prohibido del Edén y morderlo. El mundo todavía sufre las consecuencias de esa mala decisión tomada fuera de comunión con Dios. Digamos con el salmista: "Con todo mi corazón te he buscado; No me dejes desviarme de tus mandamientos" (Sal. 119:10).

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 

Dios No Decretó El Pecado

¿Cómo entró el pecado en el mundo? Usando las Santas Escrituras como brújula divina para hallar la respuesta, descubrimos que claramente enseñan que Dios no es el autor del pecado ni incita a nadie a pecar. Porque el Nuevo Testamento declara: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie” (Stg. 1:13). En otro lugar leemos: “Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio” (Hab. 1.13). Y nuevamente: “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Jn. 2.16). El estudiante cuidadoso de las Escrituras concluirá que Dios nunca ha causado que nadie peque, ya que el pecado es siempre el resultado de Satanás o de la rebelión del hombre  contra Dios. “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?” (Stg. 4.1). Sin lugar a dudas, Dios es soberano, santo, fiel, justo, bueno, inmutable, omnipotente, inigualable y más sublime que todos. Por lo tanto, atribuir, suponer o insinuar de cualquier manera que Dios originó el pecado es manchar y difamar la superabundante grandeza de Su Nombre. Al exponer la gravedad de este error, el maestro bíblico Harold Mackay escribió apasionadamente:

“Tiene Dios presciencia de todas las cosas? ¡Absolutamente! ¿Permite Dios todas las cosas? ¡Sí! ¿Decretó Dios todas las cosas? ¡No! No cabe duda de que todos los planes y propósitos eternos de Dios se cumplirán finalmente. Pero esto no quiere decir que Dios haya decretado todos los sucesos que intervienen en la historia de la humanidad. ¡Es demasiado horrible siquiera inferir por un segundo que todos los crímenes, las corrupciones, las atrocidades, las tragedias y las guerras que manchan las páginas de la historia humana fueran según el decreto eterno de Dios!”

David Dunlap, Limitando Al Omnipotente, Libros Berea, pags. 66-67

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 

La Importancia de la Santidad

La Biblia menciona la santidad más de 600 veces, y es el gran deseo de Dios para Su pueblo. Lamentablemente, la santidad es una de las áreas que más descuidan los cristianos. El descuido de la santidad era un problema en la Iglesia primitiva y sigue siéndolo en la actualidad. El apóstol Juan instó a sus lectores: “Y todo aquel que tiene esta esperanza (de vida eterna) en él, se purifica a sí mismo, así como él (Cristo) es puro” (1 Jn. 3.3). El apóstol Pablo mandó así a los creyentes en Tesalónica: “pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación” (1 Ts. 4.3). Pedro exhortó a los seguidores de Cristo: “... como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 P. 1.15-16).
    Debemos rechazar la idea corriente que sugiere que se puede vivir una vida impía y mala y sin embargo ser un verdadero cristiano. El mandamiento de las Escrituras de vivir en santidad no es opcional, sino obligatorio. Por lo tanto, todo aquel que profesa salvación en Cristo debe preguntarse lo siguiente: 


“¿Hay evidencia de santidad práctica en mi vida?
¿Deseo y  me esfuerzo por ser santo?
¿Lamento mi falta de santidad y busco sinceramente la ayuda de Dios para ser santo en vida?”

    Los creyentes debemos someternos al autojuicio y a la convicción ante la Escritura: “Seguid... la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (He. 12.14). Pero Dios no nos ha mandado ser santos sin proveer los medios necesarios para ello. El Espíritu de Dios que mora en nosotros, la disciplina de la oración, la gracia de Dios y el ministerio de la Palabra de Dios son todos recursos divinamente dados para capacitar al creyente. Nuestro es el privilegio de ser santos – es nuestra posición – y también es nuestra la responsabilidad de vivir vidas de santidad práctica también es nuestra. Por eso, los que acepten el mandamiento de vivir en santidad experimentarán plenitud de gozo y el poder de Dios prometido a todos los que caminan en obediencia a Él.

David Dunlap, Limitando Al Omnipotente, Libros Berea, pags. 335-336

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 

“Yo habito en medio de mi pueblo” 

 (2 Reyes 4.13)

Una mujer prominente de Sunem brindaba hospitalidad a Eliseo cada vez que este pasaba por allí. Cierto día, le sugirió a su marido que construyeran una habitación adicional para que el profeta tuviera su propio aposento. Con el deseo de recompensar su bondadosa hospitalidad, Eliseo le preguntó qué podía hacer por ella, tal vez presentarla al rey o al comandante del ejército. Su sencilla respuesta fue: “Yo habito en medio de mi pueblo”. En otras palabras: “Soy feliz con lo que tengo en la vida. Amo a la gente común con la que vivo. No deseo moverme entre las personalidades encumbradas de la sociedad ni me atrae codearme con gente famosa”.
    ¡No cabe duda de que era una mujer sabia! Quienes nunca están contentos si no se codean socialmente con los famosos, los acaudalados y los aristócratas a menudo tienen que aprender que la mayoría de la gente más escogida de la tierra nunca aparece en primera plana, o en este caso, en la sección social del periódico.
    He tenido roce con gente famosa del mundo evangélico, pero debo confesar que, en su mayor parte, la experiencia ha sido desagradable y decepcionante. Cuanto más veo lo que es el bombo publicitario en la prensa evangélica, más decepcionado me siento. Si tuviera que elegir, prefiero a aquellos ciudadanos humildes, honestos y sólidos que este mundo no conoce pero que son bien conocidos en el cielo.
    A. W. Tozer describe bien lo que siento cuando escribe: “Creo en los santos. Conozco a los comediantes, promotores y fundadores de diversos movimientos religiosos que ponen su nombre delante de los edificios para que la gente sepa que fueron ellos quienes los erigieron. Conozco a estrellas del deporte que se hacen pasar por conversos. Conozco a todo tipo de cristianos peculiares por todos los Estados Unidos y Canadá, pero mi corazón busca a los santos. Quiero conocer a los que son como el Señor Jesucristo...   En realidad, lo que debemos desear y tener es la belleza del Señor nuestro Dios resplandeciendo en nuestros corazones. Un santo verdadero es una persona magnética y atractiva que vale más que quinientos promotores e ingenieros religiosos”.
    Charles Simeon expresa sentimientos similares: “Desde el primer día hasta la hora presente he manifestado... que mi trato social ha sido con lo excelente de la tierra y que cada uno de ellos, a causa del Señor, se esfuerza hasta el límite de su fuerza para mostrarme su bondad”.
    Así que, ¡flores para la mujer de Sunem! Por la percepción espiritual de sus palabras: “Yo habito en medio de mi pueblo”.

