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martes, 2 de febrero de 2016

EN ESTO PENSAD -- febrero 2016




¿Hay Pocos Que Se Salvan?
O. J. Gibson

Es una buena pregunta. ¿Sólo van a ir unos pocos al cielo cuando mueran? Según la Biblia, la respuesta correcta a esta pregunta profunda es: “Sí, pocos”. Pese a los deseos de nuestro Dios de amor (Jn. 3:16; 2 P. 3:9; 1 Ti. 2:4), la mayoría de las almas no irán allí. Cuando los discípulos preguntaron al Señor: “¿Son pocos los que se salvan?” (Lc. 13:23), Él contesto claramente su pregunta. “...Estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mt. 7:13-14). La mayoría de la gente no sabe esto, o por alguna razón rechaza Su enseñanza. Millones de personas dicen: “soy cristiano”, pero tiene poca o ninguna evidencia de que su afirmación esté de acuerdo con la Biblia. En los funerales regularmente los ministros aseguran a los oyentes de que el difunto está en el cielo. ¿Es siempre verdad esto, o simplemente hablar bonito o esperar lo mejor?
    Es una tragedia hoy en día, que muchas personas confiadamente esperan ir al cielo, aunque su condición espiritual sea cuestionable. Hay quienes a nunca o a penas leen la Biblia, ni saben lo que ella enseña acerca de la salvación. La forma general de razonar parece ser que: “Dios nos ama demasiado como par enviarnos al infierno”. Muchos piensan que porque pertenecen a una buena iglesia, o a cualquier iglesia, por eso llegarán al cielo. Quizá ni asisten regularmente ni ocasionalmente, pero piensan que esta negligencia no importa. Quizá piensan así: “Yo básicamente soy buena persona”, o al menos, “No soy mala persona. Por lo tanto, Dios me aceptará como suficientemente bueno para el Cielo”. ¿Es esto verdad? Al contrario, la Biblia nos enseña que: “No hay justo, ni aun uno”, ante los ojos del Dios infinitamente santo (Ro. 3:10).
    ¿Cuál es la situación en el mundo respecto al número de los que se identifican como cristianos? En el año 1980, E. R. Dayton, en su libro: To Reach the Unreached (Alcanzando a los No Alcanzados”), estimó que había aproximadamente un billón de “cristianos” en la población mundial de cuatro billones de personas, aproximadamente veinticinco por cien. En 1998 la población del mundo fue calculado en seis billones (seis mil millones), y se calculaba que el número de “cristianos” era entre 1.5 y 1.8 billones; el mismo porcentaje y todavía una minoría. Pero cuidado, porque el término “cristiano” incluye toda variedad de creencia, aun las sectas y grupos con serias contradicciones respecto a la sana doctrina. También incluye toda persona que ha sido bautizada de cualquier modo y por cualquiera razón, aunque haya dejado de  asistir o pertenecer a una iglesia. Muchas iglesias (católicas y protestantes) emplean a los padrinos – los que intervienen haciendo un voto para asegurar que los niños sean criados como “cristianos”. Esos profesan creer de parte del infante o niño pequeño cuando se bautice. Se suele hace rociando con agua y marcando su frente con la señal de la cruz. Luego, los candidatos van a clases de catecismo, que consisten mayoritariamente de trabajos de memorizar (los credos, versículos de la Biblia como los Diez Mandamientos, etc.). La suposición es que entienden y creen todo lo que han sido enseñados y lo que han memorizado. Luego pueden ser miembros y tomar la comunión, y más tarde pasan por un rito de confirmación sobre el cual preside el obispo. Por supuesto que nada de esto excepto el bautismo es mencionado en la Escritura; ni fue practicado por la iglesia apostólica del primer siglo. La cualificación para el bautismo es ser creyente, es decir, tener una fe genuina y salvadora (Hch. 8:36-37). Sólo Cristo salva. Sólo la sangre del Señor Jesucristo quita los pecados; no lo hacen las aguas del bautismo (Ap. 1:5; He. 9:22), ninguna experiencia, sensación, sueño, visión, ni ningún rito, sacramento ni ceremonia de ninguna iglesia.
continuará, d.v.

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 “Yo soy el hombre que ha visto aflicción 
bajo el látigo de su enojo” (Lam. 3:1)


El libro de Lamentaciones describe el sufrimiento de la ciudad de Jerusalén como si fuera una persona. Además describe el sufrimiento que Jeremías sentía al ser testigo del juicio divino que caía sobre su pueblo.
      Pero el lenguaje de algunos pasajes también es una vista profética de Cristo sufriendo por nosotros. Por ejemplo, en Lamentaciones 3.1-20 podemos reconocer al Señor Jesús como “el hombre” afligido por la vara de su furor, mientras sufría en el Calvario por nuestros pecados. Nosotros amamos al Señor Jesucristo porque Él soportó toda esa ira por nosotros, y por eso le adoraremos
para siempre.
Carlos

        Su santa vara Dios blandió, hiriéndote a Ti;
        Dios mismo te desamparó, para ampararme a mí.

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PELIGROS EVANGELÍSTICOS
escribe Reginald Wallace

Gracias a Dios por los fieles mensajeros de Dios que hoy desean únicamente la gloria de Dios en la reclamación de almas. Pero no olvidemos que la evangelización masiva tiene un peligro del cual cada predicador fiel debe estar consciente. Es la tendencia a un emocionalismo que suelta grandes oleadas de fuerza emocional y produce una agitación religiosa que puede parecerse como un movimiento de Dios. Las emociones controladas por el Espíritu Santo tienen su lugar en la verdadera evangelización, pero ahora más que nunca necesitamos una discreción divinamente dada, mediante la cual distinguimos entre excitación religiosa y el verdadero poder espiritual. Reconocemos, por supuesto, que una profunda obra convencedora de la gracia puede acompañarse de un despertar emocional. Pero tales sentimientos en sí no son criterio de una profunda obra espiritual en el corazón. El enemigo siempre está dispuesto a imitar la obra del Espíritu Santo con un estímulo religioso que parece como verdadera espiritual, pero cuando la marea de agitación decrece, deja el alma vacía e insatisfecha.  Tal vez la peor tragedia es que deja condiciones que luego generan sus propios problemas. Es de esperar que las almas desilusionadas son mucho más difíciles de influir luego con el verdadero mensaje del evangelio.
    La posibilidad de tal falsificación enfatiza la suprema necesidad de proclamar claramente una vida de “criatura nueva”.  Es una ley universal que todo lo que reproduce lo hace “según su género”. También es verdad respecto al ministerio de cosas santas. El ministerio religioso puede ser psíquica, ortodoxa, herética, social, humanitaria, educativa, política o espiritual. En cada caso, reproduce “según su género”. ¿Pero son tales resultados externos el objetivo principal de la evangelización? ¡Jamás! Los que están enseñados en estos artes saben que fácil y baratamente pueden ser producidos. Pero la verdadera meta de la evangelización es el establecimiento de la soberanía de Cristo en el corazón de los hombres. Es obra del Espíritu Santo y como tal no se mide con estadísticas.
    Siempre existe el peligro de entender mal el carácter celestial y la novedad esencial de la vida espiritual. ¡Cuán importante es que sus implicaciones transformadores y revolucionarias sean proclamadas completa y claramente! ¿Y cómo oirán los demás si no es mediante la predicación? Si los a quienes está encomendada la verdad no interpretan las doctrinas de Dios, no es sorprendente que haya una grave ignorancia respecto a las implicaciones del verdadero discipulado. Es de suma importancia que los ministros de la Palabra de Dios examinen todo (1 Ts. 5:21), busquen la iluminación del Espíritu Santo y prediquen con “el poder que Dios da” (1 P. 4:11). ¡Deben asegurarse que los talentos naturales y los poderes de la personalidad sean animados y dominados por la vida de Aquel a quien Dios levantó de los muertos!  
    Por otra parte, recordemos que la consagración entera “por causa de ellos” no garantiza la eliminación de todo lo falso. Quiero decir que desaciertos y falsas conversiones también son experimentados en la pura evangelización espiritual. El Señor declaró que la red del evangelio contendría malos y buenos peces, esto es, que habría profesiones espurios además de conversiones verdaderas. No obstante, seguramente es parte de la evangelio que nos ha sido confiado, que respecto al mensajero, él debe reducir al mínimo la posibilidad de falsas conversiones. Su responsabilidad principal es exaltar a Cristo mediante un testimonio fiel, sabiendo que la verdadera conversión siempre es obra del Espíritu Santo.
    No debe deducirse de todo esto que el evangelista debe ir al otro extremo y consistentemente rehusar echar y recoger la red. Seguramente esto es parte esencial del trabajo del pescador. Pero sí, significa que su objetivo principal es glorificar al Señor y serle fiel, cueste lo que cueste. Mediante la proclamación de un evangelio intransigente desea trabajar en busca de la profunda obra de gracia divina en los corazones de los oyentes.