William MacDonald, De Día en Día, CLIE

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 

Profecías Cumplidas: La Firma Divina


A lo largo del Antiguo Testamento hay cientos de profecías sobre un Mesías-Salvador que Dios prometió enviar al mundo. Los rollos del Mar Muerto afirman que estas escrituras fueron redactadas cientos de años antes del nacimiento del Mesías. A continuación se muestran algunos ejemplos de estas predicciones:

· Profecía a Abraham, 1900 a.C.: El Mesías entraría en el mundo a través del linaje familiar de Abraham e Isaac. (Génesis 12.2-3; 22.1-18. Cumplida: Mateo 1)

· Profecía de Isaías, 700 a.C.: Él nacería de una virgen, sin padre humano biológico. (Isaías 7.14; 9.6. Cumplida: Lucas 1.26-35; Mateo 1.18-25)

· Profecía de Miqueas, 700 a.C.: Él nacería en Belén. (Miqueas 5.2. Cumplida: Lucas 2.1-20; Mateo 2.1-12)

· Profecía de Oseas, 700 a.C: Él sería llamado de Egipto. (Oseas 11.1. Cumplida: Mateo 2.13-15)

· Profecía de Malaquías, 400 a.C.: El Mesías tendría un precursor. (Malaquías 3.1; Isaías 40.3-11. Cumplida: Lucas 1.11-17; Mateo 3.1-12)

· Profecía de Isaías, 700 a.C: Él daría vista a los ciegos, haría oír a los sordos, haría andar a los cojos y anunciaría buenas nuevas a los pobres. (Isaías 35.5-6; 61.1. Cumplida: Lucas 7.22; Mateo 9; etc.)

· Profecía de Isaías, 700 a.C.: Él sería rechazado por su propio pueblo (Isaías 53.2-3; también Salmo 118.21-22. Cumplida: Juan 1.11; Marcos 6.3; Mateo 21.42-46).

· Profecía de Zacarías, 500 a.C. Él sería traicionado por treinta piezas de plata, las cuales luego serían empleadas para comprar un campo. (Zacarías11.12-13. Cumplida: Mateo 26.14-16; 27.3-10)

· Profecía de Isaías, 700 a.C.: El Mesías sería rechazado, falsamente acusado, juzgado y ejecutado por judíos y gentiles. (Isaías 50.6; 53.1-12; Salmos 2 y 22; Zacarías 12.10. Cumplida: Juan 1.11; 11.45-57; Marcos 10.32-34; Mateo 26 y 27)

· Profecía de David, 1000 a.C.: Sus manos y pies serían traspasados; Él sería escarnecido por los que miraban, y echarían suertes por sus vestiduras, etc. (Salmo 22.16, 8, 18. Cumplida: Lucas 23.33-37; 24.39) (Ten en cuenta que esta predicción se hizo mucho antes de que se inventara la crucifixión como modo de castigo capital.)

· Profecía de Isaías, 700 a.C.: Aunque matado como el peor criminal, Él sería sepultado en la tumba de un rico. (Isaías 53.8. Cumplida: Mateo 27.57-60)

· Profecía de David, 1000 a.C.: El cuerpo del Mesías no vería corrupción en la tumba; Él vencería la muerte (Salmo 16:9-11 [ver también: Mateo 16.21-23; 17.22-23; 20.17-19; etc.]. Cumplida: Lucas 24; Hechos 1 y 2)

Las leyes de la probabilidad revelan que es “imposibile”  que una sola persona cumpliera unas profecías tan específicas y verificables. Sin embargo, esto es precisamente lo que sucedió.

Paul Bramsen, del capítulo 5 de su libro: Un Dios, Un Mensaje

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 

Cómo Ofrendar

Notemos este mandamiento: “En cuanto a la ofrenda para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galicia. Cada primer día de la semana, cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado” (1 Co. 16.1-2). La expresión “según haya prosperado”, es ilimitada. Puede ocurrir lo que hace años oí referente a un hermano muy poderoso económicamente. Colocó un letrero en sus fábricas de tractores que decía: “No doy de mi dinero a Dios, sino que retengo un poquito del dinero de Dios para mí”. Pues, bien, traemos nuestras ofrendas… cada uno de nosotros, y allí quedan. Y del Señor es la capacidad de ver y juzgar si son de corazón y buena voluntad o no.