del capítulo 1 de su libro: The New Sovereignty ("La Nueva Soberanía")

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 LIBRO NUEVO

La Fe de los Escogidos de Dios
 por John Parkinson,

Excelente y clarísimo estudio que demuestra la diferencia entre la elección que la Biblia enseña y la que la teología enseña. El autor documenta cuidadosamente los orígines extra-biblicos del concepto calvinista de elección. Invita cordialmente al lector a creer a Dios antes que a los hombres.    

precio:  7 euros
 
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            CREO LA BIBLIA, 
PERO NO SOY SALVO


 
Frecuentemente oímos esta expresión al hablar con las personas sobre la condición de su alma delante de Dios. Cuando la Biblia dice vez tras vez en versículo tras versículo que el creyente tiene vida eterna y es salvo, ¿es posible cree la Biblia y no ser salvo?
    Sin duda, cuando uno dice que cree la Biblia, esto significa que la acepta como verdadera. Pero creer que la Biblia es verdadera y aun defenderla ante la oposición no es lo mismo que ser salvo. Sin embargo, nadie puede ser salvo si no cree la Biblia, porque “la fe viene por el oír, y el oír por la Palabra de Dios” (Romanos 10:17).
    Quizás esto le suena confuso. Pero, estimado amigo, si toma el tiempo para considerar seriamente lo que la Biblia dice, podrá comprender claramente lo que estas declaraciones quieren decir.
    La salvación no se basa en creer en la biblia, sino en la fe y confianza que uno deposita en una Persona, esto es, en el Señor Jesucristo (Juan 5:39-40; 8:24). El patriarca Abraham ocupa un lugar prominente en toda la Biblia, pero el testimonio supremo de la Biblia acerca de él es que creyó a Dios y Dios contó su fe por justicia (Romanos 4:3; Gálatas 3:6). Esto es lo que Dios quiere que usted haga: creerle.
    Dios le declara que ha pecado y está destituido de la gloria de Dios (Romanos 3:23). Busca y lee en la Biblia la terrible acusación que Dios declara contra usted en Romanos 3, versos 9 al 23. Dios desea que usted y todos los demás reconozcan y confiesen a Él que ésta es su verdadera condición. ¡No mire atrás en su vida buscando las cosas que considera buenas obras y buenas prácticas, ni se engañe pensando que éstas le hará apto para la presencia eterna de Dios! Afronta su condición verdadera, sincera y justamente, reconociendo que Dios le conoce totalmente. Entonces confiesa su terrible condición a Dios y clama a Él para que le tenga misericordia. Si ha hecho esto, ahora esté en la condición correcta para recibir la salvación de Dios: el Señor Jesucristo.
    La verdad de la salvación entra en el corazón del pecador arrepentido mediante fe en las Escrituras que declara a Jesucristo como el único Salvador. Hay muchos textos así en la Biblia, pero le pido que considere seriamente Romanos 10:9, “que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”. Considere primero la segunda parte de este versículo, y entonces contesta estas preguntas en su corazón: ¿Cree que Jesucristo vivió en este mundo, y que murió en la cruz del Calvario por sus pecados, que fue sepultado y que Dios le levantó de los muertos? Si cree esto de todo corazón, sólo queda una cosa que hacer para ser salvo ahora y para siempre. Confiesa con su boca que Jesús es su Señor y Salvador, porque Dios dice que creyendo en el corazón y confesando con la boca, será salvo.
    ¡Imagínese! No más dudas, no más incertidumbre, no más inquietudes acerca de su destino eterno. Confíe en el Señor Jesucristo como su Salvador de todo corazón, confiésele como su Señor, y sepa por la autoridad de la inmutable Palabra de Dios que es salvo. Entonces podrá decir: “¡Creo la Biblia y soy salvo!”

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 Los Profetas: Verdaderos y Falsos

El mensaje de los profetas no era principalmente una predicción del futuro, sino sencillamente una exposición de lo que Dios les reveló. Por eso tan frecuentemente leemos cómo  ellos comenzaron sus mensajes: “oíd palabra de Jehová”, “Me dijo Jehová”, “Vino a mi palabra de Jehová”, “así ha dicho Jehová”, etc. (ver por ejemplo: Jer.1:9; 7:2; Ez. 2.7 y las introducciones de los profetas menores.)  Sí que hay un elemento de predecir el futuro en los profetas, como advertencia o como esperanza. Las profecías más conocidas serían las de Isaías acerca del nacimiento de Cristo (7:14) y acerca de Su crucifixión (53), que fueron dadas 700 años antes de Cristo, y las visiones de Daniel 7-11 acerca de los grandes imperios y la venida del reino de los cielos. Y por cierto vemos en los libros de los profetas mucho del elemento profético en cuanto a predecir el futuro, pronunciar juicios venideros sobre pueblos —el día de Jehová— y también hablar acerca de la venida del Mesías. Pero mucho de lo que ellos dijeron era para corregir al pueblo de Dios y para afectar la vida práctica de los que les escucharon. Y a menos que fuesen falsos profetas, no hablaron otra cosa que la Palabra de Dios, porque la profecía no vino por voluntad humana, como 2 Pedro 1:21 nos dice. En 2 Crónicas 18:12-13, Micaías expresa muy bien esta fidelidad de los profetas a la Palabra de Dios:
    “Y el mensajero que había ido a llamar a Micaías, le habló diciendo: He aquí las palabras de los profetas a una voz anuncian al rey cosas buenas; yo, pues, te ruego que tu palabra sea como la de uno de ellos, que hables bien. Dijo Micaías: Vive Jehová, que lo que mi Dios me dijere, eso hablaré”.
    En cambio, los falsos profetas, y había muchos de ellos, pretendieron el oficio profético sin seguir y servir a Jehová, sino que a veces siguieron a Baal o a otros dioses y como mucho, fingieron ser profetas de Jehová. Profesaron hablar en Su nombre, pero Él declaraba repetidas veces que no los había enviado. Sirvieron sin llamamiento divino, sin palabra de Jehová y sin fidelidad a Él. Micaías tuvo que enfrentar al rey Acab con la Palabra de Dios aunque 400 falsos profetas ya habían profetizado lo que Acab quería oír, que iba a vencer a sus enemigos. Y aquí empezamos a ver cómo procedieron los falsos profetas. Su ministerio era positivo, agradable, y suave, los “mister sonrisas”, los señores “quedar-bien-con-todos”, con sus picos de oro. Ellos no solían denunciar el pecado, sino causar admiración y ser amigos de todos. “¡Oh, qué bien habla!” diría la gente. Pero la gente no quería escuchar a los verdaderos profetas, y siglos después, en el Nuevo Testamento, decían que el apóstol Pablo era “tosco en palabra” (2 Co. 11:6).  Volviendo al Antiguo Testamento, vemos otros ejemplos de este rasgo principal de los falsos profetas mediante las palabras de Jeremías, porque él como verdadero profeta de Dios tuvo que denunciar a los falsos profetas más de una vez. Considera las siguientes citas de Jeremías y lo que nos enseñan acerca del ministerio presumido y positivo de los falsos profetas:
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    “Cosa espantosa y fea es hecha en la tierra; los profetas profetizaron mentira, y los sacerdotes dirigían por manos de ellos; y mi pueblo así lo quiso. ¿Qué, pues, haréis cuando llegue el fin?”  (5:30-31).