    Según la Palabra de Dios, este dinero se trae con el fin de ser entregado a los destinatarios. ¿Quiénes son? Según el Nuevo Testamento, tenemos:        

    1. Los santos pobres (2 Co. 8 y 9). Sobre este particular, el Señor dijo: “siempre tendréis a los pobres entre vosotros y cuando queráis, les podréis hacer bien” (Mr. 14.7). Pablo dijo que, cuando fue a Jerusalén, Jacobo, Pedro y Juan “solamente nos pidieron que nos acordásemos de los pobres, lo cual también procuré con diligencia hacer” (Gá. 2.10). Creemos que él mismo exhortó a los escogidos, cuando pasó por las iglesias de Macedonia, Galacia y Acaya para llevar las preciosas ofrendas a los santos pobres de Jerusalén (1 Co. 16.1-4).

    2. Los obreros en los trabajos del evangelio. El apóstol Pablo esgrime un poderoso argumento contra sus mezquinos detractores que quisieron privar a los corintios del privilegio de cuidar, en sentido práctico, al que era su padre espiritual, quien les había ganado para Cristo, para luego formar la asamblea.
    El escribió en 1 Corintios 9.14, “Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio”.
    Está claro que las asambleas congregadas en el Nombre del Señor… sujetándose a la Palabra de Dios, no reciben dinero del gobierno ni de personas no convertidas, ni siquiera de creyentes que no son miembros. Tienen como única fuente de ingresos los recursos económicos del pueblo del Señor en comunión dentro de las asambleas. De este dinero, deben vivir los que se han dedicado a tiempo completo a la obra del evangelio. También de estas ofrendas dependen las obras de evangelización, como la impresión de tratados (los impresos evangelísticos, etc.).
    3. Otros destinos: Las iglesias, al principio, no estaban rodeadas de las mismas circunstancias que las de hoy, especialmente en lo relativo a lugares de reunión. En la Palabra de Dios, leemos que lo hacían generalmente en casas particulares. Hoy se hacen necesarios edificios propios, y es muy lógico suponer que sea el pueblo del Señor con sus ofrendas, el que tenga que financiarlos, y después de construidos, mantenerlos. Este es un destino legítimo e indispensable como los gastos normales de la asamblea.
    ¿Están enviando los ancianos de las asambleas, a estos destinatarios, los recursos adecuados para cubrir sus necesidades?
    ¡Sea el Señor nuestro juez! Israel ha sufrido la disciplina de Dios y el reproche ante el mundo entero por haber errado en sus deberes. La Iglesia, con mayores privilegios, tiene mayores responsabilidades, y debemos cuidar de cumplir cabalmente de todo corazón y buena voluntad lo que el Señor ha pedido de nosotros. “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra” (Ap. 22.12).

 Hildebrando Gil Romero, tomado del capítulo 8 de El Lugar de Su Nombre,
 publicado por La Voz En El Desierto, Venezuela

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

  Estás Invitado


Cristo dijo: “El reino de los cielos es semejante a un rey que hizo fiesta de bodas a su hijo” (Mateo 22.6). Ese rey mandó a sus siervos con este mensaje de invitación: “Todo está dispuesto; venid a las bodas” (Mateo 22.4). ¿Quién no querría ir a una fiesta real en la que todo estuviera provisto? Sin embargo, Cristo relató que muchos no fueron. Desaprovecharon la invitación y se perdieron la fiesta.
    Esto ilustra cómo Dios nos invita a venir y ser salvos. No hay que traer nada ni aportar nada: “Todo está dispuesto”. Jesucristo hizo todo lo necesario y todo está preparado para perdonarnos y garantizar nuestro bien eterno. Solo hace falta una cosa: venir. Dios invita, pero no obliga. Sin embargo, muchos no responden, y la razón es muy sencilla: no quieren.
    En Mateo 22.2-5 vemos a los que rechazan la invitación. Dice el verso 3 que no respondieron a la primera invitación del rey, porque “no quisieron ir”. Les invitó una segunda vez, pero el verso 5 dice: “mas ellos, sin hacer caso, se fueron…”. Muchos hay como ellos, que se ocupan de sus labores, sus negocios y otras cosas, y no muestran interés en la salvación. Les gusta su religión y sus tradiciones, y no quieren cambiar. ¿Por qué no creen en el evangelio, ni aceptan la invitación de Dios? Porque no quieren. Ten por cierto que Dios no llevará a nadie al cielo en contra de su voluntad. Si no quieres hacer caso, no irás, pero entonces, ¿dónde estarás?Esto ilustra cómo Dios nos invita a venir y ser salvos. No hay que traer nada ni aportar nada: “Todo está dispuesto”. Jesucristo hizo todo lo necesario, y todo está preparado  para perdonarnos y garantizar nuestro bien eterno. Solo falta una cosa: venir. Dios invita, pero no obliga. Sin embargo, muchos no responden y, en el fondo la razón es bien simple: no quieren.
    Otros se resienten y se oponen a la invitación. Los versos 6-7 describen a los que afrentan y maltratan a los mensajeros. Es casi increíble que alguien sea maltratado por invitar a alguien a la casa del rey. Pero esto sigue ocurriendo hoy en día. A veces son políticos o ricos que pertenecen a la alta sociedad, y otras veces son religiosos. Podríamos decir que ni comen ni dejan comer. En los versos 8-10 están los que se aprovechan de la invitación. En el contexto, aunque no todos, la mayoría de los judíos rechazaba la invitación del Mesías.
    Es impresionante la paciencia y la bondad del rey, que después de tantos rechazos incomprensibles, siga invitando. “Id, pues, a las salidas de los caminos, y llamad a las bodas a cuantos halléis” (Mateo 22.9). La invitación se extendió a todos. Entonces, los siervos salieron a anunciar la invitación una vez más, y muchos vinieron. Por eso todavía hoy es posible ser salvo, porque siglos después de la muerte de Cristo, Dios sigue invitándonos a través del evangelio. Debemos estar agradecidos de que con Él no hay acepción de personas. Hay lugar para ti, si quieres, pero depende de qué haces con la invitación de Dios. El evangelio es para todos: “es el poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1.16). Amigo, estás invitado. ¿Cómo respondes?
    Pero en los versos 11-13 vemos a los que se cuelan insinceramente. Uno de los invitados no llevaba el vestido de boda que el rey proporcionó a sus invitados. Se había sentado con los demás para comer y beber y divertirse, pero no era de ellos. El rey le preguntó: “¿Amigo, ¿cómo entraste aquí, sin estar vestido de boda? Mas él enmudeció” (verso 12). No tenía respuesta. No conocía al rey ni a su hijo, por lo que en el verso 13 lo expulsan al lugar de castigo.
    Juan Bunyan, en su obra El Progreso del Peregrino, habla de dos que saltaron el muro y entraron en el camino a la ciudad celestial, sin pasar por la puerta. Querían acompañar a Cristiano, e ir al cielo, pero sin la puerta (Jesucristo), sin haber nacido de nuevo. ¿Eres como ellos?
    Todavía hoy hay personas así, en las iglesias, que se cuelan sin haber nacido de nuevo por la fe en el Señor Jesucristo. No han entendido ni creído verdaderamente el evangelio. Son religiosas, temerosas de Dios, y tienen familiares o amigos creyentes, pero ellas mismas no son salvas. Quizás dicen: “Soy miembro de la iglesia”, o “Soy evangélico”. Que uno acompañe a los creyentes, o tenga padres creyentes no le convierte en creyente. Quizás se bautizó. Quizás lee la Biblia, se reúne para cantar himnos y escuchar sermones, y le gusta estar con los cristianos, pero no es realmente uno de ellos, y llegará el terrible momento en que el Rey (el Señor Jesucristo), le preguntará: “Amigo, cómo entraste aquí sin estar vestido de boda?”, y lo sacará fuera.    
    En Mateo 22.14 el Señor resume la enseñanza de la parábola: “Porque muchos son llamados, y pocos escogidos”. Es una lección de suma importancia. Dios nos llama a todos – a través del evangelio – invita a todos a arrepentirnos y confiar en Jesucristo para ser salvos. El cielo es grande, y hay lugar para todos. Pero Dios no recibe a todos, sino solo a los que en verdad creen en Jesucristo como su Señor y Salvador. Estos son los que Suyos. 