    “No fiéis en palabras de mentira, diciendo: Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es este... He aquí, vosotros confiáis en palabras de mentira, que no aprovechan. Hurtando, matando, adulterando, jurando en falso, e incensando a Baal, y andando tras dioses extraños que no conocisteis, ¿vendréis y os pondréis delante de mí en esta casa sobre la cual es invocado mi nombre, y diréis: Librados somos; para seguir haciendo todas estas abominaciones?” (7:4, 8-11).
    “...desde el profeta hasta el sacerdote todos hacen engaño. Y curaron la herida de la hija de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz. ¿Se han avergonzado de haber hecho abominación?  Ciertamente no se han avergonzado en lo más mínimo, ni supieron avergonzarse...” (8:10-12).
    “Y yo dije: ¡Ah!  ¡ah, Señor Jehová!  He aquí que los profetas les dicen: No veréis espada, ni habrá hambre entre vosotros, sino que en este lugar os daré paz verdadera. Me dijo entonces Jehová: falsamente profetizan los profetas en mi nombre; no los envié, ni les mandé, ni les hablé; visión mentirosa, adivinación, vanidad y engaño de su corazón os profetizan” (14:13-14).
    “A causa de los profetas mi corazón está quebrantado dentro de mí, todos mis huesos tiemblan; estoy como un ebrio, y como hombre a quien dominó el vino, delante de Jehová, y delante de sus santas palabras. Porque la tierra está llena de adúlteros; a causa de la maldición la tierra está desierta; los pastizales del desierto se secaron; la carrera de ellos fue mala, y su valentía no es recta. Porque tanto el profeta como el sacerdote son impíos; aun en mi casa hallé su maldad, dice Jehová... Y en los profetas de Jerusalén he visto torpezas; cometían adulterios, y andaban en mentiras, y fortalecían las manos de los malos, para que ninguno se convirtiese de su maldad; me fueron todos ellos como Sodoma, y sus moradores como Gomorra.... Así ha dicho Jehová de los ejércitos: No escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan; os alimentan con vanas esperanzas; hablan visión de su propio corazón, no de la boca de Jehová. Dicen atrevidamente a los que me irritan: Jehová dijo: Paz tendréis; y a cualquiera que anda tras la obstinación de su corazón, dicen: No vendrá mal sobre vosotros” (23:9-17).
    “Los profetas que fueron antes de mí y antes de ti en tiempos pasados, profetizaron guerra, aflicción y pestilencia contra muchas tierras y contra grandes reinos. El profeta que profetiza de paz, cuando se cumpla la palabra del profeta, será conocido como el profeta que Jehová en verdad envió... Ahora, oye, Hananías: Jehová no te envió, y tu has hecho confiar en mentira a este pueblo” (28:8-9, 15).
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    Y como la aprobación del pueblo era lo que guiaba a aquellos hombres, ellos pensaban que hacían bien. Por cierto eran aceptados, preferidos y respetados entre los de Israel, que los preferían en lugar de los verdaderos profetas de Dios que denunciaban el pecado. Pero la voz del pueblo no es la brújula del hombre que es portavoz de Dios. Con razón el Señor Jesucristo advierte a Sus discípulos en Lucas 6:26 diciendo: “¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!  porque así hacían sus padres con los falsos profetas”.