Estimado amigo, el evangelio invita, pero no obliga, y tu decisión tiene consecuencias. Se acerca tu cita con la muerte y la eternidad, porque “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9.27). Cuando te presentes delante de Dios y te pregunte: “¿Por qué debo permitirte entrar en el cielo?”, ¿qué respuesta le darás?

 

 

lunes, 31 de marzo de 2025

EN ESTO PENSAD - abril 2025

 

Amar A Cristo: Evidencia de Conversión (4)
J. C. Ryle


viene del número anterior

7. Si amamos a una persona, nos gusta hablar con ella. Le contamos todos nuestros pensamientos y le desahogamos nuestro corazón. No nos cuesta encontrar temas de conversación. Por silenciosos y reservados que seamos con los demás, nos resulta fácil hablar con un amigo muy querido. Por muy a menudo que nos veamos, siempre tenemos temas de conversación. Siempre tenemos mucho que decir, mucho que preguntar, mucho que describir, mucho que comunicar. Pues bien, lo mismo sucede entre un verdadero cristiano y Cristo. El verdadero cristiano no tiene ningún problema para hablar con su Salvador. Cada día tiene algo que decirle y no es feliz si no se lo dice. Le habla en oración cada mañana y cada noche. Le cuenta sus deseos y anhelos, sus sentimientos y sus temores. Le pide consejo en las dificultades. Le pide consuelo en los problemas. No puede evitarlo. Debe conversar continuamente con su Salvador, o desfallecería en el camino. ¿Y por qué? Simplemente porque lo ama.

8. Finalmente, si amamos a una persona, nos gusta estar siempre con ella. Pensar, oír, leer y, de vez en cuando, hablar están bien, cada cosa a su manera. Pero, cuando amamos de verdad a alguien, queremos algo más. Anhelamos estar siempre con ella. Deseamos estar continuamente en su compañía y comulgar con ella sin interrupciones ni despedidas. Pues bien, lo mismo sucede entre el verdadero cristiano y Cristo. El corazón de un verdadero cristiano anhela ese bendito día en que verá a su Señor cara a cara y ya no se marchará. Anhela terminar de pecar, arrepentirse y creer, y comenzar esa vida sin fin en la que verá cómo ha sido visto y no pecará más. Ha encontrado dulce vivir por fe y siente que será aún más dulce vivir por vista. Le agrada oír hablar de Cristo, hablar de Cristo y leer de Cristo. ¡Cuánto más agradable será verle con sus propios ojos y no dejarlo nunca más! “Más vale vista de ojos que deseo que pasa” (Ecl. 6.9). ¿Y por qué todo esto? Sencillamente, porque lo ama.
    Estas son las señales que permiten descubrir el verdadero amor. Todas son claras, sencillas y fáciles de entender.  No hay nada oscuro, abstruso ni misterioso en ellas. Úsalas con honestidad y manéjalas con justicia y no podrás dejar de obtener luz sobre el tema de este artículo.
    Me refiero a cosas que son familiares a todos. No hace falta que me extienda más. Son tan antiguas como las colinas. Se entienden en todo el mundo. Apenas hay una rama de la familia de Adán que no sepa algo de afecto y amor. Así que nunca se diga que no podemos averiguar si un cristiano realmente ama a Cristo. Se puede saber; se puede descubrir; las pruebas están todas a la mano.
    Las habéis oído este mismo día. El amor al Señor Jesucristo no es nada oculto ni secreto ni impalpable. Es como la luz: se ve. Es como el sonido: se oye. Es como el calor: se siente. Donde existe, no puede ocultarse.  Donde no se puede ver, es seguro que no existe.


J. C. Ryle, del libro Holiness (“La santidad”)

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

 La Disciplina Paterna  
E. L. Moore   (parte 3)

viene del número anterior

IV. Ciertos Principios que Aplicar
El amor paterno, junto con su carácter piadoso y la firmeza de sus principios, ayudarán a los padres a conservar cierto equilibrio en medio de las corrientes de pensamiento popular. A continuación, queremos examinar diez principios aplicables en la ducación de los hijos:

1. Exigir la obediencia.
    La obediencia es imperativa, y no optativa: en el hogar – Ef. 6.1, en la iglesia – He. 13.17, y en la sociedad – Tit. 3.1.

2. Enseñarles a respetar la autoridad.
           Ejemplo de David –  1 S. 24.6-11.
           Enseñanza del N.T. – Ef. 6.2; 1 P. 2.17, etc.

3. Estar unánimes ambos padres.
        Ambos padres tienen que estar unánimes en cuanto a la disciplina. Hay un solo regla de conducta en la Palabra de Dios (ver 2 Ti. 3.16-17). Ejemplo del A.T. – Jue. 14.3.

4. No hacerles la vida demasiado fácil.
       No es conveniente aislar a los niños de los problemas y pruebas de la vida. Si tienen que sufrir ciertos rigores y dificultades ahora, estarán más preparados para hacer frente a las pruebas que puedan venir más adelante. Ver Ro. 8.17.

5. Enseñarles a ser responsables.
         · Ver Gá. 6.5.

6. Establecer como meta cierta excelencia de conducta y no simplemente lo mínimo aceptable. Ver Ecl. 9.10; 1 Co. 10.31 y 14.40; Fil. 1.10.

7. Hacerles sentir que son capaces de lograr la meta.
         No se debe permitir o fomentar una actitud de flojera o de fracaso. Ver Fil. 4.13.

8. Enseñarles a mostrar siempre consideración hacia otros.
        No conviene cultivar el egoísmo en ninguna forma. Ver Fil. 2.4; He. 10.24; 1 Co. 10.24; 2 Co. 5.15.

9. Rehusar hacer tareas que ellos pueden hacer solos.
         Ellos no deben ser servidos, sino instruidos a servir. Ver Mt. 20.25-28; Mr. 10.42-45.

10. No premiarles por hacer lo que deben hacer.
         Deben ofrecer su servicio por motivos de amor y deber, y no para ser premiados con estímulos materiales (ver Lc. 17.7-10). Sin embargo, necesitan el aliciente y la felicitación por el trabajo bien hecho.

del libro La Disciplina Bíblica, por E. L. Moore, Libros Berea

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

 La Biblia: Su Sufiencia y Supremacía
por C. H. Mackintosh

 