    Desgraciadamente, la mala reacción del pueblo a los profetas era algo que llegó a ser típico en Israel. Dijo Dios a Jeremías: “Pero ellos no oyeron, ni inclinaron su oído, sino endurecieron su cerviz para no oir, ni recibir corrección”. Al pueblo escogido de Dios no le supo bien ser corregido, y no quiso soportarlo. Entonces, la forma de quitarse de encima el problema era (y también sigue siendo así hoy en día) culpar al profeta de hablar cosas duras o “negativas”, o decir que no habla con amor. Claro, su concepto de amor era el amor propio, o el amor perverso que todo lo consentía, y los profetas hablaron del Dios de amor que “ama la justicia y aborrece la maldad” (Sal. 45:7). Muchos de los profetas tenían que sufrir castigo, no de los paganos sino del mismo pueblo de Dios. Acab y Jezabel persiguieron y mataron a los profetas de Dios, e intentaron lo mismo con  Elías pero sin éxito. Sedequías, un falso profeta que servía al rey Acab, golpeó a Micaías en la mejilla por su profecía que contradecía lo que todos los demás profetas habían dicho ante Acab. Y Acab mismo metió a Micaías en la cárcel por profetizar negativamente acerca de él (2 Cr. 18:23,26-27). El rey Joás mató a Zacarías hijo del sacerdote Joiada (2 Cr. 24:20-22) porque profetizó denunciando su pecado. El rey Amasías (2 Cr. 25:16) amenazó al profeta que Dios le envió, diciendo: “¿Te han puesto a ti por consejero del rey?  Déjate de eso. ¿Por qué quieres que te maten?” A Jeremías los judíos le dijeron: “No profetices en nombre de Jehová, para que no mueras a nuestras manos” (Jer. 11:21). El sacerdote Pasur azotó a Jeremías y le puso en el cepo porque profetizó contra la ciudad de Jerusalén (Jer. 20:1). En Jeremías 42 el remanente dice a Jeremías que consulte a Jehová por ellos, para saber si han de huir a Egipto o no, prometiendo: “obedeceremos” (42:5), pero cuando él les dice claramente: “No vayáis a Egipto” (v. 19), que no fue lo que querían oír, ellos responden diciendo: “Mentira dices; no te ha enviado Jehová nuestro Dios para decir: No vayáis a Egipto...” (43:2).
    Esto parece como muchos de los profesados cristianos hoy, que tienen interés en saber qué dice la Palabra de Dios, mientras esté de acuerdo con lo que ellos quieren hacer. Ya han decidido cómo quieren vivir, y buscan el “sello de caucho” que diga: “Aprobados tus planes”. Escuchan y siguen mientras el ministerio sea cosas con las que ya están de acuerdo, pero en el momento que hay que cambiar, arrepentirse, humillarse, romper esquemas, etc., empiezan a denunciar al ministro del Señor, como si él fuera el problema. ¡Qué orgullo, qué insumisión, qué ceguera! Pero es una reacción demasiado típica al ministerio profético,  decir que el problema es el predicador, no nosotros. Dios mismo, cuando llamó a Ezequiel para profetizar a Israel, le advirtió: “Yo, pues,  te envío a hijos de duro rostro y de empedernido corazón; y les dirás: Así ha dicho Jehová el Señor. Acaso ellos escuchen; pero si no escucharen, porque son una casa rebelde, siempre conocerán que hubo profeta entre ellos” (Ez. 2:4-5). Miqueas relata como en su tiempo el pueblo trataba de poner mordaza a los profetas: “No profeticéis, dicen a los

que profetizan...” (Miq. 2:6). Juan el Bautista fue echado en la cárcel porque reprendió a Herodes acerca de su matrimonio ilícito. El Señor Jesucristo menciona esta reacción de la nación elegida por Dios a Sus profetas en Lucas 6:22-23, diciendo: “Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrezcan, y cuando os aparten de sí, y os vituperen, y desechen vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del Hombre. Gozaos en aquel día, y alegraos, porque he aquí vuestro galardón es grande en los cielos; porque así hacían sus padres con los profetas”. 
Carlos Tomás Knott
continuará, d.v.