Sabemos de algunas personas que querrían persuadirnos con vehemencia de que las cosas están tan completamente cambiadas desde que la Biblia fue escrita, que sería necesaria para nosotros otra guía distinta de la que nos proporcionan sus preciosas páginas. Esas personas nos dicen que la sociedad no es la misma ahora que la de entonces; que la Humanidad ha realizado progresos; que ha habido tal desarrollo de los poderes de la naturaleza, de los recursos de la ciencia y de las aplicaciones de la filosofía que sostener la suficiencia y supremacía de la Biblia en una época como la actual, sólo puede ser tildado de bagatela, ignorancia o tontería.
    Ahora bien, aquellos que nos dicen estas cosas pueden ser personas muy inteligentes e instruidas, pero no tenemos ningún reparo en decirles que, a este respecto, yerran “ignorando las Escrituras y el poder de Dios” (Mt. 22.29). Por cierto que deseamos rendir el debido respeto al saber, al genio y al talento siempre que se encuentren en su justo lugar y en su debida labor; pero, cuando hallamos a tales individuos ensalzando sus arrogantes cabezas por encima de la Palabra de Dios, cuando les hallamos sentados como jueces, mancillando y desprestigiando aquella incomparable revelación, sentimos que no les debemos el menor respeto y les tratamos ciertamente como a tantos agentes del diablo que se esfuerzan por sacudir aquellos eternos pilares sobre los cuales ha descansado siempre la fe del pueblo de Dios. No podemos oír ni por un momento a hombres — por profundos que sean sus discursos y pensamientos — que osan tratar al Libro de Dios como si fuera un libro humano y hablar de esas páginas que fueron compuestas por el Dios todosabio, todopoderoso y eterno, como si fueran producto de un mero mortal, débil y ciego.
    Es importante que el lector vea claramente que los hombres o bien deben negar que la Biblia es la Palabra de Dios, o bien deben admitir su suficiencia y supremacía en todas las épocas y en todos los países, en todos los períodos y en todas las condiciones del género humano. Dios ha escrito un libro para la guía del hombre, y nosotros sostenemos que ese libro es ampliamente suficiente para ese fin, sin importar cuándo, dónde o cómo encontremos a su destinatario. “Toda la Escritura es inspirada por Dios...a fin de que el hombre de Dios sea perfecto (griego: artios), enteramente preparado para toda buena obra” (2 Ti. 3.16-17). Esto seguramente es suficiente. Ser perfecto y estar enteramente preparado debe necesariamente implicar la independencia del hombre de todos los argumentos humanos de la Filosofía y de la pretendida Ciencia.
    Sabemos muy bien que al escribir así nos exponemos a la burla del instruido racionalista y del culto e ilustre filósofo. Pero no somos lo suficientemente susceptibles a sus críticas.
    Admiramos en gran manera cómo una mujer piadosa — aunque, sin duda, muy ignorante — contestó a un hombre erudito que estaba intentando hacerle ver que el escritor inspirado había cometido un error al afirmar que Jonás estuvo en el vientre de una ballena. Él le aseguraba que tal cosa no podría ser posible, ya que la historia natural de la ballena (gran pez) demuestra que ella no podría tragar algo tan grande. “Bueno — dijo la mujer — yo no conozco demasiado acerca de Historia Natural, pero sé esto: si la Biblia me dijera que Jonás se tragó el gran pez, yo le creería”. Ahora bien, es posible que muchos piensen que esta pobre mujer se hallaba bajo la influencia de la ignorancia y de la ciega credulidad; pero, por nuestra parte, preferiríamos ser la mujer ignorante que confiaba en la Palabra de Dios antes que el instruido racionalista que trataba de menoscabar la autoridad de esta última. No tenemos la menor duda en cuanto a quién se hallaba en la posición correcta.
    Pero no vaya a suponerse que preferimos la ignorancia al saber. Ninguno se imagine que menospreciamos los descubrimientos de la Ciencia o que tratamos con desdén los logros de la sana Filosofía. Lejos de ello. Les brindamos el mayor respeto en su propia esfera. No podríamos expresar cuánto apreciamos la labor de aquellos hombres versados que dedicaron sus energías al trabajo de desbrozar el texto sagrado de los diversos errores y alteraciones que, a través de los siglos, se habían deslizado en él, a causa del descuido y la flaqueza de los copistas, de lo cual el astuto y maligno enemigo supo sacar provecho. Todo esfuerzo realizado con miras a preservar, desarrollar, ilustrar y dar vigor a las preciosas verdades de la Escritura lo estimamos en muy alto grado; pero, por otro lado, cuando hallamos a hombres que hacen uso de su sabiduría, de su ciencia y de su filosofía con el objeto de socavar el sagrado edificio de la revelación divina, creemos que es nuestro deber alzar nuestras voces de la manera más fuerte y clara contra ellos y advertir al lector, muy solemnemente, contra la funesta influencia de tales individuos.
    Creemos que la Biblia, tal como está escrita en las lenguas originales — hebreo y griego — es la Palabra misma del sabio y único Dios verdadero, para quien un día es como mil años y mil años como un día, quien vio el fin desde el principio, y no sólo el fin, sino todos los períodos del camino. Sería, pues, una positiva blasfemia afirmar que «hemos llegado a una etapa de nuestra carrera en la cual la Biblia ya no es suficiente», o que «estamos obligados a seguir un rumbo fuera de sus límites para hallar una guía e instrucción amplias para el tiempo actual y para cada momento de nuestro peregrinaje terrenal». La Biblia es un mapa perfecto en el cual cada exigencia del navegante cristiano ha sido prevista. Cada roca, cada banco de arena, cada escollo, cada cabo, cada isla, han sido cuidadosamente asentados. Todas las necesidades de la Iglesia de Dios para todos aquellos que la conforman, han sido plenamente provistas. ¿Cómo podría ser de otro modo si admitimos que la Biblia es la Palabra de Dios? ¿Podría la mente de Dios haber proyectado o su dedo haber trazado un mapa imperfecto? ¡Imposible! O bien debemos negar la divinidad, o bien admitir la suficiencia del “Libro”. Nos aferramos tenazmente a la segunda opción. No existe término medio entre estas dos posibilidades. Si el libro es incompleto, no puede ser de Dios; si es de Dios, debe ser perfecto. Pero si nos vemos obligados a recurrir a otras fuentes para guía e instrucción referente a la Iglesia de Dios y a aquellos que la conforman — cualesquiera sean sus lugares — entonces la Biblia es incompleta y, por ende, no puede ser de Dios en modo alguno.

C. H. Mackintosh, La Autoridad de las Escrituras y la Persona de Cristo, Ediciones Bíblicas

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

 En Tu Palabra, oh, Padre Dios,

¡Qué bella luz se ve!

Bendita, celestial porción,

Gozada por la fe.





- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
“Mañana, mañana lo haré...”

“Este pueblo dice: No ha llegado aún el tiempo, el tiempo de que la casa de Jehová sea reedificada”
(Hag. 1.2).

Cuando los primeros cristianos eran perseguidos, no esperaron a que cambiara su situación. Más bien glorificaban a Dios por las circunstancias.
    Es muy triste comprobar que a menudo no seguimos su ejemplo. Damos largas a la acción hasta que las condiciones son más favorables. Vemos las barricadas como obstáculos en lugar de verlas como trampolines. Disculpamos nuestras tardanzas argumentando que nuestras circunstancias no son ideales.
    Los estudiantes no se comprometen activamente en el servicio cristiano hasta que se gradúan. Pero apenas esto ocurre, se dedican al romance y al matrimonio. Más tarde, las presiones del empleo y la vida familiar les mantienen ocupados y deciden esperar hasta la jubilación. Piensan que  entonces se verán libres para servir al Señor. Pero cuando llega ese momento su energía y visión se han esfumado y sucumben a una vida de ocio.
    O puede ser que nos encontremos trabajando en la iglesia local con gente que ocupa puestos de liderazgo pero que no nos cae bien. Aunque son fieles y se esfuerzan, nos resultan desagradables y molestos. ¿Qué hacemos entonces? Nos incomodamos e irritamos con el trabajo, esperando a que llegue algún funeral de primera clase. Pero esto tampoco funciona, pues algunas de estas personas tienen una longevidad sorprendente. Esperar funerales no es productivo.
    José en Egipto no esperó hasta salir de la prisión para hacer que su vida fuera útil; tenía un ministerio de Dios en la prisión. Daniel llegó a ser un hombre poderoso en Dios durante la cautividad babilónica. Si hubiera esperado hasta que terminase el exilio, habría sido demasiado tarde. Fue durante el tiempo que Pablo estuvo en prisión cuando escribió las epístolas a los Efesios, Filipenses, Colosenses y a Filemón. No esperó a que las circunstancias mejoraran.
    La realidad es que las circunstancias nunca son ideales en esta vida. Y para el cristiano, no hay promesa de que vayan a mejorar. Así que, tanto en el servicio como en la salvación, hoy es el tiempo aceptable.
    Lutero decía: “El que espera hasta que la ocasión parezca favorable por completo para empezar a hacer su obra, nunca la encontrará”. Y Salomón nos advierte que: “El que al viento observa, no sembrará; y el que mira a las nubes, no segará” (Ecl. 11.4).                                
    William MacDonald, De Día en Día, CLIE
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
  EL OTRO CONSOLADOR
por Camilo Vásquez, Chile

“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Jn. 14.16).

La palabra “Consolador” se corresponde con el nombre “Menahem”, que dan los hebreos al Mesías y en su sentido más amplio este vocablo significa uno que socorre, que consuela, y Cristo fue esto para Sus discípulos durante Su estadía con ellos. La palabra “otro” usada por el Señor para referirse a quién enviaría viene del griego “allos” y significa idéntico, no diferente (“heteros”). El Espíritu que los discípulos recibirían sería idéntico al Señor en Su Personalidad y en todos Sus atributos ya que fue Él quién estuvo primero asistiéndoles en todas sus pruebas. John Ritchie (1853-1930), en sus comentarios sobre el Espíritu Santo dice: “De todos sus nombres, quizás el que más apela a nosotros es aquél que le fue enseñado cuatro veces por el Señor Jesucristo: ‘el Consolador’. Véanse Juan 14 al 16. Es un término muy expresivo e inclusivo, y desconozco palabra que exprese cabalmente todo su sentido”.
    Ese vocablo “Consolador” se traduce “abogado” en 1 Juan 2.1 con referencia al Señor Jesús quién estando ahora en el cielo realiza este oficio cual Sumo Sacerdote. Esa abogacía es hecha delante del Padre y la del Espíritu es en nuestro corazón. La abogacía del Señor en el cielo es después que hemos pecado, y la del Espíritu es antes que pequemos. Por la experiencia de Pedro sabemos que incluso el Señor intercede antes que pequemos (Lc. 22.32) y frente a la tentación abre una puerta para que abandonemos la idea de pecar (1 Co. 10.13).
    Podemos decir que este término griego “parakletos” significa “uno llamado a ponerse al lado de otro”. Nosotros entendemos la idea de “abogado” en términos jurídicos de alguien que conoce las leyes, conoce mi causa y puede defenderme sin embargo cualquier abogado no posee la facultad de consolar como lo hace el Espíritu Santo. El hecho que sea de la misma naturaleza que el Señor significa que conoce todo de nosotros y todo de Dios (1 Co. 2.10-11). Su tarea como abogado que consuela es ayudarnos frente al combate contra el pecado, por esto el apóstol Pablo explica la gran ayuda del Espíritu guiándonos a buscar aquello que nos aleje de las obras de la carne: “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles” (Ro. 8.26). La definición como “Consolador” usada para el Espíritu vemos que está asociada a la actividad constante de un abogado, pues ha venido para estar con nosotros de una forma muy íntima tal como el Señor anunció a Sus discípulos: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Jn. 14.18). Este ministerio de acompañar al creyente defendiéndolo frente al mal se ve claramente en lo que el Señor les adelantó como persecución a Sus discípulos: “Pero cuando os trajeren para entregaros, no os preocupéis por lo que habéis de decir, ni lo penséis, sino lo que os fuere dado en aquella hora, eso hablad; porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu Santo” (Mr. 13.11). No debemos sacar de contexto este pasaje para decir que hoy el Espíritu comunica qué decir en las reuniones sin haber estudiado la Biblia. El contexto se trata sobre las persecuciones futuras que recibirían estos discípulos de parte de sus propios hermanos judíos como lo vivieron los primeros cristianos. Pedro nos narra de estas persecuciones y nos cuenta cómo el Espíritu estuvo sobre ellos ministrándoles Su gracia en medio del sufrimiento: “Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros...” (1 P. 4.14). Hoy esta ayuda la está haciendo el Espíritu en aquellos hermanos que combaten con el evangelio sembrando la Palabra de Dios en medio de la idolatría imperante. Pero también la puede vivir usted frente a cualquier incrédulo que demande razón de su fe y de su esperanza. Para esto el Espíritu tomará de lo que usted ha estudiado de la Palabra de Dios y querrá manifestar por medio de usted un testimonio digno de templanza y buenos modales (1 P. 3.15).
    Definitivamente aquella declaración del Señor tiene ahora mucho sentido: “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré” (Jn. 16.7). La  venida del Espíritu anuló la orfandad que caracterizaba al hombre. Él estaría con ellos perpetuamente y en ellos; sería una constante fuente de poder, de consuelo y de valentía.
    Hemos de saber que la orfandad más grande no consiste tanto en no tener padres a quiénes acudir por amparo y amor, sino que se trata de la esclavitud del pecado que hace al hombre un ser miserable. Muchos creyentes verdaderamente salvados y regenerados viven derrotados por no descubrir que ya no son huérfanos abandonados a sus propias fuerzas. El Señor aseguró a Sus discípulos: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Jn. 14.18), en que esto es verdaderamente cierto porque nos envío Su Espíritu, el otro Consolador. El apóstol lo reitera al decirnos: “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Ro. 8.15). Este poderoso Dios el Espíritu ha venido para quedarse dentro de nosotros y ayudarnos contra la carne – no regenerada, indómita e incansable que reclama aún sus derechos sobre nuestro ser redimido. Si el apóstol Pablo decía: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Ro. 7.24), tal poder libertador está en el Señor que nos ha dado de Su Espíritu con el cual podemos disciplinar nuestro cuerpo y nuestra mente para vivir vidas para la gloria de Dios: “derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Co. 10.5).

Capítulo 9 del libro Dios El Espíritu, por Camilo Vásquez Vivanco, que vive en Castro, la Isla Grande de Chiloé, Chile
 
 
 
Recordemos en oración
al hermano Camilo, su amada
esposa Jessica, y la asamblea
en Castro, Isla de Chiloé, Chile. 
 
 
 

 
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
¿Qué Hay En Ti Que Te Hace Así?


Cuando se tiene malestar prolongado, uno acude al médico en busca de la solución. Quiere saber qué hay en él que le hace así. El médico le manda unos análisis, de sangre, y de orina, y le examina los ojos, los oídos, y luego manda hacer una radiografía. Cuando ha visto y estudiado todos los resultados de las pruebas, llama al paciente para explicarle los resultados. Hay que escuchar atentamente la explicación, porque es para su propio bien.
    Algo similar ocurre con todos los seres humanos, respecto a su condición espiritual. Si miramos honestamente cómo está el mundo hoy, vemos que padece de un malestar prolongado, y en verdad no mejora sino empeora. Basta con ver las noticias del telediario para comprobarlo. No es que el mundo sea malo – pues debemos recordar que el mundo está compuesto de personas – y de ahí viene la maldad. Es más fácil verlo en los demás y decir: ¡qué mala es la gente!, pero pensar así no nos ayuda a resolver nuestro problema, que no es los demás, sino nosotros mismos. ¿Por qué sentimos y hacemos cosas que no debemos? ¿Qué hay en nosotros que nos hace así?
    Cuando estaba en el mundo, el Señor Jesucristo anunció, digamos, los resultados del análisis divino de la humanidad, y nos explicó la raíz del problema que cada uno de nosotros tiene. Es una contaminación espiritual, que está presente en cada corazón humano. De ahí viene el problema. Considera el análisis que Cristo da del corazón humano, y recuerda que Él no describe solo a los demás, sino también a ti. Dice “hombres” que no significa varones sino “seres humanos”.

"Pero decía, que lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre". Marcos 7.20-23

    ¿Qué hay en ti que te hace así? Un corazón contaminado con el pecado. La maldad mora en nosotros, y las cosas en la lista que dio Cristo son los síntomas del pecado que nos contamina. El análisis divino dice que todo eso hay en nosotros.
    Estas cosas aparecen en nuestros pensamientos, deseos, actitudes y conducta, porque ya están en nuestro corazón. De ahí sale todo esto. No somos pecadores porque pecamos, sino al contrario, pecamos porque somos pecadores, porque el mal está en nuestro corazón, y vamos rumbo a la muerte y el juicio de Dios. Las personas contaminadas no pueden entrar en el cielo, la morada santa de Dios. Apocalipsis 21.27 declara lo siguiente acerca del cielo: “No entrará en ella ninguna cosa inmunda”. Ahí está el problema – que tenemos el corazón contaminado. Es lo que hay en ti que te hace así. Y si no cambias de rumbo, el pronóstico no es nada bueno.
    La única forma de librarse se anuncia en el Evangelio. El Señor Jesucristo es el médico bueno que nos da la receta. “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo” (Juan 10.9). Realizó una gran obra para quitarnos la contaminación del pecado. Para ello, tuvo que encarnarse – tomar un cuerpo humano – y la Palabra de Dios dice que en ese cuerpo, Él llevó nuestros pecados, cuando murió en la cruz. El apóstol Pedro dijo: “quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2.24). No hay otra manera de curarnos. Toda la maldad en la lista en Marcos 7.20-23, no solo la tuya y la mía, sino la de toda la humanidad a lo largo de toda la historia – esa enorme y horrible carga de podredumbre y contaminación – la llevó Jesucristo en Su cuerpo cuando murió en la cruz, pues murió como Sustituto, por nosotros. Ninguna iglesia ni filosofía ni psicólogo puede solucionar tu problema. Solo Jesucristo puede limpiar el corazón malo, perdonar y dar vida nueva. Por eso, debes confiar en Él que el apóstol Juan describe así: “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre” (Apocalipsis 1.5). Reconoce la condición de tu corazón, y confía solo en Él, y declara con fe: “Él murió por mí”.